Al-Ḥakam II: Abū l-‘Āṣ al-Ḥakam b. ‘Abd al-Raḥmān, al-Mustanṣir bi-llāh. Córdoba, 23 ŷumādà II 302 H./13.I.915 C. – 2 ṣafar 366 H./30.IX.976 C. Segundo califa omeya de Córdoba.
Al-Ḥakam era el hijo primogénito de ‘Abd al-Raḥmān III, fundador del califato omeya de Córdoba, y como tal fue proclamado su sucesor a la muerte de su padre, el 16 de octubre de 961, cuando contaba ya con cuarenta y seis años de edad, adoptando el título de al-Mustanṣir bi-llāh (‘el que busca la ayuda victoriosa de Dios’). Se inicia a partir de entonces el califato de al-Ḥakam, que se extiende a lo largo de un período de veintiséis años y cuyas características principales son una completa estabilidad interior y una cómoda seguridad en la frontera con los cristianos, en gran medida gracias a la actuación previa de su antecesor, que a lo largo de casi medio siglo había combatido sin cesar para someter a los rebeldes que desde finales del siglo IX se habían levantado contra la autoridad omeya.
La época sobre la que estamos mejor informados es la correspondiente a la última fase de su gobierno (años 360-64/971-975), que es el período que abarca la detallada y prolija narración del cronista cordobés Ibn Ḥayyān. Este excepcional testimonio es un buen reflejo de lo que fue el califato de al-Ḥakam II, ya que el cronista se extiende en la descripción pormenorizada de las ceremonias y celebraciones llevadas a cabo en la Corte califal y en la mención de los nombramientos y deposiciones de los distintos magistrados, gobernadores y titulares de las dignidades políticas y militares, símbolo de la solidez del régimen omeya en aquellos momentos. A tal punto fue la estabilidad el rasgo dominante en su época que alguna fuente árabe llega a afirmar que esos años fueron una continua fiesta. Pero, a pesar de que al-Ḥakam no tuvo que enfrentarse a graves desafíos internos ni externos, ello no quiere decir que la suya fuese una época históricamente intrascendente. Muy al contrario, durante este tiempo se desarrollaron ciertos procesos que tuvieron una importancia clave en la etapa inmediatamente posterior, de tal forma que se trata de un período primordial a la hora de explicar las causas de los problemas que condujeron a la crisis del califato.
En la política exterior es preciso distinguir entre dos aspectos, el mantenimiento de la seguridad en la frontera con los cristianos y la continuación del intervencionismo en el Norte de África, siguiendo la política iniciada por su padre ‘Abd al-Raḥmān III con el fin de contrarrestar la influencia del califato fatimí. Desde el mismo momento de su acceso al poder, al-Ḥakam se preocupó por garantizar el mantenimiento de la influencia omeya al otro lado del Estrecho, enviando misivas a los emires y jeques beréberes en los que solicitaba el juramento de obediencia y fidelidad. La rivalidad con los fatimíes siguió vigente durante esta época, de lo que es claro indicio el proceso emprendido contra un personaje denominado Abū l-Jayr, que fue ejecutado en Córdoba bajo la acusación de ser un agente fatimí. No era la primera vez que esto sucedía, pues el propio Ibn Ḥawqal, de origen iraquí y autor de una de las principales descripciones de la Península, territorio que visitó durante el año 337/948, fue asimismo, al parecer, un espía al servicio de los fatimíes.
