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Abu Zakariyya' b. Muhammad Ibn al-`Awwam

Biografía

Abu Zakariyya’ b. Muhammad, Ibn al-‘Awwam. Sevilla, s. m. s. XII – p. s. XIII. Agrónomo andalusí.

Prácticamente no se sabe nada de su vida. Las fechas de su nacimiento y muerte son muy imprecisas. Dentro de la escasez de noticias sobre su biografía, se piensa que pudo pertenecer a una destacada familia sevillana, que su formación científica fue sólida y que su ámbito de actuación como geópono se debió ceñir a la provincia de Sevilla.

Ibn al-‘Awwam fue autor de una obra titulada Kitab al-Filaha (Libro de Agricultura), de la que nos ocuparemos luego específicamente, que le ha convertido en el agrónomo andalusí más importante de la historia, en la que se recoge, además de muchas referencias a autores latinos y griegos, prácticamente todo cuanto se había dicho por los andalusíes que se habían ocupado de este tema antes que él, a los que podríamos llamar los miembros de la escuela agronómica andalusí.

Esta escuela tiene sus orígenes en el siglo X. Recoge informaciones teóricas y prácticas que proporcionan tres fuentes. La primera es oriental, procedente de autores egipcios, del Bajo Imperio romano, bizantinos y, especialmente, la famosa Agricultura Nabatea, obra que reúne noticias agrícolas, mágicas, botánicas y astrológicas, cuyo marco geográfico es Mesopotamia.

La segunda de las fuentes, que se basa en la aportación latina, la constituyen los datos proporcionados por distintos autores, entre los que destacan Columela, Varrón, Plinio, Paladio y Martialis. De modo general, se centran en el empleo de abonos, lucha contra las plagas, experimentación práctica y observación.

Por último, la fuente mozárabe, que es la que menos información proporciona, limitándose a los conocimientos contenidos en los textos latinos que guardaban los monjes cristianos en los monasterios.

En cuanto al desarrollo de una ciencia propiamente andalusí, podemos decir, de modo global, que las primeras manifestaciones aparecen a mediados del siglo IX, para consolidarse un siglo más tarde y alcanzar su mayor expansión en el siglo XI.

En el siglo X encontramos ya dos cordobeses destacados que dedicarán su atención a la agronomía, además de ocuparse de otras facetas científicas. Responden al tipo de polígrafo que tanto se dará entre los eruditos musulmanes, ligando, de manera especial, la medicina y la agricultura. El primero de ellos fue Abu l-Qasim b. Jalaf ibn ‘Abbas al-Zahrawi, muy conocido entre los latinos como Abulcasis o Albucasis, famoso, fundamentalmente, como médico. El otro gran personaje de este siglo es ‘Arīb ibn Sa‘īd, autor, entre otras obras, de la conocida por El Calendario de Córdoba.

El siglo XI es, sin duda, el de mayor esplendor de esta ciencia, tanto en el aspecto práctico como en el teórico, con la producción de una importante literatura agrícola. Es el momento en el que los gobernantes se interesan de modo decidido por el desarrollo de la agricultura, como fuente económica de primer orden. Coincidirá la protección real con un crecimiento demográfico que proporcionará mano de obra abundante, con lo que se iban a fundir la teoría recogida en los tratados y la práctica llevada a cabo diariamente por el agricultor, mientras, por otra parte, se producía una coincidencia de intereses entre las clases dominantes y las populares. La misma situación política, de fragmentación del Califato en reinos mucho más pequeños, contribuyó a ello, ya que los grandes latifundios de la corona de época califal se convirtieron en parcelas menores, y con la proliferación de minifundios gran parte de terrenos antes incultos se convirtieron en huertos y jardines de los que sus propietarios sacaban provecho económico.

En este siglo de reinos taifas, Toledo destacó entre otras ciudades por reunir a los más destacados científicos. Varios autores de renombre convivieron en la corte de al-Ma’mun ibn Di l-Nun, que dieron el gran impulso a la agronomía andalusí. El primero fue Ibn Wafid, destacado médico y botánico y, además, autor de una obra sobre agricultura que tuvo proyección posterior en la literatura agrícola castellana y concretamente en la obra de Gabriel Alonso de Herrera.

Contemporáneos, y también toledanos, fueron Ibn Bassal e Ibn al-Luengo (al-Lunquh), ambos, seguramente, discípulos de Ibn Wafid. A la caída de Toledo en manos cristianas, en 1085, o incluso antes, marcharon a Sevilla, a la corte de al-Mu‘tamid, y allí se dice que trabajaron en otro jardín botánico, cuya creación se atribuye a Ibn Bassal, quien puede ser considerado como el maestro de la escuela andalusí del siglo XI.

