López, Diego. Hernando Abenabó, Abencillo. Mecina Bombarón (Granada), f. s. XV-p. s. XVI – Bérchules (Granada), III.1571. Segundo rey de los moriscos de las Alpujarras.
Descendiente de la dinastía de Umayya y emparentado con el linaje de los Hernandos, fue conocido por los nombres de Hernando Abenabó y Abencillo. Recibió el nombre árabe de Muley ‘Abd Allāh Ibn Abū (o Muley Abadía Aben Abóo) y fue un rico hacendado de Mecina-Bombarón. Dedicado a la administración y explotación de sus propiedades hasta el momento de la sublevación de los moriscos de la Alpujarra, en la que tomó parte activamente. Ibn Abū participó en septiembre de 1568 en la reunión celebrada en Cádiar por los conjurados de la Alpujarra secundando el movimiento de los partidarios de Ibn Umayya, a propuesta del tío de este último, Fernando de Válor El Zaguer (del árabe ṣagīr). Tras el compromiso adquirido con los sublevados fue nombrado en Laujar alcaide de los alcaides (qā’id al-quwād), uno de los cargos más relevantes.
El éxito de las funciones asumidas durante el conflicto armado, y concretamente en la tercera y última fase del reinado de Ibn Umayya, estuvo condicionado por las rivalidades surgidas entre el marqués de Mondéjar y el marqués de Los Vélez; la falta de organización en el bando cristiano fue aprovechado por Ibn Abū de forma exitosa. Ante la incertidumbre provocada por la falta de control efectivo entre las tropas cristianas Felipe II procedió a nombrar a don Juan de Austria General de la mar y a Luis de Requeséns jefe de la escuadra militar que debía impedir la entrada de musulmanes por el Estrecho. Las consecuencias de estos nombramientos fueron inmediatas, viendo los musulmanes frustrada la llegada de nuevos refuerzos para la defensa de sus intereses. La definitiva incursión en tierras alpujarreñas de los cristianos, comandados por el marqués de Los Vélez, supuso la derrota de Ibn Umayya. Este hecho favoreció la elección de Ibn Abū como nuevo rey de los moriscos. Ibn Abū fue proclamado rey por los capitanes turcos —enviados por el sultán Salīm II—, en los últimos días del mes de septiembre de 1569, que así lo habían convenido con Diego Alguacil momentos antes de dar muerte a Ibn Umayya.
Ibn Abū aprovechó en beneficio propio una serie de circunstancias tales como el deseo de venganza de Diego Alguacil contra su primo Ibn Umayya, o la presencia de soldados turcos al mando del capitán Ḥušāni —cómplices del asesinato de aquel—, y que tanta ayuda le prestaron en sus acciones en el campo de batalla. Después de estos sucesos fue nombrado máximo representante de los moriscos granadinos, si bien su proclamación definitiva como rey se supeditó a la confirmación que debería efectuar el rey de Argel tres meses después de estos hechos.
Con este fin, Ibn Daud, tintorero en Granada, considerado uno de los promotores del levantamiento de la Alpujarra junto con Faraŷ Ibn Faraŷ, fue enviado a Argel con oro y dinero a modo de presentes para el Rey de Argel con el objeto de conseguir tanto su ayuda como su favor en esta nueva empresa. Ibn Daud obtuvo la aprobación en breve y esta fue enviada a la Alpujarra, puesto que él, movido por la incertidumbre que se vivía en tierras hispanas optó por permanecer en el Magreb. La recepción de la citada misiva legitimó a Ibn Abū en sus pretensiones, siendo homenajeado conforme a la tradición musulmana (bay‘a), como antes lo había sido Ibn Umayya. Recibió en la mano izquierda un estandarte y en la derecha una espada desnuda, fue investido con una capa de color rojo, y seguidamente levantado en alto para ser mostrado ante su pueblo como nuevo rey de Andalucía y Granada; a continuación le juraron obediencia tanto sus afines como los miembros de aquellos otros pueblos que no lo habían hecho a Ibn Umayya, e igualmente los capitanes de los distintos frentes bajo control musulmán. Tan solo un tal Ibn Makanun, al que llamaban Portocarrero, e hijo a su vez del insurrecto que levantó el Jergal en la zona del río Almanzora en tiempos de Ibn Umayya, se negó a reconocerlo nuevo rey de los insurrectos.
