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Gonzalo O'Farrill y Herrera

Biografía

OFarrill y Herrera, Gonzalo. La Habana (Cuba), 22.I.1754 – París (Francia), 19.VII.1831. Militar y político.

Nació en el seno de una rica familia oriunda de Irlanda. Muy niño emigró a París con toda su familia, iniciando allí su carrera militar. Con trece años ingresó en la prestigiosa Escuela Militar de Sorèze (Francia), donde se han formado muchos oficiales de categoría, aunque un nuevo traslado familiar le condujo enseguida a España. Y a cadete ingresó en la Academia Militar de Ávila, de la que fue muy pronto oficial y profesor de Matemáticas. Con estos avales, se le encomendó la dirección de la Escuela Militar de Cadetes de El Puerto de Santa María (Cádiz). Como su verdadera pasión era el campo de batalla, en 1780 se apuntó como voluntario en la campaña naval que Francia, aliada de España por los Pactos de Familia, proyectaba hacer frente a las costas inglesas.

La empresa se suspendió en el último momento, pero O’Farrill aprovechó su viaje para conocer las fortificaciones francesas en Flandes y en Champaña, interesado en mejorar sus conocimientos en artillería e ingeniería militar. De nuevo en España, participó a lo largo de 1781 en varias campañas militares contra los ingleses en Menorca y Gibraltar, con desigual suerte. Cuando estaba a punto de embarcar hacia las Antillas para continuar allí la lucha contra Gran Bretaña, se firmó la paz.

La carrera militar de O’Farrill continuó en los años siguientes su curso normal; ascendió a teniente general y se le destinó a Ceuta para dirigir el Regimiento de Infantería de Toledo; no mucho después se le encargó el mando del Regimiento de Asturias, en ausencia del coronel. En esta nueva misión, O’Farrill atendió a la defensa de las plazas españolas de Melilla y Orán.

Tras su aventura africana, se instaló en Madrid en 1792, donde ejerció como secretario de la Junta de Próceres, a la que se había encomendado la redacción de un nuevo reglamento de milicias. Como lo suyo no eran los despachos, sino la acción militar, cuando estalló la Guerra de la Convención, solicitó servir en la milicia activa. Ascendido a coronel, fue destinado al norte de España en calidad de jefe del Regimiento de Navarra; en su nuevo encargo tomó parte en las campañas de Lecumberri y de Tolosa, donde resultó herido. Su valentía, en cualquier caso, le fue recompensada con un nuevo ascenso al rango de mariscal de campo. Continuó luchando contra los franceses en Rosellón y Gerona, y en medio de la derrota, su compañía obtuvo una destacada victoria junto a Banyolas y continuó su ofensiva penetrando por Puigcerdà. Cuando España y la República Francesa firmaron la paz, en 1795, O’Farrill ya era teniente general.

Acabada la guerra, O’Farrill volvió a los despachos ministeriales. Fue secretario de una comisión de generales a la que se encomendó estudiar posibles reformas en la disciplina y organización del Ejército español, que tan ineficaz se había mostrado en la reciente guerra. De igual modo, se le comisionó para negociar con Francia la demarcación de fronteras. Concluida esa misión, y junto al también general Tomás de Morlá, recorrió a lo largo de 1797 el Alto Aragón, La Rioja y los Pirineos navarros, interesados en analizar sobre el terreno las defensas españolas ante una hipotética invasión de Francia. Un año después fue nombrado inspector general de la Infantería, puesto que apenas disfrutó, porque de inmediato fue elegido para dirigir una división de apoyo a Francia en la campaña naval que este país (ahora aliado de España) proyectaba realizar frente a las costas irlandesas. Obedeciendo órdenes, O’Farrill partió de Ferrol rumbo a Rochefort, pero, apenas llegó a su destino, supo que Francia había anulado la operación para centrar sus esfuerzos en la campaña de Egipto, en la que España ya no participó.

O’Farrill fue nombrado a continuación ministro extraordinario de España ante el rey de Prusia. Como tal, se desplazó a Berlín, aunque el general no dejó pasar la ocasión para mejorar sus conocimientos militares y para estudiar batallas y fortalezas del centro de Europa. Viajó por Italia, Francia, Suiza, Holanda, Austria e Inglaterra, y visitó Rivoli, Marengo o Arcola, escenarios de los más sonados triunfos de Napoleón. Es más que seguro que esas visitas despertaron en él una enorme admiración por el genio militar de Bonaparte. Su largo periplo europeo sólo concluyó en junio de 1805, cuando recibió la orden de volver a Madrid.

Una nueva misión oficial en el extranjero le condujo a comienzos de 1806 a Italia, como responsable de una división de seis mil hombres que se desplazó a Florencia para proteger los derechos de la reina de Etruria, que lo era María Luisa de Borbón, hija de Carlos IV y de María Luisa de Parma. El de Etruria era un Reino títere de Napoleón, formado en 1801 con los restos del gran ducado de Toscana, y que había sido cedido a los Borbones españoles como compensación a la pérdida del ducado de Parma, anexionado al Imperio francés.

