Nin Pérez, Andrés. El Vendrell (Tarragona), 4.II.1892 – Alcalá de Henares (Madrid), c. 21.VI.1937. Político.
Los padres de Andrés Nin, un modesto zapatero y una mujer de origen campesino, concedían gran importancia a la educación como medio de mejora social y, tras numerosos sacrificios, consiguieron que su hijo estudiase en la Escuela Normal de Tarragona. Una vez obtenido el título de maestro, Andrés Nin se trasladó en 1914 a Barcelona y allí enseñó en la Escuela Horaciana, una institución de tendencias libertarias. Se iniciaba así en un medio de izquierda radical profundamente influido por la agitación que siguió a la Gran Guerra y a la Revolución Rusa de 1917, y pronto comenzó a orientarse hacia el periodismo revolucionario. Tras un fugaz paso por el socialismo, Nin acabó por encuadrarse en la Confederación Nacional de Trabajadores (CNT), que era la gran fuerza política dentro de la izquierda radical catalana. En 1918 se dedicó a tiempo completo al trabajo de organización del sindicato cenetista de profesiones liberales.
En su II Congreso, celebrado en el Teatro de la Comedia de Madrid en 1918, la CNT decidió adherirse provisionalmente a la Tercera Internacional (comunista) recién formada en Moscú por los bolcheviques. Pese a que Nin no desempeñó un papel de importancia en ese congreso, la decisión de la central cenetista coincidía perfectamente con su posición política y su papel en el seno de la CNT se vio reforzado. Entre 1919 y 1921, años en los que la militancia anarcosindicalista era muy azarosa, Nin tuvo un rápido ascenso. El llamado Sindicato Libre, un grupo de pistoleros organizado por la patronal catalana, asesinó a varios dirigentes cenetistas, en tanto que algunos sectores anarcosindicalistas practicaban el terrorismo como forma de acción directa. En marzo de 1921 Nin sustituyó al asesinado Evelio Boal en la secretaría general de la CNT y al poco sufrió un atentado del que salió con vida. En abril de 1921, la CNT celebró un pleno nacional en el que se acordó responder a la invitación de la Tercera Internacional para participar en su III Congreso y en la fundación de la Internacional Sindical Roja (ISR). Nin formaba parte de la delegación, en la que también participaba Joaquín Maurín, con quien había de colaborar posteriormente en numerosas ocasiones. Las intervenciones de Nin llamaron la atención de los dirigentes bolcheviques y Alexander Lozovsky, flamante secretario general de la ISR, le propuso formar parte de la dirección. De esta forma, hasta su regreso a España en 1930, Nin dedicó sus esfuerzos a la organización de la Profintern (ISR) y no participó activamente en la política española.
Los años de Moscú dieron a Nin un profundo conocimiento del movimiento comunista internacional, y en ese tiempo mantuvo estrechas relaciones con Lenin, Bukharin, Zinoviev, Tomsky y otros dirigentes bolcheviques, así como un trato muy cercano con Leon Trotsky. En Moscú contrajo matrimonio con Olga Nin, con la que tuvo dos hijas. Durante su trabajo en la central sindical roja, Nin se interesó por la cultura y la literatura rusas gracias a su excelente conocimiento del idioma.
La política de Stalin, tras alzarse con la sucesión de Lenin, llevó a Nin a militar en las filas de la oposición. Siendo aún un importante dirigente internacional y diputado del soviet de Moscú, firmó la Plataforma de Oposición a la política del “socialismo en un solo país” defendida por la dirección estalinista. En 1926 formó parte de la Comisión internacional para explicar la plataforma de izquierda en el mundo y en 1927 participó en la manifestación de la Oposición de Izquierda contra Stalin.
Como oposicionista, Nin mantenía posturas similares a las de Trotsky. Para este último, la política revolucionaria se basaba en unas cuantas tesis inflexibles. En primer lugar, el capitalismo había llegado a su hora final. Tras haberse convertido en un sistema mundial imperialista, se mostraba crecientemente incapaz de hacer crecer las fuerzas productivas. De esta forma, estaba llamado a crear nuevos conflictos, como lo había demostrado la Primera Guerra Mundial, y a frustrar las aspiraciones de los trabajadores, del campesinado y hasta de numerosos sectores de la propia burguesía. Sólo la revolución socialista podía evitar desastres similares. En segundo lugar, dado el carácter internacional del sistema imperialista, la revolución socialista no tenía necesariamente que iniciarse en los países más desarrollados. Podía estallar en cualquier lugar y posiblemente lo hiciera en aquellos que, como Rusia, constituían los eslabones débiles de la cadena imperialista. En tercer lugar, la burguesía era una fuerza agotada social y políticamente. Esperar de ella, como lo hacían los reformistas, que pudiera proponer y alcanzar nuevas conquistas democráticas era una quimera. La futura revolución tenía que llevar a cabo las tareas inacabadas de la revolución burguesa y, sin solución de continuidad, abordar las propias del socialismo (especialmente el fin de la economía de mercado). La única fuerza capaz de desarrollar esa misión era la clase obrera, incluso allí donde no era más que una escasa minoría. Pero, a diferencia de lo que pensaban los anarcosindicalistas, la clase obrera no podría coronarla espontáneamente, sin un partido comunista, un verdadero estado mayor de revolucionarios profesionales. El partido tenía que desarrollar una política por completo independiente de las fuerzas políticas burguesas. Estas líneas doctrinales, por improbables que fueran, iban a ser estrictamente defendidas por Nin en los años siguientes.
