Aurelio. ?, s. VIII – Asturias, 774. Rey de Asturias.
La violenta muerte de Fruela (768) reproducía en la Corte de Cangas de Onís la situación planteada treinta años antes (739) con la prematura muerte de Favila, sucesor de Pelayo, cuyos hijos, presumiblemente de muy corta edad, serían apartados de la sucesión al trono, que recae en Alfonso I, yerno de Pelayo por su matrimonio con su hija Ermesinda. Fruela dejaba una joven viuda, Munio, cuya suerte se ignora, y un hijo que contaría quizá no más de seis años: el futuro Alfonso II. Pero ahora, a diferencia de lo ocurrido cuando se produce la inesperada muerte de Favila en un accidente de caza, al hecho de la minoría del heredero Alfonso, causa suficiente para su desplazamiento, al menos temporal, del trono, se unían las circunstancias específicas del triunfo de una facción palatina opuesta a Fruela en un sangriento conflicto político cuya naturaleza se desconoce, saldado con la muerte violenta de su hermano Vímara y con la suya propia. La sucesión del Rey fratricida, víctima a su vez de un regicidio, recaerá en su primo Aurelio, hijo de un hermano de su padre Alfonso I, llamado también Fruela, con quien había colaborado activamente en sus campañas militares al sur de la cordillera Cantábrica.
No se sabe en qué condiciones se produjo la sucesión de Fruela I en la persona de Aurelio. La Crónica de Alfonso III en sus dos versiones detalla las relaciones de parentesco entre los dos primos, nietos ambos, por vía paterna, del duque Pedro de Cantabria. La versión Rotense se limita a consignar que a Fruela tras su muerte, “le sucedió en el reino su primo Aurelio”; el texto “a Sebastián” puntualiza que éste “era hijo de Fruela, el hermano de Alfonso”, mientras que la Crónica Albeldense con su habitual laconismo omite la referencia a esas relaciones de parentesco entre los dos monarcas.
Hay que suponer que el nuevo monarca contaría con el respaldo de la facción palatina opuesta a Fruela y responsable de su muerte. Y aparte de esa mención puntual del parentesco con su antecesor, los textos cronísticos sólo dejan constancia, en su breve reinado de siete años (768-774), del hecho de que “tuvo paz con los musulmanes” y de que en su tiempo se produjo una rebelión de los siervos contra sus señores, sofocada por el Monarca y siendo reducidos los rebeldes a su originaria condición servil.
Tras la desaparición de Fruela se inicia, efectivamente, una etapa de paz con los árabes que se prolonga durante más de veinte años, coincidiendo con los reinados de Aurelio, Silo (774-783) y Mauregato (783-788), en los que el pequeño reino asturiano se vio a salvo de las acciones ofensivas islámicas. La existencia de ese prolongado período de paz exterior —a la que no corresponde una ausencia de problemas interiores, el primero la propia rebelión de los siervos— daría lugar a las más peregrinas interpretaciones, favorecidas por el laconismo de los textos cronísticos. En realidad la explicación de esas pacíficas relaciones con los musulmanes hay que buscarla en la situación en que se encuentra por esos años la España islámica, donde el primer emir omeya Abd al-RaÊmªn (756-788) centraba sus esfuerzos en consolidar su autoridad frente a las oposiciones interiores y enfrentando ocasionales ataques exteriores, como la campaña de Carlomagno del 778. En tales circunstancias, como afirma con razón L. Barrau-Dihigo, el caudillo omeya “no pensó mucho en la guerra santa”. Claudio Sánchez- Albornoz, por su parte, ha insistido en “las muy ásperas y prolongadas rebeliones” a las que tuvo que hacer frente el emir y que se prolongarían más allá del reinado de Aurelio. Que ni éste ni sus inmediatos sucesores hubieran tratado de aprovechar a favor de una eventual continuidad de la política de hostigamiento antimusulmán iniciada por Alfonso I y continuada por su hijo Fruela I, las favorables condiciones que parecía brindar la crisis interna de la España islámica se explica fácilmente por los problemas interiores que atraerán su atención al frente del pequeño reino de Asturias.
Si la paz con los musulmanes en época de Aurelio no plantea problemas de interpretación no ocurre lo mismo con el episodio central de su breve reinado, que destacan, con ligeras variantes léxicas, las informaciones coincidentes de los textos cronísticos. La Crónica Albeldense señala cómo “bajo su reinado los siervos que se rebelaron contra sus amos, apresados por obra suya, fueron reducidos a la inicial servidumbre”. El texto rotense de la Crónica de Alfonso III dice que “en su tiempo [de Aurelio] los hombres de condición servil se levantaron en rebelión contra sus señores, pero vencidos por la diligencia del rey fueron reducidos todos a la antigua servidumbre”. La versión erudita o “a Sebastián” reproduce casi literalmente esta noticia, sustituyendo la palabra siervos (servilis origo) por libertos (libertini).