Durante 1806 las tropas de O’Farrill tuvieron que desplazarse al norte de Francia y a las inmediaciones del mar Báltico para participar en el “bloqueo continental” contra Inglaterra. A finales de 1807 el Tratado de Fontainebleau obligó a María Luisa a renunciar al Trono de la Etruria, a cambio de inciertas promesas sobre el Algarve; en esas condiciones, O’Farrill acompañó a la Reina destronada y a sus hijos en su forzado regreso a España. El teniente general regresó a Madrid enfermo y mantuvo reposo los meses siguientes, sin aceptar siquiera el puesto de preceptor del príncipe de Asturias, que se le había ofrecido.

Fue precisamente Fernando VII, Rey desde marzo de 1808, quien volvió a requerir los servicios de O’Farrill. Viendo en el veterano general un hombre de valía, le confió la dirección general de Artillería y, en cuestión de días, el Ministerio de Guerra. Cuando Fernando se vio obligado a marchar hacia Bayona, reclamado por Napoleón, quiso que O’Farrill formara parte de la Junta Suprema que dejó en Madrid para resolver las materias gubernativas más urgentes, aunque sin depósito de soberanía.

Como miembro de esa Junta, O’Farrill hizo lo posible por mitigar los continuos roces entre los ocupantes franceses y los habitantes de Madrid. Tras los trágicos sucesos del 2 de mayo, hizo ver a Murat que la insurrección era un hecho aislado que apoyaban los españoles, queriendo con ello evitar una carnicería. Aunque en un principio se mostró leal a Fernando VII, mudó su parecer cuando se conocieron las abdicaciones de Bayona. Viendo imposible resistir a un Ejército invasor de cien mil hombres, y ante el riesgo de anarquía, O’Farrill creyó más prudente jurar fidelidad a José Bonaparte. El general actuó en esta coyuntura como la mayoría de ministros, altos eclesiásticos, aristócratas y magistrados, para quienes la ocupación francesa era un mal menor, una solución de orden que evitaría males mayores.

Por estos mismos motivos aceptó seguir ejerciendo el Ministerio de Guerra con el nuevo Rey. Aunque los franceses retrocedieron posiciones tras la batalla de Bailén, O’Farrill, a contracorriente, no compartió el entusiasmo de quienes creían vencido al invasor. Buen conocedor de las circunstancias internacionales, pensaba que la dominación francesa no tenía vuelta de hoja. Por eso, junto a otros cuatro ministros “afrancesados” (Cabarrús, Urquijo, Mazarredo y Azanza), acompañó a José Bonaparte en su retirada a Francia tras Bailén; desde Vitoria, este grupo de ministros promovió un documento en el que se aseguraba el apoyo a José Bonaparte a cambio de que su hermano garantizara la integridad e independencia de España, pero el Emperador ni siquiera se dignó contestar al requerimiento.

Napoleón retomó la campaña española en noviembre de 1808, y en menos de dos meses doblegó la resistencia patriótica. La rotunda victoria francesa en Ocaña (noviembre de 1809) aseguró la presencia del invasor en casi toda la Península y, desde luego, la continuidad en el Trono de José Bonaparte. En medio de la desmoralización de los “patriotas”, O’Farrill escribió cartas a personajes de la talla de Castaños, Saavedra o Cevallos, animándoles a sumarse al Gobierno de José I con el objetivo de “españolizarlo”.

Otro oficio suyo, publicado en la Gaceta de Madrid el 31 de enero de 1810, cifraba las esperanzas de todo buen español en “un gobierno que asegure nuestra independencia, nuestra libertad civil, que reconozca y mejore las instituciones que nuestros padres no llegaron a consolidar, y que tome por pauta de sus operaciones y de sus leyes la que tiene ya trazada la experiencia de los siglos en los pueblos más ilustrados, cifrando toda su gloria en la felicidad individual y en la prosperidad nacional”. Todo ello, a su juicio, lo garantizaba el rey José: “Reunámonos a éste y salvemos la patria”, concluía.

Años después, cuando tuvo que defenderse del cargo de traición a la Patria, esgrimió expresamente este documento para defender su españolismo; “un documento de este tenor no es seguramente de hombres vendidos al Gobierno, sino de verdaderos españoles”. En esta misma línea, el teniente general O’Farrill se negó a avalar el plan francés que pretendía disgregar a España en dos partes, añadiendo a su Imperio las provincias al norte del Ebro. El proyecto se desbarató, según parece, por el apoyo que José Bonaparte prestó a sus ministros españoles, desoyendo en esto a su hermano.

A la cartera de Guerra, que O’Farrill desempeñó durante todo el reinado de José, uniría la de Marina en julio de 1812 tras la muerte del ministro Mazarredo. También ejerció cortas suplencias en los departamentos de Guerra, Hacienda y Estado, prueba de su sintonía plena con el Rey. En todos esos empeños, O’Farrill promovió una política moderada, tratando de poner freno a los excesos de algunos generales franceses.

