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Eugenio de Aviraneta e Ibargoyen

Biografía

Aviraneta e Ibargoyen, Eugenio de. Madrid, 13.XI.1792 – 5.IV.1872. Conspirador liberal y escritor.

Hijo de Felipe Francisco de Aviraneta y Echegaray, natural de Vergara (Guipúzcoa), y de Juana Josefa Ibargoyen y Alzate, natural de Irún (Guipúzcoa). Su padre era abogado, y moderado para la época, y su madre hija de militar.

Eugenio de Aviraneta estudió, según criterio de su padre, para seguir la carrera comercial. Posteriormente su madre, para facilitarle el estudio de francés, útil para la actividad comercial, le envía a vivir a casa de su hermano Fermín a Irún. Los veranos los pasa en casa de unos parientes furibundos realistas de Bayona (Francia) para que perfeccione el francés. Allí entró en contacto con la masonería y conoció a los republicanos franceses y a los emigrados españoles. A su vuelta a Irún decidió crear con otros amigos una sociedad secreta que llamaron “El Aventino”. Entraron en contacto con los miembros de las logias de Vitoria, Bilbao y Bayona. En esta época de formación aprendió con los franceses a montar a caballo y a tirar a las armas y leyó a Vergniaud, Petion y Robespierre. Desde entonces sintió gran atracción por la vida de la calle y por la manipulación de las multitudes.

En 1808, cuando vivía todavía en Irún, se anunció la entrada de los franceses: primero Junot, luego Dupont y luego De Moncey con veintidós mil hombres. En febrero Darmagnac tomó por sorpresa Pamplona. Tuvo lugar el Motín de Aranjuez, se produjo la caída de Godoy y Murat entró en Madrid. Para las negociaciones de la Corona española en Bayona con la República francesa, el general Rodríguez de la Buría debía de trasladarse a Bayona, y como no sabía bien francés, llevó a Aviraneta de intérprete, que de este modo se enteró de los entresijos de las negociaciones y de la política. Enterado del triunfo de los españoles en Bailén, decidió sumarse a la lucha contra los franceses y se alistó en Burgos en la partida del cura Merino. Primero fue intendente y oficial, para luego incorporarse definitivamente a un escuadrón, donde alcanzó el grado de teniente. En una posada fue escuchado al hablar mal del cura Merino, éste se enteró y le condenó por masón y republicano a ser fusilado por la espalda como a los espías y traidores. Aviraneta consiguió huir. Más tarde, el hecho de haber militado a las órdenes del cura Merino fue un obstáculo para sus actividades liberales, pues le creyeron un absolutista frenético.

De 1814 a 1820 Aviraneta viajó por distintos países de Europa y América. Estuvo en Madrid e intervino en la conspiración de Richart. En 1820 volvió a Madrid enviado por las logias. Ese año se unió al Empecinado y junto con Mambrilla y un fraile filipino de Valladolid formaron un complot para apoderarse de la capital. Éste no llegó a realizarse porque simultáneamente se produjo la sublevación de Riego y se estableció la Constitución. Aviraneta fue nombrado regidor primero y subteniente de la Milicia Nacional y comisionado del Crédito Público de Aranda de Duero. En esta posición se le encargó que localizase a un grupo de realistas que estaban preparando un alzamiento contra el Gobierno constitucional. Aviraneta se ocupó de recorrer la zona, y finalmente hizo prisionero al cura Merino, a quien posteriormente liberaron las autoridades. Con motivo del nombramiento de Evaristo San Miguel como ministro, en 1822 Aviraneta le ofreció sus servicios y fue enviado en varias misiones: a París para averiguar si el Gobierno francés pensaba en la intervención en España y a la frontera para averiguar el estado de la intendencia del ejército del duque de Angulema, a fin de dar facilidades a los planes de los republicanos franceses, que intentaban hacer desistir a sus paisanos de la invasión. Una vez iniciada la marcha del duque de Angulema, Aviraneta, junto con el Empecinado, ofrecieron resistencia en Ciudad Rodrigo, Moraleja, Trevejo y Cáceres.

