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Francisco Bautista de Piedras

Biografía

Bautista de Piedras, Francisco. Murcia, 1595 – Madrid, 20.XII.1679. Arquitecto y retablista.

Sus padres fueron el retablista Juan Bautista Estangueta y Josefa de Piedras, y nació en la ciudad de Murcia en 1595, último hijo varón del matrimonio.

Parece indudable que el aprendizaje en la carpintería y en el arte de ensamblar retablos de madera lo hizo en la ciudad de su nacimiento y en el taller de su progenitor, quien seguía en la composición de los retablos el esquemático y descarnado clasicismo herreriano, todavía muy de moda en el primer tercio del siglo xvii, como lo confirma el perdido retablo mayor del convento de San Antonio de Murcia, conocido a través de fotografías. En edad muy temprana sintió vocación religiosa e ingresó como hermano coadjutor en la Compañía de Jesús, año de 1610, en el colegio de Murcia, cuando contaba sólo quince años. El elogio que escribió de él José de Villamayor a raíz de su muerte, precisa algunos detalles: “Fue el Hermano Francisco Bautista recibido en la Compañía en el Colegio de Murcia, de donde era natural, en compañía de otro hermano suyo que entró para estudiante, pero al Hermano Francisco agradó el estado humilde de Coadjutor, trayendo aprendidos del siglo buenos principios del arte de escultor para servir con él a la religión, y correspondió Nuestro Señor a este su deseo, pues en ellos adelantó tanto que, ayudándose de libros y escritos de este arte, mediante su gran capacidad y entendimiento, salió tan consumado y superior maestro de todo género de Arquitectura que como a tal le llamaron muchas iglesias catedrales y ciudades para consultar sus fábricas principales”.

Acabado el noviciado de dos años en Villarejo de Fuentes (Cuenca), de allí fue destinado al colegio de Alcalá de Henares, donde se encuentra trabajando en 1620 con el título de arquitecto. De él decía el catálogo de moradores de la casa que tenía buenas fuerzas, que era de carácter apacible (flemático), precisando que era insigne en su arte de escultor. Su primera obra conocida es el retablo mayor de la iglesia del mencionado colegio, actual parroquia de Santa María, donde no había esculturas sino pinturas debidas al pincel de Angelo Nardi. El retablo es más progresista que lo que de la enseñanza de Bautista Estangueta cabría esperar, pues destaca la zona central componiéndola como eje al que se subordinan las calles laterales y, además, emplea en ella variedad de frontispicios que confieren al retablo mayor variedad, superando la monotonía del retablo clasicista. Debió de terminarlo hacia 1630. Contemporáneo de este retablo es el curioso tabernáculo de madera de forma octogonal, compuesto por dos pisos rematados por una cúpula de ocho paños coronada por un chapitel, que, en lugar del tradicional retablo, ejecutó para la capilla mayor de la iglesia de las Bernardas de Alcalá.

Fue como la monumentalización de las custodias eucarísticas procesionales en forma de torre, pero con un sentido de volumen arquitectónico mucho más destacado.

A la muerte, en mayo de 1633, del hermano Pedro Sánchez, que había proyectado y dirigía la obra del Colegio Imperial de Madrid, actual Colegiata de San Isidro, su compañero Francisco Bautista fue nombrado para sustituirle. Dio así el salto de ensamblador de retablos a arquitecto, como otros muchos artistas de su generación. Fue en esta iglesia, cuya construcción estaba bastante adelantada cuando él la tomó bajo su dirección, donde puso en práctica dos cosas notables que le dieron perdurable fama. En primer lugar, el uso de una suerte de orden arquitectónico ecléctico, de invención personal, cuyo capitel, de cuerpo dórico, combinaba hojas de acanto corintias con molduras jónicas; con la novedad de este capitel hacía juego la del entablamento, pues su friso, aun conservando los tríglifos propios del dórico sujetos al arquitrabe por la régula y las clavijas o gotas, los hacía recurvados a la manera de ménsulas, disponiéndolos por pares en lugar de alternar rítmicamente con las metopas. También la cornisa, muy volada, está sostenida, al modo del orden corintio, por tacos, pero dispuestos por pares conforme al ritmo binario de las metopas. Este original “orden arquitectónico del Hermano Bautista”, como lo denominó don Elías Tormo, resultaba extraordinariamente decorativo y por eso encontró eco inmediato en muchas iglesias de Madrid y de otros sitios a lo largo del siglo xvii.

