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Roberto Novoa Santos

Biografía

Nóvoa Santos, Roberto. La Coruña, 8.VII.1885 ‒ Santiago de Compostela (La Coruña), 9.XII.1933. Médico y ensayista.

Comenzó los estudios de Medicina en 1900 en la Universidad de Santiago, licenciándose con un brillante expediente que concluyó con Premio Extraordinario en 1907. Ese mismo año, tras contraer matrimonio, comenzó el ejercicio de la profesión en Ferrol para trasladarse en 1909 a La Coruña. Fueron éstos, unos años dedicados al estudio de difícil consolidación profesional por el escaso número de pacientes y apenas compensados con la obtención de una plaza de médico supernumerario del concejo. En 1911 inició su carrera docente en la Facultad de Medicina de Santiago como auxiliar de Patología General, accediendo por oposición al año siguiente a la cátedra de la misma disciplina. Tras su acceso a la enseñanza universitaria su personalidad científica y social fue haciéndose cada vez más conocida entre la sociedad gallega, aunque en el ambiente académico de la Facultad su notoriedad y su pretensión de concentrar en torno a su persona la enseñanza de la Medicina Clínica generaron algunas resistencias, la más significativa de las cuales fue el rechazo a su propuesta de acumular la Cátedra de Patología Médica vacante. Una breve pero intensa estancia en Estrasburgo le puso en contacto directo con la medicina europea, vinculándose intelectualmente desde entonces con el método, la doctrina y la forma expositiva de la patología germana En 1920 pronunció el discurso inaugural del curso académico que con el título El problema del mundo interior supuso su enfrentamiento con los sectores más conservadores de la sociedad compostelana. En efecto, el arzobispo de Santiago, el cardenal José María Martín de Herrera lo calificó de “modernista” y “panteísta” y ordenó la retirada y destrucción de los ejemplares existentes. En 1928 llevó a cabo también su primer viaje americano, visitando Cuba, donde pronunció numerosas conferencias que confirmaron su prestigio intelectual y su significación ideológica galleguista entre la numerosa colonia de la isla.

En 1929 concursó a la Cátedra de Patología General de la Universidad de Madrid en unas oposiciones que inicialmente contaban con quince firmantes, pero que se redujeron a dos contendientes, Nóvoa y Estanislao del Campo, catedrático de Sevilla. Las oposiciones estuvieron rodeadas de una gran expectación por su fama como hombre de pensamiento contrario a los valores e ideología defendidos por la dictadura y hubo un intento de suspensión de las pruebas ante lo que se consideraba perturbación en la independencia del tribunal por parte del numeroso público asistente. Una intervención directa de Primo de Rivera impuso la continuación de los ejercicios y Nóvoa obtuvo al fin la plaza con el único voto en contra del presidente del tribunal, el pediatra Enrique Suñer. A la llegada de la República fue elegido en 1931 diputado por la Federación Republicana Gallega por la circunscripción de su ciudad natal. En las Constituyentes defendió posturas tendentes a evitar los radicalismos extremos, así, la existencia de dos cámaras, o, en coherencia con su posición ideológica, mostrándose contrario al voto de la mujer y partidario de recortar la influencia que la iglesia tenía en la sociedad española. En 1932 llevó a cabo un nuevo viaje por Sudamérica donde impartió conferencias con gran éxito en Uruguay y la República Argentina. Al regreso, un cáncer gástrico que se auto-diagnosticó, le apartó de la vida madrileña y le hizo volver a Galicia, donde falleció a finales de 1933, a los 48 años de edad. Poco antes de morir dejó escrita su voluntad de que su inhumación se produjese fuera de un cementerio y sin función religiosa alguna, aunque, consciente de las incomodidades sociales que para su familia podía tener el cumplimiento estricto de su deseo, dejaba a su criterio las decisiones definitivas.