A la vuelta de los realistas en 1823, y cuando iba a informar al Gobierno en Cádiz sobre la situación de Extremadura y Castilla, Aviraneta fue apresado por realistas portugueses y encarcelado en Sevilla. Consiguió huir de la cárcel y salir de España. Se refugió en Gibraltar, donde trabajó para los judíos en asuntos económicos y financieros, y en Tánger. En este punto decidió ir a Egipto y ofrecerse como oficial al Gobierno del virrey. Como allí las perspectivas no eran muy halagüeñas en cuanto a su carrera militar, al enterarse de que Lord Byron había acudido a Grecia para hacer la guerra contra los turcos, decidió incorporarse a su ejército y participar en Missolonghi. Con Lord Byron estableció una estrecha amistad hasta su muerte. Fue el único español que participó en la guerra de Grecia. A la muerte del noble inglés decidió abandonar Grecia y marchar a México.

En 1825 se reunió en Burdeos con su tío Ibargoyen, rico comerciante dedicado al negocio entre México y China. Ahí compraron bienes para ser vendidos en Veracruz. Después de dos años dedicado al comercio en México, Aviraneta volvió a la actividad política y conspiratoria al encresparse las relaciones entre los republicanos mexicanos, los yorkinos (partidarios de la expulsión de los comerciantes y propietarios españoles y de sustituir la influencia española por la de Estados Unidos) y los españoles. Se decretó la expulsión de los españoles que intentaban recuperar su antigua colonia. En ese momento decidió marchar a Nueva Orleans, uno de los focos desde donde los españoles organizaban la recuperación. Aviraneta escribió entonces una Memoria dirigida al rey de España sobre el estado de México y el modo de pacificarlo. La presentó en 1828 al capitán general de Cuba y recibió instrucciones en La Habana sobre la organización de una expedición al mando del brigadier Isidro Barradas.

Aviraneta se negó a participar en dicha empresa bajo sus órdenes, pero Barradas le chantajeó con devolverle a España sabiendo su condición de emigrado constitucional. La expedición salió del castillo del Morro de La Habana en julio de 1829. Fracasada la expedición, Aviraneta se volvió a La Habana, donde vivió escribiendo artículos hasta su regreso a Europa.

En 1833, de vuelta en Madrid, se acogió al decreto de amnistía general dado después del otorgamiento de poderes a la Reina por la enfermedad de Fernando VII. A la muerte del Rey, la inestabilidad era grande: se pedía la Constitución, estalló la guerra carlista y las intrigas entre partidos eran constantes.

Aviraneta fundó la Sociedad Isabelina, firme partidaria de la reina Isabel, y de la regente María Cristina, a quien consagró toda su actividad el resto de su vida. Esta sociedad secreta fue muy activa durante toda la Primera Guerra Carlista, y el propio Aviraneta se ocupó de crear las delegaciones en las diferentes ciudades españolas por donde pasó. Con motivo de las actividades suyas y de la sociedad fue encarcelado en numerosas ocasiones. La primera en 1833, cuando se le encomendó la tarea de organizar en Barcelona una delegación.

En 1835 se desató la tensión en Madrid, mientras se había extendido el cólera, se degollaba a los frailes y se luchaba contra los carlistas. Aviraneta fue acusado de la matanza de frailes junto con toda la cúpula de la Isabelina y fue recluido en la cárcel de Corte, desde donde ideó varias tramas para conseguir escapar. En ese tiempo la Isabelina preparó un pronunciamiento, apoyando a la Milicia Urbana, para apoderarse de Madrid, nombrar una Junta revolucionaria y ponerse en contacto con los sublevados de Zaragoza. Los de la Milicia acudieron tarde a la cárcel, con lo cual el pronunciamiento fracasó por descoordinación, pero Aviraneta consiguió finalmente fugarse y huir a Zaragoza, donde publicó su folleto sobre el Estatuto Real.

Mendizábal intentó acabar con los isabelinos, y persiguió implacablemente a Aviraneta, a pesar de que en su momento el ministro de la Gobernación, Ramón Gil de la Cuadra, había solicitado y conseguido el apoyo de la Isabelina a favor de Mendizábal. Mendizábal puso a Aviraneta a las órdenes de Espoz y Mina, que estaba en Cataluña con el objetivo de combatir el carlismo. Aviraneta se desplazó a Barcelona en el momento en el que tuvo lugar una matanza de carlistas en la Ciudadela, de la que Mina le consideró instigador y responsable. Así, fue nuevamente detenido y deportado a Santa Cruz de Tenerife. Una vez allí se comprobó que no había tomado parte en las matanzas de la Ciudadela, y huyó a Argel.

