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Rodrigo de Luna

Biografía

Luna, Rodrigo de. ?, 1424-1425 – Santiago de Compostela (La Coruña), 1.VII.1460. Capellán mayor, oidor y consejero real de Juan II de Castilla, arzobispo de Santiago.

Fue hijo de Juan de Luna —prior de la Orden de San Juan, comendador de Bamba (Zamora), primo hermano a su vez del condestable de Castilla Álvaro de Luna— y de Juana de Albornoz.

Gracias a su parentesco con el poderoso condestable Álvaro de Luna, privado de Juan II de Castilla, disfrutó desde muy joven de una brillante carrera eclesiástica amparada el monarca. Ya en 1448, cuando contaba con tan solo veintitrés años, había alcanzado las dignidades de arcediano de Campos y abad de Jerez y disfrutaba de numerosos beneficios en diversas iglesias del reino castellano. También para entonces ostentaba ya importantes cargos en la Casa y Corte de Juan II: era titulado como capellán mayor del rey, oidor de la Audiencia Real y miembro del Consejo Real cuando en agosto de 1448 tomaba posesión de la tesorería de la Iglesia de León.

Ese último año, tras el fallecimiento de García Enríquez Osorio, arzobispo de Sevilla, Juan II de Castilla, sin duda impulsado por el Condestable, procuró por todas las vías posibles que la sede sevillana fuera conferida a Rodrigo de Luna. El rey llegó a dirigirse en duros términos al cabildo catedralicio hispalense para que no insistieran en la postulación de su propio candidato, Juan de Cervantes. El monarca, no obstante, acabó fracasando en su intento por instalarle en la sede de Sevilla, pero triunfó cuando, poco más tarde, le propuso para la sede de Santiago al fallecer Álvaro de Isorna, logrando que tanto en Roma como en Compostela fuese aceptada su candidatura.

En efecto, el 24 de marzo de 1449, los miembros del cabildo catedralicio de Santiago, a instancias del rey y del condestable, postularon a Rodrigo de Luna como nuevo arzobispo de Santiago, y en abril de 1449 el papa Nicolás V le nombró administrador de Santiago hasta que cumpliera los veintisiete años de edad necesarios para la prelacía, que alcanzó en 1451. Comenzaba entonces el turbulento pontificado compostelano de Rodrigo de Luna, que habría de enfrentarse desde entonces y hasta su fallecimiento a las aspiraciones expansionistas de los titulares de los señoríos nobiliarios asentados en la tierra de Santiago, cuyo crecimiento había de producirse a costa de los bienes y derechos de la mitra compostelana.

Al poco tiempo de tomar posesión de la archidiócesis de Santiago convocó un Sínodo Diocesano y, previendo las dificultades que encontraría en sus relaciones con la nobleza gallega, en el año 1450, firmó con el conde de Lemos Pedro Álvarez Osorio una confederación de ayuda mutua en la fortaleza de A Rochablanca (Padrón), que le sería de gran utilidad pocos años después, cuando buena parte del estamento noble santiagués le dio la espalda en los asuntos militares de la Corona.

Durante los años siguientes, en especial tras la caída en desgracia y fallecimiento del condestable Álvaro de Luna, se apartó de la corte regia para regir su sede, implicándose en los conflictos de la nobleza de su arzobispado con el fin de mediar en los mismos, aunque finalmente aquellos acabarían volviéndose contra él. Perdido el amparo del condestable, el joven arzobispo se encontraba solo para hacer frente a los problemas que se le planteaban en la Tierra de Santiago, en especial, a las ambiciones del conde de Trastámara, Pedro Álvarez de Osorio, y del pertiguero mayor de Santiago, Rodrigo de Moscoso, sobre la mitra y sus derechos y posesiones. Para contrarrestar la influencia de ambos, Rodrigo de Luna trató de ganar apoyos entre la nobleza gallega a través de la concesión de nuevos feudos sobre bienes de la mitra y de la vía matrimonial: su primo, Álvaro de Oca, contrajo matrimonio con Constanza de Rivadeneira, y su prima Juana con Suero Gómez de Sotomayor, al cual el prelado dio también la tenencia de las fortalezas de La Barrera, Castro de Montes y Peñafiel.