Tras su proclamación como rey, Ibn Abū procedió a repartir las alcaidías y el gobierno de las instituciones entre los miembros de las distintas tahas. Escogió con esta finalidad a seis personas para su consejo, y nombró capitanes de sus milicias a dos de sus seguidores, Caracax y Dalid. El cargo de capitán general de los ríos de Almería, Bolodui, Almanzora, sierras de Baza, y Filabres, tierra del marquesado de Cenete y Guadix, correspondió a El Habaqui, también conocido como Hierónimo al-Malik, que desempeñó funciones de embajador en Berbería durante el tiempo de la insurrección. Asimismo asignó el cargo de capitán general de Sierra Nevada a un tal Joaibi de Guéjar, quien ejerció el cargo también en tierra de Vélez, el valle de la Alpujarra, y Granada; y por último nombró a su hermano Muḥammad Ibn Abū alguacil mayor.
La primera etapa de su reinado, además de la organización política, consistió en la defensa del campo de batalla, cuyo frente se situó en Órjiva, y el centro de operaciones en el lugar de residencia habitual, concretamente entre Órjiva y Mecina-Bombarón. La focalización de este frente y el hecho de que Ibn Abū no saliera de la Alpujarra durante aquellos meses de contienda motivó el que la historiografía lo haya considerado el Rey de la Alpujarra.
En esta fase inicial de su reinado decidió enviar al capitán turco Ḥušāni con unos cautivos como presente al rey de Argel, Ḫayr al-Dīn Barbarroja, a fin de solicitar armas y gentes que, junto con un ejército ordinario le facilitaran tanto protección como resistencia frente a las amenazas cristianas. De este modo fue poco a poco comprando y proveyéndose de armas bien traídas desde Berbería o bien confiscadas en sus razzias. El reparto de aquellas armas, entre las gentes de la Alpujarra, a bajo precio, fue la medida adoptada para procurar la efectiva defensa de la sierra. Ibn Abū contó con un ejército numeroso, de casi cuatro mil arcabuceros, al que procuraba un sueldo de ocho ducados mensuales en el caso de los turcos y la comida para los moriscos que luchaban por su causa. Fue considerado el artífice de la conjura contra Ibn Umayya y continuador de la lucha armada contra los cristianos, mediante una activa campaña en la que obtuvo importantes victorias en muchas de las plazas ocupadas, llegando a asediar, incluso, los barrios periféricos de Granada.
En la segunda etapa de su reinado, desarrollada durante los meses de diciembre de 1569 y agosto de 1570, consideró Ibn Abū la conveniencia de contar con la colaboración armada de los moriscos de Murcia y Valencia. Pero don Juan de Austria, conocedor de estas intenciones, tomó el mando tras apartar al conde de Tendilla de la contienda —quien había sido su asesor en el campo de batalla—, y contuvo a los rebeldes, obligándoles a refugiarse en los lugares más recónditos de la Alpujarra. En febrero de 1570 la presión sobre Ibn Abū se acentuó, y desde Órjiva envió cartas a Argel y al sultán de Constantinopla Salīm II pidiendo ayuda, con el fin de impedir la entrada en la Alpujarra del conde de Sessa. Seguidamente se procedió al refuerzo del Castell de Ferro, y lo proveyó de armas, artillería y vitualla, puso dentro cincuenta turcos al mando de uno de sus capitanes llamado Leandro, quien recibiría socorro de la armada proveniente de Argel. Ibn Abū, conocedor directo de las quejas de los habitantes de la comarca ante la dilación de la contienda, así como de los daños que sufrían por esta misma causa, tomó la entrada de la Alpujarra y dificultó el acceso al puerto de la Ragua por parte de las tropas cristianas. No obstante ello, las presiones a las que se vería expuesto tras la publicación de un bando cristiano conminando a la rendición, motivaron un replanteamiento de renuncia respecto a sus pretensiones soberanistas; un propósito inicial que fue incumplido y que le llevó a resistir en la Alpujarra, concretamente en Mecina-Bombarón, hasta los últimos meses del año 1570 con apenas cuatrocientas personas armadas en la sierra.
