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Manuel Joaquín González de Acuña y Sanz Merino

Biografía

González de Acuña y Sanz Merino, Manuel Joaquín. Panamá (Panamá), 9.VI.1748 – 21.VII.1813. Canónigo magistral y maestrescuela de la catedral de Panamá, obispo de Panamá.

Era hijo de Petronila Sanz Merino y de Francisco González de Acuña, ambos vecinos y de las principales familias de aquella ciudad. Fue bautizado en la parroquia de La Merced y su padrino fue el oidor licenciado Antonio Sanz Merino, tío de Manuel Joaquín. Su padre fue diputado del comercio en la ciudad de Panamá, familiar del número y receptor del Tribunal de la Inquisición, y electo por el Cabildo de Panamá alcalde ordinario y procurador general.

Empezó sus estudios superiores en Panamá, en la Real y Pontificia Universidad de San Francisco Javier, fundada en 1749 y regentada por los padres de la Compañía. Inició allí sus estudios de Teología y se graduó de maestro de Filosofía. Al ser clausurada esta Universidad tras la expulsión de los jesuitas, se trasladó a Santafé de Bogotá, donde, después de certificar “su legitimad y nobleza”, tomó beca del colegio de San Bartolomé el 17 de octubre de 1768. Continuó allí estudiando Teología Escolástica, participando en actos extraordinarios de Filosofía y Teología Moral y Escolástica, presidiendo algunos de Filosofía y sosteniendo argumentaciones públicas de comunidades, hasta su graduación. Continuó estudiando en la misma ciudad de Santafé en la Universidad de Santo Tomás, donde recibió los grados de bachiller, maestro y doctor en Teología el 15 de julio de 1770; de bachiller, licenciado y doctor en Cánones el 8 de febrero de 1774 y de bachiller, licenciado y doctor en Derecho Civil entre el 23 y el 26 de marzo del mismo año.

Regresó a Panamá a principios de 1776 e hizo oposición a la vacante de canónigo magistral de la catedral de Panamá que se encontraba vacante, pero como no hubo oposición por no haber concurrido ningún otro, no se le otorgó, aunque las autoridades dejaron constancia de que tenía los méritos para obtenerla, recomendándolo al Rey para que se le confiriese esta prebenda. Con planes de viajar a España para gestionar este nombramiento, el 24 de octubre de ese año recibió del obispo de Panamá fray Francisco de los Ríos Armengol sus dimisorias, para que cualquier prelado en la madre patria le pudiese conferir las sagradas órdenes mayores a título de las Capellanías que poseía en Panamá.

Gracias a que contaba con suficientes bienes económicos, suyos propios y sobre todo de su padre, el año siguiente pudo costearse el viaje a España. Se embarcó en Portobelo con destino a Cartagena y de allí, en la fragata San Nicolás de Bari, navegó hasta Cádiz, adonde llegó el 14 de junio de 1777. Se dirigió a Madrid para cabildear sus pretensiones ante el Real y Supremo Consejo de Indias y el 5 de diciembre del mismo año, después de Consulta de Cámara del Consejo de Indias, el Rey le nombró canónigo de la catedral de Panamá.

En 1779 González de Acuña se encontraba de regreso en su ciudad natal, donde tomó posesión de la canonjía magistral y fue ascendiendo en el escalafón del Cabildo catedralicio, al parecer sin mayores dificultades, hasta alcanzar la maestrescuelía. Esta prebenda gozaba de sólo 800 pesos anuales, lo que era muy poco para una ciudad tan cara como lo era Panamá. Para la década de 1790, con los gastos que había hecho para viajar a Madrid, y teniendo que mantener a tres hermanas, ya que su padre había fallecido, se encontraba en apuros económicos. Aprovechó entonces que estaba vacante el obispado de Panamá al ser nombrado su último obispo, Remigio de la Santa y Ortega, para la diócesis de La Paz, para solicitar la prelatura panameña. Una minuta del Consejo de Indias firmada en Aranjuez el 1 de mayo de 1797 proponía al Rey que nombrase a González de Acuña obispo de Panamá. El Rey acogió esta propuesta y le nombró. El nuevo obispo entraba a gobernar la diócesis panameña el 10 de marzo del año siguiente.

