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Ramón Nocedal y Romea

Biografía

Nocedal y Romea, Ramón. Madrid, 31.XII.1842 – 1.IV.1907. Político neocatólico, carlista e integrista, periodista y escritor.

Hijo del político Cándido Nocedal y de Manuela Romea, hermana del actor Julián Romea. Estudió en el instituto de Noviciado de Madrid y en la Universidad Central, por la que se licenció en ambos Derechos en 1866. Durante la primera etapa de su vida política —hasta que murió su padre, en julio de 1885— estuvo plenamente identificado con él, colaborando especialmente en sus empresas periodísticas. Así, en 1867, figura como redactor de La Constancia, periódico fundado por Cándido Nocedal para servir de órgano en la prensa de un nuevo partido político, integrado por los llamados neocatólicos —un grupo que comenzó a formarse hacia 1854 dentro del Partido Moderado y que terminó desgajándose de él en las postrimerías del reinado de Isabel II—, que se distinguía por la defensa a ultranza de las tesis católicas más extremas como la intolerancia absoluta respecto a otras religiones, la defensa del poder temporal del Papa, el no reconocimiento del reino de Italia y la condena del liberalismo en todas sus manifestaciones. Los neocatólicos esperaban ser llamados a gobernar por la reina Isabel II, pero no ocurrió así, ya que la Reina optó por la continuidad en el poder del Partido Moderado durante los dos últimos años de su reinado. Destronada Isabel II por la Revolución de 1868, Ramón Nocedal, siguiendo a su padre, se unió al carlismo por considerar que era la única opción que podía garantizar el orden social, la unidad católica y la Monarquía. En 1869 estrenó dos dramas teatrales, El juez de su causa —en verso y a imitación del teatro clásico— y La Carmañola, de la que no pudo darse más que una representación por la violenta oposición que suscitó su contenido, en contra de la prensa y los políticos liberales. Accedió al Congreso, por primera vez, en 1871, al ser elegido diputado por Valderrobles (Teruel), ayudando a su padre a potenciar la labor política del carlismo, pero al imponerse en el bando del pretendiente, en abril de 1872, la decisión de levantarse en armas, ambos pasaron a un segundo plano. Llegó a exiliarse durante un corto período en el sur de Francia. En 1873 casó con Amalia Mayo que fue una eficaz colaboradora en todas sus campañas políticas. No tuvieron descendencia.

En 1875, ya producida la Restauración y poco antes de que los carlistas fueran completamente derrotados en la guerra, los Nocedal volvieron a adquirir un destacado protagonismo al fundar El Siglo Futuro, periódico que Ramón Nocedal habría de dirigir hasta su muerte. A través de él defendieron el carlismo como el único partido en el que podían figurar los buenos católicos, se opusieron a la tolerancia religiosa establecida en la Constitución de 1876 y atacaron las instituciones liberales de la nueva Monarquía de Alfonso XII, manifestándose en contra de la participación en las elecciones. En 1876, Ramón Nocedal organizó con gran éxito una peregrinación a Roma para conmemorar el trigésimo aniversario del pontificado de Pío IX y protestar por el trato que el Papa recibía del reino de Italia. En aquella ocasión expuso públicamente ante el Papa, con la aprobación de éste, el proyecto de crear una organización católica en España. En los años siguientes, El Siglo Futuro se mostró particularmente beligerante contra los miembros de la Unión Católica y su líder Alejandro Pidal y Mon que, procedentes del grupo neocatólico, y siguiendo las indicaciones del papa León XIII, aceptaron la Monarquía liberal y se integraron en el Partido Conservador de Cánovas en 1884, con objeto de influir en sentido católico en la legislación y la política españolas. El Siglo Futuro también se distinguió por sus agrias polémicas con otros órganos carlistas, como La Fe o El Fénix, que, además de disentir doctrinalmente de él, no aceptaban el liderazgo político de Cándido Nocedal. Especial resonancia tuvo el artículo “La misma cuestión”, firmado con las iniciales F. R., en El Siglo Futuro, el 9 de marzo de 1885, en el que se afirmaba la superior autoridad de los obispos respecto al nuncio, en todo lo relativo a las cuestiones religiosas, y se consideraba que la acción del representante del Vaticano en España —el cardenal Rampolla, claramente favorable a la Unión Católica— era meramente circunstancial y política; opinión de la que el periódico tuvo que retractarse, por errónea e injuriosa, tras el escrito enviado por el cardenal Jacobini, secretario de Estado vaticano.