La lucha en el Norte de África entre omeyas y fatimíes no era directa, sino que se llevaba a cabo a través de las tribus beréberes, siendo los Ziríes los principales aliados de los fatimíes, mientras que los Zanāta y los Magrāwa apoyaban a los soberanos cordobeses. Los intereses de al-Ḥakam se vieron favorecidos por la defección de los Banū Ḥamdūn, señores de Masīla, partidarios de los fatimíes, quienes se pasaron al bando pro-omeya. Sin embargo, la reacción fatimí, dirigida por Bullukīn b. Zirī, produjo la defección del idrisí al-Ḥasan b. Qannūn, que gobernaba en el sector noroccidental de Marruecos, hasta la zona de Tánger. Al-Ḥakam respondió con una campaña conjunta marítima y terrestre, que obtuvo sonados éxitos iniciales, pero que finalmente fue derrotada en 362/972 en las proximidades de Tánger. El dominio omeya estaba comprometido y el Califa acudió a su mejor jefe militar, el general Gālib, al que encomendó la misión de derrotar a los idrisíes, siendo acompañado por Ibn Abī ‛Āmir (Almanzor), con la función de gestionar los fondos destinados a la campaña. La campaña de Gālib fue iniciada en 973 y requirió, además, la acción conjunta de Ibn Rumāḥis, almirante de la flota omeya, y la ayuda de Yaḥyà al-Tuŷībī, quien acudió con tropas de refuerzo reclutadas en la Frontera Superior. Finalmente, la rebelión de Ibn Qannūn pudo ser controlada y en marzo de 974 el Califa informaba a sus visires de su derrota. El propio Ibn Qannūn y sus principales parientes fueron trasladados a Córdoba, donde el Califa los perdonó y les fijó elevadas pensiones, aunque, finalmente fueron deportados a Egipto en el año 976. En definitiva, la sumisión de Ibn Qannūn y el dominio de los puertos de Algeciras y Ceuta aseguraban el control de las navegaciones en la zona del estrecho de Gibraltar. Puede decirse, por lo tanto, que bajo el gobierno de al-Ḥakam el califato omeya había logrado establecer su supremacía en el ámbito del Mediterráneo occidental.
Un aspecto muy relevante de la política norteafricana de al-Ḥakam fue la progresiva incorporación de contingentes beréberes al Ejército califal, en especial a partir de 974, tras la definitiva victoria sobre Ibn Qannūn. Estos grupos beréberes conformaron una milicia muy útil desde el punto de vista militar, si bien su papel político fue enormemente desestabilizador, en especial a partir del momento en el que la autoridad omeya comenzó a dar síntomas de debilidad. Ya en época del propio al-Ḥakam se registra el estallido de un tumulto, ocurrido en la puerta de la Azuda del alcázar, entre un grupo de tangerinos y el populacho cordobés, que revela la escasa simpatía de la población local hacia las milicias beréberes, de forma que esta animadversión se pondrá de manifiesto en etapas posteriores con intensidad creciente.
Junto a la consolidación del dominio norteafricano, la época de al-Ḥakam se define por el firme control de la frontera con los reinos cristianos peninsulares y la supremacía política y militar sobre los mismos. En los primeros años, el propio Califa se puso al frente de sus tropas para conducir la habitual aceifa o campaña sobre el territorio enemigo. Esta campaña del año 962 se dirigió, hacia Ŷillīqiya, es decir, hacia territorio leonés, aunque sólo sabemos que permitió la obtención de un cuantioso botín y de numerosos cautivos. La superioridad del dominio musulmán durante esta época queda de manifiesto en las visitas rendidas al Califa por los propios soberanos cristianos o sus enviados. Tal sucedió con el destronado rey leonés Ordoño IV, que buscó el apoyo musulmán para recuperar el Trono, presentándose ante el Califa en Córdoba. En principio, al-Ḥakam se mostró favorable a prestarle su ayuda, a cambio de que rompiese sus relaciones con el conde castellano Fernán González y entregase como rehén a su hijo García. La reacción del rey leonés Sancho I fue inmediata y, para neutralizar esta alianza, envió a su vez una embajada a Córdoba, a través de la cual hizo saber al Califa que estaba dispuesto a cumplir lo pactado con su padre, el califa Abderramán. Pero la muerte de Ordoño en Córdoba meses después, en circunstancias poco claras, hizo que Sancho reconsiderase su posición, decidiendo entonces buscar la alianza del conde de Castilla (Fernán González), el rey de Navarra (Sancho II Garcés) y los condes de Barcelona (Borrel y Mirón). Ante esta actitud, el califa respondió encabezando otra aceifa, en la que se apoderó de la célebre fortaleza de Gormaz (Soria), que sería la punta de lanza de las posiciones musulmanas en la frontera con Castilla. La fortaleza fue reedificada por orden suya, encargándose el general Gālib de la supervisión de las obras, que se extendieron a lo largo de diez años.