Esa misma parquedad de las fuentes es la que ha permitido la formulación de todo tipo de hipótesis sobre las motivaciones y circunstancias que rodearon el enigmático movimiento de contestación antiseñorial, cuya noticia parece quebrar el tono que preside los relatos cronísticos. Quizá la respuesta más razonable a los interrogantes que plantea el episodio de la rebelión servil, por lo que a sus protagonistas se refiere, es la que sugiere el tenor literal de las noticias de la Albeldense y del texto Rotense, contrastadas con las escasas informaciones disponibles sobre la propia realidad social del medio en que dicha revuelta se dio. Y en tal sentido no parece aventurado atribuir la iniciativa del movimiento antiseñorial a los individuos de condición servil que no debieron ser escasos en número en el reino de Asturias durante la segunda mitad del siglo VIII.
A pesar de la escasez de fuentes fiables para esta época, no faltan testimonios acreditativos de la implantación de contingentes relativamente importantes de población servil en los espacios norteños, en relación normalmente con los procesos migratorios de gentes sureñas que, quizá ya desde época muy temprana y en todo caso desde las incursiones de Alfonso I, trasplantarían a aquellas tierras pautas de organización social a las que no sería ajena la pervivencia de formas de servidumbre heredadas de la época gótica. La documentación posterior a esa época, desde principios del siglo IX, en la medida en que puede reflejar situaciones que pudieron y debieron darse unos años antes, descubre, en fin, que la existencia de mano de obra servil en el reino de Asturias debió ser lo suficientemente abundante como para suponer fundadamente que la revuelta de los siervos contra sus señores, que sitúan los textos cronísticos en el reinado de Aurelio, pudo ser protagonizada por individuos de tal condición, representantes de una masa de población servil que nutrirían no sólo las inmigraciones de gentes sureñas sino el botín de las campañas militares, tanto contra los musulmanes como las dirigidas para asegurar la autoridad regia en el ámbito interno del reino o en sus áreas periféricas. Quizá también la tradicional afirmación de inexistencia de siervos, en número apreciable, en las tierras norteñas en el momento de producirse la insumisión contra el poder musulmán, que se asociaba a la escasa romanización de esas áreas, tendría que ser revisada a la luz de los últimos y renovadores estudios sobre el alcance final de tal romanización, sin duda mucho más profunda de lo que se venía sosteniendo.
En todo caso, parece menos razonable que fueran libertos, por fuerza muy dispersos y escasos en número, los protagonistas de la revuelta antiseñorial de la época de Aurelio, cuya localización no es posible fijar —¿Galicia, las zonas nucleares del reino?— pero cuya importancia debió ser grande a juzgar por la profunda huella dejada en la siempre lacónica historiografía cristiana.
Aurelio “el séptimo año de su reinado (774) descansó en paz”, anota la Crónica de Alfonso III. La interpolación pelagiana de este texto dice que fue enterrado en la iglesia de San Martín, en el valle asturiano de Langreo, donde todavía se muestra un sepulcro en el que se supone que están depositados los restos del Monarca.
Bibl.: L. Barrau-Dihigo, “Recherches sur l’histoire politique du royaume asturien (718-910)”, en Revue Hispanique, LII (1921), págs. 1-360 (trad. esp. Historia política del reino asturiano, Gijón, Silverio Cañada, 1989); Ch. Verlinden, “L’esclavage dans le monde ibérique médiéval”, en Anuario de Historia del Derecho Español, 11 (1934), págs. 283-448; C. Sánchez-Albornoz, Despoblación y repoblación del valle del Duero, Buenos Aires, Universidad, 1966; Orígenes de la nación española. Estudios críticos sobre la historia del reino de Asturias, vol. II, Oviedo, Instituto de Estudios Asturianos, 1974; J. Gil Fernández, J. L. Moralejo y J. I. Ruiz de la Peña, Crónicas asturianas, Oviedo, Universidad, 1985; Y. Bonnaz, Chroniques asturiennes (fin IX siècle), París, Editions du C.N.R.S., 1987; A. Besga Marroquín, Orígenes hispanogodos del reino de Asturias, Oviedo, Real Instituto de Estudios Asturianos, 2000; J. I. Ruiz de la Peña Solar, La monarquía asturiana, Oviedo, Nobel, 2001.
Juan Ignacio Ruiz de la Peña Solar