Al morir su padre, Ramón Nocedal no fue designado por Don Carlos sucesor de aquél en la jefatura política del carlismo. Al cabo de tres años, acabaría separándose de él y fundando un nuevo partido político, el Integrista. Este hecho fue la culminación de una serie de sucesos que tenían su origen en el deseo de Don Carlos de afirmar su autoridad dentro de la organización y acabar con “los tristes espectáculos de miserables discusiones personales” en que, a su juicio, consistían las constantes disputas entre los periódicos afines. Los principales episodios del enfrentamiento que se produjo entre el pretendiente y la prensa carlista fueron: en primer lugar, la Real Orden de 22 de febrero de 1887 por la que se procedía a una reorganización interna y en la que se mandaba a todos los carlistas “y muy especialmente a los periódicos”, “acatar y obedecer al jefe de la región respectiva”, manifestando que éste “sería inflexible en cuanto concierne al mantenimiento y respeto de la autoridad”. En segundo lugar, la publicación del artículo “El pensamiento del duque de Madrid”, fechado en Venecia el 14 de marzo de 1888, en el que Luis María de Llauder, después de una larga entrevista con Don Carlos, exponía los aspectos fundamentales del ideario carlista y expresaba el deseo del pretendiente de que “la divergencia entre nuestros hombres [...] se exprese en forma sosegada y no excite odios ni apasionamientos, ni menoscabe el principio de autoridad”, añadiendo que consideraba a la prensa un “agente apreciabilísimo y eficaz de propaganda” pero no “agente propio de gobierno”. En tercer lugar, la expulsión del periódico El Tradicionalista de Pamplona por no acatar la autoridad de Don Carlos, el 6 de julio de 1888, a la que siguió la de los periódicos que se solidarizaron con él, entre ellos El Siglo Futuro; y en cuarto y último lugar, la “Manifestación hecha en Burgos por la prensa tradicionalista”, de 31 de julio de 1888, firmada por los representantes de veintitrés periódicos, en la que después de acusar al pretendiente de un comportamiento despótico y de inclinaciones liberales, se declaraban separados del carlismo, porque “tan odioso nos parece ir al liberalismo por medio del cesarismo como por el camino de la soberanía popular”.

Aquella “Manifestación” —un largo documento redactado por Ramón Nocedal— fue el texto fundacional del Partido Integrista; partido en el sentido general de grupo organizado que interviene en política, pero no en sentido propio y específico, que los integristas rechazaban por considerar, en palabras de Ramón Nocedal, que los partidos eran “la plaga y el azote” con los que Dios estaba castigando al país. Lo que distinguía doctrinalmente al integrismo era la afirmación más absoluta y la defensa más intransigente de los principios tradicionalistas. Se consideraban los únicos representantes de la “España tradicional que defiende sus leyes fundamentales y constitución secular contra la tiranía revolucionaria, como en otros tiempos las defendió contra la invasión francesa y la irrupción de los árabes”. Opuestos a cualquier forma de tolerancia con otras religiones, aspiraban en último término al “gobierno de Cristo Rey, señor y dueño absoluto de todas las cosas”, en el que la política debía estar subordinada a lo religioso “y el poder temporal al espiritual, como el cuerpo al alma”. Defendían la existencia de una constitución interna, “trazada por la mano de Dios a través de los siglos”, y pretendían la restauración de los fueros y de las Cortes tradicionales. Se declaraban monárquicos, considerando que el rey, como vicario de Dios, debía reinar y gobernar con la máxima autoridad, aunque limitado por el respeto a la doctrina católica, y la constitución histórica y costumbres del reino. Eran conscientes de que en aquellos momentos no podían influir directamente en los asuntos políticos pero su objetivo inmediato era “organizarse, purificarse y esperar la hora de Dios”, para que cuando llegaran las grandes catástrofes, “que por fuerza han de llegar”, “esté dispuesto y preparado el ejército con que el elegido de Dios ha de salvar a España, restaurando sus gloriosas tradiciones”; una fórmula que, por otra parte, les permitía aceptar cualquier rey e, incluso, cualquier forma de gobierno.