A partir de la década de 970, la narración de Ibn Ḥayyān recoge puntualmente la descripción de las distintas embajadas llegadas a Córdoba desde territorio cristiano, claro testimonio de la supremacía política reconocida al soberano omeya. La primera de ellas, en junio de 971, fue la encabezada por Bon Filio, enviado por el conde de Barcelona, el cual manifestó su sumisión al Califa entregándole treinta cautivos musulmanes, además de otros obsequios, como brocados y armas. Al mes siguiente fue también recibido un emisario del conde de Astorga, Gundisalvo, el cual informó al Califa de la presencia de barcos normandos que habían remontado el Duero, penetrando en el territorio de Santaver. Todavía en agosto visitaron Córdoba otros dignatarios para renovar los pactos y treguas, como los enviados de Sancho Garcés II Abarca, los de la reina Elvira, regente en León, los del conde de Salamanca y el conde de Castilla, todos los cuales informaron al Califa de las situaciones respectivas de sus territorios, siendo agasajados en sus despedidas con generosos regalos.
La actividad diplomática continuó durante los años 973-974, con la llegada a Córdoba de nuevos emisarios procedentes de León y Cataluña. Sin embargo, a partir de esa última fecha se registraron algunos cambios, en especial por lo que se refiere a la actitud del nuevo conde de Castilla, Garci Fernández, el cual emprendió en septiembre una campaña contra el castillo de Deza, situado al nordeste de Medinaceli, en tierras de Soria. El Califa reaccionó de inmediato ordenando detener a la embajada castellana que había abandonado Córdoba justo en la víspera, siendo apresados en Caracuel y encarcelados. En abril del año siguiente (975), el propio conde castellano atacó el castillo de Gormaz, siendo repelido por el general Gālib, comandante en jefe de las fuerzas musulmanas y hombre de la máxima confianza del Califa.
Así pues, durante la época de al-Ḥakam el califato de Córdoba se encontraba sólidamente asentado en sus bases territoriales peninsulares y norteafricanas, erigiéndose como una de las potencias políticas de la época en el ámbito mediterráneo. Las únicas noticias de amenaza exterior en territorio musulmán que se registraron en este época fueron las protagonizadas por los normandos: en 966, un siglo después de las primeras apariciones de estos pueblos en territorio peninsular, registradas a mediados del siglo IX, un contingente de veintiocho naves de los maŷūs, como los designan las fuentes árabes, fue detectada por el gobernador de Alcacer do Sal, siendo enviada una flota desde Sevilla que se enfrentó a ellos en la desembocadura del río de Silves. Con posterioridad, los Anales de Ibn Ḥayyān registran en el año 971 otra amenaza normanda que, desde las costas cantábricas, se dirigía hacia las del Algarve. El Califa ordenó al almirante Ibn Rumāḥis, que estaba entonces en Córdoba, dirigirse hacia Almería, sede de la flota califal, para ponerse al frente de la expedición, que sería secundada por tierra por el propio Gālib. Finalmente, en esta ocasión los normandos fueron puestos en fuga sin que fuese necesario llegar a combatir con ellos. Todavía un año más tarde, en 972, de nuevo Ibn Ḥayyān menciona que el Califa reunió a sus visires y demás autoridades competentes para informar de los ataques normandos en la zona del Algarve, ordenando la organización de una expedición contra ellos, si bien de nuevo los agresores huyeron antes de que las tropas califales se enfrentasen a ellos. Junto a estas amenazas normandas, que no llegaron a generar situaciones de peligro real, uno de los escasos reveses experimentados por el califato omeya que cabe mencionar es la pérdida del núcleo de Fraxinetum, en la costa azul francesa, establecido a finales del s. IX al margen de las directrices del califato cordobés pero que acabó estando bajo su órbita, siendo sometido por la aristocracia provenzal en 972-973.
