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Antonio de la Fuente Mendaña

Biografía

Fuente Mendaña, Antonio de la. Astorga (León), s. t. s. XVIII – Cartago (Costa Rica), 14.VI.1807. Comerciante, notario apostólico.

Comerciante, notario apostólico, alcabalero y proveedor de materia prima a la Real Renta de Tabaco, fue juez de residencia de varios gobernadores, anotador de hipotecas y líder de una fracción de la élite colonial de la provincia de Costa Rica entre 1764 y 1803.

Aunque no se tienen noticias sobre su origen familiar y su educación, su vida pública demuestra que tuvo alguna formación en Derecho. Arribó a las costas de Nueva España a principios de la década de 1760, aparentemente sin capital, pero con un título de notario apostólico otorgado en Roma sin el pase del Consejo de Indias que exigía la ley. Posiblemente, con el fin de sacar provecho de esta sinecura, enrumbó hacia el sur, hacia León de Nicaragua, cuya sede episcopal se hallaba vacante y el Cabildo eclesiástico obvió la ausencia del pase del Consejo de Indias y lo nombró notario apostólico y de la Santa Inquisición de la provincia de Costa Rica. Estableció su residencia en Cartago, capital provincial, donde en poco tiempo estrechó vínculos con una de las familias de la élite local al contraer nupcias con María Francisca Alvarado Baeza. Siguiendo un patrón común en las familias americanas, varios varones de la familia de su esposa pertenecían a distintas ramas de la Iglesia y las vinculaciones matrimoniales, que en toda sociedad colonial permitían consolidar alianzas sociales y económicas, se establecían por medio del matrimonio de las mujeres.

Al margen de sus características individuales, de la Fuente formó parte de los peninsulares que arribaron al reino de Guatemala durante el auge añilero de la segunda mitad del siglo XVIII y reconfiguraron las élites de las provincias centroamericanas.

En contraste con la Alcaldía Mayor de San Salvador, donde se producía la mayor parte del tinte para la exportación, que era el producto motor de la economía ístmica o del altiplano guatemalteco, con una importante población indígena, cuya explotación garantizaba un pingüe beneficio a las actividades económicas de los terratenientes, Costa Rica era una provincia marginal. Sólo producía algún excedente de los alimentos generados por un campesinado mestizo nominalmente libre, tabaco cuyo mercado era Nicaragua, y cacao proveniente de las plantaciones de Matina, ubicadas en la costa del mar Caribe. En este contexto, de la Fuente optó por dedicarse al comercio, lo que le convertía en el intermediario obligado entre la escasa producción de la provincia y el mercado centroamericano. Utilizó los contactos que había consolidado en Nicaragua para obtener las recomendaciones requeridas ante los comerciantes exportadores de la ciudad de Guatemala, lo que le permitió abrir tienda pública en Cartago con mercancías europeas y textiles guatemaltecos. También explotó la escasez de mano de obra y las aspiraciones de prestigio social de la élite al convertirse en el principal proveedor de esclavos negros provenientes del norte del istmo centroamericano. Paralelamente estableció rutas de distribución para el cacao de Matina y para el tabaco de la meseta central de Costa Rica.

El éxito en estas actividades comerciales individuales y su habilidad para enfrentar problemas con la justicia, en manos de sus competidores en el limitado mercado local, los gobernadores, llevaron posteriormente a compañías de corta duración con vecinos de Panamá y Nicaragua, además de otros negocios con vecinos de Guatemala, Cartagena de Indias, Santa Marta, Portobelo, Perú y Madrid.

La reorganización del Imperio americano bajo Carlos III obligó a los miembros de las élites americanas a ubicar resquicios en la estructura de poder en proceso de consolidación. Como notario apostólico era el candidato ideal para convertirse en síndico de la Orden franciscana, la que tenía el único convento de Cartago y la administración de los pueblos indígenas de la provincia. En este puesto debía cobrar en las Cajas Reales de León las asignaciones para la Orden, un acceso al escaso numerario que podía utilizar para financiar sus actividades comerciales a corto plazo, y valorar las propiedades que otros miembros de la élite propusieran como respaldo a los préstamos solicitados a la Orden, lo que le convirtió en el intermediario de una de las pocas fuentes de crédito. Cuando se estableció el monopolio de la Real Renta de Tabacos obtuvo por poco tiempo el puesto de proveedor de tabacos de la provincia de Nicaragua, una primera vinculación con el Estado colonial que, si bien duró poco, luego fortaleció al convertirse en alcabalero y juez subdelegado de tierras de la provincia de Costa Rica. Cuando la Corona creó una estructura paralela de poder al otorgar a Costa Rica el monopolio en la producción de tabaco para el mercado centroamericano, de la Fuente buscó convertirse en cliente de los nuevos funcionarios como un medio más de protegerse de las iras de los gobernadores.

A pesar de estas múltiples vinculaciones con el Estado colonial, de la Fuente y una facción de la élite entraron en conflicto con los gobernadores. Dado que Costa Rica era una provincia de frontera, el máximo representante de la Corona era siempre un militar que encontraba intolerable cualquier oposición a sus órdenes, pero que, por otro lado, carecía de un ejército para imponerlas y no estaba entrenado para responder a las vías legales a las que acudían sus contrincantes. Con el fin de consolidar su posición ante los gobernadores, de la Fuente fue el líder de una facción que a principios de la década de 1770 buscó restablecer el Cabildo de Cartago, cuyo funcionamiento había sido muy irregular en la primera mitad del siglo. En contraste con la composición de los regimientos anteriores, el Cabildo no sólo estaba compuesto por residentes de Cartago, sino que tenía como miembros a residentes de Villa Vieja (actual Heredia) y Villa Nueva (actual San José), aparentemente en un intento por establecer su jurisdicción sobre toda la meseta central. El nuevo gobierno municipal bajo el liderazgo de de la Fuente como su alférez real estableció una alianza con José Joaquín de Nava y Cabezudo, quien cuando fue gobernador se había opuesto al control del Cabildo por esa facción, y enfrentó con éxito a los gobernadores Juan Fernández de Bobadilla y Grandi, José Perié y Juan Flores.

