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Al-Muqtadir b. Hud

Biografía

Al-Muqtadir b. HūdAḥmad b. Sulaymān al-Mustaīn  b. Hūd ‘Imād al-Dawla al-Muqtadir, Abū Ŷa‘far. ¿Zaragoza?, p. m. s. V H./ p. s. XI C. – ¿Zaragoza?, 475 H./1082 C. Rey de la taifa de Zaragoza (439 H./1047 C.-474 H./1081C.).

Segundo rey, en la taifa de Zaragoza, de la dinastía de los Banū Hūd, que eran de origen árabe de Ŷudām, instalados en al-Andalus en el siglo VIII. Su padre y antecesor Sulaymān al-Musta‘īn  dominó toda la Marca Superior, con Calatayud, Daroca, Huesca, Barbastro, Lérida y Tudela, enclaves que repartió a sus hijos como gobernadores: a Aḥmad confió su sucesión en Zaragoza, a Muḥammad Calatayud, a Lubb Huesca, a Mundir Tudela y a Yūsuf Lérida; y destacó en el “partido árabe”, aglutinado por Sevilla alrededor del reconocimiento al falso califa Hišām II, cuya mención aparece en monedas de Sulaymān y sus sucesores, como también hizo Aḥmad al-Muqtadir, hasta 1082-1083, llevando su ficción al extremo, pues entonces el califa omeya Hišām II habría cumplido unos ciento veinte años. Ambas acciones de al-Musta‘īn marcaron el rumbo de su taifa, pues el reparto territorial provocó problemas políticos y fragmentaciones, como muestran las acuñaciones: existen monedas de Sulaymān al-Musta‘īn hasta 1045-1046, y después las acuñaciones se diversifican.

Cada uno de sus mencionados hijos se alzó independiente en su lugar, y durante unos años acuñaron moneda en Lérida, en Calatayud (desde 438 H./1046-1047 C. en oro y plata, y en 439-440 H./1047-1049 C. a nombre de Muḥammad, hijo de Sulaymān al-Musta‘īn), en Huesca (en plata, a nombre de Lubb, hijo también de Sulaymān al-Musta‘īn, en 439 H./1047-1048 C.) y en Tudela (desde 439 a 442 H./1047-1051 C. por otro hijo de dicho al-Musta‘īn, llamado Munḏir; en plata, con ceca de al-Andalus además de la de Tudela), además de las acuñaciones de Aḥmad en Zaragoza (en 438 H./1046-1047 C.), indicio de que debieron producirse graves conflictos sucesorios, pues incluso la autoridad de Aḥmad en Zaragoza parece discutida por un interregno de su sobrino Sulaymān, hijo del señor de Lérida Yūsuf Tāŷ al-Dawla; este Sulaymān habría emitido moneda entre 439 y 441 H./1047-1050 C., año, este último, en que de nuevo las monedas de Zaragoza llevan el nombre de Aḥmad.

En todo caso, Aḥmad sucedió en Zaragoza a su padre Sulaymān al-Musta‘īn, que había muerto en 1047; volvió a acuñar moneda, dirhemes de plata (pero no, todavía, dinares de oro) en 1049-1050, y se dedicó a reunir las tierras dispersas entre sus hermanos, tomando primero Huesca, luego Calatayud y después Tudela, hacia 1051, sin lograr reducir a su hermano Yūsuf de Lérida, que empezó a ser ayudado por los condes catalanes y por el rey de Pamplona, a todos los cuales pagaba parias. También Aḥmad, desde Zaragoza, tributaba al conde barcelonés, a Ramón de Cerdaña, a Armengol de Urgel, a Ramiro I de Aragón y a García de Pamplona, entre 1048 y 1063. Fernando I de Castilla empezó a hostigar Zaragoza desde 1060, consiguiendo al fin también sus parias, que pagaban unas veces la paz, y otras veces las ayudas contra las pugnas internas.

Dos éxitos expansionistas logró Aḥmad ibn Sulaymān: la taifa de Tortosa, en 1060-1061, siendo allí acatado por los tortosinos, y, en 1076, Denia también le reconoció, por negociación con sus gentes, que depusieron su obediencia al rey deniense ‘Alī Iqbāl al-Dawla, yerno del rey zaragozano. Este último, para entonces, ya se titulaba ‘Imād al-Dawla (“Pilar del Estado”), al que añadió pomposamente el sobrenombre pseudocalifal de al-Muqtadir (“el Poderoso”), tras su sonado triunfo en recuperar la ciudad de Barbastro, que había sido conquistada, en 1064, por pirenaicos y ultrapirenaicos, frente a los cuales esta vez sí cerraron filas las gentes de al-Andalus, apelada su solidaridad por una conmovedora circular del secretario Ibn Abd al-Barr.