La llegada de Ibn Bassal e Ibn al-Luengo a Sevilla supuso su encuentro en aquella ciudad con otros eruditos interesados en la agronomía, con los que colaboraron en sus tareas científicas, y que serían los continuadores de la escuela de Toledo. De aquellos sevillanos citamos a Abu l-Jayr e Ibn Hayyay, ambos integrados en la corte de al-Mu‘tamid, además de un tercer personaje, un autor sin nombre conocido, llamado habitualmente El Botánico Anónimo.

Siguiendo con este siglo XI, junto a los toledanos y los sevillanos citados, debemos traer el nombre del granadino al-Tignarī. Como en el caso de los autores anteriores, también él se movió en círculos cortesanos, en este caso el de ‘Abd Allah, último rey zīrí de Granada.

Fuera ya de las mencionadas escuelas, aunque herederos de ellas, dos nombres cierran esta relación. El siglo XII conocerá al mayor de los geóponos, Ibn al-‘Awwam, y en el XIV se cerrará la lista con el almeriense Ibn Luyun.

Concluyendo, en el campo de la agronomía, de modo general, puede decirse que, los comienzos se hallan en Córdoba en el siglo X, seguida, tras la desaparición del Califato omeya, por Toledo en la primera mitad del XI, para culminar en Sevilla, ciudad que se puede considerar como sede de la escuela agronómica andalusí. En ella, coincidieron en el siglo XI, el de mayor auge, los geóponos toledanos que huían de la presión de Alfonso VI con los propios del lugar y algún foráneo, que trabajaron juntos en la corte de al-Mu‘tamid. No será extraño, por tanto, que en Sevilla surja la mayor figura que esta ciencia ha dado en al-Andalus: Ibn al-Awwam.

Siguiendo siempre unas líneas muy generales, se podría hablar de dos escuelas agronómicas: la toledana, más teórica, y la sevillana, en la que los aspectos prácticos prevalecen. Sin embargo, algún estudioso, como E. García Sánchez, considera que hubo una sola, la escuela andalusí, situada en Sevilla.

Como característica común, los agrónomos, además de ocuparse de la agricultura, descollaron en otros campos del saber, especialmente la medicina, dado que el uso de las plantas en ambas disciplinas creaba una gran implicación entre ambas, gestada, muy probablemente, con la llegada de la Materia Médica de Dioscórides, como regalo del emperador bizantino Constantino Porfirogeneta al califa ‘Abd al-Rahman III, y su pronta difusión en los círculos eruditos, entre ellos, claro está, el médico. Es destacable, también, la coincidencia de que todos, o casi todos, estos personajes pertenecieran a una clase social alta. No sabemos si ello puede explicar su buena formación intelectual y la proximidad con la corte que tuvieron.

En general, los tratados agrícolas andalusíes se difundieron muy pronto. Las continuas citas que unos autores hacen de otros, en muchos casos coetáneos, y de sus obras, nos muestran hasta qué punto se utilizaron. Ello, por otra parte, suponía que las noticias se mezclaban y así, con el paso de los siglos llegaron a confundirse unas obras con otras, haciendo que su identificación no siempre fuera fácil.

El tratado agrícola de Ibn al-‘Awwam, titulado Kitab al-Filaha (Libro de Agricultura), ya mencionado, fue durante bastante tiempo la única referencia que se tuvo sobre la agronomía andalusí. Responde al esquema clásico de este tipo de obras, en las que se comienza describiendo los distintos tipos de tierra que el agricultor puede encontrar, las formas para modificarla, cuando se precise, y prepararla para que en ella se siembre lo que en cada caso se requiera y el modo de nivelarlas a fin de que sean regadas correctamente. Se habla luego de las aguas, viendo, como en el caso de las tierras, los distintos tipos que hay y la conveniencia de emplear uno u otro, en función de la tierra y de los vegetales que regarán. Asimismo, se estudian los abonos que se necesitan según la época, la tierra o las plantas a los que se apliquen. En lo que se refiere a los vegetales, se les suele agrupar según sus afinidades (cereales, hortalizas, frutas), se analiza cuáles son aquellos cuya utilización se considera interesante, detallando su aspecto, modo de siembra, abonado y cultivo, además de explicar las diversas clases de injerto, poda y otras labores. También es frecuente que se especifique su importancia en la alimentación, teniendo en cuenta lo de positivo que pueden aportar o lo sabrosos que resultan, dando, a veces, recetas culinarias, mencionando las enfermedades que pueden producir, y una larga serie de detalles que aquí no recogemos.

Es capítulo también presente el de los modos de eliminar plagas, recolección de cosechas y modos de guardar los productos, bien sean frutas, bien cereales, para que se conserven en buenas condiciones, y otra serie de datos que sería largo enumerar.

