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Nicasio Álvarez de Cienfuegos Acero

Biografía

Álvarez de Cienfuegos Acero, Nicasio José. Madrid, 14.XII.1764 – Orthez (Francia), 30.VI.1809. Poeta, dramaturgo neoclásico y periodista.

Hijo de Nicolás Álvarez de Cienfuegos, originario de Garrovillas (Cáceres) pero de ascendencia asturiana, y de Manuela Antonia de Acero, vino al mundo en Madrid en 1764 en el seno de una familia hidalga. Su padre murió cuando el pequeño contaba con tan sólo seis años, hecho que debió de influir sin duda en la sensibilidad del niño. A partir de entonces, tuvo que acostumbrarse a vivir con el único apoyo de su madre, quien con recursos económicos limitados hizo grandes esfuerzos para conseguir dar al muchacho una buena educación.

Tras realizar estudios de latinidad y retórica en el Colegio de las Escuelas Pías de Getafe, en 1778 ingresó en los Reales Estudios de San Isidro en la corte, donde aprendió lógica, filosofía moral, matemáticas y lengua griega. Tres años más tarde, accedió a la ya decadente Universidad de Oñate, donde sólo permaneció un año. En 1782, viajó a Salamanca para estudiar Leyes. Con sólo diecisiete años conoció un mundo nuevo y entabló numerosas amistades, como la de Juan Meléndez Valdés, quien se convirtió para él en un verdadero maestro y guía espiritual, además de infundirle sus inquietudes literarias. En 1785 se graduó con brillantez de Bachiller en Leyes y consiguió el cargo de consiliario en la universidad, lo cual levantó cierto revuelo entre los estudiantes, ya que no poseía la edad necesaria para llevar a cabo tal función. No obstante, la universidad se ratificó en su decisión.

Su intensa relación con el poeta Meléndez Valdés comenzó desde su llegada a la ciudad salmantina.

Asistió después de forma asidua a sus tertulias, despertando así su inclinación poética, tremendamente influida por el quehacer de su maestro. Allí se relacionó con otros literatos y eruditos destacados, como José Iglesias de la Casa, fray Diego Tadeo González, el padre Fernández de Rojas y el joven Manuel José Quintana, estudiante en la misma universidad, que formarían la denominada Escuela Poética Salmantina. Las reuniones predicaban la estética neoclásica como refleja su poema “La bucólica del Tormes” o su intención de editar las obras de Fernando de Herrera (1785). Poco a poco, esta poesía se enriqueció con una mayor densidad ideológica ilustrada, nutrida con la lectura clandestina de libros franceses, algunos prohibidos por la Inquisición.

Entre los autores a los que pudo leer Cienfuegos estaban Rousseau, Montesquieu, Voltaire, Locke o Saint-Lambert.

En el año 1787 regresa a Madrid al hogar materno, trayendo consigo un importante bagaje cultural, una sólida formación humanística y sus primeros versos.

Los años salmantinos habían sido para Cienfuegos de enorme felicidad, pues en ellos gozó de dos cosas que consideraba fundamentales para poder vivir: la amistad y la poesía. En la capital afianzó las enseñanzas de Rousseau y de los enciclopedistas, que le informaron sobre nuevos valores, como la igualdad entre los hombres, la fraternidad universal, el amor a la virtud y el progreso, e intentó llevar a cabo sus primeros proyectos como poeta. Frustrada su inicial vocación de triunfar en las letras, comprendió que para poder vivir eran necesarias otras ocupaciones que le proporcionaran un sustento económico y puso en práctica su título de Bachiller en Leyes al ejercer como funcionario del Gobierno, una vez aprobado como abogado de los Reales Consejos en noviembre de 1789, quizá gracias a la protección de Meléndez o Jovellanos.

Cienfuegos empezó a entablar nuevas relaciones.