Por lo que se refiere a la situación interna, esta época se define, asimismo, por la ausencia de referencias a tensiones políticas o sociales graves. Ello permitió al Califa desarrollar una amplia e intensa actividad de construcciones y reformas urbanísticas en la capital, destacando la ampliación de la aljama cordobesa, una necesidad urgente debido al crecimiento experimentado por la población cordobesa, tarea que fue confiada a su chambelán (ḥāŷib) Ŷa‛far b. ‛Abd al-Raḥmān al-Ṣiqlābī al día siguiente de su proclamación. La ampliación fue acompañada de la mejora de algunos servicios, entre los que destaca la implementación de un sistema de agua corriente hasta las fuentes de la aljama y las dos salas de abluciones a través de tuberías de plomo. La mejora de los servicios urbanísticos en Córdoba se completó con las tareas de reparación del puente romano, que exigieron la construcción de una presa para desviar el agua y poder acceder a las bases de los pilares, en mal estado, así como remozar los molinos situados en la zona del arrecife. También se llevaron a cabo obras de ampliación del zoco de los ropavejeros, lo que obligó al traslado de la Casa de Correos, así como obras de ensanche de la calle central del zoco principal. Finalmente, sabemos que el Califa se preocupó de que el cementerio de Umm Salama fuese asimismo ampliado, otro síntoma del crecimiento de la población cordobesa durante el califato.
Desde el punto de vista político, no cabe duda de que uno de los procesos principales que tuvo lugar en esta época fue la meteórica ascensión de Muḥammad b. Abī ‛Āmir, el futuro Almanzor, quien desarrolló una rápida carrera política que le permitió encontrarse en una posición privilegiada para gestionar la crisis desencadenada a la muerte del califa, relegando al débil Hišām II y usurpando el poder. Las fuentes árabes insinúan que supo ganarse el favor de Ṣubḥ, la esposa favorita del Califa, aunque no menos relevante fue el apoyo de Ŷa‛far b. Utmān al-Muṣḥafī, visir y hombre clave en el gobierno omeya. El comienzo de su ascenso se produjo en 967, cuando fue nombrado tutor-administrador de los bienes del hijo primogénito del califa, ‛Abderramán, que habría de morir al poco tiempo. Paulatinamente, Ibn Abī ‛Āmir fue ocupando posiciones, dignidades y magistraturas de gran relevancia en el esquema administrativo del califato. Ese mismo año fue designado director de la ceca, cargo que en la práctica equivalía al de ministro de finanzas, otorgándole una posición de enorme poder e influencia. Su presencia al frente de la ceca se asocia a la reanudación de las emisiones de monedas de oro, interrumpidas desde la época de ‛Abd al-Raḥmān III. Prueba de su ambición es que su nombre aparece grabado en las monedas, al principio solo en las que no llevaban el nombre del Califa, pero a partir de 970 ya asociado al del Soberano. En 972 ocupó el puesto de jefe de la policía. Luego, en 973-974, fue enviado como gran cadí de las posesiones califales en el Magreb, con la misión de controlar los fondos allí transferidos por los generales omeyas y, a su vuelta, volvió a ocupar el puesto de director de la ceca.
Entre las actividades desarrolladas por el Califa, las fuentes suelen detenerse en aquellas que lo significan como buen musulmán, en especial las actividades piadosas y de beneficencia, que solían ser puntualmente efectuadas por al-Ḥakam con ocasión de circunstancias diversas. Así, por ejemplo, al comienzo del mes de ramadán era costumbre el reparto de limosnas y también las exenciones de impuestos y el reparto de pan cuando se registraban malas cosechas. Fue, asimismo, el califa al-Ḥakam un personaje aficionado a las letras y amante del arte, uno de cuyos méritos principales fue completar la formación de una extraordinaria biblioteca en el alcázar, probablemente una de las mejores de su tiempo.
La ausencia de discordias internas graves no implica la inexistencia de grupos o focos de oposición y disidencia, de los cuales apenas tenemos noticia, aunque parece que su capacidad de influencia política era bastante limitada. A ello aluden las noticias que mencionan la detención, en 972, de un grupo de poetas que se dedicaban a la sátira política, criticando al Califa, o también el asalto de la cárcel de Sevilla en 974 por un grupo de ‘criminales’, entre los que se encontraban miembros de algunas familias de relevancia social.