Puede ser objeto de estudio, en estas obras, cuanto se refiere a los jardines y a las casas de campo, con indicación de las plantas más adecuadas para ambos casos y, en lo que atañe a las edificaciones, dando normas para emplazarlas en la mejor situación.

Es frecuente que la parte final de cada obra esté dedicada a los animales domésticos, sus características, cuidados y aprovechamiento, contándose entre tales animales las abejas, que aún sin ser domésticas, resultan beneficiosas para el hombre como productoras de miel. También se estudia el modo de exterminar o ahuyentar los animales dañinos.

El texto de Ibn al-`Awwam se divide en treinta y cuatro capítulos, subdivididos, a su vez, en varios apartados, o artículos. De la tierra, sus clases y cualidades y labores específicas de cada tipo se ocupa el capítulo primero, formado por siete artículos. El segundo, con once artículos, se dedica a los estiércoles, tanto aplicados a la tierra como a los árboles. El tercero, de tres artículos, a las aguas, incluyendo técnicas e instrumentos de riego. El cuarto se ocupa de los huertos. Los capítulos quinto a noveno, con un total de noventa artículos, se centran en los árboles, tanto en lo que se refiere a su plantación como a sus cuidados y diversas faenas, como los injertos y la poda. El décimo, con seis artículos, se centra en las labores que cada tipo de tierra requiere. El capítulo undécimo, con dos artículos, habla de la aplicación de los estiércoles a las tierras y los árboles. El duodécimo, con cinco artículos, se ocupa del riego de los árboles. El décimo tercero vuelve a ocuparse de los árboles, en este caso de la fecundación. El décimo cuarto sigue con los árboles, ahora con el tratamiento de algunos de ellos y de las hortalizas. El décimo quinto ofrece diversos procedimientos para alterar algunas flores y frutos. El décimo sexto contiene enseñanzas sobre la conservación de productos, especialmente los cereales y las frutas. El décimo séptimo habla de las labores para preparar la siembra. El décimo octavo, con siete artículos, se centra en aquellos cereales y leguminosas aptas para la siembra. El décimo noveno, con siete artículos, se ocupa de la sementera. Los capítulos vigésimo a vigésimo séptimo, con noventa artículos, se destinan, respectivamente, a la siembra y recolección de los cereales, leguminosas, tintóreas y otras plantas herbáceas, verduras, hortalizas, plantas aromáticas y colorantes y plantas odoríferas. El vigésimo octavo, con veinte artículos, versa sobre las plantas de jardinería. El vigésimo noveno, de quince artículos, incluye noticias varias sobre la recolección, recetas de carácter mágico contra las plagas y consejos culinarios para fabricar panes a base de distintos productos. El trigésimo, de once artículos, aconseja acerca de la situación de las casas de campo, incluyendo, además, un calendario sobre faenas agrícolas y el modo de predecir el tiempo.

Los cuatro últimos apartados, es decir del trigésimo primero al trigésimo cuarto, con cuarenta y dos artículos, forman la parte dedicada a la zootecnia. Los animales de los que se ocupa son, básicamente, ganado vacuno, cabras, ovejas, asnos, mulos, aves de corral, abejas y, especialmente, el caballo. A este animal dedica casi ochenta páginas, en las que trata los más diversos aspectos relacionados con él, desde los que se refieren a sus características, reproducción y enfermedades, hasta los dedicados a la doma y monta. Constituye una de las mejores fuentes de información de las que disponemos.

Como apreciación general del Libro de Agricultura de Ibn al-‘Awwam, se debe señalar que, dentro del gran valor que la obra en conjunto presenta, son particularmente interesantes los datos referidos a injertos, con ejemplos gráficos, las referencias a técnicas de regadío y el apartado dedicado a los animales domésticos, con especial atención al caballo, sin duda el mayor de los conservados en la literatura agronómica andalusí y el que más datos aporta, no sólo procedentes de otras obras sino también fruto de su propia experiencia y observación. Las noticias que proporciona son del mayor interés, especialmente teniendo en cuenta que la literatura árabe dedicada específicamente a los animales es muy escasa.

Hay que valorar, también, la riqueza y la variedad de la bibliografía que el autor utiliza y la gran cantidad de plantas que recoge —más de cuatrocientas— de las cuales trescientas se cultivaban en la España de su época.

