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Antonio de Oquendo

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Biografía

Oquendo, Antonio de. San Sebastián (Guipúzcoa), 1577 – La Coruña, 7.VI.1640. Marino, almirante, consejero de Guerra.

Hijo del general de la Escuadra de Guipúzcoa Miguel de Oquendo, heredó de su padre su vocación al mar y a la emulación en servicios a la Corona. Nacido en San Sebastián en 1577, inició su carrera de marino en el escenario mediterráneo en las galeras de Pedro García de Toledo con sueldo de entretenido “conforme a la calidad de su persona y servicios de su padre”, al que se aludía frecuentemente con honor en los sucesivos nombramientos de Antonio de Oquendo. Tras dos años de servicio, regresó a su ciudad natal. En la licencia se le describe como “natural de San Sebastián, de pequeña estatura, moreno de rostro, sin barba, de edad de 21 años”. En realidad, contaba ya veinticinco. De 1602 a 1604 siguió en Levante bajo el mando de Luis Fajardo en labores de limpieza de mares de corsarios en el Estrecho. Se le encomendó el primer mando del Delfín de Escocia y la Dobladilla, con los que apresó a un pirata inglés. Ascendió en 1605 a jefe interino de la Escuadra de Vizcaya por muerte de su titular, Bertendona, con sueldo de 150 escudos al mes. En 1606 sufrió la pérdida de naves frente a las costas de Biarritz por efecto de una galerna, que algunos coetáneos atribuyeron a maleficio de brujas. Al frente de la Escuadra de Cantabria, así llamada por pugnas entre Guipúzcoa, Vizcaya y las Cuatro Villas, se movió entre Pasajes, La Coruña, Lisboa, Cádiz y Sevilla, en protección de la llegada de la Flota de Indias.

En 1611 inició sus viajes transoceánicos como general de la Flota de Nueva España, en labores de vigilancia, reconocimiento, captura de presas y protección de las remesas de metales preciosos que llegaban desde América. Adquirieron gran notoriedad su valor, prudencia, experiencia de mar y sus grandes dotes organizativas, demostradas en la vigilancia de las operaciones de carga y descarga, preparación de flotas, corrección de abusos, defensa de las costas americanas. San Juan de Ulúa, Portobelo, La Habana, donde a veces le tocaba invernar, eran sus puntos de apoyo. En 1613 contrajo matrimonio con María de Lazcano, señora del palacio de su nombre, de los parientes mayores de Guipúzcoa (Oñacinos). Recientes investigaciones muestran que se casó por poder en Lazcano, y no en San Sebastián, representado por Juan de Aguirre, el 31 de marzo de 1613. El 12 de agosto de 1614 Felipe III le nombraba caballero de Santiago; con dispensa del servicio de galeras durante seis meses, recibía el hábito el 8 de noviembre. Pasó el invierno en San Sebastián. La provincia le nombró diputado extraordinario para la solemne ceremonia de la entrega de las infantas Ana de Austria e Isabel de Borbón para esposas de Luis XIII y Felipe IV, mas no pudo estar presente por acudir a Andalucía por orden del Rey. Frustrada una expedición a las Filipinas por razones de salud, se empleó varios años en la guarda del estrecho de Gibraltar. Al renacer de nuevo la Escuadra de Guipúzcoa, la provincia presentó para su mando a Ibarra, Isasi y Oquendo, y el Rey nombró a éste, quien no aceptó sustituir a Fajardo como almirante de la Armada del Mar Océano, rehusando “sólo ser teniente de otro”, por lo que un Consejo de Guerra le privó de sueldo y condenó a prisión en Fuenterrabía, pena que le fue conmutada por confinamiento en el Convento de San Telmo de su ciudad natal de San Sebastián.

Rota la tregua firmada con Holanda y en medio de la Guerra de los Treinta Años, Oquendo gozó del favor del conde-duque y de Felipe IV. En 1623 era nombrado capitán general de los galeones de la Armada del Mar Océano y zarpaba para América, de donde volvía al año siguiente. Sometido a proceso por la pérdida de algunas naves, fue absuelto, mas en 1626 en revisión de sentencia fue privado de oficio, si bien antes de ésta fue nombrado almirante general de la Armada del Mar Océano y miembro del Consejo de Guerra. En 1627 y por propia iniciativa socorrió a la plaza africana de La Mámora, ese año murió su madre y heredó el mayorazgo, y nació su hijo bastardo Miguel Antonio, habido de Ana Molina, que más tarde fue general de Mar y escribió El héroe cántabro. Vida de D. Antonio de Oquendo (Toledo, 1666).