El enfrentamiento entre el máximo representante de la Corona y el Gobierno local podía adquirir diversas formas. Una, de carácter simbólico, era humillar al gobernador haciendo que le diera la paz un mulato en la misa dominical, pero las más sustantivas fueron las confrontaciones por jurisdicción territorial y el constante recurso al comercio ilegal por los capitulares, aunque es imposible dirimir si los gobernadores se oponían por imponer el monopolio de la metrópoli o por eliminar competidores. La principal victoria del Cabildo, pero que también contribuiría a su desaparición, fue la destitución del gobernador Perié por la Audiencia de Guatemala después de ser acusado de todos los crímenes posibles.

A pesar de su habilidad para los negocios y para la intriga que le abrió espacios de poder, los esfuerzos de de la Fuente iban a contrapelo con procesos sobre los que no tenía control. Cuando la Corona permitió el comercio entre los distintos virreinatos, la afluencia del cacao de Guayaquil eliminó la posibilidad de competir al grano costarricense en el mercado ístmico, lo que fortaleció el comercio ilegal con los ingleses, que los gobernadores reprimieron con gusto. La contracción de la economía provincial impidió al comerciante reclamar sus deudas y lo llevó a declararse en quiebra, aunque los acreedores al final reconocieron que sólo él con su cuota de poder podría recuperar el dinero. La compra de un navío para transportar el tabaco desde Puntarenas hasta Acajutla resultó un fracaso, pues al rechazo que los consumidores de Guatemala y El Salvador tenían hacia el tabaco costarricense se unió que un enfardado diseñado para el transporte por tierra no resistió el transporte marítimo, lo que lo llevó a una segunda quiebra. A estas contrariedades comerciales se unió la pérdida de los espacios de poder. La Audiencia de Guatemala limitó la jurisdicción del Cabildo de Cartago a “sus goteras”, los conflictos entre sus miembros debilitaron su función de institución defensora de los derechos de la élite frente a los funcionarios reales y la restitución del gobernador Perié finalmente provocó el cierre de la institución, amén de pagar al gobernador los sueldos perdidos. De la Fuente perdió su puesto de alférez real y, veinte años después de ejercerlo, el gobernador abrió un proceso para demostrar que su título de notario apostólico carecía del pase del Consejo de Indias, por lo que se le destituyó. A la pérdida de sus cargos en la Iglesia y el Gobierno local se sumó la crisis en la Real Renta de Tabacos, con cuyos funcionarios había establecido alianzas; el factor de Costa Rica comenzó a financiar sus negocios particulares con los dineros del Rey y, cuando se descubrió el desfalco, de la Fuente fue juzgado y encarcelado como cómplice.

A pesar de todas estas vicisitudes, de la Fuente continuó activo durante su vejez vinculándose de nuevo con el Estado colonial al convertirse en anotador de hipotecas y asentista del monopolio de aguardiente en la década de 1790, sin que ello dejara de generar conflictos. Así, en 1803 entra en discusión con el Cabildo del que ya no formaba parte, pues la corporación decide comprar una casa para cuartel a un precio más caro que la que el anciano De la Fuente les ofrecía, generando un problema al interior de la élite que hizo que sus parciales se refugiaran en una iglesia y si a de la Fuente se le respetó su integridad física fue porque se encontraba gravemente enfermo.

A pesar de que nunca se rehabilitó totalmente de sus reveses, las alianzas con familias clave y con la Iglesia rindieron frutos a largo plazo, pues la descendencia del castellano mantuvo una cuota de poder en el naciente Estado de Costa Rica después de la independencia.

Siguiendo el modelo de su familia política, tres de sus cinco hijos varones se convirtieron en monjes de distintas órdenes o en curas seculares; uno de estos últimos llegó a ocupar el cargo de abogado ante la Real Audiencia de Guatemala. La vinculación con la Iglesia continuó con sus nietos y sin duda el peso acumulado de tres generaciones de sacerdotes y frailes contribuyó a que uno de ellos, Anselmo Llorente y Lafuente, llegara a ser el primer obispo de la diócesis de Costa Rica. Los descendientes de las hermanas del obispo, de apellidos Iglesias y Volio, formaron parte de la clase política costarricense por ciento cincuenta años.

 

Bibl.: J. A. Fernández Molina, “Correspondencia comercial en el Reino de Guatemala”, en Anuario de Estudios Centroamericanos, 12:2 (1986), págs. 147-157; “La dinámica de las sociedades coloniales centroamericanas (1524-1792)”, en M. Vannini (ed.), Encuentros con la Historia, Managua, Instituto de Historia de Nicaragua, 1995, págs. 101-144; J. A. Fernández Molina, “La competencia por la hegemonía entre representantes metropolitanos y élites locales. Espacios y mecanismos de confrontación en Costa Rica a finales de la colonia ‘clásica’”, en M. Vannini y F. Kinloch (eds.), Política, cultura y sociedad en Centroamérica, siglos xviii-xx, Managua, Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica, 1997, págs. 77-85; J. A. Fernández Molina, Pintando el mundo de azul. El auge añilero y el mercado centroamericano. 1750-1810, San Salvador, Dirección de Publicaciones e Impresos, 2003.

 

José Antonio Fernández Molina