Sancho IV. El Bravo. Sevilla, 12.V.1258 – Toledo, 25.IV.1295. Rey de Castilla y León.
Hijo de Alfonso X y Violante de Aragón, nació en Sevilla el 12 de mayo de 1258, mostrándose desde muy pronto especialmente afecto a su abuelo, el rey Jaime I de Aragón. Fue precisamente por recomendación del Monarca aragonés que evitó ser investido caballero por intervención de su hermano mayor, el infante don Fernando, con motivo de la boda de este último en 1269, evitando así dar una imagen de sumisión al primogénito, como si ya se albergarse por su parte alguna opción concreta al Trono castellanoleonés, tal como, en efecto, acabaría sucediendo. En contra de su criterio personal, en 1270 se formalizó, según el deseo de su padre, su matrimonio por procuradores con Guillerma de Moncada, descrita en la cronística de la época como “rica, fea y brava”, siendo hija del vizconde de Bearne, personaje de gran patrimonio y amplias relaciones, emparentado con los señores de Vizcaya. Sin embargo, empeñado el infante en rehusar este matrimonio, nunca llegaría a hacerse plenamente efectivo.
Es a partir de 1272 cuando Sancho comienza a tener alguna presencia en la vida política del Reino, tras ser nombrado por su padre alférez y almirante de la Orden Militar de Santa María de España, dando muestras de su personal inclinación a la actividad guerrera, que le llevará muy pronto a participar de manera destacada en la lucha contra el Reino de Granada, tras hallarse junto a su padre en la entrevista con Jaime I en Requena, por la que se trató de los proyectos de intervención militar castellano-aragonesa en tierras granadinas.
La inesperada muerte en el campo de batalla de su hermano mayor el infante don Fernando de la Cerda a manos de los meriníes en 1275 le abrió la posibilidad de suceder a su padre, apresurándose a adquirir especiales méritos, al asumir, en ausencia de su padre, toda la responsabilidad de encabezar la defensa del Rey ante el ataque musulmán, dándole estas circunstancias pie a autoproclamarse heredero del Trono, mientras su padre fracasaba, tras su viaje a Beaucaire, en su empeño de defender la candidatura castellana al Trono imperial ante el papa Gregorio X.
Las aspiraciones al Trono de Sancho, en detrimento de los derechos de los hijos de su hermano, los infantes de la Cerda, parecieron verse en principio respaldadas por su padre, el Rey Sabio, que supo apreciar el empeño de su hijo en la defensa del reino en su ausencia, por lo que en las Cortes de Segovia de 1278 se procedió a la jura del infante don Sancho como heredero del Trono. En los meses siguientes parece agrandarse su perfil político, asumiendo funciones cada vez más importantes en la gobernación del reino, mientras el rey Alfonso prestaba atención preferente a la consolidación de la frontera andaluza. En 1281, el propio Sancho participó en una campaña militar que le llevó hasta las proximidades de la ciudad de Granada. Sin embargo, fue precisamente a la vuelta de esa campaña cuando comenzaron a manifestarse abiertamente las desavenencias entre el Rey y su hijo, haciéndose cada vez más ostensible la posición de don Alfonso en la defensa de los derechos al Trono de sus nietos, los hijos de Fernando de la Cerda.
Las divisiones y las conspiraciones en el marco de la Corte resultaban cada vez más evidentes, dividiéndose claramente entre los sanchistas y los partidarios de los de la Cerda, haciéndose progresivo el distanciamiento entre el Rey y su hijo Sancho, que contaba en este contexto, con el especial apoyo del infante don Juan, personaje bastante turbio en sus iniciativas políticas.
Viéndose ya inevitable la ruptura entre el Rey y su hijo, éste recibió en abril de 1282, en Valladolid, el apoyo de buena parte de la nobleza, las ciudades y la Iglesia, tanto obispos como monasterios, acabando por constituir ciudades y monasterios hermandades, para hacer más eficaz su apoyo. Sintiéndose así lo bastante fuerte y respaldado, don Sancho encabezó el levantamiento contra su padre, con el objetivo final de alcanzar cuanto antes la ocupación del Trono, decidiendo, en consecuencia, el Rey Sabio proceder al definitivo desheredamiento de su hijo.