Aunque los veintiséis años de ejercicio del poder por al-Ḥakam II transcurrieron sin sobresaltos ni problemas políticos o militares graves, no sucedió lo mismo respecto a su sucesión, envuelta en unas circunstancias muy particulares que fueron aprovechadas a la perfección por Ibn Abī ‛Āmir para ocupar un lugar de protagonismo y hacerse con el control del poder, usurpándolo en su beneficio, pese a lo cual la calificación de ‘dictador’ que se le ha dado en la historiografía tradicional resulta totalmente inapropiada, pues incurre en el anacronismo. De esta forma, puede decirse que la problemática sucesión de al-Ḥakam II fue uno de los factores desencadenantes de la crisis del califato de Córdoba, ya que vino acompaña de la usurpación del poder por Almanzor, que introducirá un elemento de desestabilización en el poder. El problema político que se suscitó tras la muerte de al-Ḥakam II fue creado por el propio Califa al decretar en vida la proclamación como su sucesor de su hijo Hišām siendo aún niño. La razón de este designio ha de buscarse, en parte, en la tardía paternidad del Califa, quien no había generado descendencia cuando, a los cuarenta y seis años de edad, sucedió a su padre ‛Abd al-Raḥmān III, de modo que su prole vino a partir de entonces, si bien las fuentes árabes no son unánimes respecto al número de sus hijos, de los cuales sólo se conoce, con total seguridad, a dos de ellos. En cualquier caso, es obvio que el problema angustiaba al Califa, pues, debido a su avanzada edad, estaba ansioso por tener un hijo.
Las fuentes se contradicen a la hora de establecer el número de hijos habidos por al-Ḥakam. Aparte de Hišām, el único cuya identidad resulta cierta es ‛Abd al-Raḥmān, engendrado con la favorita de al-Ḥakam, la vascona Ṣubḥ: nacido en 351/9 de febrero de 962-929 de enero de 963, murió de forma prematura en fecha que podemos situar en torno al 4 de ramadán de 359/11 de julio de 970, cuando contaba entre siete y ocho años. Las fuentes fechan el nacimiento de Hišām tres años después del nacimiento de ‛Abd al-Raḥmān, el domingo 8 de ŷumādà I de 354/11 de junio de 965. El fallecimiento prematuro del primogénito y la poderosa influencia de Ṣubḥ lo convirtieron pronto en el candidato oficial a la sucesión de al-Ḥakam.
A partir del fallecimiento de su hijo ‛Abd al-Raḥmān, uno de los principales objetivos políticos de al-Ḥakam, probablemente el más importante, fue lograr que Hišām fuese aceptado como heredero y sucesor suyo. Su determinación a este respecto fue inequívoca, pero ello no estuvo exento de problemas, debido a la la bisoñez del heredero, por un lado, y la avanzada edad y mala salud de al-Ḥakam, de otro, factores que abocaban a la poco halagüeña perspectiva de que un niño pudiese ser proclamado califa. En estas circunstancias, la decisión de al-Ḥakam no encontró buena acogida en todos los medios oficiales cordobeses y, para mitigar las resistencias, el régimen Omeya puso en marcha un conjunto de actuaciones organizadas de manera secuenciada con el objetivo de convencer a todos de la conveniencia de que la sucesión recayera en Hišām. A lo largo de cuatro años, desde 360/971 hasta 363/974, tuvo lugar un amplio y sistemático despliegue de actividad propagandística, con el objetivo de presentar a Hišām como el legítimo heredero y reclamando la necesidad de prestarle la bay‘a. Todo este esfuerzo, sin embargo, estuvo a punto de no servir para nada, puesto que Hišām cayó enfermo de viruela durante un mes y medio a comienzos de 363/974, desde mediados de ŷumādà I (11 de febrero) hasta el primero de raŷab (28 de marzo), siendo celebrada su curación con una recepción oficial realizada en el Alcázar cordobés el día 12 de raŷab (8 de abril) a la que asistieron todos los grandes dignatarios y funcionarios estatales, quienes públicamente alabaron y dieron gracias a Dios por su recuperación, en una nueva ceremonia que subrayaba su condición de heredero y que sirvió de preámbulo para su inmediata presentación oficial ante la corte como sucesor del Califa al-Ḥakam.