El otro elemento inventado por el hermano jesuita y empleado por primera vez en el templo del Colegio Imperial fue la llamada “cúpula encamonada”, en la que un esqueleto o “camón” de madera formaba su estructura y la de la linterna, que luego se revestía por fuera con pizarra y por dentro con yeso. Esta cúpula encamonada tenía la misma vistosidad que las cúpulas de piedra, pero con la ventaja de ser más liviana, evitando el peligro de derrumbamiento, y más económica por el bajo coste de sus materiales. Fray Lorenzo de San Nicolás la encomió y recomendó su uso en su tratado Arte y uso de Arquiectura (segunda parte, Madrid 1663, capítulo 51). El tambor de la cúpula de la iglesia del Colegio Imperial es de forma octogonal, está fabricado exteriormente de ladrillo visto y la calota y la linterna están cubiertas con lajas de pizarra; por dentro el tambor adquiere forma cilíndrica, está hecho de yeso y lo mismo sucede con el intradós de la calota y del cupulín.

Bautista no sólo construyó la iglesia hasta terminarla en 1651, año en que fue solemnemente consagrada en presencia de Felipe IV y la familia real, sino que, sin olvidar su primitivo oficio de ensamblador, fabricó muchos de los retablos de las capillas.

En primer lugar, el de la capilla mayor, donde empleó columnas gigantes con el capitel y entablamento de su invención, que fueron corregidos por otros del más ortodoxo orden corintio por el arquitecto don Ventura Rodríguez, quien realizó esta reforma y la de todo el presbiterio cuando, después de la expulsión de los jesuitas en 1767 por Carlos III, la iglesia fue convertida en Colegiata de San Isidro y el retablo acomodado para recibir la urna con los despojos del santo patrono de Madrid.

Otros retablos realizados por Bautista fueron los de ambos brazos del transepto, el de la capilla de la Sagrada Familia, el de la Concepción y el de la del Santo Cristo, más algunos que ya no se conservan, destruidos en los incendios provocados en el templo en julio del año 1936. El estilo retablístico de Bautista fue enriqueciéndose paulatinamente, haciéndose más intensamente barroco, e introduciendo novedades que con Alonso Carbonell, Alonso Cano y Pedro de la Torre le convirtieron en uno de los retablistas más afamados y vanguardistas de la Villa y Corte. Esto se advierte comparando los retablos más antiguos de la iglesia del Colegio Imperial con el de la capilla del Cristo, que fue el último en fabricarse en 1674. En él utilizó ya columnas salomónicas y decoración abstracta de placas recortadas. Además, esta capilla está cubierta por una pequeña cúpula encamonada, que Claudio Coello decoró posteriormente con pinturas alusivas a la Pasión de Cristo, y es de las pocas conservadas en todo su esplendor barroco. Frente a ella, del lado de la nave del Evangelio, Bautista edificó la capilla de Nuestra Señora del Buen Consejo, como una iglesita independiente que tiene también una vistosa cúpula encamonada, que en este caso y, al contrario que la del Cristo, es visible desde la calle de la Colegiata. Su fama como retablista hizo que en 1645 fuera llamado a Segovia para dar las trazas del retablo de la ermita de la Virgen de la Fuencisla, por la que recibió la suma de 800 reales; le acompañó Pedro de la Torre, quien colaboró con él en otras ocasiones, y se encargó de la hechura por 6.500 ducados.

Bautista se ocupó, hasta su muerte, de continuar otras iglesias de la Compañía de Jesús que había trazado su colega Pedro Sánchez y que estaban en fase de lenta construcción: así sucedió con la del Noviciado de Madrid, desparecida, y la de San Ildefonso de Toledo.

En esta última intervino entre 1633 y 1642, imponiendo en el primer cuerpo de la fachada su particular orden arquitectónico. También se percibe este mismo orden en las pilastras y capiteles que ritman la sucesión de capillas de la nave. Igualmente, por orden de sus superiores, giró visita de inspección a las obras del Colegio Real de Salamanca en 1642 y en 1661.