Manuel José Quintana, defensor de las mismas ideas liberales y progresistas, se convirtió pronto en compañero inseparable, como lo evidencian diversos testimonios conservados. Otro camarada fiel sería el misterioso francés Florián Coetanfao, y quien seguramente fue su mentor literario y una clara influencia para su sensibilidad y sus tendencias revolucionarias durante estos años en Madrid. Todo lo contrario sucedió con Leandro Fernández de Moratín, con quien mantuvo ciertos desencuentros, ya que sus ideas estéticas menos clasicistas y sobre todo políticas resultaban demasiado progresistas para el bando de los moratinianos, contrarios a la actitud de Cienfuegos y sus amigos.

Entre sus amistades femeninas cabe destacar el estrecho vínculo que le unió con María Lorenza de los Ríos, marquesa de Fuerte-Híjar, ilustrada apasionada del teatro y la poesía que regentaba, en su palacio de la plazuela de Santa Catalina próximo al coliseo de los Caños del Peral, una de las más afamadas tertulias literarias del Madrid de la época, donde Nicasio representó alguna de sus obras, como la tragedia La Zoraida. Con María Teresa Cayetana de Silva, duquesa de Alba, también gozó de una buena relación. En su palacio de Piedrahita solían organizarse amenas veladas con lecturas poéticas y conciertos en las que no faltaban, además de Cienfuegos, personajes de la talla de Goya, Jovellanos, Meléndez o Quintana. Otras mujeres aparecen también reflejadas en sus versos; de ellas, o poco se sabe, o responden a una forma tipificada de hacer poesía en la que la presencia femenina era algo habitual.

En 1792 estrenó, en el coliseo del Príncipe, la tragedia Idomeneo. A pesar de su exitosa situación social, no estuvo exento de algunos problemas, como la falta de autorización por parte del Gobierno en 1793 para editar una revista literaria, El Académico, en la que Álvarez de Cienfuegos, junto con otros como Meléndez Valdés, Juan de Peñalver o Diego Clemencín, pretendía difundir el ideario ilustrado pero de una forma moderada. Tampoco tuvo suerte con la propuesta realizada al ministro Godoy de llevar a cabo una traducción de Telémaco, de la que se conserva la carta de petición (12 de mayo de 1796), ni en la selección, en 1798, para la plaza de bibliotecario primero de los Reales Estudios de San Isidro, otorgada finalmente al también poeta José Villarroel. Sin embargo, tras estos pequeños contratiempos, los últimos años del siglo fueron de gran felicidad para Álvarez de Cienfuegos.

En 1797 ingresó como miembro emérito en la Sociedad Económica de Madrid, para la que escribió un Elogio del señor D. José Almarza, tesorero de la Sociedad Patriótica de Madrid (1799) y un Informe sobre una trompetilla para uso de sordomudos (1802). En la misma fecha fue nombrado oficial de la Secretaría de Estado con carácter honorario, puesto en el que fue ascendiendo rápidamente hasta convertirse en oficial cuarto. Al año siguiente, la Secretaría de Estado le encargó la dirección de la Gaceta de Madrid y del Mercurio de España.

De forma paralela a su carrera como oficial, los éxitos literarios también se sucedieron. En 1798 publicó, en la Imprenta Real, Poesías, un volumen con sus poesías y obras dramáticas por el que obtiene críticas elogiosas. La tragedia La Zoraida fue representada en el teatro de los Caños del Peral en 1798, año en que escribió La condesa de Castilla, que no pondría en escena hasta 1803. La buena acogida de sus obras le facilita la entrada a la Real Academia Española, en la que ingresó en septiembre 1799 ocupando inicialmente un cargo de académico honorario, del que pronto ascendió al cargo de académico supernumerario, una vez leído su discurso de acceso (20 de octubre) en el que reflexionaba sobre el progreso de las lenguas. Su participación fue muy activa en los primeros momentos como reflejan sus trabajos Sinónimos castellanos (1799) y Pensamientos sobre el verbo y sobre las partes de la oración, y un Elogio del Excelentísimo Señor Marqués de Santa Cruz, director de la Real Academia Española (1802), A partir de 1803, la asiduidad de sus colaboraciones quedó mermada debido a su delicado estado de salud y a sus trabajos en la Secretaría de Estado y en la dirección de la Gaceta y del Mercurio. El 28 de enero de 1805 asistió a su última sesión de la Academia.