De regreso a la Península, en Málaga consiguió asilo seguro y protección. Se ocupó de organizar la delegación de la Isabelina en la ciudad y su participación en los motines de 1836 —o revolución, en términos del propio Aviraneta—. Se le acusó falsamente, como luego se probó, de tomar parte en los asesinatos de Saint Just y el conde de Donadío, gobernador de Málaga.

Su siguiente destino fue Cádiz, ciudad en la que habían iniciado la revolución los isabelinos y donde también se había proclamado la Constitución. Fue delegado de Hacienda de la división de la Milicia Nacional.

Por entonces los sargentos, en La Granja, instigados por Mendizábal, obligaron a María Cristina a proclamar la Constitución. El movimiento de La Granja quitó importancia a los isabelinos, a los que se relegó a partir de entonces a un segundo plano como anticuados.

En 1838, el ministro Pío Pita Pizarro le encargó hacer abortar las conspiraciones que los carlistas tenían para sublevar La Mancha, Andalucía y los presidios de África. Desde Bayona (Francia) fue el principal promotor de varias actuaciones, como el intento de secuestro de don Carlos, la emisión de falsas proclamas, o la difusión de que el general Maroto estaba vendido a los liberales, pero sobre todo fue el responsable de sembrar la desconfianza entre don Carlos y el general Maroto —y sus respectivos partidarios— por medio de documentos falsos. Estableció el plan militar que finalmente siguió el general Espartero para acabar con la guerra carlista en Vascongadas y Navarra, y que terminó con la marcha de don Carlos a Francia. Participó muy activamente en la preparación del Convenio de Vergara, como se lee en el informe que redactó a petición de Pío Pita Pizarro: Memoria dirigida al Gobierno español [...], escrito en 1839 y editado en 1844. Aviraneta en particular siempre defendió el diálogo como medio para alcanzar la paz, por considerar que la vía militar nunca sería suficiente.

En el verano de 1839, en vista de los buenos resultados que le dieron sus intrigas en el campo carlista, quiso repetir la suerte en Cataluña, y en 1840 se le encomendó la tarea de marchar de nuevo a Francia para dividir y aniquilar la facción carlista del conde de España y de Cabrera. Lo hizo nuevamente, enviando documentos falsos a la Junta de Berga sobre la falsa filiación del conde de España a la secta masónica y a la fracción moderada.

A partir de esas fechas se dedicó a leer y escribir sus memorias y a llevar una vida tranquila y discreta. Dadas las características excepcionales de sus servicios, en 1851 se le otorgó como recompensa nacional extraordinaria el cargo y sueldo de intendente militar de segunda clase y se le consideró a disposición de la Reina.

Por su vida de aventuras, intrigas y conspiraciones, Aviraneta ha llamado la atención de los escritores españoles hasta la actualidad. Especialmente de Pío Baroja, pariente de Aviraneta, quien basó en sus andanzas su serie histórica Memorias de un hombre de acción, compuesta por veintidós títulos. Asimismo, Benito Pérez Galdós o Gregorio Marañón escribieron sobre él. Entre los historiadores, Modesto Lafuente y Antonio Pirala ahondaron en el estudio de su figura.

 

Obras de ~: Estatutos de la Confederación general de los guardadores de la Inocencia, o Isabelinos, Burdeos, Imprenta de F. Laconte, 1834; Lo que debería ser el Estatuto Real, o Derecho público de los españoles, Zaragoza, Ramón León, 1834; con T. Beltrán Soler, Mina y los proscritos, por Eugenio de Aviraneta y Tomás Bertrán Soler, deportados en Canarias, por abuso de autoridad de los Precónsules de Cataluña, Argel, Imprenta de la Colonia, 1836; Vindicación de don Eugenio de Aviraneta de los calumniosos cargos que se le hicieron por la Prensa con motivo de su viaje a Francia, en junio de 1837, en comisión de gobierno, y observaciones sobre la guerra civil de España y otros sucesos contemporáneos, Madrid, Imprenta de Sanchiz, 1838; Apéndice a la vindicación publicada por don Eugenio de Aviraneta el 20 de junio de 1838, Bayona, Imprenta de Lamaignère, 1838; Memoria dirigida al Gobierno español sobre los planes y operaciones puestos en ejecución para aniquilar la rebelión de las provincias del Norte de España, Tolosa, Imprenta de Henault, 1841; Memoria dirigida al Gobierno español sobre los planes y operaciones puestos en ejecución para aniquilar la rebelión de las provincias del Norte de España, Madrid, Imprenta de Narciso Sanchiz, 1844; Contestación de Aviraneta a los autores de la Vida política y militar del general Espartero, duque de la Victoria, Madrid, Joaquín Bernal, 1864; Apéndice a la contestación de Aviraneta a los autores de la vida política y militar del general Espartero, duque de la Victoria, Madrid, Imprenta del Banco Industrial, 1864; Las guerrillas españolas o las partidas de Brigantes de la guerra de la Independencia, receta para la curación de Francia contra la invasión de los ejércitos extranjeros, dedicada a la Comisión de armamento y defensa de los Departamentos de Francia, por un español enemigo constante de toda dominación extranjera, Madrid, Imprenta de F. Martínez, 1870; Mis Memorias íntimas o Apuntes para la Historia de los Últimos Sucesos ocurridos en la emancipación de la Nueva España (1825-1829), las publica por primera vez don Luis García Pimentel, México, Moderna Librería Religiosa de José L. Vallejo, 1906.

