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Alonso Núñez de Haro y Peralta

Biografía

Núñez de Haro y Peralta, Alonso. Villagarcía del Llano (Cuenca), 31.X.1729 – Ciudad de México (México), 26.V.1800. Arzobispo, virrey de Nueva España.

Destacó muy joven por sus grandes dotes como estudioso y erudito. Estudió Filosofía y Teología con los dominica de la iglesia de San Pedro Mártir, así como en la Real Universidad de Toledo, donde pudo doctorase con tan sólo dieciocho años.

En Roma fue examinado por el sabio pontífice Benedicto XIV a quien sorprendió su erudición y lo recomendó al infante cardenal Luis de Borbón y al Cabildo de Toledo. Obtuvo por oposición la Canongía Lectoral de esta iglesia primada, a los veintitrés años.

Posteriormente fue canónigo en Cuenca, y Segovia y regresó a Toledo con otro canonicato.

Su prestigio como orador en estos sitios, además de Madrid, y su labor como visitador general del arzobispado de Toledo y administrador perpetuo de la Casa de Niños Expósitos, aumentaron su fama de sabio y virtuoso, suficiente para que Carlos III le considerase como candidato idóneo para el arzobispado de México, en sustitución de Francisco Antonio de Lorenzana, más tarde arzobispo de Toledo y cardenal.

Cultivó amistad con los cardenales Castelli y Antonelli, con quienes sostuvo correspondencia epistolar. El papa Clemente XIV, que le examinó después de su doctorado en Bolonia, le concedió amplias facultades, indulgencias y gracias mayores que a todos sus predecesores.

Nombrado arzobispo de México, llegó a Veracruz el 12 de septiembre de 1772, el 13 del mismo mes fue consagrado por el obispo de Puebla en la iglesia de San Miguel del Milagro y el 22 comenzó el gobierno de su archidiócesis. Es recordado por sus contemporáneos por sus cualidades de buena administración y sabiduría, con lo que conquistó el afecto de todos los que le rodeaba. Una de las primeras comisiones que desempeñó con gran prudencia fue la visita y reforma de las casas de los Padres Agonizantes y de San Antonio Abad.

Redactó las Constituciones y providencias para el gobierno de la Casa de Niños Expósitos, que su antecesor, el arzobispo Lorenzana, no pudo concluir, otorgándole además una pensión mensual para mejorar sus condiciones de trabajo. Con la aprobación de Carlos III, en el edificio del antiguo noviciado de jesuitas en Tepotzotián, estableció un colegio seminario de instrucción, retiro voluntario y corrección del clero, con Cátedras de Teología, Sagrada Escritura y Lengua Mexicana, al que donó su importante biblioteca, además de suficientes recursos que hicieron de esta institución un establecimiento superior a los de España, no obstante que el Colegio de San Martín en Tepotzotián estuvo dedicado desde muchos años antes a preparar a los evangelizadores, a quienes se instruía en las lenguas indígenas que les facilitarían sus tareas.

Al ser ampliado y habilitado con lo necesario el Seminario de Tepotzotián, el noviciado del Colegio de San Andrés pasó a esta población y se pensó en transformar este colegio en hospital, semejante al Hospital General de la Pasión de Madrid. Éste fue el origen del Hospital General de San Andrés, que surgió como una necesidad de reunir a los pacientes en una institución que les evitara un largo y penoso viaje a través de la ciudad, en busca del nosocomio adecuado para aliviar sus enfermedades, además de concentrar en un lugar la existencia de varias especialidades, lo que podía implicar también economía en los gastos y facilitaría la atención de los sacerdotes al suministrar su asistencia a pacientes en un lugar de concentración.