Los últimos años de Nin en Moscú se vieron marcados por una represión creciente. Fue destituido de sus cargos en la ISR y se convirtió virtualmente en un prisionero en el Hotel Lux de Moscú, donde residía junto con otros cuadros extranjeros. En 1929 se decidió a volver a España y más tarde dirigió una carta conminatoria al comité central del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), que optó por expulsarle de la Unión Soviética. Tras una breve estancia en París, Nin y su familia llegaron a España en 1930.
Nin encontró un país en plena efervescencia política tras el fin de la dictadura de Primo de Rivera, lo que parecía abonar la corrección de su línea política. La crisis económica internacional golpeaba duramente a España; la Monarquía parecía agotada y la burguesía no estaba dispuesta a defender reformas de resultados imprevisibles. Por su parte, la agitación social y política entre los trabajadores urbanos y el campesinado crecía por momentos. La tarea de construir un Partido Comunista era tan urgente como ardua. Para Nin, lo más respetable en el panorama de la extrema izquierda comunista era la Federación Comunista Catalana-Balear (FCCB), dirigida por Joaquín Maurín, pero el impulso por este último del Bloque Obrero y Campesino (BOC), cuya estructura partidaria se alejaba del modelo leninista, enfrió sus relaciones y Nin se decidió a crear la Izquierda Comunista de España (ICE), sección española de la Oposición Internacional de Izquierda Trotskista, cuya publicación teórica, el mensual Comunismo, apareció en junio de 1931. Durante los años siguientes, Nin desarrolló un amplio programa de publicaciones, cursos en el Ateneo Enciclopédico de Barcelona y traducciones al castellano y al catalán de obras clásicas de la literatura rusa.
La llegada de Hitler al poder y el avance del fascismo en otros países europeos llevaron a la formación, en diciembre de 1933, de un frente de unidad antifascista, propuesto inicialmente por el BOC, bajo el nombre de Alianza Obrera (AO). El golpe protofascista de Dollfuss en Austria (1934) acabó por llevar a la izquierda española, que aún no se había repuesto del triunfo electoral de las derechas en noviembre de 1933, a un paroxismo de agitación para evitar la entrada de Gil Robles y de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA) en el gobierno, lo que, a su entender, desencadenaría un efecto similar en España. Casi todas las organizaciones de izquierda, con excepción de la CNT y el Partido Comunista Español (PCE) —fiel a la política impuesta por el VI Congreso de la Tercera Internacional (1928) de denunciar como colaboradores del fascismo a todas las organizaciones no estalinistas—, se sumaron a ese frente que, en octubre de 1934, desempeñó un importante papel en la insurrección de Asturias. La participación de la ICE en la política unitaria causó numerosos roces entre Nin y Trotsky quien, por entonces, trataba de impulsar la entrada de sus seguidores en los partidos socialistas. Al tiempo, despejó el camino para un acercamiento al BOC que desembocó en la fundación (en septiembre de 1935) del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM).
Para Nin, la creación del POUM venía exigida por la que, a su entender, era la razón fundamental de que la insurrección de 1934 no hubiera prosperado: la inexistencia de un verdadero Partido Comunista. El POUM definía la coyuntura política como una fase de enfrentamiento decisivo entre fascismo y socialismo. El espejismo de la revolución inminente seguía vivo y, de nuevo, las consignas de unidad obrera parecían el mejor modo de asegurar su progreso. A ellas el POUM añadía un reconocimiento de los movimientos de emancipación nacional cuya dirección pasaría de las manos de la burguesía a las del proletariado. Finalmente, se ofrecía como ejemplo de la necesaria unificación de la izquierda española en torno a un polo revolucionario.
La unidad política de las fuerzas de izquierda, sin embargo, iba a producirse de forma no prevista. En su VII Congreso (1935), la Tercera Internacional, una vez más siguiendo las necesidades de la política soviética, había dado un nuevo giro. El antiguo dogma de la independencia política obrera sería sustituido ahora por la consigna de un Frente Popular en el que cabían no sólo las organizaciones obreras reformistas, sino también todos los sectores de la burguesía dispuestos a enfrentarse con el fascismo. A pesar de la insignificancia política del PCE, el nuevo curso se ajustaba como un guante a las necesidades de la izquierda española (derrota electoral de las derechas y amnistía). Tras un repudio inicial de la fórmula, el POUM cedió a la presión unitaria y firmó el pacto del Frente Popular con agrias denuncias por traición a la revolución por parte de Trotsky. Andrés Nin fue candidato a diputado por Teruel, pero no obtuvo el acta.