El dominio del Atlántico se veía amenazado en las costas americanas (Caribe, Brasil) por la presencia creciente de los holandeses. El saqueo de Santa Marta y la ocupación de Pernambuco por Hans Pater señalaron un momento culminante. En 1631 Oquendo logró la gran victoria sobre el holandés, asegurando la permanencia de Brasil en la Corona hispano-portuguesa, lo que le valió una encomienda en Perú (Felipe IV) y la felicitación de Guipúzcoa, que le llegó a proponer para corregidor. Por entonces, Oquendo se fabricó una nueva capitana de 700 toneladas. En 1633 fue nombrado capitán general de la guarda de la carrera de Indias, con salario de 6000 pesos. Durante los años siguientes aseguró con su trabajo de escolta la llegada del oro americano, desde Cartagena de Indias, Portobelo y La Habana. En 1635 tuvo lugar el lance caballeresco del duelo con el general Nicolás de Giudici Fiesco, capitán general de la Flota de Tierra firme a las órdenes de Oquendo y constructor y propietario de naves. Oquendo tuvo en su mano la vida de Giudici, derribado en el suelo; pero se la perdonó. En 1636 fue nombrado almirante general de España y colaborador técnico del capitán general del Mar Océano duque de Maqueda. Oquendo gozaba de la mayor estimación. De él escribía el duque de Medina Sidonia: “No se puede negar a Don Antonio que en su profesión es hoy el mejor sujeto en la suficiencia; y no lo borra con ruin vida ni con malas artes, porque es ejemplar en la virtud y en servir con celo y limpieza de interés”. Su larga experiencia abonaba sus consejos al Rey en un informe técnico sobre la Marina, seriamente premonitorio: “Buscar las ocasiones, Señor, con desigualdad conocida, promete malos sucesos”. Su ejecutoria atlántica se interrumpió por dos años con su paso como capitán general y gobernador de Menorca (1636-1638). Mas pronto volvió al Atlántico para la última etapa de su vida. Europa occidental se hallaba enzarzada en la última etapa de la Guerra de los Treinta Años. A Richelieu informaba su embajador del apresto de una armada española de cincuenta naves mandada por Oquendo, “el hombre de mar más capaz de España”. Era un supremo esfuerzo tras los ataques franceses por mar a La Coruña, Laredo y Castro y el desastre de la Armada de Hoces a vista de Guetaria. Se reunieron naves en Galicia, Portugal, Guipúzcoa y Vizcaya, a las que se sumarían las naves de Dunquerque.

Zarparon camino de Flandes en septiembre de 1639. El 16 se encontraba en boca del Canal de la Mancha con la Armada de Tromp. Oquendo intentó luchar con la capitana de su adversario, pero éste esquivó la lucha, imponiendo una nueva táctica que dejaba sin efectividad el viejo y temido uso español del abordaje, como ya ocurriera en el desastre de la Invencible. Tromp logró empujar a la armada de Oquendo a la bahía de Downs (Dunas), puerto inglés teóricamente neutral de Inglaterra, para reparar sus naves. El Consejo de Guerra entonces celebrado puso de relieve la bisoñez de la marinería, la escasez de pólvora, el derrotismo de algún jefe. Oquendo, dispuesto a salir solo, decidió que la armada se hiciese a la mar. La esperaba Tromp, quien había recibido refuerzos. Al deshacerse la niebla, pudo comprobarse la defección del almirante Castro y sus naves, no pocas de las cuales habían embarrancado en el intento. La lucha fue desproporcionada en efectivos, “desigualdad conocida” anunciada por Oquendo, como causa de “malos sucesos”. Por fin, Tromp podía medirse con el mítico marino español, al que respetaba. No tuvo lugar el combate directo. Cuatro naves holandesas intentaron rendir a la capitana de Oquendo, acribillada con más de mil quinientos cañonazos. No lo consiguieron tras nueve horas de combate con el honor a salvo: “Nunca me vio el enemigo las espaldas”.

La derrota marcaba el fin de la hegemonía española de los mares. Pronto llegaría Rocroi (1643), que significaría la derrota en tierra y abriría el camino a negociaciones de paz (1648 y 1663). Oquendo pudo llegar a Mardique, donde pudo escribir: “Ya no me queda más que morir, pues que he traído a puerto con reputación la nave y el estandarte real”. Gravemente enfermo pudo llegar a La Coruña el 17 de marzo de 1640, donde, asistido por el jesuita Henao y acompañado de su esposa e hijo, murió el 7 de junio. Las crónicas y documentos de época y las investigaciones posteriores abundan en bibliotecas y archivos con juicios contradictorios. Los restos de Oquendo descansan hoy en el Monasterio de las Bernardas de Lazcano. San Sebastián le erigió un precioso monumento, obra del escultor Marcial de Aguirre, en 1896, que sigue en pie en zona ajardinada próxima al Teatro Victoria Eugenia. El donostiarra Ignacio de Arzamendi le dedicó una documentada monografía, rica en documentación y bibliografía.

 

Bibl.: E. Munarit Urtasun, “Los Oquendo”, en Revista Internacional de Estudios Vascos, 15 (1924), págs. 467- 493; R. Estrada, El Almirante Oquendo, Madrid, Espasa Calpe, 1943; I. de Arzamendi, D. Antonio de Oquendo, San Sebastián, Sociedad Guipuzcoana de Ediciones y Publicaciones, 1981.

 

José Ignacio Tellechea Idígoras