El señor de Zaragoza, al mando de un numeroso ejército salvador, recobró Barbastro el 19 de abril de 1065. Este incidente bélico, como todo tipo de episodios fronterizos, propició contactos directos con la rica cultura andalusí, como el protagonizado por los conquistadores cristianos de Barbastro, durante aquellos meses de su permanencia en la ciudad, entre 1064 y 1065, según transmitió el cronista cordobés Ibn Ḥayyān en un pasaje resumido por R. Menéndez Pidal al señalar las influencias de la lírica andalusí en la europea: “Un mercader judío fue encargado de rescatar las hijas de un rico musulmán, cautivas en poder de un conde de los conquistadores de aquella ciudad. El judío, llegado a Barbastro, expuso el objeto de su visita al conde, el cual, después de hacer a una de las cautivas sacar a la sala montones de telas ricas, vestidos preciosos, oro y alhajas, dijo: “Aunque no tuviese nada de esto y me ofrecieses mucho más, no entregaría las cautivas. Esta que ves ahí es mi predilecta. Aquella otra, tan hermosa, es una incomparable cantora; era la que más quería su padre”. Y luego, chapurreando el árabe, mandó a la cautiva que cantase [...] comenzó una canción árabe, y el conde la escuchaba, haciendo gestos de la mayor complacencia y embeleso [...]”. Esta anécdota de Barbastro puede tener relación directa —añade Menéndez Pidal— con la cuestión del primer trovador conocido, pues el duque de Aquitania, Guillermo VIII, futuro padre de Guillermo IX el trovador, tomó parte principalísima en la cruzada [de Barbastro]”.

Esta ocupación cristiana, aunque breve, fue el primer gran aviso de los avances aragoneses, llegando a entrar el rey de Aragón en Alquézar, en 1065, contra lo cual se precavió al-Muqtadir pagando parias a Sancho el de Peñalén de Pamplona, y concertándose con él en tratados de 1069 y 1073, que momentáneamente resultaban a los dos positivos frente al expansionismo de Aragón, aunque ambos tratados ya fijan una imposición de parias por parte del rey Sancho a al-Muqtadir: en 1069, el rey zaragozano se compromete a pagar al rey de Navarra mille numos de auro bono al mes, y aparte le entregará lo que debe pagar al conde Armengol de Urgel. En 1073, las parias que el zaragozano tiene que dar al rey de Navarra ascienden a doce mil mancusos de oro al año.

La presión sobre esta septentrional taifa de al-Muqtadir se manifestó también en algún episodio de polémica religiosa, como la mostrada por la llamada Carta del Monje de Francia, en la segunda mitad del siglo XI, precisamente cuando el Norte cristiano se torna tan amenazador para los andalusíes. La “carta” señala un período de beligerancia, en que el rechazo al ‘Otro’ se intensifica, lo cual ocurre más allá de cuál sea la autenticidad completa del acontecimiento, referido en un manuscrito de El Escorial, muy analizado por los investigadores. Quizás no se trate de una correspondencia real, sino figurada, entre un genérico “monje de Francia” y el gran teólogo y polemista musulmán al-Bāŷī, en nombre del rey de Zaragoza al-Muqtadir, pero su escenificación textual no se hizo de forma arbitraria, pues, tras lo representado en ese texto árabe, está el conocido interés polemista cristiano-islámico de Cluny, e incluso podría relacionarse el episodio con el cluniancense Paterno, abad del monasterio aragonés de San Juan de la Peña y designado para la sede episcopal mozárabe de Zaragoza, cuyo nombramiento parece que hubo de refrendar el rey de aquella taifa, precisamente el padre y antecesor de al-Muqtadir, en 1040. La Carta y la respuesta reflejan bien la actitud desafiante cristiana y la argumentación defensiva musulmana, y el modo intenso con que vivían ese desafío los andalusíes del Valle del Ebro.

