Ayuda

Sancho I

Biografía

Sancho I. El Craso, el Gordo. ?, c. 933 – ?, 16-18.XI.966. Rey de León.

Sancho I, hijo de Ramiro II y de su segunda esposa la infanta navarra Urraca Sánchez, nació hacia el 933. Esta vinculación familiar con el reino de Pamplona jugará un papel decisivo en los acontecimientos vitales de este monarca, especialmente una figura: su abuela materna, la reina Toda.

Nada se sabe de su infancia, salvo que su carácter de tercer hijo varón del Soberano leonés le relegó a un puesto menor en las confirmaciones diplomáticas entre el 934-944, siempre detrás de sus hermanos Vermudo, pronto desaparecido, y Ordoño Ramírez.

Por delegación de su padre, hacia la primavera del 944 recibió el gobierno delegado sobre el condado de Castilla, hasta entonces en manos de Fernando González. “Regente in Castella” le denominan algunos diplomas, y esa circunstancia le atraerá hacia una alianza de intereses que se plasmará en una peligrosa rebelión a mediados de la década de los años cincuenta de la décima centuria.

A la muerte de su padre, Ordoño III fue coronado y la rivalidad entre ambos hermanos provocó un apartamiento de la Corte de Sancho Ramírez, que desaparece de los documentos leoneses. Esta ausencia ha llevado a diversos historiadores a considerar como probable su presencia en Navarra, junto a la estirpe materna, bajo el amparo protector de Toda Aznárez, su abuela.

Pero no se trata de años de olvido. De hecho, en el 954-955 encabezó una rebelión cuyo objetivo era expulsar del Trono a Ordoño III. Una empresa en la que le acompañó el conde Fernando González, una tentativa que acabó siendo frenada por los leales al monarca legítimo en el entorno del río Cea (León). Este fracaso provocó una nueva desaparición de Sancho, aunque la inesperada defunción de su hermano cambiará su suerte, proporcionándole el Trono durante el otoño del 956. Coronado en Compostela, entre los confirmantes de los primeros diplomas de este nuevo monarca aparecen evidenciados sus principales apoyos: nobles navarros, gallegos y castellanos y apenas un escaso puñado de leoneses. Se advierte en esta circunstancia una auténtica división de intereses en el seno de la élite social. Una diferencia que estallará en una nueva crisis civil en medio de la cual los príncipes representan la justificación de una causa puramente aristocrática.

El argumento utilizado para apuntalar la misma radica en las exitosas incursiones musulmanas que rompen la frontera leonesa en el verano del 957 y en la existencia de un pacto previo entre el califa y el anterior rey de León, Ordoño III, en el que se estipulaba la demolición de algunas fortalezas en el limes, una cláusula no cumplida por Sancho y que invalidaba todo tipo de tregua preestablecida. La segunda expedición de castigo, al mando de Galib, golpeó a los leoneses de nuevo, pero también a los más firmes aliados de su monarca: los navarros, según narra, entre otros autores, Ibn ‘Iḍārī.

Las cualidades del príncipe tampoco contribuían a mantenerle con la suficiente estabilidad y garantía. En el siglo X se esperaba del monarca que, además de mostrarse como un buen gobernante, justo y equilibrado, como preconizaba san Isidoro, fuera también un hábil caudillo en la guerra. Y Sancho carecía de esta virtud debido a su marcada obesidad. Un defecto físico que le impedía comandar su hueste e, incluso, subirse a un caballo.

Perdido el respeto de la nobleza, no debe extrañar que ésta aprovechara los argumentos que se le ofrecían para alzar a un nuevo pretendiente a la Corona: el infante Ordoño Alfonso, hijo de Alfonso IV El Monje, que será coronado en Compostela el 2 de marzo de 958. Con el apoyo cierto de gran parte de la aristocracia leonesa, gallega y el tácito de Fernando González de Castilla, se dirige a la capital, que somete a un asedio de tres meses y de la que expulsa a Sancho, cuyo único refugio vuelve a ser Navarra.