 

Bibl.: J. M. Chacón y Calvo, Aviraneta pacificador, La Habana, Molina y Compañia, s. f. [es tirada aparte de la revista Cubana, año I, n.º 1, vol. 1 (s. f.)]; M. Lafuente, Historia general de España: desde los tiempos más remotos hasta nuestros días, Madrid, B. Industrial, 1850-1967, 30 vols.; A. Pirala, Historia de la Guerra Civil y de los partidos liberal y carlista, Madrid, Tipografía Mellado, 1853-1856; P. Baroja, El aprendiz de conspirador, Madrid, Renacimiento, 1913; El escuadrón del Brigante, Madrid, Renacimiento, 1913; Los caminos del mundo, Madrid, Renacimiento, 1914; Con la pluma y con el sable, Madrid, Renacimiento, 1915; Los recursos de la astucia, Madrid, Renacimiento, 1915; La ruta del aventurero, Madrid, Renacimiento, 1916; La veleta de Gastizar, Madrid, Caro Raggio, 1918; Los caudillos de 1830, Madrid, Caro Raggio, 1918; La Isabelina, Madrid, Caro Raggio, 1919; Los contrastes de la vida, Madrid, Caro Raggio, 1920; El sabor de la venganza, Madrid, Caro Raggio, 1921; Las furias, Madrid, Caro Raggio, 1921; El amor, el dandismo y la intriga, Madrid, Caro Raggio, 1922; Las figuras de cera, Madrid, Caro Raggio, 1924; La nave de los locos, Madrid, Caro Raggio, 1925; Las mascaradas sangrientas, Madrid, Caro Raggio, 1927; Humano enigma, Madrid, Caro Raggio, 1928; La senda dolorosa, Madrid, Caro Raggio, 1928; Los confidentes audaces, Madrid, Espasa Calpe, 1931; La venta de Mirambel, Madrid, Espasa Calpe, 1931; Crónica escandalosa, Madrid, Espasa Calpe, 1935; Desde el principio hasta el fin, Madrid, Espasa Calpe, 1935; Aviraneta o la vida de un conspirador, Madrid, Espasa Calpe, 1931; J. L. Castillo Puche, Memorias intimas de Aviraneta, o manual del conspirador, réplica a Baroja, Madrid, Biblioteca Nueva, 1952; P. Ortiz-Armengol, Aviraneta y diez más: Albuin, Van Halen, Bessieres, Leguía, Arrambide, Regato, Corpas, M. Guerra, R. Alpuente, Olózaga, Madrid, Prensa Española, 1970; M.ª del C. Simón Palmer, El espionaje liberal en la última etapa de la primera guerra carlista: Nuevas cartas de Aviraneta y de F. de Gamboa, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto J. Zurita, 1973, págs. 289-380 (tirada aparte de Cuadernos de Historia, t. IV); P. Ortiz-Armengol, Aviraneta o La intriga, Madrid, Espasa Calpe, 1994; A. M. García Rovira, “Eugenio de Aviraneta e Ibargoyen (1792-1872): el paroxismo de la conspiración”, en I. Burdiel y M. Pérez Ledesma, Liberales, agitadores y conspiradores, Madrid, Espasa Calpe, 2000, págs. 127-153.

 

Carmen Caro

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