En 1458 el rey Enrique IV convocó a todos los señores de su reino a concentrarse en Écija el 25 de marzo, con toda la gente de guerra que pudiesen movilizar, para marchar contra Granada. Rodrigo organizó las milicias de su diócesis y asistió al frente de sus gentes y hombres leales. Para tal fin convocó con urgencia a su pertiguero mayor Rodrigo de Moscoso y a todos los feudatarios de su Iglesia de Santiago, los cuales tenían la obligación de servirle con las armas.

Sin embargo, se encontró con escasos apoyos entre los señores de sus feudos y, hasta el mismo pertiguero mayor, le negó su apoyo en esta contienda.

A los pocos días de la partida del arzobispo hacia Granada, los mismos que habían rehusado su obligación de servirle celebraron una reunión, en una especie de confederación o hermandad, de la que surgiría el “Manifiesto de Antealtares”, dirigido contra el poder del prelado compostelano. Aparte de numerosos caballeros de Santiago, este manifiesto y hermandad fueron apoyados por Juana de Castro, viuda del pertiguero Rodrigo de Moscoso, su hijo Bernal Yáñez de Moscoso, Pedro Bermúdez de Montaos, Lope Sánchez de Ulloa, Suero Gómez de Sotomayor y Lope Pérez de Moscoso, que pretendían enseñorearse de la Tierra de Santiago junto al conde de Trastámara, que se erigió como el líder de la oposición al arzobispo. A ellos se unieron algunos concejos dependientes de la mitra, entre los que destacan los de Noya, Muros y Santiago. Sus cláusulas, que perseguían una limitación del poder temporal del prelado, disponían que no entraría en ciudad o villa, sin el consentimiento de los vecinos de la ciudad y villas confederadas, ninguna persona poderosa, aunque fuese arzobispo, duque o conde.

A su regreso de la campaña, en los últimos meses de 1458, los nobles que se habían negado a servirle militarmente habían ocupado y usurpado gran parte de las tierras de su diócesis y le prohibieron la entrada a Santiago y a otras villas de su dominio. Los nobles confederados contra el arzobispo habían desencadenado una rebelión generalizada contra el poder arzobispal, logrando apoderarse de la catedral compostelana y alzar contra el prelado a varias de las villas más relevantes de la Tierra de Santiago, incluida la propia ciudad del Apóstol, a cambio de su respaldo para aumentar su independencia del poder temporal del arzobispo. Incluso dentro del cabildo catedralicio compostelano, con el cual el prelado mantuvo enfrentamientos prácticamente desde que fue impuesto en la sede, se alzaron voces contrarias a Rodrigo de Luna, llegando a producirse un cisma en el mismo. Los partidarios del prelado hubieron de marcharse a la villa de Padrón e Iria ante la fuerza de sus detractores en la catedral y la ciudad de Santiago. Entre las villas, castillos y lugares que habían permanecido fieles a Rodrigo, se hallaban la villa de Pontevedra; la de Padrón con el castillo de Rochablanca; la fortaleza y torre de Barreira en el municipio de la Estrada; y el castillo arzobispal de Rochaforte cerca de Santiago; por lo que Rodrigo de Luna decidió instalarse en la villa de Pontevedra.

A pesar de las continuas órdenes y condenas del papa Pío II y del rey Enrique IV contra aquellos nobles, villas y ciudades para que regresaran a la obediencia de Rodrigo de Luna, a quien el monarca castellano respaldó abiertamente en esta cuestión hasta su fallecimiento, aquellos no cesaron, desarrollándose entonces una compleja contienda entre ambas facciones en la se sucedieron treguas, cambios de bando y múltiples actos de fuerza entre una parte y otra. El conflicto sería utilizado por diversos magnates gallegos para arrancar concesiones en feudos, bienes y rentas de la mitra a Rodrigo de Luna, quien empleó aquellos con el fin de lograr que su Iglesia fuera restaurada de todos sus otros derechos.