Su abuela, la reina Toda, envía al califa de Córdoba un embajador solicitándole ayuda. La respuesta favorable de ‘Abd al-Raḥmān se evidencia después de algunas negociaciones cruzadas y la presencia en Córdoba del propio Sancho, cuya gordura es remediada gracias a los buenos oficios del médico judío Ḥasday ben Šapruţ. El apoyo del omeya se plasma en una alianza, a la que se sumarán los navarros, que incluye soporte militar para recuperar la Corona a cambio de la cesión de una serie de fortalezas en la frontera, tanto por parte del leonés como de sus apoyos de Pamplona.

Mientras los navarros hostigan a Fernando González, quien es en este momento el soporte más firme de Ordoño IV, Sancho y los suyos se dirigen al norte desde al-Ándalus. Por su parte, las tropas enviadas por el califa parten desde Medinaceli, acaudilladas por Galib, y a comienzos de marzo del 959 conquistan Zamora, entreteniendo los esfuerzos bélicos de Ordoño IV, fustigado por diferentes frentes de difícil control y coordinación lineal. A principios de abril de 959 Sancho es recibido triunfalmente en la capital de su reino mientras su primo huye, primero a Asturias, después a Castilla, finalmente a Córdoba, de donde no retornará jamás.

Las actividades de Sancho durante este segundo período de reinado difieren del primero pues, ante todo, busca evitar un nuevo enfrentamiento civil. Además, cumple con todo lo estipulado por ‘Abd al-Raḥmān, cuya amistad conservará hasta la muerte del califa, y consigue atraerse a buena parte de la nobleza leonesa, hasta entonces adversa, desposando con la hija del poderoso Fernando Ansúrez, conde de Monzón, el que fuera principal soporte de Ordoño III.

En diciembre de 959 se produce una reunión conciliar en Sahagún a la que acude un elevado número de concurrentes, aproximadamente ochenta, entre los que se encuentran ocho obispos y los diez condes más relevantes del reino. Esta manifestación de poder, así como la aparición de un mayordomo y un alférez real, contribuyen a diseñar el bosquejo de una Corte cohesionada, de un reino guiado por una mano firme. Si a comienzos de su reinado sus coetáneos le tildaban de fatuo, engreído y vano, ahora le describen como un hombre devoto, prudente y piadoso. De hecho, esas nuevas características, que reconocen sus contemporáneos, quedarán evidenciadas cuando, en el 962, Fernando González se libere de su prisión en Navarra. La presencia de este inquietante personaje llevará al rey a enviar a Córdoba una delegación compuesta por varios condes gallegos y vinculados a la frontera zamorana. En la capital de al-Ándalus ratifican, en nombre del monarca, todos los acuerdos previos, y el nuevo califa, al-Ḥakam II, aceptará este vasallaje, castigando en el verano del 963 las tierras de aquel que osaba desafiar la autoridad del leonés: Fernando González de Castilla.

Según la Primera Crónica General y la Crónica de Veinte Reyes, se celebró una reunión conciliar en León, siendo la fecha más probable para la misma el 963, pues a ella asistirá Fernando González, quien antes de este momento se encontraba sometido a prisión como ya se ha indicado. Aunque no existen pruebas diplomáticas que avalen este hecho no deja de ser relevante y digno de mencionar que, según la documentación sahagunina, el conde castellano estuvo presente en aquellas tierras, ya fuera de camino a León o de regreso a su condado.

Antes de abordar la recta final del reinado de Sancho I hay de recuperar otro dato digno de mención que revela las excelentes relaciones personales que el monarca mantiene con el califa de Córdoba. Durante su estancia en al-Ándalus, en el 958, el soberano leonés había conocido la historia del niño san Pelayo, que fuera martirizado en el 925. A su regreso al norte ordenó edificar en la capital una iglesia bajo esa advocación, donde deseaba que le fuera rendido culto. En el 966 envió una misión diplomática a Córdoba, cuyo único objetivo era conseguir las reliquias del muchacho y traerlas a León, aprovechando la ocasión para obtener una paz más o menos estable y definitiva en el Duero, donde aún se producían algunos episodios agresivos esporádicos, fundamentalmente en el sector castellano. La embajada, en la que se contaban diversos clérigos, fue encomendada al obispo de León, Velasco. Las fuentes musulmanas recogen su presencia en al-Ándalus, las cristianas el éxito de su misión, pues regresó con todo aquello que le fue encomendado y, desde entonces, en la capital cristiana se rindió culto al joven mártir cordobés, convirtiéndose la iglesia, con el devenir de los años, en uno de los monasterios más significados de la ciudad. Desafortunadamente Sancho no pudo rendirles culto, sino su heredero, Ramiro III, pues en el momento del retorno a la capital el monarca acababa de fallecer. Este éxito se sumó a otro que garantizó unos meses de estabilidad en el limes que permitieron al monarca disfrutar de una cierta tranquilidad militar.