Esta obra alcanzó una gran fama posterior, entre otras cosas por ser la única conservada completa, hasta el punto que en el siglo XVIII el ministro Campomanes consideró que sería útil para la agricultura española de aquel tiempo conocer y aplicar el tipo de trabajos y cultivos que describía Ibn al-‘Awwam, y mandó al franciscano Josef Banqueri, traductor de árabe en El Escorial, que la vertiera al castellano. Antes de que se publicara, el propio Campomanes, ayudado por Miguel Casiri, monje maronita adscrito, también, a la Biblioteca de El Escorial, llevó a cabo la traducción de los capítulos XVII y XIX, que fueron incorporados a una obra titulada Tratado del cultivo de las tierras, publicada en Madrid en 1751. Con diversas alternativas, que llegaron a forzar la intervención del propio Carlos III, el trabajo de Banqueri se publicó, en dos volúmenes, en 1802. En 1988, el Ministerio de Agricultura Pesca y Alimentación propició la edición facsímil de la misma.

La labor de Banqueri, larga y difícil por no poder disponer durante algún tiempo de los manuscritos necesarios, fue muy meritoria y, hasta el momento, insuperada. No cubrió los objetivos previstos por Campomanes de servir de guía a los agricultores del XIX, objetivos dictados, fundamentalmente, por las tendencias intelectuales del momento que por la lógica, pero cubrió un vacío importante en la historia de la ciencia y la cultura españolas, dando a conocer la que se puede considerar obra cumbre y representativa de la agronomía andalusí.

 

Obras de ~: Kitab al-Filaha (Libro de agricultura).

Traducciones: J. Banqueri, Libro de agricultura. Su autor el doctor excelente Abu Zacaria Iahia Aben Mohamed ben Ahmed Ebn el Awam, Sevillano, Madrid, Imprenta Real, 1802, 2 ts. (ed. facsímil, con estudio preliminar y notas por J. E. Hernández Bermejo y E. García Sánchez, Madrid, Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, 1988); M. Clément-Mullet, Le livre de l’agriculture d’Ibn al-Awam, Paris, 1864-1867, 2 ts. en 3 vols.; C. Boutelou, Libro de agricultura. Su autor el doctor excelente Abu Zacaria Iahia Aben Mohamed ben Ahmed Ebn El Awam, el Sevillano, Sevilla, Biblioteca Científico-Literaria, vols. XII-XIII, 1878Se trata de un arreglo realizado sobre la versión de J. Banqueri, con una intr. de E. Boutelou. Va acompañado de dos textos sobre agricultura y abonos de dos autores del siglo XIX; C. Crispo Moncada, Sul taglio della vite di’Ibn al-‘Awwam, testo arabo originale inedito pubblicato per la prima volta con traduzione e annotazioni da~, Actes du VIII Congrès d’Orientalistes, Estocolmo 1889, vol. II, págs. 215-257; Z. Espejo (pról.), Cultivo de árboles frutales, vol. I, Madrid, El Progreso Agrícola, 1900; J. A. Sánchez Pérez (sel.), Libro de Agricultura, Madrid, Calpe, “Catecismo del agricultor y del ganadero”, núms. 79-80, 1922.

Manuscritos: Biblioteca de la Real Academia de la Historia de Madrid, Colección Gayangos, n.º IX. Procede de los fondos primitivos de El Escorial y fue uno de los utilizados por J. Banqueri para su traducción española. Es el más completo de los conocidos; Biblioteca Nacional de Madrid, n.º XCIC, CI-3 y CXII-XIII. Es copia del anterior, realizada en 1762 por Pablo Hodar; Biblioteca Nacional de París, n.º 2804, según catalogación de Blochet. Es el más antiguo y más correcto, aunque le faltan parte de la primera parte y toda la segunda, es decir el volumen segundo y parte del primero de la traducción de Banqueri; Biblioteca del British Museum de Londres, n.º 998 (Add. 10461) copia del ejemplar de la Colección Gayangos, realizada por F. de Borbón; Deutsche Staatsbibliothek de Berlín, n.º 6206-2. Le falta la parte de zootecnia; Biblioteca Universitaria de Leiden, n.º 1285 (Or. 346 Warn.). Sólo contiene la parte primera, es decir la que corresponde al volumen primero de la traducción de Banqueri; Biblioteca de la Chester Beatty de Dublín, n.º 4020; Biblioteca de la Universidad de Cambridge, n.º 1027 (Or. 608-8). Se trata de un resumen de la obra; Ejemplar propiedad de M. Aziman, Tetuán. Volumen misceláneo del que los folios 39v-48v corresponden a un fragmento de la obra de Ibn al-‘Awwam; Biblioteca Nacional de Argel, n.º 1550, según catalogación de Fagnan. Ejemplar misceláneo cuyos fols. 180r-193v contienen un extracto de esta obra; Biblioteca Nacional de París, n.º 5754, según catalogación de Blochet. Ejemplar misceláneo. Los fols. 176v-186r son un extracto de esta obra; Biblioteca General de Rabat, n.º 1410D. en los fols. 140r-154v se encuentran extractos dispersos de la obra.

 

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Camilo Álvarez de Morales

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