En mayo de 1570 se iniciaron las primeras negociaciones entre El Habaquí, capitán general de los sublevados, y don Juan de Austria, a través de su representante Hernán Valle de Palacios, para conseguir la rendición de Ibn Abū. El Habaquí entregó la bandera de su rey a Juan de Soto, y adquirió el compromiso de vigilar el embarque de las tropas turcas y de los musulmanes y berberiscos, con el fin de promover la desesperanza entre los sublevados. Aunque el 28 de mayo don Juan de Austria envió a Alonso de Venegas a Mecina-Bombarón para obtener la rendición de Ibn Abū y conseguir la deposición de las armas, aquella no se consiguió. Ibn Abū remitió a través del morisco e intermediario suyo, Juan Pérez de Mezcua, una serie de cartas a don Juan de Austria, quien tuvo como intermediario al también morisco Francisco de Córdoba, pariente de Ibn Umayya, en las, de forma equívoca, se preconizaba el término de la contienda. Sin embargo, el rey de la Alpujarra advertido de la traición de El Habaquí lo mandó degollar y procedió a dar cuenta al rey de Argel del engaño del que estaba siendo objeto por parte de sus seguidores.
Entre los meses de agosto de 1570 y marzo de 1571 se desarrollaría la tercera etapa de su resistencia y reinado entre los moriscos de la Alpujarra. Durante esta fase, y concretamente en los primeros días de septiembre, se iniciaba el asedio definitivo a las Alpujarras, con la tala e incendio de los campos y bosques y el exterminio de todos cuantos oponían resistencia al ejército de don Juan de Austria bajo la dirección del jefe de la escuadra militar, el comendador mayor Requeséns. Esta nueva situación obligó a Ibn Abū a refugiarse en los Bérchules y Mecina-Bombarón en el mes de enero de 1571, aprovechando el regreso del hermano de Felipe II a la corte el 30 de noviembre; en aquel momento el mando quedó a cargo del comendador mayor, siendo poco después asumido por el duque de Arcos, artífice del final de la guerra contra los moriscos. La falta de organización dio lugar a la configuración de cuadrillas de gente dispersa en la sierra, circunstancia que confería cierta dificultad para la definitiva rendición por las armas a manos de las tropas cristianas. A tal fin se planeó recurrir a la traición, sirviéndose para ello de un platero morisco de Granada, Francisco Barredo.