Se sirvió además de la ocupación francesa para mejorar considerablemente su patrimonio y la posición de su familia, que llegaría a ser una de las principales de la Corte josefina. A modo de ejemplo, en los círculos sociales del Madrid afrancesado ocupó un lugar muy destacado su sobrina carnal, María Teresa Montalvo y O’Farrill, condesa viuda de Jaruco, y amante oficial del rey José, mientras que Mercedes Santa Cruz Montalvo, una de sus sobrinas-nietas, se casó con el conde Merlín, uno de los generales más próximos al Emperador.

Cuando José Bonaparte abdicó y abandonó definitivamente España en 1813, el general O’Farrill cruzó la frontera junto a su protector, perdiendo todos sus bienes y muebles, expropiados por el Gobierno español. Reconoció, no obstante, la legalidad del Tratado de Valençay, por lo que no tuvo reparo en felicitar a Fernando VII y en ponerse a sus órdenes, aunque no obtuvo del nuevo Rey respuesta alguna. Residente, por tanto, en París, abandonó por completo las actividades políticas y militares, prefiriendo gestionar los negocios familiares, con ramificaciones en el azúcar cubano.

Frecuentó varias academias científicas y literarias de la capital francesa, en las que pudo ampliar sus ya vastos conocimientos en letras clásicas y modernas. No volvió jamás a España, aunque Fernando VII le restituyó al final de sus días en sus empleos y dignidades. Desde su retiro parisino publicó con otro antiguo ministro de José I, Miguel José de Azanza, una apasionada defensa de su actuación política entre 1808 y 1814. De ese libro se editaron 1.560 ejemplares, cifra muy elevada para aquella época, pero significativa del elevado número de exiliados españoles en Francia.

O’Farrill murió en París en julio de 1831, y fue enterrado en el cementerio de Père Lachaise, donde reposan sus restos al día de hoy.

 

Obras de ~: con J. Oquendo, G. de la Cuesta y J. de Santa Cruz (OFM), Plano que manifiesta la situación que tomaron las Tropas y Miqueletes que el 25 de julio de 1795 salieron de la Seu de Urgel y otros puertos para atacar a la madrugada del siguiente día la Plaza de Belver y reductos de Monterrós, Taltendre y Torrellas, ocupados por las tropas francesas, indicándose también parte de la marcha que hicieron las Españolas para este Ataque mandado por el Mariscal de Campo dn. Joaquim Oquendo Comte. General del Cantón de Seu de Urgel y convinado con el que al mismo tiempo hizo contra Puigcerdá el Mariscal título de Campo Dn. Gregorio de la Cuesta Comte. Genl. de esta expedición cuyo primer objeto que era arrojar a los Franceses de las dos Cerdañas, se verificó en 27 de julio de 1795, Puigcerdà, 8 de agosto de 1795 (Biblioteca Nacional de España [BNE], ms/42/337); Plano que maniftª la posición de los enemigos el día 14 de junio de 1795 y ataques resistidos o executados por ntras. tropas del destacamto. de la dra. en las inmediaciones de Torruella de Fluviá, Cuartel General de Cerviá, 23 de junio de 1795 (BNE, ms/42/338); Plano que manifª la posición que habían ocupado los enemigos en la noche del 13 de junio de 1795 sobre las alturas de Pontós y Armadas y en que fueron atacados y derrotados en la mañana del día siguiente por las tropas de S.M., Cuartel General de Cerviá, 23 de junio de 1795 (BNE, ms/42//359); con M. J. de Azanza, Memoria sobre los hechos que justifican su conducta política desde marzo de 1808 hasta abril de 1814, París, Rougeron, 1815; A Don Pedro Miguel Sáenz de Santa María y Carassa. Carta de su padre político D. Gonzalo OFarrill, sobre la vida y buenos ejemplos de su madre, Ana Rodríguez de Carassa, París, 1817.

 

Bibl.: P. de Ceballos, Exposición de los hechos y maquinaciones que han preparado la usurpación de la corona de España, Madrid, 1808; A. Muriel, Los afrancesados, o una cuestión política, París, Rougeron, 1820; Notice sur D. Gonzalo OFarrill, Lieutenant- Général des armées de S. M. le Roi dEspagne, son ancien Ministre de la Guerre, Paris, Chez de Bure Frères, 1831; J. M. Queipo de Llano, conde de Toreno, Historia del levantamiento, guerra y revolución de España, Madrid, Rivadeneyra, 1872; J. M. Agrela y Pardo, conde de La Granja, El reino de Etruria (Algunas cartas inéditas de Labrador, Luciano Bonaparte y OFarrill a Godoy, Madrid, Gráficas Universal, 1935; M. Artola, Los afrancesados, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), 1953; J. Mercader Riba, José Bonaparte, rey de España 1808-1813, Madrid, CSIC, 1971; José Bonaparte, rey de España 1808-1813. Estructura del Estado español bonapartista, Madrid, CSIC, 1983; G. Dufour, La guerra de la Independencia, Madrid, Historia 16, 1989; J. López Tabar, Los famosos traidores. Los afrancesados durante la crisis del Antiguo Régimen (1808- 1833), Madrid, Biblioteca Nueva, 2001.

 

Carlos Rodríguez López-Brea

 

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