Como médico, Nóvoa fue ante todo el autor de un libro, el Manual de Patología General, aparecido en 1916, que incorporó a la medicina española el pensamiento fisiopatológico alemán, expuesto con un lenguaje y una sistematización muy claros y accesibles para los estudiantes. La aparición de la primera edición del Manual fue saludada por Gregorio Marañón como una obra excepcional tanto por la información que acreditaba como por la preocupación didáctica con que estaba escrita. El mismo crítico advertía que la excepcionalidad del texto era especialmente remarcable por cuanto la tradición española en la disciplina era pobrísima y, además, “su enseñanza oficial está organizada con un criterio vetusto”. El Manual tuvo en vida de su autor cinco ediciones (todavía verían la luz otras dos póstumas, la última en 1948), lo que indica la alta estima de que gozó entre estudiantes y médicos. La existencia de otros textos como los Elementos de Patología General de Corral y Maestro, todavía muy condicionados, a pesar de su eclecticismo, por el lenguaje y la ideología de Letamendi, resaltaban el valor novedoso del libro de Nóvoa Santos, cuya aparición supuso igualmente el desplazamiento de la influyente medicina francesa en el estudio de la disciplina. El Manual seguía la orientación fisiopatológica defendida por el clínico de Heidelberg Ludolf von Krehl, pero una comparación del texto del catedrático gallego con la Pathologische Physiologie del alemán pone de manifiesto la intención de Nóvoa de escribir una obra de carácter mucho más enciclopédico. La inclusión de capítulos dedicados a la psicopatología general, la patología general de la piel, el aparato genital y los impulsos sexuales, entre otros, acreditaban una visión totalizadora de la disciplina donde ningún órgano o función quedaba olvidado. El Manual enfocaba la enfermedad a través de la alteración del normal funcionamiento de aparatos y sistema y ofrecía una información muy actualizada de los estudios experimentales y clínicos aparecidos. Muy novedoso resultaba el seguimiento de autores (W. James, S. Freud, H. Ellis, R. Krafft Ebing) habitualmente ignorados en los textos de orientación más decididamente somaticista. La explicación fisiopatológica, en suma, permitía redactar un tratado verdaderamente moderno saliendo de la estrecha interpretación anatomoclínica, con una atención especial al metabolismo y a las reacciones químicas en el ser vivo: un tratado de patología como estudio de la enfermedad, pero en ningún caso una semiología al uso.

Como investigador, Nóvoa dedicó una atención preferente a la diabetes y a las hepatopatías, de las que desarrolló una clasificación que fue muy aceptada. Igualmente identificó un cuadro clínico, la acroeritrosis parestésica que Robert Bing incorporó a su muy editado Lehrbuch der Nervenkrankheiten. Poco después de su muerte se publicó su Patología postural, obra inconclusa que incorporaba a la medicina española los conceptos que en 1924 había difundido Rudolf Magnus sobre el tono muscular y el papel que el laberinto desempeñaba en el equilibrio y las posturas del cuerpo.

Junto a su actividad científica como patólogo mantuvo Nóvoa desde sus años más juveniles una irreprimida vocación ensayística, que volcó en forma de conferencias y discursos y recogió luego en forma en libros muy difundidos y editados. Unos cuantos temas fueron objeto reiterado de su atención: el proceso de singularización de la especie humana, el sexo y la condición femenina, el problema del tiempo y la experiencia mística. Como patólogo no se consideró satisfecho con investigar en el ámbito de la enfermedad, sino que se preocupó también por conocer qué papel y qué puesto desempeñaba el hombre entre las restantes especies biológicas. En su consideración, el hombre era una especie en regresión frente a sus antecesores y en la cual las mutaciones factoriales de tipo patológico habían adquirido un carácter de normalidad permanente, lo que llamaba “la humanización de la bestia”.

Su interpretación del sexo y el papel de la mujer fue objeto de numerosas revisiones a lo largo de su vida. Su posición partía de la realidad morfológica y funcional de las estructuras anatómicas que, a través de las secreciones hormonales, daban lugar a un dimorfismo sexual que se manifestaba externamente en la masculinidad y la feminidad. La atracción hacia el mismo sexo se veía así como una situación de inmadurez transitoria del individuo que se convertía en una perversión del instinto genésico cuando adquiría carácter permanente. En una interpretación rigurosa del darwinismo evolucionista, la mujer se encontraba biológicamente en una situación intermedia entre la niñez y el varón adulto, en consecuencia en un estado de infantilidad e inferioridad manifiesta dentro de la especie. Una posición en muchos aspectos similar a la mantenida por otros autores de su tiempo, como el mismo Marañón, cuya influencia es muy patente en su obra, pero que Nóvoa expuso en sus primeros escritos con gran contundencia. Con los años su discurso se atemperó en la retórica, aunque manteniendo, como ha señalado N. Aresti, los mismos prejuicios de sus inicios. La contestación desde un nuevo contexto social e ideológico a sus tesis sobre la feminidad se manifestó en algunas ocasiones, como su viaje a Cuba, en manifestaciones airadas de las feministas.