Tras caer gravemente enfermo don Sancho, se temió por su vida, abandonando su partido alguno de sus más importantes seguidores, como los infantes don Juan y don Jaime, mientras que el Rey pronunció su desheredamiento irrevocable. Sin embargo, tras superar la enfermedad, fue el propio Alfonso X el que murió en Sevilla el 4 de abril de 1284. Antes, en 1281, había tenido lugar la boda de Sancho con María de Molina, hija del infante Alfonso de Molina, hermano de Fernando III, sin que se consiguiera el reconocimiento por el pontificado, que declaró esta unión, en ausencia de dispensa, como incesto y como pública infamia, por la consanguinidad que concurría en los contrayentes, considerando, además, que seguía siendo válido el matrimonio de don Sancho con la ya mencionada hija de Gastón de Bearne. A pesar de que con esta boda, como consecuencia de las circunstancias de ilegitimidad concurrentes, se creó un nuevo frente de inquietudes para los partidarios del futuro Sancho IV, la incorporación de María de Molina al grupo de sus colaboradores íntimos resultaría de lo más positiva para sus intereses al constituirse en uno de los apoyos más sólidos del Monarca y de los intereses regios hasta mucho después de la propia muerte del Rey, ya durante las inquietas minorías de Fernando IV y de Alfonso XI.
Apenas fallecido Alfonso X, se llevó a efecto la proclamación de Sancho IV como rey de pleno derecho de Castilla y León en Ávila, para luego proceder a la coronación solemne en la Catedral de Toledo, dando lugar a otras ceremonias públicas de acatamiento del nuevo Monarca en los meses siguientes en Córdoba y Sevilla, convocando en el mismo año de 1284 Cortes en Sevilla y Valladolid.
En 1285 tuvo lugar una importante invasión meriní que superó rápidamente la frontera andaluza, llegando a asediar Jerez y saqueando los alrededores de Sevilla, lo que motivó que, a partir de ese momento, el nuevo Monarca concentrase buena parte de sus esfuerzos en la preparación de nuevas campañas. En este mismo año tuvo lugar el nacimiento del futuro sucesor de Sancho, Fernando IV.
Desde muy pronto se dio indicio de un cierto ambiente conspiratorio en la Corte. Así, quien había sido uno de los más activos colaboradores de Sancho IV, el abad de Valladolid García Gómez, verdadero privado del Rey en el comienzo del reinado, perdió la confianza del Monarca, al pactar secretamente con Felipe IV de Francia, y en contra del criterio regio, para promover un nuevo matrimonio regio conveniente a los intereses de una nueva alianza entre Francia y Castilla. Su caída favoreció la toma de influencia de Lope Díaz de Haro, señor de Vizcaya, tras ser nombrado mayordomo mayor del Rey. Mientras, el Monarca, desplegó durante ese año de 1286 una intensa actividad de pacificación y reorganización del Reino tras la reciente guerra civil, celebrando Cortes en Palencia, ordenando la disolución de las hermandades formadas durante la sublevación contra Alfonso X, impartiendo personalmente justicia y acuñando una nueva moneda bajo el nombre de cornado.
El ascenso de Lope Díaz de Haro era cada vez más evidente, gozando de la plena confianza del Rey, quien le otorgó el título de conde, sin embargo, distintos acontecimientos acaecidos en el transcurso de 1287 iban socavando la confianza del Rey en su privado, al comprobar cómo las iniciativas de éste parecen contribuir a provocar levantamientos y resistencias, como los protagonizados en la frontera portuguesa por Alvar Núñez de Lara y por el consejero real y obispo de Astorga Martín García.
Ya en el año siguiente, las diferencias entre el Rey y don Lope eran cada vez más profundas, encontrando éste la colaboración del infante don Juan, quien parece decidido a formar una facción que mantuviera en jaque a la autoridad real. Las tensiones se agudizaron al promover el conde de Haro y el infante don Juan una alianza castellano-aragonesa, contraria a la amistad con Francia, hacia la que parecía más inclinado el Rey y parte de la Corte. La ruptura ya parecía irreparable cuando don Lope y don Juan promovieron diversas alteraciones en tierras salmantinas, a fin de hacer una demostración de fuerza ante el Rey.