Las ordenanzas del Rey para la fundación del hospital se dictaron el 8 de junio de 1760, pero la expedición de la Real Cédula fue del 13 de julio de 1763. La orden de expulsión de los jesuitas, dictada por Carlos III y datada el 31 de marzo de 1767, sin duda benefició a los intereses de Núñez de Haro. En cada colonia española, después de la expulsión de los jesuitas, los bienes de éstos fueron administrados por la Junta Superior de Aplicaciones. Por orden del virrey Bucareli, en México se creó el 2 de mayo de 1767 y se dictó su Reglamento el 15 de febrero de 1768. El Colegio de San Andrés lo dedicó a Hospital General, para que en él se atendiesen todas las enfermedades, excepto las de San Lázaro, San Antón; además, se recibirían a indios que no hubieran podido ser admitidos en el Hospital Real de Naturales y contaría con un departamento para militares que les permitiese mejor atención.

Con la aprobación y licencia de Carlos III, surgió con muy escasos recursos económicos el Hospital General de San Andrés que, aunque se había calculado que atendería a quinientos pacientes, sus ingresos difícilmente cubrirían las necesidades de cincuenta, y eso a pesar de que los militares debían pagar su estancia. Consecuencia de esto fue la extensión de la miseria en la atención de los pacientes y la falta de mantenimiento de un edificio tan grande como para que las salas de los pacientes estuvieran alrededor de sus siete patios.

En 1773 se destinó el Colegio de San Andrés para hospital de la tropa. En 1774, tuvo lugar la apertura del Hospital de San Andrés y se calcularon los recursos para la atención de cien pacientes.

En 1776 hubo en México una gran epidemia de tifoidea, disentería, neumonía e influenza. La situación económica del Hospital de San Andrés obligó a medidas diversas para consolidar su estabilidad, como contabilidad eficiente, formar un presupuesto independiente, contar con un abogado para la vigilancia de los fondos, inventarios de su mobiliario y otros. En 1779 se presentó una epidemia de viruela que asoló México por más de un año y cuatro meses. La utilización del Hospital de San Andrés cubrió una urgente necesidad y Núñez de Haro, con el apoyo del virrey Mayorga, dotó de mobiliario y útiles necesarios para más de cuatrocientos enfermos, así como de médicos, cirujanos, ayudantes, sacerdotes y empleados, y sostuvo a sus expensas todos los gastos del nosocomio.

Ninguna de las instituciones de la Nueva España estuvo tan ligada a la permanente preocupación del arzobispo de Haro y Peralta, durante toda su vida, como el Hospital de San Andrés. En 1782 se realizó un balance de los caudales del Hospital. En 1783 llegaron las órdenes del Rey para que el arzobispo de México se encargara del gobierno del Hospital de San Andrés, aunque desde diez años antes viniera sosteniendo pecuniariamente las actividades asistenciales del mismo. A fines de agosto de 1785, hubo en casi todo el país fuertes heladas, sobre todo en Tierra Caliente, la Huasteca y la Sierra. Núñez de Haro auxilió a las víctimas con más de 90.000 pesos, además de otras cantidades proporcionadas sin intereses por comerciantes locales. Esto justificó que, en la Real Orden del 19 de mayo de 1786, el Rey expresara su afecto y gratitud por todo el esfuerzo y la dedicación mostrados ante tales calamidades públicas.

Poco después llegó a la Nueva España, en el correo marítimo, la Real Cédula del 25 de febrero de 1787, para que Núñez de Haro sustituyera al virrey conde de Gálvez, fallecido el 30 de noviembre del año anterior. En dicha cédula se le nombraba virrey, gobernador y capitán general de la Nueva España, presidente de su Real Audiencia y Cancillería, mandándole tomar posesión de dichos empleos con el carácter de interino y por vía de comisión.

Tomó posesión el 8 de mayo y dejó el gobierno el 16 de agosto. En tan breve tiempo despachó los expedientes atrasados y los nuevos que se presentaron, resolviendo los problemas con excepcional rapidez y tino, así que el Rey consideró que los privilegios correspondientes a los nombramientos otorgados debía mantenerlos de por vida, por lo que seguiría recibiendo los honores de virrey y capitán general.

Al terminar la epidemia de 1779-1780, el arzobispo no se resignó a que se clausurara el hospital, cuyo sostén continuó bajo su protección, calculándose que del 26 de septiembre de 1784 al 10 de febrero de 1790, invirtió más de 459.500 pesos fuertes.