Durante la primera debió de aconsejar que en el segundo cuerpo de la fachada de la iglesia se utilizase, en las columnas que lo estructuran, el orden arquitectónico de su invención, y en la segunda aconsejó sobre el modo de reparar la cúpula recién levantada y hecha totalmente de piedra, que presentaba hendiduras por donde rezumaba el agua de lluvia.

En 1642 presentó una traza para levantar la capilla que la Villa de Madrid deseaba levantar a su patrono san Isidro Labrador en competencia con las de otros importantes maestros. Aunque se eligió la de Pedro de la Torre, dictaminó luego en el pliego de condiciones aquellas con las que la traza se había de ejecutar; así, comentaba que la capilla se debía hacer exenta, aunque unida al cuerpo de la parroquia de San Andrés y que el orden arquitectónico que se emplease en ella fuese el corintio, labrando las columnas de mármol de los montes de San Pablo (Toledo) y haciendo los capiteles de bronce. En 1654 trazó la desaparecida iglesia del convento de los Basilios de Madrid, que edificó como aparejador Juan Ruiz, gracias al patrocinio del marqués de Leganés. Una de las condiciones del contrato fue que la cúpula había de ser encamonada, ochavada por fuera y redonda por dentro. Fue terminada en 1661, y la tasó el mencionado fray Lorenzo de San Nicolás, sincero amigo de Bautista. Estos dos religiosos, gracias a sus conocimientos arquitectónicos y a su honradez, fueron convocados infinidad de veces en la capital de España para tasar obras y hacer peritajes. Bautista realizó concretamente la tasación de la capilla del Cristo en la iglesia de San Ginés, la del nuevo hospital de Montserrat, la del oratorio del Sacramento en la iglesia de la Magdalena, la de la obra nueva hecha en el convento de Santa Isabel, la del convento de los Mostenses, la del primer puente de Toledo sobre el Manzanares y las de diferentes casas particulares. En otro orden de cosas, también emitió en 1663 un largo informe en que aprobaba la traducción que hizo al romance su amigo fray Lorenzo de San Nicolás del primer libro de la Geometría de Euclides, que el agustino recoleto insertó al final de la segunda parte de su tratado Arte y Uso de Arquitectura. Asimismo dio su aprobación para que se estampase en 1660 el Breve Tratado de todo género de bóvedas, de Juan de Torija, demostrando que sus conocimientos no se reducían a la praxis, sino que se extendían a los fundamentos teóricos y matemáticos de la arquitectura Según las trazas del hermano jesuita se remodeló totalmente en 1658 la iglesia parroquial de Valdemoro (Madrid), donde se empleó, en las pilastras y entablamentos que decoran los machones sobre los que cargan las bóvedas, el famoso orden arquitectónico por él inventado. En 1662, la Venerable Orden Tercera le encargó los planos de su capilla junto a San Francisco el Grande, de cuya construcción se encargó el maestro de obras Marcos López. Es una capilla de una sola nave que se ensancha en la zona de la cúpula, encamonada y realizada de ladrillo, y su decoración interior es de una gran sencillez no exenta de variedad de registros y de una elegante ejecución. Bautista se ocupó personalmente de la realización, sobre un zócalo de jaspe, del baldaquino de madera, que alberga la venerada imagen del Cristo de los Dolores, que preside el altar mayor de la capilla de la Venerable Orden Tercera. El baldaquino, aunque de forma clásica, está reducido casi a un esqueleto traslúcido para hacer visible la sagrada imagen desde todos los puntos de vista; incluso la cúpula y la linterna que lo coronan se sustancian en solas sus nervaturas, como si de ellas se hubieran desprendido los plementos que deberían rellenarlas. Obra importante en que llegó a intervenir Francisco Bautista fue la de la capilla de las Reliquias o del Ochavo de la catedral de Toledo. Los proyectos presentados para este recinto, uno de los más lujosos y característicos de la catedral primada, se sucedieron a lo largo de finales del xvi y durante la primera mitad del xvii. El jesuita debió de visitar la obra en compañía de Pedro de la Torre por primera vez en 1639, y regresar en 1647 para, de nuevo, reconocerla y dar nuevas trazas juntamente con aquél. Estuvo paralizada por algún tiempo, pero ya en 1653, durante el pontificado del cardenal Moscoso, se feneció la obra de cantería exterior, que había realizado Felipe Lázaro Goiti. Debía proseguirse la obra interior, y para dar las últimas disposiciones fue Bautista por última vez a Toledo a mediados de julio de 1654. La ejecución de la decoración interna, a base de mármoles y jaspes de diferentes tonalidades, se adjudicó al marmolista Bartolomé Zumbigo y Salcedo. La capilla se inauguró en 1673 con el traslado a ella de todas las reliquias dispersas por la catedral. También fue convocado Bautista en junio de 1668 por el cabildo de la catedral de Cuenca para que diese un informe sobre la reparación de la fachada de la catedral, pero la traza para su compostura y terminación fue confiada al maestro de obras José de Arroyo.

