Cuando apenas tenía quince años emigró a La Habana con un grupo de jóvenes de su tierra. El 20 de noviembre de 1920 llegó a la capital de Cuba e inmediatamente entró a trabajar como aprendiz en los almacenes El Encanto, en los que su tío, César Rodríguez, ocupaba un cargo de responsabilidad. Éste fue su primer punto de forja, donde, como tantas veces recordaba, empezó a valorar la importancia del trabajo bien hecho.

Cuatro años más tarde, inquieto ya desde muy joven, viajó a Estados Unidos y Canadá para ampliar horizontes y estudiar inglés y economía. Trabajó en esa época en una empresa dedicada a la importación, acumulando un conjunto de experiencias que le llevarían, años después, a ser un avanzado de su época. Fueron años difíciles, pero su firme voluntad de trabajo le hizo superar todas las trabas, adaptándose a las necesidades de cada momento. Su lucha constante y su tesón, a pesar de los pocos años, contribuyeron a forjar en él una fuerte y recta personalidad. [...]