Habiéndose convocado una reunión de los consejeros reales en Alfaro, el 8 de junio de 1288, se produjo una disputa entre el Rey y don Lope, que acabó con la muerte de éste por los caballeros del Rey, dando muerte el propio Monarca al primo de aquél, don Diego López de Campos, ordenando el inmediato aprisionamiento del infante don Juan. Tras las Cortes de Haro celebradas seguidamente, el Rey situó en su círculo íntimo de consejeros a nuevos personajes que llenaron el hueco dejado por don Lope y don Juan, tomando ahora especial preeminencia el obispo de Astorga Martín García y el arzobispo de Toledo, Gonzalo Pétrez Gudiel; a la vez, el Monarca llevó a cabo una campaña de pacificación en el señorío de Vizcaya, tras los indicios de levantamiento contra el Rey por la muerte en Alfaro de su señor.
Sin embargo, el horizonte político seguía teniendo tintes bastante inquietantes para el rey castellano, pues si, por un lado, asentó sólidamente su alianza con Francia, con la firma del Tratado de Lyon, los reyes de Aragón y Portugal apostaron por inestabilizar el Reino castellano, promoviendo, para ello, una confederación para apoyar las reivindicaciones al Trono de Castilla del sobrino del Rey, Alfonso de la Cerda, formando parte destacada de dicha alianza Diego López de Haro y Gastón de Moncada. En 1289 se repitieron las escaramuzas en torno a la frontera castellano-aragonesa entre los partidarios de Alfonso de la Cerda, apoyados por el Rey de Aragón, siendo la manifestación más importante de estos enfrentamientos armados la batalla de Pajarón, en la que fueron derrotadas las tropas castellanas. Estos hechos contribuyeron a que Sancho IV se mostrase particularmente decidido a acabar por todos los medios con los partidarios de los de la Cerda, de lo que fue buen ejemplo la ejecución por orden suya en Badajoz de los principales miembros del linaje de los Bejarano, enfrentados con el linaje de los Portugaleses, que defendían la opción realista.
En este contexto se produjo un inesperado apoyo para don Sancho, con el regreso y reconciliación de Juan Núñez de Lara, que se hallaba refugiado en Francia, tras su confrontación con el Rey castellano. Sin embargo, pocos meses después, ya en 1290, el Lara tomó posición por el partido aragonesista, venciendo a las fuerzas de don Sancho en Chinchilla, aunque la mediación de la reina María de Molina conseguiría una nueva reconciliación, que se ratificó con la boda de Juan Núñez de Lara, el Mozo con una descendiente de la familia real castellana y en condiciones patrimoniales muy favorables. Por otra parte, con el Tratado de Bayona se asentó aún más sólidamente la alianza castellana con Francia, lo que resultaba cada vez más esencial tras el incremento de las tensiones con Aragón. En ese mismo año de 1290 la salud de Sancho presentaba de nuevo, tal como sucediese pocos años antes, signos inquietantes, tras padecer unas fiebres cuartanas que, por segunda vez en poco más de un lustro, hicieron temer en el entorno regio por la vida del Monarca.
La actividad guerrera y diplomática se conjugaron intensamente a lo largo de 1291, afectando a la práctica totalidad de los ámbitos de interés de la política castellana. El tradicional enfrentamiento que se venía manteniendo por separado con meriníes y granadinos tomó ahora un giro inesperado, pues, al sentirse también amenazados por los meriníes el Reino de Granada, Sancho IV consiguió alcanzar una alianza con éste para formar una pacto defensivo. Sin embargo, la lucha con los meriníes fue desigual pues, si se consiguió una importante victoria de la flota castellana, dirigida por el genovés Micer Benito Zacarías sobre las fuerzas del sultán Aben Yacub, no se pudo evitar, en cambio, el desembarco meriní cerca de Vejer, que fue puesta bajo asedio, llevándose a cabo por las tropas recién venidas de Marruecos diversos saqueos en torno a Jerez y Sevilla.