En los últimos años de su vida, cuando aún conservaba algunas fuerzas, estuvo ocupado en dirigir la construcción de las ya mencionadas capillas del Buen Consejo y del Cristo, así como los cuerpos altos de las dos torres de la fachada de la iglesia del Colegio Imperial, que nunca se terminaron de construir. Francisco Bautista falleció el 20 de diciembre de 1679, cuando contaba la avanzada edad de ochenta y cinco años. Consumido por los años, aunque seguía aconsejando acerca de las obras sobre las que le consultaban, no podía salir ya de su celda y aun así ayudaba en lo que podía, con gran humildad, en las tareas domésticas de la casa.

 

Obras de ~: Retablo mayor de la iglesia de los jesuitas, Alcalá de Henares, 1620; Tabernáculo de la iglesia de las Bernardas, Alcalá de Henares, 1625; Iglesia del Colegio Imperial, Madrid, 1633; Retablo mayor, retablos colaterales y de las capillas de la Concepción y de la Sagrada Familia en la iglesia del Colegio Imperial, Madrid, 1642; Capilla de las Reliquias o del Ochavo de la catedral, Toledo 1639; Segundo cuerpo de la iglesia de San Ildefonso, Toledo, 1642; Trazas para la capilla de San Isidro, Madrid, 1642; Retablo de la ermita de la Virgen de la Fuencisla, Segovia, 1645; Iglesia de los Basilios, Madrid, 1645; Remodelación de la iglesia parroquial, Valdemoro (Madrid), 1658; Capilla de la Virgen del Buen Consejo en la iglesia del Colegio Imperial, Madrid, 1661; Capilla y baldaquino de la Orden Tercera de San Francisco, Madrid, 1662; Capilla y retablo del Cristo en la iglesia del Colegio Imperial, Madrid, 1671; Torres de la fachada de la iglesia de San Francisco Javier del Colegio Imperial, Madrid, 1674.

 

Bibl.: E. Tormo y Monzó, Las Iglesias de Madrid, Madrid, 1928; “El Hermano Francisco Bautista, arquitecto”, en Boletín del Patronato de Bellas Artes de Murcia, 7-8 (1929), págs. 14- 74; A. Rodríguez G. de Ceballos, “El Colegio Imperial de Madrid. Historia de su construcción”, en Miscelanea Comillas, 50 (1970), págs. 407-444; V. Tovar Marín, Arquitectos madrileños de la segunda mitad del siglo xvii, Madrid, Instituto de Estudios Madrileños, 1975, págs. 141-152; A. Rodríguez G. de Ceballos, “La iglesia de Valdemoro y otras aportaciones al Hermano Bautista”, en Miscelánea de Arte, Madrid, 1982; A. Bonet Correa, Iglesias madrileñas del siglo xvii, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1984; F. Marías Franco, La Arquitectura del Renacimiento en Toledo (1541-1631), t. III, Madrid, Instituto Provincial de Investigaciones y Estudios Toledanos, 1983-1986, págs. 193- 213; J. L. Barrio Moya, “El Hermano Francisco Bautista y la desaparecida fachada de la catedral de Cuenca”, en Imafronte, n.º 2 (1986), págs. 57-64; J. C. Agüera Ros, “Sobre el arquitecto jesuita Francisco Bautista: su parentesco con los retablistas Estangueta y otras noticias de Murcia”, en VV. AA., I Congresso Internacional do Barroco. Actas, Oporto, Reitoria Universidade do Porto, 1991, págs. 55-76.

 

Alfonso Rodríguez G. de Ceballos