En mayo de 1808 estalla la Guerra de la Independencia.

Aunque el año había comenzado bien, pues había sido nombrado caballero pensionista de la Real Orden de Carlos III, los sucesos del 2 de mayo se encontraron con un Cienfuegos enfermo de tuberculosis que se veía obligado a dirigir la Gaceta de Madrid desde su propia casa. La situación política era difícil.

Fernando VII había sido proclamado rey y el ejército francés, dirigido por Murat, invadía de forma sangrienta las calles de Madrid. Las noticias publicadas en la Gaceta suscitaron las iras de Murat, quien obligó al aquejado Álvarez de Cienfuegos a presentarse ante él y a rectificar ciertas informaciones que no habían sido de su agrado. Las amenazas del general francés no le amedrentaron, y no sólo se negó a cumplir sus exigencias, sino que presentó su dimisión como oficial de la Secretaría y revisor de la Gaceta. Parecía que su vida corría verdadero peligro, pues Murat iba a tomar represalias de forma inminente. Pero la solidaridad mostrada por sus compañeros de la Secretaría de Estado al presentar una dimisión conjunta, le salvó del fatal desenlace. Murat tenía que retirar sus amenazas si quería mantener una buena armonía con la Junta, que se había negado a aceptar la solicitud realizada por los oficiales. La solución, complicada por pretender mantener a Cienfuegos alejado de la Secretaría, no fue otra que la de concederle una licencia por enfermedad durante dos meses, que, sin embargo, luego se prolongó otros dos más.

A primeros de agosto, con la marcha de José Bonaparte y sus tropas, reingresó en la Secretaría de Estado.

La alegría popular se vio truncada por la llegada de Napoleón a Madrid con el fin de solucionar personalmente los problemas que su hermano no había sido capaz de resolver. Los escritores y los personajes más comprometidos abandonaron la capital, pero Cienfuegos, enfermo, decidió permanecer, exponiéndose así a numerosas represalias y viéndose obligado a estampar su firma en el documento de fidelidad que todos los habitantes juraron a Napoleón. Incluso escribe algún poema laudatorio al nuevo régimen, como la “Oda al general Bonaparte”. A pesar de este documento, su contrariedad con el nuevo régimen se hizo notoria cuando se negó a cumplir la orden por la que José Bonaparte disponía que todos los funcionarios y, los oficiales debían firmar un decreto explícito de lealtad.

Las consecuencias fueron su destitución del cargo que regentaba en la Secretaría y su encarcelamiento y posterior exilio. El 27 de junio, Cienfuegos llegaba a la ciudad francesa de Orthez tras un penoso viaje en compañía de otros en su misma situación. Permaneció en casa de su amigo Martín Darie únicamente tres días, pues el 30 de junio de 1809, a la edad de cuarenta y cinco años, fallecía víctima de la tuberculosis que le había debilitado enormemente durante los últimos años y con la pena de haber dejado su patria en manos del enemigo invasor.