En extracto, la Carta recoge argumentos de la antigua polémica entre Cristianismo e Islam, y figura la invitación del monje al rey de Zaragoza “a que des prioridad al Reino Eterno sobre el perecedero”, y le ofrece “pruebas [de la excelencia] del cristianismo e indicio claro de su preeminencia”, siguiendo proposiciones sobre la divinidad de Jesucristo, el poder de Dios, la encarnación y la salvación del género humano, rechazando la veracidad del Islam. Y el teólogo al-Bāŷī, al responder, se luce citando una primera carta cristiana, traída por alguien que pretendía “la resurrección de los muertos y osamentas deshechas”, refutando que Jesús sea hijo de Dios, y rebatiéndole otras proposiciones cristianas, exponiendo a su vez el credo musulmán y pasando a defender la misión profética de Mahoma, alzando el Corán por encima de los Evangelios, por la garantía de su texto. Y acaba invitando al Monje a hacerse musulmán: “ayudándote en el mismo sentido que propone tu carta, abundando en tu mismo propósito: es posible que ése sea el modo más adecuado para conciliar tu voluntad, el medio más eficaz de rebatirte y ponerte remedio”.

Tras su toma de Denia, en 1076, al-Muqtadir se interesó por la taifa de Valencia, que entonces se encontraba bajo la órbita de la taifa de Toledo, y al-Muqtadir recurrió a pagar parias a Alfonso VI, para que le dejara hacer allá, dirigiéndose con sus tropas a la capital levantina, cuyo señor, Abū Bakr, tuvo la habilidad de reconocerle teóricamente como soberano, y de este modo participó también en las reacciones zaragozanas contra la ocupación de Alcocer por el Cid Campeador, desterrado de Castilla en 1081, y cuyos servicios al-Muqtadir decidió contratar, ya al final de su reinado, cuando también logró reducir a su propio hermano Yūsuf de Lérida, reuniendo así, aunque por poco tiempo toda la taifa zaragozana, que entonces alcanzó su máxima extensión, con tierras de Tortosa, Lérida, Huesca, Zaragoza, Tudela, Soria, Guadalajara, Teruel, Castellón, Alicante, y partes de Valencia. Debió enfermar gravemente al-Muqtadir en 1081, y sus dos hijos se pusieron a gobernar en su lugar: al-Mu‘taman en Zaragoza, Huesca, Tudela y Calatayud; Munḏir en Lérida, Monzón, Tortosa y Denia. Nueva y peligrosa fragmentación, con crisis interior, cuya solución al-Mu‘taman encomendó al Cid, viéndose así mermada su efectividad militar para contrarrestar el avance aragonés. Al-Muqtadir murió en 1082.

Aḥmad al-Muqtadir fue un soberano culto, a quien al-Šaqundī alaba en su “Elogio del Islam español”: “¿Tenéis en astronomía, filosofía y geometría un rey como al-Muqtadir ibn Hūd, señor de Zaragoza, que fue un prodigio en estas materias?”. En su corte destacó el judío Ibn Ḥasday, que fue visir-secretario de tres reyes sucesivos de la taifa (de al-Muqtadir, de al-Mu‘taman y de al-Musta‘īn II), escribiendo en árabe poesía y epístolas, con el cuidado estilo de un vate cortesano; otros ilustres judíos vivieron en la capital de al-Muqtadir, como el gran literato y pensador Ibn Gabirol, el cual, estando él mismo arabizado, criticaba a sus correligionarios de Zaragoza por descuidar el hebreo y usar en cambio el árabe y el romance. El estudio de las ciencias en el Valle del Ebro alborea desde el siglo IX, y se va afianzando, hasta la cima del XI, con un abrupto corte hacia los primeros años del siglo XII. Se cultivó la medicina y la farmacología, astronomía y astrología, matemáticas y geometría, y también la física. La corte zaragozana destacó precisamente por estas ciencias, bajo el mecenazgo de los Banū Hūd, y sobre todo de al-Muqtadir y de al-Mu‘taman. En la corte de Aḥmad al-Muqtadir destacaron prosistas y poetas como Ibn al-Dabbāg, Ibn ‘Ammār, Ibn Ŷafar al-Qaysī, al-Ḥusrī … llegados a Zaragoza desde diversos lugares, además de otros literatos oriundos del Valle del Ebro, entre los que sobresale al-Ŷazzār, “el Carnicero”, del que ahora contamos con su Dīwān, en que se incluye un poema sobre la sucesión de al-Muqtadir por su hijo al-Mu‘taman, en 1081. Estos poetas elogiaron a los Banū Hūd.

La importancia política de al-Muqtadir tuvo su reflejo artístico, especialmente a través de su palacio de la Aljafería, al-munyā al-ŷa‘fariyya, “la almunia de [Abū] Ŷafar [Aḥmad al-Muqtadir]”, cantada en los versos del propio rey constructor: “¡Oh, alcázar de la alegría, oh, salón de oro!, con vosotros colmé mis anhelos…”.

 

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María Jesús Viguera Molins

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