Los esfuerzos de pacificación de las relaciones de Castilla con sus Reinos vecinos dieron un primer resultado con Portugal, tras pactarse el matrimonio entre el príncipe don Fernando y la hija de don Dionís, la infanta Constanza, con lo que se trató de poner las bases de una prolongada alianza luso-castellana. Por lo que se refiere a Aragón, la muerte de Alfonso III de Aragón y la entronización de Jaime II propició el acercamiento entre Castilla y Aragón, tal como se plasmó en el Tratado de Monteagudo, por el que se establecía el compromiso de matrimonio de Jaime II con la infanta Isabel, hija de don Sancho, a la vez que se ponían las bases para definir un acuerdo de defensa mutua entre Castilla y Aragón, con lo que la política matrimonial se mostraba como instrumento eficaz de la política peninsular sanchista.
Los reveses militares acaecidos frente a los meriníes originaron en 1292 nuevas iniciativas militares que tuvieron como principal manifestación una campaña fronteriza que culminó con la toma de Tarifa, gracias en buena medida a la intensa colaboración de las fuerzas navales que permitieron el ataque conjunto desde mar y tierra, no faltando, además, la colaboración aragonesa. Sin embargo, no estuvo exenta de consecuencias colaterales negativas dicha conquista, pues, además de los cuantiosos gastos que motivó y que han quedado documentados con cierto detalle, se dio al traste con el pacto militar establecido con Granada, al reclamar el Rey granadino para sí la plaza que se acababa de conquistar.
El infante don Juan, siempre presto a tomar las armas contra el rey castellano, protagonizó en 1293 distintos movimientos opuestos a don Sancho, primero a través de un levantamiento en compañía de Juan Núñez de Lara el Mozo y después, tras un nuevo alzamiento, abandonando Castilla para acogerse a la protección de Aben Yacub en Marruecos, para colaborar en el hostigamiento al reino castellano.
Además de la celebración de las Cortes seguramente más importantes del reinado por la amplitud de los temas abordados, celebradas en este año en Valladolid, el Rey encabezó en 1293 una intensa actividad política de mediación entre Aragón y Francia con el asunto de fondo de la rivalidad entre ambos Reinos motivada por la presencia aragonesa en Sicilia.
La defensa de la principal conquista de don Sancho, Tarifa, se vio cada vez más comprometida en 1294, lo que motivó la predicación de una cruzada para promover la participación a fin de asegurar su conservación para los castellanos, siendo este asunto el que concentró la mayor parte de los esfuerzos del Monarca durante este año. La actividad de organización militar por este motivo fue muy intensa, recayendo, ante los problemas de salud cada vez más reiterados y amenazantes del Monarca, sobre su camarero mayor, Juan Mathe de Luna, quien realizó una intensa labor para reunir rentas, provisiones y fuerzas para resistir el embate de granadinos y meriníes, decididos a poner sitio para hacerse con la plaza, de gran valor estratégico, formando parte de este asedio el famoso episodio protagonizado por Alfonso Pérez de Guzmán, más conocido como Guzmán el Bueno. Finalmente, el surgimiento de un brote de peste entre los sitiadores obligó a poner fin al asedio, pudiendo retener los castellanos la plaza. También será preciso sofocar el alzamiento de Diego López de Haro para hacerse con el señorío de Vizcaya, del que había sido desposeído.
La salud del Monarca experimentó un rápido agravamiento ante las evidencias de un proceso tuberculoso. Los últimos meses de vida en escasa medida pudo atender a los asuntos de la gobernación del reino, lo que favoreció la mayor influencia de algunos de los principales miembros de la alta nobleza, favoreciendo un clima de inquietud política, tal como se pondría de manifiesto con rotundidad al poco del fallecimiento del Monarca. Ante la irreversibilidad del proceso, el Rey hizo testamento, señalando como tutora a María de Molina, hallándose la Corte reunida en Alcalá de Henares, donde se mantuvo al iniciarse el año 1295. Trasladada la Corte de Alcalá de Henares al Convento de Santo Domingo el Real de Madrid, se tomaron allí nuevas previsiones sobre la gobernación del reino a partir del momento en que se produjera la muerte del Rey, tras lo que tuvo lugar el último traslado de la Corte en dirección a Toledo, en cuya catedral había previsto tiempo atrás el Monarca que fuera sepultado. Llegado a Toledo, falleció don Sancho el 25 de abril antes de cumplir los treinta y siete años, siendo enterrado en la capilla real que él mismo había mandado construir en la Catedral de Toledo como panteón real, conocida como la capilla de los Reyes Viejos.