Pero el rescoldo de la causa de Ordoño IV no había muerto por completo. Algunos nobles gallegos y portugueses, entre los que se encontraba Gonzalo Muñoz, conde de Oporto, inquietos ante la preponderancia que en la Corte habían adquirido las estirpes leonesas, deciden reequilibrar la balanza, poco dispuestos a perder un ápice del poder que habían conseguido consolidar a lo largo de la primera mitad del siglo X. Por si fuera poco, algunos de ellos se negaban a enviarle los tributos al monarca, apoderándose de buena parte de los ingresos del fisco real.

Dispuesto a frenar esta amenaza, Sancho I acudió a Galicia acaudillando un poderoso ejército, al decir de Sampiro. Al frente del mismo se encontraba el alférez Gonzalo Vermúdez, que, si en estos momentos destaca por su fidelidad a la Corona, durante el reinado de Vermudo II habrá de convertirse, de tenente del castillo de Luna (Barrios de Luna, León), donde se custodiaba el tesoro del monarca, en caudillo de alguna de las rebeliones más peligrosas de este inseguro período.

Los éxitos de las armas leonesas se suceden. Incluso Gonzalo Muñoz acepta someterse al monarca. Confiado en las buenas palabras de este magnate, a mediados de noviembre se descubre su presencia en las tierras portuguesas gobernadas por éste. Allí, de nuevo según el cronista Sampiro, Gonzalo Muñoz se acercó al príncipe con el único objetivo de envenenarle. Sancho I apenas sobrevive unos días, muriendo entre el 16 y el 18 de noviembre cerca de Chaves. Sus caballeros trajeron su cuerpo de regreso a León, siendo enterrado en el Monasterio de San Salvador de Palat de Rey, donde ya reposaban Ordoño III y Ramiro II.

De su matrimonio con Teresa Ansúrez, de la familia condal de Monzón, dejaba un hijo: Ramiro, que apenas si contaba cinco años de edad en el momento de la muerte de su padre, y cuya tutela será encomendada a la reina viuda y a la infanta Elvira Ramírez, hermana del difunto rey.

 

Bibl.: J. Rodríguez, Ordoño III, León, Ediciones Leonesas, 1982, págs. 106-108, 111, 127, 135, 137, 142-143, 156, 161, 168, 171, 177, 184, 195, 202-203, 207, 211, 228, 232 y 238; “Sancho I, Rey de León”, en Archivos Leoneses, 78 (1985), págs. 191-304; Sancho I y Ordoño IV, Reyes de León, León, Ediciones Leonesas, 1987; “La monarquía leonesa. De García I a Vermudo III (910-1037)”, en El Reino de León en la Edad Media, III. La monarquía astur-leonesa. De Pelayo a Alfonso VI (718-1109), León, Centro de Estudios e Investigación San Isidoro, 1995, págs. 129-413; M. Torres Sevilla, “Monarcas leoneses de la segunda mitad del siglo X: el declive regio y el poder nobiliario (951-999)”, en Reyes de León, León, Edilesa, 1996, págs. 65-84; C. Álvarez Álvarez y M. Torres Sevilla, “El reino de León en el siglo X”, en Codex Biblicus Legionensis. Veinte Estudios, León, Universidad de León - Hullera Vasco-leonesa, 1999, págs. 15-24; “La monarquía astur-leonesa”, Historia de León, vol. II. Edad Media, León, Diario de León- Universidad de León, 1999, págs. 17-39; A. Ceballos-Escalera, Reyes de León (2): Ordoño III (951-956), Sancho I (956- 966), Ordoño IV (958-959), Ramiro III (966-985), Vermudo II (982-999), Burgos, Editorial La Olmeda, 2000, págs. 95-110.

 

Margarita Torres Sevilla