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Rafaela Díaz-Valiente Aparicio

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Biografía

Díaz-Valiente Aparicio, Rafaela. Rafaela Aparicio. Marbella (Málaga), 9.IV.1906 – Madrid, 9.VI.1996. Actriz.

Hija de padre marino mercante y luego empresario teatral, vivió desde niña su afición por el mundo del espectáculo. Muy jovencita representó su primera obra, El orgullo de Albacete, en el Teatro Duque de Rivas, en Córdoba.

Estudió la carrera de Magisterio, ejerciéndola durante dos años. Luego, empujada por su vocación teatral, entró en la compañía de Manuel Benito Arroyo, con la que recorrió toda España representando todo tipo de teatro, desde zarzuelas hasta sainetes y dramas.

Era tiple cómica. En su repertorio musical, La del manojo de rosas, Los claveles, La Dolorosa, La del Soto del Parral...

En 1931 se instaló con su padre en Madrid. Empezó en el Teatro de la Comedia, con María Mayor y Juan Espantaleón. Y en el Teatro Reina Victoria, con Juan Bonafé, donde volvió a interpretar El orgullo de Albacete y La educación de los padres.

En el repertorio de Rafaela Aparicio constan de esos años estas otras representaciones: el estreno de Los chamarileros, de Antonio Paso; Juan José, de Joaquín Dicenta, en el papel de “la Toñuela”, que llevó por provincias; y Tambor y cascabel, de los hermanos Álvarez Quintero, con la compañía que encabezaba Josita Hernán.

Tras un matrimonio fracasado rehízo después su vida con el también actor Erasmo Pascual. Durante la Guerra Civil representó Cuidado con la Paca.

Acabada la contienda estuvo en la compañía de Paco Martínez Soria, con la que actuó en las siguientes obras: Los habitantes de la casa deshabitada, de Jardiel Poncela; La tía de Carlos; El abuelo Curro; Mi cocinera; Préstame tu suegra. Seguidamente pasó a la compañía del Teatro Infanta Isabel, contratada por Isabel Garcés, con quien estrenó Sublime decisión y La decente, dos de las comedias más divertidas de Miguel Mihura.

Más tarde entró en el Teatro María Guerrero, donde ya varió su repertorio, pues hasta entonces había predominado más en el género cómico.

Fue una de las actrices pioneras en Televisión Española.

Comenzó con unos sketchs de Adolfo Marsillach.

Jaime de Armiñán la llamó para su serie Chicas.

Y más tarde para otra con guiones de Marsillach, en la que era también su protagonista: ¡Silencio, se rueda! Eran los primeros años sesenta.

Rafaela Aparicio, que había debutado en el cine en 1935 con un papelito en Nobleza baturra, de Florián Rey, no volvió a rodar más películas hasta 1955, Al fin solos, de Alejandro Perla. Desde entonces, alternó el teatro con el cine y la televisión.

Su filmografía supera el centenar de títulos, generalmente en papeles más o menos episódicos, encuadrada en lo que se llama actriz de reparto. Con frecuencia ejerció papeles de chacha, de tata o de cocinera, y por lo común dotó a sus personajes de naturalidad y bonhomía.

Esos rasgos los manifestó, en un papel escrito a su medida, en la serie de televisión La casa de los Martínez, a partir de 1967 y durante varias temporadas, formando pareja con Florinda Chico, tía y sobrina en la ficción argumental. Con el mismo título se estrenó una película también protagonizada por ambas.

Otros programas de la pequeña pantalla donde también tomó parte fueron: La tía de Ambrosio (1971), Silencio, estrenamos (1974) y Lecciones de tocador (1983). De su copiosa filmografía destacan: Ana y los lobos, de Carlos Saura (1972), que le valió al año siguiente el Premio del Círculo de Escritores Cinematográficos (CEC); Mamá cumple cien años, también de Saura, donde tuvo el papel más importante de su biografía cinematográfica (1979), premiada de nuevo por el CEC y por varias revistas especializadas; El sur, de Víctor Erice (1983); Padre nuestro, de Francisco Regueiro (1985); El año de las luces, de Francisco Trueba, Cara de acelga, de José Sacristán, y La vida alegre, de Fernando Colomo (1986); y El mar y el tiempo, con otro destacado papel que le proporcionó su director y también protagonista Fernando Fernán- Gómez (1989). En 1987, en atención a su fructífera carrera artística en el cine recibió un Premio Goya de honor, galardón que le concedieron otra vez en 1990, pero por su magnífica interpretación en El mar y el tiempo. En 1989 fue objeto de un homenaje en el Festival de Cine Iberoamericano de Huelva. Y en 1991 le otorgaron el Premio Nacional de Cinematografía.

Sus últimas películas fueron: Mala yerba, de José Luis P. Tristán (1991) y ¡Oh, cielos!, de Ricardo Franco (1994).

Nunca abandonó el teatro, pese a sus constantes apariciones en la pantalla. Lo que nunca quiso fue convertirse en empresaria. No se sentía capaz de arriesgarse a ello, según propias declaraciones. Sus últimas apariciones escénicas, en los primeros años noventa, fueron con dos comedias que le escribió el comediógrafo donostiarra Rafael Mendizábal: Mala yerba y La abuela echa humo.

 

Bibl.: C. Gómez, Oficio de cómica, Huelva, Festival de Cine Iberoamericano, 1989; M. Román, Los cómicos, vol. IV, Barcelona, Royal Books, 1996, págs. 123-132.

 

Manuel Román Fernández

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