Al día siguiente, se llevó a cabo la proclamación de su hijo Fernando IV, en un contexto de inquietante futuro político, en el que todo quedaba confiado a la capacidad política de María de Molina, que tardaría en tener que hacer frente a algunos de los personajes que habían protagonizado algunas de las principales iniciativas conspiratorias del reinado, como el infante don Juan, o los linajes de los Lara y los Haro. Además del futuro Fernando IV, tuvieron Sancho y María de Molina otros seis hijos más, así como otros cuatro hijos fuera del matrimonio. De sus hijos con doña María, cabe destacar por el relieve político de sus matrimonios los de Beatriz, que casaría con Alfonso IV de Portugal, el infante don Pedro que casaría con María, hija de Jaime II de Aragón y el propio Fernando IV, con doña Constanza, hija de don Dionís de Portugal.
Durante mucho tiempo ha sido un lugar común de la historiografía considerar el reinado de Sancho IV a partir de un rotundo contraste con el de su padre en materia cultural. Sin embargo, según se ha ido conociendo mejor la época, ha ido agrandándose cada vez más el perfil cultural de la Corte de Sancho y de su propia persona, no cayendo en saco roto las enseñanzas de quien fuera en su juventud su preceptor, el franciscano fray Juan Gil de Zamora, por cuanto muchas de las iniciativas culturales, sobre todo literarias, e incluso algunas artísticas, como la capilla real de los Reyes Viejos de Toledo, entre otras, tuvieron precisamente en la propia persona del Rey un animador e inspirador decidido. De este modo, se ha pasado de ver su reinado como algo próximo a casi un desierto cultural, a otra imagen bien distinta, como un período especialmente valorable desde este punto de vista, en el que se llevaron a término algunas de las iniciativas alfonsinas inacabadas, no dejando de iniciarse otras nuevas bastante apreciables.
Esta dimensión cultural ha sido especialmente puesta de relieve para lo que se refiere a la labor literaria, respecto a la que el profesor Francisco Márquez Villanueva ha apuntado, refiriéndose a Sancho IV, que se habría tratado de un “monarca de no pequeñas capacidades y cuya persona podría considerarse un ‘puente literario’ (según expresión afortunada de Richard P. Kinkade) entre el Rey Sabio y su sobrino don Juan Manuel”. Entre la labor literaria de su Corte, directamente asociada a los intereses del Monarca ocuparía, tal como ya ocurriera durante el reinado de su padre Alfonso X, la de índole historiográfica, manteniendo una estrecha relación de continuidad con lo emprendido por su progenitor. Así, ya se señaló por Menéndez Pidal cómo, en el caso de la Primera Crónica General, sería en la Corte sanchista donde se continuaría la redacción a partir del momento en que se abordaba la invasión islámica de la Península, completándose su redacción en 1289.
Richard P. Kinkade ha establecido una relación de obras directamente relacionadas con la intervención personal, en un nivel difícil o imposible de precisar, de Sancho IV compuesta por diversos títulos que ejercerían una influencia muy relevante en la extensa labor literaria de don Juan Manuel. Formarían parte, a su entender, de dicha relación los Castigos del rey don Sancho, también conocida como Castigos e documentos para bien vivir, el Lucidario, la traducción de los Libros del Tesoro de Brunetto Latini, añadiendo, además, como resultado de la iniciativa de don Sancho el que hubiera patrocinado la compilación o la traducción del Bonium o Bocados de oro, el Libro de los cien capítulos y la Gran conquista de ultramar. Para el citado autor, la intervención de don Sancho en esta amplia y diversa labor literaria que va desde lo historiográfico al ensayo especulativo, la exposición didáctica y la labor de tipo enciclopédico, se produciría en términos comparables a la intervención de Alfonso X con respecto a su propia obra.
En este contexto de labor cultural, no conviene dejar de hacer referencia a sus iniciativas en materia universitaria y de enseñanza que tuvieron su reflejo en distintas localidades como Sevilla, Alcalá de Henares, Valladolid o Salamanca, bien fuera consolidando iniciativas anteriores o aportando otras enteramente nuevas.
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José Manuel Nieto Soria