En efecto, el arzobispo supo aprovechar en su favor las desavenencias que enseguida surgieron entre los nobles rebeldes a su autoridad como consecuencia de la desmedida ambición del conde de Trastámara sobre el arzobispado, que acabó por granjearle la oposición de buena parte de sus aliados. Así, por ejemplo, Rodrigo de Luna ofreció a Bernal Yáñez de Moscoso el Coto de Jallas, el puerto de Mugía y ciertas sumas de dinero cuando se celebrara su matrimonio con Juana de Luna, su hermana, y a Lope Sánchez de Ulloa la encomienda de varias fortalezas, entre ellas, las de Benquerencia y Borrajeiros. Gracias a estas concesiones, a las mesnadas del prelado se unirían tropas del conde de Lemos, los Ulloa, Andrade, Moscoso, Sotomayor y Mariñas, a las que se sumaron las del conde de Benavente, antiguo rival del de Trastámara al que Rodrigo de Luna había solicitado también ayuda.

Bien organizado en la Rochablanca de Padrón, el 30 de junio de 1460, el arzobispo acudió a las puertas de Santiago con el fin de recuperar Santiago, una ciudad entonces férreamente controlada, a pesar de su cada vez mayor aislamiento, por Pedro Álvarez de Osorio, conde de Trastámara. Cuando todo estaba preparado para el asalto, falleció el arzobispo repentinamente el martes 1 de julio. Sus últimas voluntades fueron leídas en la Rochablanca de Padrón el 1 de julio de 1460. Dos meses más tarde, Luis de Osorio, hijo del de Trastámara, se titulaba ya como “vicario general” del arzobispado, en tanto que su progenitor trataba de instalarle en la silla arzobispal que Rodrigo de Luna había dejado vacante. La contienda desarrollada en la Tierra de Santiago, lejos de resolverse, se agravó aún más con la muerte del de Luna, y continuaría desarrollándose aún varias décadas más, bajo los pontificados de Fonseca I y II.

Rodrigo de Luna fue sepultado en la colegiata de Iria Flavia, donde habían estado instalados los canónigos fieles a él. Poco después de su muerte, el canónigo-cardenal, Pedro de Soto, le construyó su sepulcro. La estatua yacente es una obra significativa del arte escultórico funerario del último tercio del siglo XV. El frente ostenta dos escudos: en el primero están esculpidas las armas del linaje Luna —un creciente y bordura con ocho veneras—.

Un segundo escudo se halla oculto tras el retablo mayor y su campo está cargado de una barra engolada acompañada de una venera en el hueco del jefe y un creciente en el de la punta; y bordura cargada de ocho hojas.

A la villa de Caldas de Reis le concedió ciertos privilegios para la celebración de ferias y mercados francos.

Promovió o acrecentó numerosas obras donde mandó esculpir sus armas heráldicas: en Padrón, la iglesia antigua de Santiago de Padrón, la cercana ermita de Santiago del Monte y el nuevo hospital para pobres, enfermos y peregrinos; en Noia, dos escudos blasonados con sus armas se hallan en la fachada norte de la iglesia de San Martiño de Tours y en la calle escultor Ferreiro; en la ciudad de Pontevedra se conserva otra piedra armera en una casa de la calle Isabel II, a donde debió de ser trasladada desde las desaparecidas torres arzobispales; y en el claustro de la catedral de Santiago recuerda la presencia del arzobispo Rodrigo un frontis con sus armas depositado en el ala sur.

 

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Carlos Acuña Rubio, Carlos Viscasillas Vázquez y Diego González Nieto