El integrismo no fue un fenómeno exclusivo de nuestro país sino, como ha señalado José Manuel Cuenca, “la versión española de las corrientes ‘ultramontanas’ defendidas por Luis Veuillot desde las páginas de L’Univers, y en Italia por el diario Journal de Rome y por el renombrado órgano jesuita La Civiltà Cattolica, y que halló a fines del ochocientos en las personas de los cardenales Pie y Pitra sus más característicos [...] adalides”. En el contexto europeo de la segunda mitad del siglo XIX, R. Olivar Bertrand ha resaltado la radical oposición existente entre lord Acton, representante del catolicismo liberal en Inglaterra, y Ramón Nocedal, el mayor enemigo del liberalismo entre los católicos españoles.

El integrismo arraigó especialmente en el clero secular, a pesar del apoyo que el Vaticano y la gran mayoría de los obispos daban a la Monarquía establecida. Entre los religiosos hubo una división clara entre los agustinos, por una parte, defensores de la participación en el sistema político de la Restauración, tal como hacía la Unión Católica de Alejandro Pidal, y los jesuitas, por otra, que respaldaron abiertamente a Ramón Nocedal y su nueva formación. Los integristas encontraron en el libro recientemente publicado (1884) del sacerdote catalán Félix Sardá y Salvany, El liberalismo es pecado, la formulación doctrinal más completa y popular, y lo adoptaron como propio; su autor formó parte de la agrupación hasta 1896.

En la primera Asamblea que celebraron, en marzo de 1889, en casa de Ramón Nocedal, en Madrid, los integristas adoptaron la denominación de “Comunidad Católico Española” (nombre que, en 1895, habrían de cambiar por el Partido Católico Nacional). Eligieron una Junta central de la que Nocedal fue nombrado presidente —un cargo que le fue renovado de por vida por todas las Asambleas del partido—, y Juan Manuel Ortí y Lara —un conocido catedrático y publicista católico— vicepresidente, y acordaron constituir juntas regionales en toda España. En las elecciones de 1891, las primeras que se celebraron tras la aprobación de la Ley de Sufragio Universal, presentaron trece candidaturas al Congreso por provincias del norte de España. Consiguieron dos actas de diputados: Ramón Nocedal, por Azpeitia, y Liborio Ramery, por Zumaya, distritos ambos de Guipúzcoa. Esta fue la provincia donde el integrismo alcanzó su mayor arraigo, desde sus inicios hasta el final del siglo XIX, como ha estudiado con detalle M. Obieta. Ramón Nocedal volvía al Congreso después de casi veinte años de ausencia y se mostró como un brillante parlamentario: “Hábil, intencionado e ingenioso”, como destacó El Liberal. Al tener que jurar fidelidad a la Monarquía y la Constitución, Nocedal expresó sus reservas manifestando que su fidelidad era la que “según el derecho natural, debe todo ciudadano al poder constituido”, y que su adhesión completa era “a la Constitución de España que arranca de las entrañas de la patria y que [...] está por encima de todas las Constituciones de papel”. En las siguientes elecciones, las de 1893, el partido desplegó una actividad todavía más intensa al presentar veintiocho candidaturas, aunque sólo volvió a obtener dos actas: la de Ramón Nocedal, nuevamente por Azpeitia —aunque no llegó a sentarse en el Congreso por la obstrucción que los carlistas presentaron a la aprobación de su acta— y la de Arturo Campión, por Pamplona. En 1896, Ramón Nocedal presentó nuevamente su candidatura por el mismo distrito guipuzcoano pero fue derrotado por el carlista Teodoro de Arana, un rico minero bilbaíno que invirtió grandes sumas de dinero en la compra de votos, además de contar con la poderosa influencia oficial. En aquellos años en los que estaba iniciándose en España la política de masas, Nocedal llevó a cabo otras actividades propagandísticas como fueron los viajes a Barcelona, en noviembre de 1892, y a Andalucía, en mayo de 1895, además de sus frecuentes visitas a Guipúzcoa.