La salud del Califa era muy precaria y estuvo alejado de toda actividad durante un mes y medio, desde el 12 de rabī‛ I al 28 de rabī‛ II de 363/30 de noviembre de 974 al 15 de enero de 975, lo que exigía una inmediata proclamación del heredero con el fin de asegurar su sucesión. Por recomendación de los médicos, al-Ḥakam abandonó el palacio de Medina Azahara, donde el frío de la sierra podía perjudicarle más, y se trasladó a Córdoba. A partir de entonces, Hišām da inicio a su actividad política acompañando al Califa en los actos y decisiones de gobierno. El 7 de ša‛bān (22 de abril) asiste, junto al visir Ŷa‛far b. ‛Utmān al-Muṣḥafī, mano derecha del Califa, a la audiencia privada que al-Ḥakam concedió al general Gālib b. ‛Abd al-Raḥmān para analizar los problemas en la frontera. Pocos meses después, el 2 de šawwāl de dicho año (15 de junio), padre e hijo se mostraron sobre la puerta de la Azuda del alcázar para repartir limosnas a los pobres situados abajo. Más aún, el 4 de ša‛bān (19 de abril), el heredero aparece ejerciendo acciones de gobierno en nombre de su padre, ordenando a ‛Abd al-Raḥmān b. Yaḥyà b. Muḥammad al-Tuŷībī que partiese hacia Zaragoza para reforzar la frontera superior, agitada por los ataques cristianos, acción que repitió meses más tarde, el 27 de ramadán (10 de junio), con ‛Abd al-‛Azīz b. Ḥakam al-Tuŷībī.
A comienzos de 976, menos de dos años después de su presentación oficial como heredero, tuvo lugar la celebración de la bay‛a de Hišām o, habría que decir más bien, de la primera bay‛a, ‘de heredero’, previa a la segunda, que se celebró meses después, tras la muerte de al-Ḥakam. La decisión de celebrar esta bay‘a de proclamación de heredero respondía a la lógica de la situación Otra alternativa hubiera sido trasladar la sucesión a algún pariente cercano, que no podría haber sido otro que alguno de sus tres hermanos, quienes, después del propio al-Ḥakam, eran los principales miembros de la dinastía, pero la opción del Califa fue desde el principio la de su hijo, tanto por lógicos motivos personales como porque inclinarse por alguno de sus hermanos implicaba sacar la sucesión de su propia descendencia, lo cual habría supuesto la ruptura de una tradición secular.
En principio, la bay‛a es, en la tradición islámica, la ceremonia de proclamación del soberano, que marca el inicio de su gobierno. Aquí, en cambio, nos encontramos con una bay‛a de proclamación de heredero hecha en vida del soberano. La cuestión que se plantea es hasta qué punto esta bay‛a de heredero supuso una novedad o la continuación de una tradición previa. Las fuentes no aluden a su carácter extraordinario, lo cual parece indicar que lo contemplaban como una situación natural. Sin embargo, la tradición Omeya en al-Andalus parece haber sido hasta ese momento que la bay‛a se celebrase siempre justo después de la muerte del califa gobernante, de tal forma que sólo hay constancia de una bay‛a de heredero antes de Hišām. Se produjo en época de al-Ḥakam I, a comienzos del siglo IX, y estuvo motivada por los sucesos del motín del arrabal de Córdoba.
Nueve meses después de la bay‛a, a primeros de octubre de 976, murió al-Ḥakam II, víctima de la hemiplejia sufrida a finales de 974 y habiendo padecido una larga enfermedad. A partir de este momento se desencadenan una serie de acontecimientos que van a alterar completa y definitivamente la realidad política del califato cordobés. Al día siguiente de su muerte se renovó la bay‛a en favor de Hišām, que quedó, de esta forma, proclamado califa. Las fuentes divergen al indicar la fecha de la muerte de al-Ḥakam y de la consiguiente proclamación de Hišām. Algunas apuntan que, en los primeros momentos, la noticia se ocultó debido a la minoría de edad del heredero, jugando un papel clave en la aceptación del menor Hišām su madre Ṣubḥ. La situación se resolvió a favor de los intereses de Ibn Abī ‛Āmir, el cual se encargó de neutralizar la jugada de los oficiales esclavones eliminando a su candidato, al-Mugīra, hermano del Califa, quien fue asesinado por orden directa suya. De este modo, el camino quedaba expedito para él, dada la inoperancia del joven, débil e inexperto Califa, fácilmente manipulable.
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Alejandro García Sanjuán