Fue la mayor preocupación de Núñez de Haro el dotar al Hospital de San Andrés de medios económicos que aseguraran su sostén. Logró reunir diversos patrocinadores, como los fondos de obras pías de la Profesa, y Real Tribunal del Consulado. En 1790, el Tribunal del Protomedicato de la Nueva España, con motivo del ascenso al trono de España de Carlos IV, convocó a un concurso de disertaciones sobre las “obstrucciones inflamatorias del hígado”, ya que de 1783 a 1786 hubo una gran “horrorosa y tenasísima” enfermedad que asoló a la Ciudad de México y “aún al reino”. En este concurso resultaron premiados dos trabajos, uno del catedrático regente de Vísperas de Medicina de la Real Universidad y del Hospital General de San Andrés, Joaquín Pío Eguía y Muro, y la otra disertación premiada fue del profesor público de Cirugía y primer cirujano del mismo hospital, de los Reales Hospitales de Naturales y director del Real Anfiteatro Anatómico, el licenciado Manuel Moreno.

En 1790, el arzobispo Núñez de Haro estableció el Reglamento para el funcionamiento del Hospital de San Andrés, en el que reitera lo importante de la asistencia, puntualidad, buen trato a los pacientes y acertadas prescripciones. El Rey agradeció, en 1792, a Núñez de Haro su diligencia en obtener medios económicos para el sostén del nosocomio con la aprobación del virrey, siendo de notar que su acertada organización y provisión de recursos permitieron al hospital, mientras vivió el arzobispo, ofrecer sus servicios a la población más necesitada.

En sus veintiocho años de labor pastoral, Núñez de Haro compartió las múltiples vicisitudes del Gobierno real, desde las controversias despertadas por la expulsión de los jesuitas hasta la intolerable corrupción en los puestos públicos, la actitud prepotente y voracidad insaciable de las autoridades, así como las inquietudes premonitorias de las gestas del futuro México independiente, sin contar con la insalubridad y pobreza reinantes en el pueblo, presa frecuente de epidemias que diezmaban la población.

Casi treinta años gobernó el arzobispado con tino, desinterés, honestidad y renovado entusiasmo. Para ejemplo de gobernantes, sus sueldos pasaban a los fondos con que ejercía a manos llenas la caridad, patrocinaba construcción y restauración de iglesias, colegios, conventos, hospitales, veinte obras de beneficio público, prestaba ayuda en bien de las víctimas de desastres naturales e incluso colaboraba económicamente con el Rey en sus luchas contra las naciones enemigas.

Sus numerosos afanes, fatigas y edad avanzada, minaron la salud de Alonso Núñez de Haro y Peralta, quien falleció después de más de un año de sufrimientos, el 26 de mayo de 1800. Sus restos fueron enterrados con gran solemnidad en la cripta de los arzobispos de la Catedral de México. El pueblo expresó su dolor con numerosas demostraciones de duelo y las honras fúnebres fueron imponentes y solemnes.

 

Bibl.: J. T. Basurto, El Arzobispado de México, México, Talleres Tipográficos de El Tiempo, 1901; J. Muriel, Hospitales de la Nueva España, t. II, México, Editorial Jus, 1960; F. Morales Padrón (dir.), Los virreyes de Nueva España en el reinado de Carlos III (1779-1787), vol. II, Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1967; V. B. Cerecedo Cortina y F. Fernández del Castillo, “Historia de la asistencia hospitalaria en México”, en Antología de escritos históricos-médicos, vol. II, México, Universidad Nacional Autónoma (UNAM), Facultad de Medicina, Departamento de Historia y Filosofía de la Medicina, 1973; J. F. Cerecedo Olivares y G. Castillo Robles, “Sr. Dr. Don Alonso Núñez de Haro y Peralta, Arzobispo-Virrey de la Nueva españa y fundador del Hospital General de San Andrés”, en Revista Médica del Hospital General de México S.S., vol. 62, n.º 4 (1999), págs. 295-299; H. Priego Sánchez-Morate y J. A. Silva Herranz, Diccionario de personajes conquenses (nacidos antes del año 1900), Cuenca, Diputación Provincial, 2002.

 

José Manuel Serrano Álvarez

 

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