Alegando pobreza personal y de la diócesis, una de las primeras acciones de González de Acuña como obispo fue solicitar una ayuda de costa de 3.000 pesos en las vacantes de la mitra panameña, basándose en otros precedentes, como la que recibió por el orden de 5.000 pesos su predecesor Remigio de la Santa. Al parecer se le concedió lo que pedía.

Mientras fue prebendado, el futuro obispo había mantenido buenas relaciones con el Cabildo. En 1787 esta corporación había escrito al Rey recomendándole por sus “méritos y apreciables circunstancias”, que acompañaba con una “Relación de Méritos y Servicios de González de Acuña”. Cuando se supo que había sido electo obispo, todos en Panamá lo celebraron. Pero estas simpatías cambiaron cuando llegó a la mitra. Durante su mandato, González de Acuña evidenció un temperamento conflictivo, irritable, poco flexible, rígidamente apegado a los formalismos de la ceremonia y de firmes ideas conservadoras, lo que le ocasionó muchas confrontaciones personales con importantes miembros de la comunidad, con altos funcionarios de gobierno, con un prebendado de la catedral, y aún con el propio virrey.

Para 1809 ya se había acumulado un grueso expediente de quejas contra él, encabezadas por el Cabildo en pleno y el gobernador Juan Antonio de la Mata y Barberán. Se quejaban de que se habían frustrado “las esperanzas que había depositado el pueblo en él”, y se le acusaba de “arbitrario y despreciativo con todos los que no le rinden los respetos que exige”. Daban cuenta con testimonios adjuntos, de las discordias que mantenía permanentemente con el Cabildo, “asegurando que no se conseguirá la armonía entre el pueblo mientras permanezca este obispo”. Concluían suplicando al Rey que remediara esta situación. El gobernador Mata, por su parte, lo calificaba de irascible y “criminoso”, recordando que había apaleado a un esclavo introducido de contrabando y luego reclamado la recompensa por haberlo aprehendido. Los exabruptos del obispo con el pueblo tenían a la comunidad alarmada, y el Cabildo había acordado no asistir a los actos religiosos donde oficiaba el prelado. En un arranque de ira el obispo amenazó con abandonar la mitra, pero Mata no le aceptó la renuncia.

El obispo también se enemistó con el virrey Benito Pérez, quien escribió: “Una experiencia bien amarga me ha hecho conocer que este reverendo obispo no puede contenerse en los límites de la prudencia, y es su carácter genial y su espíritu siempre inquietos, no se alimentan ya sino de promover disgustos, etiquetas y alteraciones”. El virrey hasta llegó a solicitar a la Corona el traslado del obispo a otra diócesis, pero el obispo murió muy poco después.

Uno de los incidentes que enfrentaron al obispo con el gobernador y los capitulares fue el referente a la construcción del cementerio fuera de la ciudad de Panamá. Cuando el gobernador y capitán general de Panamá, Juan Antonio de la Mata, trató de aplicar las órdenes reales para que se establecieran cementerios fuera de los centros urbanos, el obispo se opuso tajantemente. Respondiendo a nuevas políticas sanitarias, la Real Cédula para construir cementerios en los extrarradios se había expedido el 27 de marzo de 1789, y en 1806 el comandante de ingenieros militares acantonados en Panamá presentó al gobierno un presupuesto para el que se construiría en la ciudad de Panamá por 19.720 pesos 7 reales, suma que el gobernador Mata consideró excesiva.

Mientras debatían el presupuesto y la localización del cementerio, se presentó otra confrontación entre el obispo González de Acuña y el Cabildo secular de la ciudad de Panamá, que pretendía que los muertos fuesen conducidos directamente de sus casas al cementerio sin pasar por las iglesias, para así evitar el pago de los derechos parroquiales. El obispo reaccionó airadamente, denostando a los capitulares con palabras descompuestas que éstos sintieron como ofensivas. Los agraviados elevaron su queja al gobernador Mata, que también quedó atrapado en la querella. Y aunque el Consejo de Indias acabó confiriéndole la razón al obispo, el daño ya estaba hecho. Sería una de las muchas confrontaciones que tendría el obispo con la elite y el gobernador, que recrudecieron hasta niveles críticos durante el dilatado período de las guerras de Independencia.