Pero, sobre todos, el fenómeno de la muerte fue el más recurrente y obsesivamente tratado a lo largo de su vida, de forma que se ha llegado a hablar de una verdadera “tanatofilia” (L. S. Granjel) como elemento caracterizador de su pensamiento. El enfoque con que Nóvoa se enfrentó a estos asuntos fue esencialmente biológico e inseparable de su condición de médico. Precisamente su firme convicción en el sustrato físico-químico de los seres vivos le llevó a rechazar cualquier explicación de tipo trascendente y a buscar en la insatisfacción de la condición humana y el miedo a la muerte la razón última de la existencia de las religiones. Reconocía, sin embargo, que los fenómenos del pensamiento no tenían un equivalente térmico ni químico y eran en sí mismos irreductibles a una interpretación materialista pura. Por ello entendía que las actividades psíquicas eran “epifenómenos de procesos fisiológicos particulares”, defendiendo una posición muy similar a la mantenida actualmente por el emergentismo que ya había tenido en Cajal a uno de sus más tempranos defensores. Asentada en ese positivismo naturalista, toda su obra ensayística es testimonio de una radical irreligiosidad, que fue el elemento más groseramente perceptible de su pensamiento para la sociedad de su tiempo, muy sensible ante cualquier manifestación explícita de increencia. Durante toda su vida mantuvo una posición ideológica invariable sobre estos asuntos, más allá de algunas expresiones ambiguas que sólo pueden entenderse desde el particular barroquismo de su lenguaje.

La significación de Nóvoa Santos entre sus coetáneos, a pesar de la brevedad de su vida, fue muy intensa y se ha proyectado en el tiempo con una duración que supera el natural envejecimiento de su obra científica y la transitoriedad de muchas de sus inquietudes intelectuales. Uno de sus discípulos, el internista D. García Sabell, ha destacado su capacidad de captación como conferenciante, su brillantez docente y el atractivo intelectual con que sabía presentar a los ojos de sus contemporáneos algunos de los temas que ocuparon su atención. La vinculación emocional que mantuvo siempre hacia Galicia —su interpretación de la saudade como separación mutilante del paisaje nativo y deseo de morir— fue más allá de una filiación política concreta y ha sido siempre reconocida como uno de los rasgos más definitorios de su personalidad. Nóvoa Santos pertenece a un grupo generacional de médicos (Marañón, Pittaluga, Rodríguez Lafora, Goyanes...) caracterizados por haber incorporado a la medicina española, en sus respectivas especialidades, la moderna ciencia europea, pero también por haber llevado a cabo una labor ensayística dirigida al gran público e intensamente condicionada por su formación biológica.

 

Obras de ~: La indigencia espiritual del sexo femenino, Valencia, Sempere y Cía. [1909]; Manual de patología general, Santiago, El Eco de Santiago, 1916 (eds., Santiago, El Eco de Santiago, 1922; 1924; 1927; 1930; 1934-1935; Madrid, Sucesores de Rivadeneira, 1948); Tratamiento de la diabetes mellitus, Madrid, Tipografía Moderna, 1920; El problema del mundo interior, Santiago, El Eco de Santiago, 1920; Eritromelalgia anestésica y akroeritrosis parestésica con crisis eritromelálgicas, Madrid, Ruiz Hermanos, 1922; Phycis y Psyquis: fragmentos para una doctrina genética y energética del espíritu, Santiago, El Eco de Santiago, 1922; El instinto de la muerte, Madrid, Javier Morata, 1928; La inmortalidad y los orígenes del sexo, Madrid, El Adelantado de Segovia, 1931; Patografía de Santa Terea y el instinto de la muerte, Madrid, Prensa Moderna, 1932; Patología Postural. Fisiología patológica y clínica de los complejos ortogenéticos, Madrid, Espasa Calpe, 1934.

 

Bibl.: N. Aresti, Médicos, donjuanes y mujeres modernas. Los ideales de feminidad y masculinidad en el primer tercio del siglo XX, Bilbao, Universidad del País Vasco, 2001, págs. 56-60; L. S. Granjel, “El tema de la muerte en el pensamiento de Nóvoa Santos”, en Baroja y otras figuras del 98, Madrid, Guadarrama, 1960, págs. 271-302; J. Candelas Barrios, La antropología de Nóvoa Santos, Barcelona, Pulso Editorial, 1971; D. García Sabell, Roberto Nóvoa Santos, La Coruña, Banco del Noroeste, 1981; J. J. Fernández Teijeiro, Roberto Nóvoa Santos: una vida, una filosofía, La Coruña, Fundación Pedro Barrié de la Maza, 1998; Más allá de la patología: la psicología de Nóvoa Santos, Santiago de Compostela, Universidade, 2001; R. López Vázquez, Roberto Nóvoa Santos (nova interpretación antropolóxica) [Santiago de Compostela], Xunta de Galicia [2004]; E. Cornide Ferrant, Roberto Nóvoa Santos: un sabio de la medicina gallega, La Coruña, Fundación Santiago Rey Fernández-Latorre [2005].

 

Antonio Carreras Panchón

 

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