Poeta y dramaturgo, Álvarez de Cienfuegos desempeñó su creación literaria entre dos siglos, si bien la mayor parte de ella pertenece a finales del xviii. Sus primeras poesías fueron escritas en sus tiempos de estudiante en Salamanca, bajo el estímulo de su amigo Meléndez. En el marco de la escuela rococó y neoclásica compuso anacreónticas y pastorales con sus tradicionales cupidillos, pastores y arroyuelos, como se puede observar en el manuscrito Diversiones (1784), que también incluyen algunos sonetos y epigramas jocosos que revelan una mayor originalidad. En Madrid, sus composiciones van adoptando una mayor afectación y densidad ideológica, como se observa en Poesías (1798), que le llevan a abandonar los asuntos clasicistas para entrar en los ilustrados, mientras que sus tristes vivencias le van dando una nueva sensibilidad de poeta prerromántico. Esto se hace evidente no sólo por la efusividad y la exaltación de los sentimientos, sobre todo del amor y la amistad, sino también por una temática que incide en la soledad, la ruptura amorosa o la muerte, y por la voluntad innovadora de su lenguaje. Aunque adelanta los temas y motivos que tendrían su auge en la época romántica, todavía la subjetividad no fluye liberada por completo de las exigencias neoclásicas. La soledad aparece en su obra como uno de los motivos más reiterados, generalmente unida al desamor o a la ausencia de la amada, aunque en otras ocasiones es más bien un pretexto para la reflexión filosófica y la melancolía frente a la vida cortesana. Ante la oposición corte-aldea, Cienfuegos se inclinará, al igual que los neoclásicos y sus contemporáneos prerrománticos, por la paz, la tranquilidad y la felicidad que proporciona el alejamiento de la ciudad, como se puede ver en “Mi paseo solitario de primavera”. Otros de sus asuntos preferidos son la muerte y el sepulcro, generalmente acompañados de cierto pesimismo y de la meditación sobre la brevedad y la vanidad de la vida, que condena al hombre a la imposibilidad de ser feliz y lo hunde en la amargura y el dolor hasta el instante final, único momento en el que se libera. Esta visión de la existencia se aprecia en poemas como “A un amigo a la muerte de su hermano” o “El recuerdo de mi adolescencia”.

Sin embargo, a pesar del tono prerromántico, sus composiciones no están exentas de un fuerte sentimiento humanitario, de preocupaciones sociales y de cierto pensamiento liberal e, incluso, revolucionario.

Sus versos resultan en este sentido comprometidos, pues abogan por la igualdad social y la fraternidad entre los ciudadanos, ideas fruto de su mentalidad ilustrada y sus años de estudiante en Salamanca. Pero todo este fervor en su sentir se veía en ocasiones limitado por una forma de expresión neoclásica todavía imperante, que intentó superar con la creación de otra con una voluntad innovadora, basada en la utilización de galicismos, neologismos y otros recursos expresivos, como la aliteración, las imprecaciones, las exclamaciones, la anáfora, el polisíndeton o una vibrante adjetivación. Estos recursos no encontraron seguidores entre los poetas de su generación, anclados todavía en la estética anterior. Veinticinco años después, Mariano José de Larra, desde su posición de romántico, reconocería en Cienfuegos un talento que había sido incomprendido en su época.

En su vertiente dramática intentó plasmar igualmente su angustiosa visión de la vida, especialmente a través de la tragedia, género en alza en los últimos años del siglo xviii. Su primera pieza en esta línea fue Idomeneo, adaptación libre y moderna de un tema mitológico. La obra supone una afirmación de la virtud y un claro rechazo a todo tipo de tiranía a favor de una monarquía basada en los principios de la razón y de la naturaleza y, por tanto, fiel a la voluntad popular alejada de todo tipo de superstición. La obra se convierte en la constatación de que el mal prevalece sobre el bien y que la tiranía y la ambición son capaces de derrotar a la virtud. La única solución es el arrepentimiento del protagonista. También de motivo clásico, Cienfuegos escribió Pítaco (1799) que no fue puesta en escena. Está basada en esta figura histórica legendaria que era uno de los siete sabios de Grecia, y con una ideología subyacente muy similar a la anterior.

Tragedia también, La Zoraida (1798) está ambientada en la guerra de Granada, y muestra el conflicto moral entre la virtud moral y civil del protagonista y del guerrero abencerraje Abenamet. Se trata de una nueva fórmula experimental por esta época que es la tragedia gótica (“drama de horror”), de origen inglés, que busca explotar el misterio y la violencia, en el que será gran maestro su amigo Quintana. Por su parte, La condesa de Castilla (1803) parte del tradicional motivo de la literatura española de la “condesa traidora”, viuda del segundo conde de Castilla, que hace un pacto con Almanzor para envenenar a su hijo Sancho y poder reinar así junto a su amante. El arrepentimiento final de la mujer pone de relieve el triunfo de la humanidad virtuosa de los protagonistas. En general, sus tragedias reflejan su empatía con sus semejantes, pero a nivel colectivo, no individual, lo que lo aleja de los presupuestos románticos posteriores.