Durante su administración diocesana, uno de los logros de González de Acuña fue continuar con las obras de la catedral, entonces recién consagrada por su antecesor, pagando de sus propias rentas la construcción del altar mayor a un costo de más de 7.000 pesos. Introdujo de España gran cantidad de ornamentos litúrgicos para sustituir los anteriores, ya desgastados por el uso, deteriorados o faltantes; hizo llevar de Trujillo (Perú) varias campanas y mandó retocar y pintar la catedral hasta dejarla como nueva. Puso, asimismo, interés en reparar la iglesia de San Felipe Neri, muy deteriorada por los incendios que había sufrido la capital, y trasladó el seminario mayor a otro sitio para que quedara junto al mar, ampliando el edificio que para ese propósito compró y dotándolo del mobiliario y equipamiento necesarios. En 1804, hizo llevar de Lima una campana para la iglesia de Chame, un pueblo del interior, que tendría una inscripción con su nombre.

Cumpliendo con la importante obligación de visitar su diócesis, el obispo González de Acuña realizó varias visitas al interior de Panamá, levantando las correspondientes actas e inventarios de libros de fábrica de las iglesias visitadas. Pero el informe más acabado fue el que realizó en 1805, cuando llegó a visitar la lejana provincia de Chiriquí, en el extremo occidental de la diócesis. Firmó este informe el 30 de julio de ese año. Una copia del manuscrito se conserva en la colección Mata Linares de la Real Academia de la Historia, en Madrid, otra en el Archivo General de Indias. Es uno de los registros de visitas diocesanas más completo que se conserva para Panamá y constituye una fuente documental de primera importancia, ya que en este informe recoge con detalladas descripciones lo que había observado en sus visitas anteriores.

No sólo trata de asuntos eclesiásticos y sobre cada una de las órdenes religiosas, las condiciones y características de la catedral y otras iglesias, sino también sobre temas demográficos, la situación económica, la administración y otros aspectos de interés para el conocimiento de Panamá de fines del siglo xviii y comienzos del xix.

El obispo González de Acuña tuvo también diferencias con Juan de Dios Ayala, gobernador de Darién y luego de Veragua, así como con el virrey Benito Pérez, que ejerció su incumbencia en Panamá durante las guerras revolucionarias, entre el 21 de marzo de 1812 y el 4 de agosto de 1813, cuando murió. Y continuó teniéndolas con el gobernador Antonio Mata y el Cabildo secular. En la década de 1810 surgieron nuevas diferencias con el Cabildo cuando éste le insistió para que promoviera al maestrescuela Juan José Cabarcas a una jerarquía superior dentro del escalafón del Cabildo catedralicio, pero el obispo se rehusó a acceder. Aunque a Cabarcas le sobraban méritos y gozaba del respaldo de la comunidad, González de Acuña nunca aceptó concederle su promoción. Su antipatía hacia Cabarcas, que era tanto de carácter personal como ideológico, fue agravándose con los años, y hasta el fin de sus días impidió que el maestrescuela pudiera ascender a otra prebenda.

Durante las guerras de independencia, las diferencias entre el obispo, el gobernador, el virrey, Cabarcas, el Cabildo capitalino y los vecinos se recrudecieron, pues la mayoría era de tendencias liberales, en tanto que el obispo era un conservador radical, celoso de los intereses de la Iglesia y recalcitrante realista. La crisis estalló en 1813 cuando se celebraban elecciones para la representación de Panamá en las Cortes de Cádiz. Entre los electores se encontraban José Ponciano de Ayarza y José Joaquín Meléndez, dos individuos con lejanos ancestros africanos, si bien eran criollos de varias generaciones. Ayarza era graduado en Leyes en Bogotá, y mediante el procedimiento de gracias al sacar había adquirido el derecho a ser tratado de don, y ambos electores gozaban de cierta fortuna y de respeto en la comunidad. Pero el obispo González de Acuña se refirió a ellos de manera ofensiva, acusándoles despectivamente por ser “originarios de África”. Se opuso a que tomaran parte en las elecciones y amenazó con impugnarlas. Sin embargo, lo que más irritaba al obispo era que uno de los candidatos era su archienemigo Cabarcas. Pero las elecciones se celebraron y Cabarcas fue elegido. Cuando el obispo se enteró del resultado electoral sufrió un ataque de ira que le produjo un fulminante colapso cardíaco del que murió. Se le dio sepultura el 21 de julio de 1813.