Al llegar la crisis colonial, en 1898, Nocedal se sumó a la corriente general favorable a la guerra contra los Estados Unidos. Tras las derrotas de la Armada española, y en contra de la decisión del gobierno Sagasta de firmar la paz, defendió la continuación de la lucha hasta lograr “una paz ventajosa y no una humillante imposición de vencidos”. En aquellas circunstancias puso su confianza en el general Camilo Polavieja, “el general cristiano”, a quien, mediante una suscripción abierta por El Siglo Futuro, regaló una espada de honor. Pero Polavieja no fue el instrumento para el cambio de sistema en el que Nocedal confiaba, sino que terminó siendo neutralizado mediante su integración en el Ministerio conservador presidido por Francisco Silvela de 1899. Fue elegido senador por Guipúzcoa en 1898 —cargo que no llegó a jurar— y diputado por Pamplona en 1901, 1903 y 1905. A pesar de la escasa representación del Partido Integrista —dos o tres diputados—, Nocedal desempeñó un destacado papel en el Parlamento, en los primeros años del siglo XX, debido a la importancia que cobraron las relaciones Iglesia-Estado al plantearse el problema de las órdenes religiosas. También intervino en temas de política general, como la ley de jurisdicciones o la cuestión de Marruecos. A pesar de su intransigencia doctrinal y sus críticas al sistema parlamentario y los partidos políticos, Nocedal fue un hombre cordial que mantuvo buenas relaciones personales con sus oponentes en el Congreso.

Ramón Nocedal había resistido bien las deserciones que, a partir de 1893, se produjeron en el partido, algunas de ellas muy importantes como las de Juan Manuel Ortí y Lara, Arturo Campión junto con las de otros destacados elementos navarros, una parte del integrismo guipuzcoano representada por El Fuerista de San Sebastián, Enrique Gil Robles, y Félix Sardá Salvany, entre otras. En 1905, sin embargo, habían de llegar las que más le afectaron personalmente: las de los jesuitas que habían sido sus guías espirituales y principales impulsores del integrismo. Ante las elecciones municipales de aquel año, el padre Venancio de Minteguiaga escribió un artículo urgiendo a los católicos para que fueran a votar y a que lo hicieran incluso por un Partido Liberal, si así se evitaba el triunfo de otras formaciones más peligrosas, como los socialistas o los republicanos; era la tesis del mal menor que fue refrendada por la máxima autoridad de la orden, el padre Villada. Ramón Nocedal se opuso a la misma argumentando, como siempre, que los liberales no eran el mal menor sino el mayor, porque así como el triunfo de una revolución socialista sería breve porque provocaría la reacción de la España tradicional, la “revolución mansa” de los liberales estaba produciendo daños permanentes en la sociedad española. Ante la polémica, el papa Pío X envió la carta Inter Catholicos Hspaniae en la que afirmaba que la doctrina de los padres jesuitas era la correcta. Nocedal fue obligado a publicar el escrito pontificio en El Siglo Futuro y no tuvo más remedio que someterse. Murió en 1907. El Partido Integrista, después de una vida lánguida, terminó disolviéndose y reintegrándose al carlismo.

 

Obras de ~: Obras de D. ~, Madrid, Fortanet, 1907-1928, 10 vols.; Antología, preparada por J. de C. Gómez-Rodulfo, Madrid, Editorial Tradicionalista, 1952.

 

Fuentes y bibl.: R. Olivar Bertrand, Dos católicos frente a frente: Lord Acton y Ramón Nocedal, Madrid, Ateneo, 1955; M. Ferrer, Historia del tradicionalismo español, ts. XXVII y XXVIII, Sevilla, Editorial Católica Española, 1959; J. N. Schumacher, “Integrism: a study in nineteenth-century spanish políticoreligious thought”, en The Catholic Historical Review, XLVIII (1962), págs. 343-364; A. Ollero Tassara, Universidad y política. Tradición y secularización en el siglo XIX, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1972; J. M. Cuenca, “Integrismo”, y B. Urigüen, “Ramón Nocedal y Romea”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), Instituto Enrique Flórez, 1973; J. A. Gallego, La política religiosa en España, 1889-1913, Madrid, Editora Nacional, 1975; B. Urigüen, Orígenes y evolución de la derecha española: el neocatolicismo, Madrid, CSIC, 1986; M. Obieta Vilallonga, Los integristas guipuzcoanos. Desarrollo y organización del partido católico nacional en Guipúzcoa, 1888-1898, San Sebastián, Instituto de Derecho Histórico de Euskal Herria, 1996, C. Robles, Insurrección o legalidad. Los católicos y la Restauración, Madrid, CSIC, 1988; J. Canal, El carlismo, Madrid, Alianza, 2000.

 

Carlos Dardé Morales

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