Faraŷ, un musulmán natural de Granada, conocedor de la intención del monfí Gonzalo El Xeniz, qā’id al-quwād, de vengarse de Ibn Abū, facilitó los medios para que esta acción tuviera lugar. El Xeniz había estado cuatro años preso en la Chancillería de Granada por dar muerte a un hombre, y tras la liberación vio frustrada su intención de huir a Berbería al mandar quemar Ibn Abū su barca. Alentado en su intención por sus sobrinos Alonso y Andrés El Xeniz, y con el propósito de otros muchos musulmanes de entregarse y reducirse si se les concedía el perdón, llamó Faraŷ a Francisco Barredo para informarle de estos propósitos y el de otros muchos musulmanes que querían matar a Ibn Abū. Barredo tramó un encuentro con Gonzalo El Xeniz, uno de los presentes en la reunión de Cádiar en 1568, quien envió un correo por medio de Zatabarile —un musulmán preso en aquel mismo pueblo— al que se le encomendó esa misión. La carta fue bien acogida y Barredo medió con el rey la concesión del perdón, mediante Cédula Real de 13 de marzo de 1571, a quienes entregasen a Ibn Abū. Barredo se volvió al castillo de Bérchules, donde había convenido la entrega del rey morisco. El Xeniz acudió hasta Ibn Abū quien sabedor del engaño lamentó su traición y se rebeló contra los aprehensores. Los sobrinos de Gonzalo El Xeniz lo asieron y lo redujeron mediante un golpe de escopeta en la cabeza, para acabar con su vida tras un golpe con una losa. Poco después fue echado cueva abajo envuelto en zarzos de cañas y trasladado el cuerpo hasta Bérchules donde esperaba Francisco Barredo y su hermano Andrés. Ambos hermanos abrieron las tripas del cadáver, rellenaron el cuerpo de paja lo trasladaron hasta Granada y allí fue objeto de vejación pública. Los musulmanes que acompañaron al cadáver hasta Granada obtuvieron el perdón real y fueron testigos del empalamiento de Ibn Abū en un lugar de la Vega de Granada llamado Armilla. No con esto quedaron satisfechos en sus deseos de venganza y escarmiento, de modo que llegados a Granada, en la plaza de Bibarrambla, y después de cumplimentar debidamente a las autoridades, en presencia del presidente de la Chancillería procedieron a decapitar el cadáver de Ibn Abū y entregaron el cuerpo a los muchachos presentes que lo arrastraron por la ciudad, lo quemaron y pusieron su cabeza colgada de una escarpia en lo alto de la puerta de la ciudad, llamada del rastro, encima de una jaula de palo con la siguiente leyenda “Esta es la cabeza del traidor de Abenabó. Nadie la quita so pena de muerte”.
Ibn Abū fue respetado entre sus seguidores por la rectitud de sus principios en materia de gobierno. Considerado un hombre valiente y de gran sentido común, manifestó en todos sus comportamientos afabilidad, gravedad, autoridad y resistencia ante la adversidad, fue obedecido y aceptado por los habitantes de la Alpujarra. En el campo de batalla Ibn Abū fue experto en la guerrilla, especialmente hábil en la preparación de emboscadas al adversario. Recurrió a toda suerte de engaños para confundir al enemigo, enviando a su gente a recorrer los cerros para dar la impresión al enemigo de contar con un gran ejército; del mismo modo, remitió numerosas cartas y misivas, redactadas por mano de su secretario y hombre de confianza, Bernadino Abū ‘Āmir, con el objeto de confundir a los cristianos que asediaban aquellos parajes. Ibn Abū fue un rey orgulloso que en modo alguno asumió el fracaso de sus expediciones, y así queda reflejado en las cartas redactadas durante los meses de abril y diciembre de 1570 a Alonso de Granada Venegas, en contestación a las propuestas de rendición; en estas cartas Ibn Abū niega su responsabilidad sobre la sublevación de los moriscos de la Alpujarra y justifica los reveses y penurias sufridos por sus seguidores a partir de los desafortunados consejos que recibieron tanto él como su antecesor Ibn Umayya, considerando un deber y obligación la defensa de sus intereses ante la adversidad.
Miembro de una familia extensa apenas, hay noticias sobre su vida privada. No obstante ello, hay constancia de su descendencia a partir del Libro de Apeo de Mecina- Bombarón, en el que se cita a su hijo, Hernando Ibn Abū el mozo que fue propietario de una casa en el privilegiado barrio de Atalozaras lindante con la de su padre, Diego López Ibn Abū. Tenía un hermano conocido con el nombre cristiano de Alonso Abenabó, a quien designó alguacil mayor y se le impuso el nombre musulmán de Muḥammad Ibn Abū, el Galipe, y que falleció en Alora en los últimos días de la guerra mientras trataba de sublevar a la serranía de Ronda. Rico propietario contó entre sus posesiones el lugar de Montenegro y otras tierras en aquella misma serranía.
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María Magdalena Martínez Almira