La sublevación militar del 18 de julio sorprendió a Joaquín Maurín en Galicia y llevó a Nin a la dirección del POUM en un momento muy difícil. Por un lado, la inicial inoperancia del Gobierno republicano ante los militares propició la acción directa de la izquierda y la formación de milicias populares en las grandes ciudades. Apareció así una situación en la que el Gobierno legal coexistía con otros poderes de hecho, como los comités de milicias, dando lugar a una dualidad de poder. Las centrales sindicales y los partidos de izquierda pusieron en marcha la colectivización agraria; la incautación de las fábricas abandonadas por simpatizantes del franquismo; el control obrero de la producción; la respuesta militar a los facciosos y una sangrienta represión indiscriminada de las fuerzas de derecha, desbordando la legalidad republicana. Por otro lado, tras la inicial unidad de la izquierda aparecieron divergencias crecientes en el seno del Frente Popular sobre la conducción de la guerra, la necesidad de un ejército profesional, el control obrero, la colectivización agraria y la recomposición de los poderes constitucionales, y brotaron dos estrategias contrapuestas. Una defendía hacer la revolución para ganar la guerra y en ella concurrían la izquierda socialista, los anarcosindicalistas y el POUM. Nin explicaba que la alternativa en aquella coyuntura no era democracia burguesa o fascismo, sino socialismo o fascismo. La otra, en donde se concertaban los partidos republicanos, los prietistas, el PCE y los poderosos consejeros militares y diplomáticos soviéticos, insistía en subordinar la revolución a la guerra.
Inicialmente, sin embargo, los papeles no estuvieron repartidos con tanta claridad. Andrés Nin, en representación del POUM, asumió la Consejería de Justicia en el Consejo Ejecutivo de la Generalidad de Cataluña, formado en septiembre de 1936. Durante los tres meses en que ocupó dicho puesto Nin propició la formación en Cataluña de tribunales populares y rebajó la mayoría de edad civil y política a dieciocho años. En diciembre fue eliminado de su puesto gubernamental como resultado de las presiones de los comunistas españoles y soviéticos por sus críticas al primer proceso de Moscú. Los dirigentes de la CNT no se opusieron a su eliminación.
El enfrentamiento de poderes en el seno de la República culminó en las Jornadas de Mayo en Barcelona con encuentros armados y lucha de barricadas entre CNT, POUM y otros grupos revolucionarios y las fuerzas del Gobierno. Las divisiones entre los militantes cenetistas barceloneses y sus representantes en el Gobierno de Valencia, por un lado, y el despliegue de policía llevado a cabo por este último, por otro, pusieron fin a la lucha, al tiempo que CNT y POUM llamaban a sus seguidores a deponer las armas. Desde ese momento la represión se cernió sobre el POUM y sus dirigentes, que eran vistos por el PCE y sus consejeros soviéticos como el eslabón más débil de la izquierda revolucionaria y el más peligroso por sus críticas al estalinismo. En una campaña de calumnias que no amainaría en años, el POUM y Nin fueron presentados como agentes de Franco y de Hitler. El 16 de junio de 1937 la sede barcelonesa del POUM fue clausurada y sus dirigentes detenidos, entre ellos Andrés Nin. Éste fue trasladado primero a Valencia y luego a una cárcel clandestina en Alcalá de Henares. Parece que sus captores, dirigidos por el coronel Orlov de la NKVD (nombre de la policía política soviética en aquel momento), intentaron sin éxito, a pesar de las torturas a que le sometieron, hacerle firmar un documento en que reconocía ser un agente franquista y estar al servicio del nazismo. En torno al 21 de junio fue asesinado en un lugar desconocido, cerca de Alcalá de Henares, sin que su cuerpo haya sido encontrado hasta el día de hoy.
Obras de ~: Les dictadures dels nostres dies, Barcelona, Llibreria Catalonia, 1930; El proletariado español ante la revolución, Barcelona, Biblioteca Proletaria, 1931; Las organizaciones obreras internacionales, Madrid, Dédalo, 1932 (Madrid, [“Diana”], 1933; Madrid, Ediciones de la Torre, 1977; Barcelona, Fontamara, 1978); Los Soviets: su origen, desarrollo y funciones, Valencia, Cuadernos de Cultura, 1932 (Bilbao, Zero, 1977); ¿Qué son los soviets?, Madrid, Ediciones Comunismo, 1932; Manchuria y el imperialismo, Valencia, Tipografía P. Quiles, 1932; Reacción y revolución, Barcelona, 1934; Els moviments d’emancipació nacional, Barcelona, Proa, 1935 (Barcelona, Base, 2008); Los problemas de la revolución española (1931- 1937), prefacio y compilación de Juan Andrade, París, Ruedo Ibérico, 1971; La cuestión nacional en el estado español, Barcelona, 1977 (Barcelona, Fontamara, 1979); Por la unificación marxista, Madrid, Castellote, 1978; La revolución española, Barcelona, Fontamara, 1978.
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Julio Aramberri