Desde el punto de vista formal, sus obras presentan ya cierta innovación y originalidad basadas en un leguaje más abierto y sensualista y una fuerte tensión expresiva que intenta conectar con el espectador y romper los moldes rígidos establecidos por la tragedia neoclásica.

En otra línea, Cienfuegos escribió también Las hermanas generosas, comedia moral en un acto que dedicó a su madre, de la que no consta que fuera estrenada.

Aunque la acción es simple, goza de una enorme sensibilidad y se mantiene en coherencia con sus poesías, sus tragedias y, en definitiva, con la visión personal que tuvo de la problemática humana.

Nicasio Álvarez Cienfuegos es un hombre comprometido con su siglo. Su literatura refleja de manera paradigmática la evolución de la literatura de su tiempo: de lo neoclásico pasó a los temas ilustrados, para concluir su carrera a las puertas del Romanticismo. Salvo sus textos primeros, más despreocupados, el teatro y la poesía de nuestro escritor tuvieron una gran densidad ideológica que se mueve entre la Ilustración, la Revolución y el liberalismo regenerador.

 

Obras de ~: Diversiones, 1784, en Biblioteca Nacional de España (BNE), ms. 12.961 (44); Sinónimos castellanos. Compuestos por ~, 1799, en BNE, ms. 17.886 (4); Poesías, t. I, Madrid, Imprenta Real, 1798 (no se publicó otro tomo); Elogio del Señor D. José Almarza, tesorero de la Sociedad Patriótica de Madrid, Madrid, Imprenta Real, 1799; Observaciones sobre los sinónimos, 1809, Real Academia Española (RAE), Madrid; Pensamientos sobre el verbo. Pensamientos sobre la parte de la oración, RAE, Madrid, Disertaciones, V; Informe sobre una trompetilla para uso de sordomudos, 1802, Sociedad Económica de Madrid, leg. 150-10; El filósofo de Lesbos. Pítaco. Drama en tres actos, 1809, BNE, mss. 14.649 y 18.080; Elogio del Excelentísimo Señor Marqués de Santa Cruz, director de la Real Academia Española, Madrid, Viuda de Joaquín Ibarra, 1802; Tragedia Nueva, en tres actos. La Condesa de Castilla, Valencia, Ildefonso Mompié, 1815; Tragedia nueva en tres actos. Idomeneo, Valencia, Ildefonso Mompié, 1815; La Zoraida. Tragedia en tres actos, Valencia, Ildefonso Mompié, 1815; Poesías, Valencia, Ildefonso Mompié, 1816; Obras Poéticas, Madrid, Imprenta Real, 1816, 2 vols.; La Condesa de Castilla. Tragedia nueva en tres actos, Valencia, Ildefonso Mompié, 1817; Poesías, Madrid, Sancha, 1821; Poesías, París, Lib. Teófilo Barrois, hijo, 1821; Pítaco. Tragedia en tres actos, Valencia, Ildefonso Mompié, 1822; Poesías, Barcelona, Viuda e Hijos de D. Antonio Brusi, 1822; Teatro, Barcelona, A. Bergnes, 1836; “Discurso de Don Nicasio Álvarez de Cienfuegos al entrar en la Academia”, en Memorias de la Academia Española, vol. I, 1870, págs. 352- 367; Poesías, ed., introd. y notas de J. L. Cano, Madrid, Castalia, 1969; Las hermanas generosas. Comedia moral, s. l., s. f.

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Emilio Palacios Fernández y Elena Palacios Gutiérrez

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