Al producirse el fallecimiento del obispo de manera tan intempestiva y en medio de un clima político inflamado por las pasiones, sus enemigos, lejos de condolerse por su deceso, se refirieron al hecho con expresiones de irrisión y burla. La sede quedaba vacante y entró a gobernarla interinamente Juan José Martínez, el arcediano de la catedral, confidente y asesor de González de Acuña y a quien Cabarcas atribuía la fobia que le tenía el obispo. Apenas transcurridos un par de días de la muerte del prelado, el arcediano Martínez, junto con otros prebendados catedralicios, escribió a la Corte acusando a Cabarcas de liberal, de mulato y de amigo de los revolucionarios de Cartagena. Pero estas tendenciosas acusaciones no tuvieron ningún efecto, ya que la Corte tenía constancia de la fidelidad del acusado, quien desde que se iniciaron los movimientos independentistas no sólo había hecho circular escritos en contra de la ruptura con la madre patria, sino que había aportado sumas considerables de dinero en favor de la causa realista. Martínez dirigió la diócesis durante varios años, hasta que en 1817 llegó el nuevo obispo, José Higinio Durán y Martel. Este obispo simpatizaba con las ideas liberales y era más proclive a contemporizar. En 1821 apoyó decididamente la ruptura de Panamá con España y fue uno de los firmantes del acta de independencia.

 

Fuentes y bibl.: Parroquia de la Merced (Panamá), Registro del bautismo de Manuel Joaquín, por el Dr. Agustín Ramón de Posada, Panamá, 23 de junio de 1748, Libro primero de bautismos, n.º 128 del sagrario de la catedral; Real Academia de la Historia (Madrid), Col. Mata Linares, t. 70 n.º 5, fols. 44-56, Informe del obispo de Panamá sobre la visita de su obispado y de su provincia de Chiriquí, Panamá, 30 de julio de 1805; Archivo General de Indias (Sevilla), Panamá, 301, Relación [impresa] de los méritos del doctor D. Manuel Joachín González de Acuña Canónigo Magistral de la Iglesia Catedral de Panamá, Secretaría del Supremo Consejo y Cámara de Indias, Madrid, 22 de septiembre de 1778; Panamá 288, Carta del Cabildo de Panamá al rey, Panamá, 15 de septiembre de 1787; Panamá 291, Expediente de D. Manuel Joaquín González de Acuña Sanz Merino electo obispo de Panamá sobre que se le conceda alguna ayuda de costa para ocurrir a los empeños que precisamente se le causarán, Cámara del Consejo de Indias, Madrid, 17 de mayo de 1797; Panamá, 371, Santa Fe, 630, Carta del gobernador J. A. Mata al rey, 9 de julio de 1809; Carta del gobernador J. A. A. Mata al rey, Panamá, 22 de febrero de 1813; Panamá, 294, Informe del obispo de Panamá sobre la visita de su obispado y de su provincia de Chiriquí, Panamá, 30 de julio de 1805; Panamá, 371, Carta del Cabildo de Panamá con documentos adjuntos sobre la conducta del obispo, Panamá, 9 de julio de 1809; Panamá, 272, Carta del Cabildo de Panamá al rey, Panamá, 3 de diciembre de 1811; Panamá, 296a, Expediente del Cabildo eclesiástico de Panamá sobre traslación a otra iglesia de don Juan José Cabarcas maestrescuela de la misma, Panamá, 7 de mayo de 1812; Panamá, 292, Expediente sobre la oposición magistral de la catedral de Panamá vacante por ascenso del doctor D. Tomas Antolín Baxo y Ocerín a la dignidad de tesorero de la misma catedral, Camara del Consejo de Indias, Madrid, 1802; Santa Fe, 630, Carta del virrey Benito Pérez al rey, Panamá, 22 de febrero de 1813.

P. Mega, Compendio Biográfico de los Iltmos. y Excmos. Monseñores obispos y arzobispos de Panamá, Panamá, 1958, págs. 231 y ss.; A. Castillero Calvo, “La independencia de 1821. Una nueva interpretación”, en A. Castillero Calvo (ed.), Historia General de Panamá, vol. II, Bogotá, Comité Nacional del Centenario de la República, 2004, págs. 31-34.

 

Alfredo Castillero Calvo