Álvarez Cubero, José. Priego (Córdoba), 23.IV.1768 – Madrid, 26.XI.1827. Escultor.
Sus padres fueron Domingo Álvarez, cantero marmolista, y Antonia Cubero, ambos de Priego (Córdoba).
Fue bautizado al día después de nacer, el 24 de abril de 1768.
Estaba trabajando con el marmolista Pedrajas, cuando se le encargó que labrara algunas estatuas para el Transparente del Paular.
Cuando regresó a Córdoba, estudió Dibujo con Antonio María Monroy, más tarde marchó a Granada, donde trabajo con Verdiguier.
El obispo Caballero le aconsejó que viniera a Madrid, pagándole el viaje. El 23 de abril de 1794, con veintiséis años aparece reseñado por primera vez en las clases de la Academia de San Fernando. En 1799 se presentó al concurso de dicha institución alcanzando el Primer Premio de escultura. El 21 de julio del citado año fue pensionado por la Academia, con residencia en París y Roma, por la suma de 12.000 reales de vellón.
En París se familiarizó con la escultura griega a través de los vaciados que mandó sacar y llevar Choiseul- Gouffier, trabajando al lado de Dejoux, a la misma vez que hacía prácticas de disección en el Colegio de Medicina.
En el concurso de 1802, organizado por el Instituto de Francia, ganó el Segundo Premio, siendo distinguido con la medalla de plata de Luneville.
Dos años después, en 1804, presentó su estatua de Ganímedes, y consiguió la medalla de oro por 500 francos, y fue coronado por Napoleón.
Elevada su pensión a 16.000 reales, marchó a Roma, donde permaneció cerca de veinte años, siendo este el período más importante de su vida.
Cuando los franceses invadieron España en 1808, los artistas pensionados rehusaron jurar acatamiento al rey intruso José Bonaparte y fueron encarcelados en el castillo de Sant’Angelo, donde permanecieron hasta que fueron liberados gracias a la gestión del gran artista el escultor italiano Antonio Canova; no obstante, las pensiones de que disfrutaban dejaron de percibirlas, pero la dignidad de Álvarez se mantuvo intacta desoyendo halagadoras propuestas de Denon y M. Lethiere, con altos cargos en la Administración napoleónica, y despreciando una tentadora pensión de 12.000 francos en París o la continuación de la que tenía.
Sin embargo, acuciado por la necesidad de atender a su familia, se vio forzado a trabajar cuatro bajorrelieves para el palacio del Quirinal de Roma, antigua residencia de los Pontífices, que no llegaron a colocarse.
A finales de 1815 dirigió un memorial a Carlos IV en Roma, pidiendo que su hijo Fernando VII le nombrara escultor de cámara, asunto que no fue confirmado.
Pero sí le fue otorgado el nombramiento de primer escultor de cámara el 29 de marzo de 1818.
En Roma dejó lo más notable de su producción artística; así, en 1806, lo corroboran los bustos de Carlos IV y María Luisa de Parma, Venus, Adonis y Diana, así como los modelos destruidos de Aquiles en el momento de haber recibido la flecha y el grupo colosal de Los Numantinos.
Siendo prisionero de Napoleón, se negó hacer la estatua del Emperador en Roma, pero por necesidad se vio obligado a decorar el dormitorio del Emperador con cuatro bajorrelieves: Patroclo se aparece en sueños a Aquiles, Leonidas en el paso de las Termopilas, Julio César ve iluminadas sus armas con un resplandor celestial, y Cicerón sueña con Júpiter Capitolino. Relieves que no llegaron a colocarse y sus modelos fueron almacenados en el Museo Vaticano. Al fallecer Álvarez, se pensó en hacer una edición gráfica de los cuatro bajorrelieves, siendo sus grabadores y dibujantes Pablo Guglielmi y Francisco Garzoli.
Durante la Guerra de la Independencia, Álvarez ejecutó cuatro estatuas que Carlos IV le había encargado para la Casa del Labrador de Aranjuez, y que luego fueron terminadas con la ayuda de su hijo mayor, siendo adquiridas por Fernando VII en 1827 por 62.000 reales de vellón y que son: Apolino, elegante escultura neoclásica, conservada en el Casón del Buen Retiro, en el Museo del Prado de Madrid, desnudo muy bien tratado, con un cincel muy bien cuidadoso; Amor con todos sus atributos; de paradero desconocido; Diana cazadora en actitud de correr y Amor dormido, actualmente se conserva en el Museo de San Telmo de San Sebastián.
Durante el año 1817, Álvarez Cubero ejecutó las siguientes estatuas: estatua sedente de la marquesa de Ariza, en mármol de Carrara, costó 5.000 duros, fue traída a España en 1828, el sepulcro de la marquesa de Ariza, tuvo un coste de 6.000 duros y Álvarez dejó sin terminar el retrato en bajorrelieve, que acabó el escultor Antonio Sola, en 1832, y que se conserva en la Arciprestal de Liria, y estatua colosal del duque de Berwick, la modeló en yeso, obra perdida, por valor de 1.500 duros.
Otras obras posteriores fueron: el busto de la marquesa de Ariza, con un coste de 300 duros; busto de la duquesa de Berwick, en 250 duros; estatua de Diana, que fue vendida por los herederos de Álvarez; busto del duque Carlos Miguel y Venus con su amorcito sacándole una espina, de la que no hay referencia posterior.
Pero, sin lugar a dudas, su obra maestra es la Defensa de Zaragoza (1818-1823). La ideó durante su permanencia en Roma, inspirado en el asedio de la ciudad de Zaragoza por los franceses en 1808, según la cual un joven zaragozano, observando a su padre herido por los franceses, acudió a su defensa, matando a cuantos enemigos le rodeaban; la resistencia se vio truncada, cuando un oficial a caballo acudió a su defensa, atacó al joven y puso fin a su vida; el padre, hecho prisionero, murió a los pocos días a causa del dolor por la pérdida de su hijo.
Álvarez Cubero terminó la obra en yeso en 1818, y al año siguiente obtuvo la aprobación por Fernando VII. En una carta del 14 de junio de 1819, dirigida al duque Carlos Miguel, habla de las visitas a su estudio, entre ellas la del príncipe Clemens de Metternich, árbitro del Congreso de Viena, y la del emperador de Austria, ambos interesados en adquirirla y llevarla al Palacio Imperial de Viena. La obra llegó a Madrid en 1826, con el retorno de Álvarez a la patria.
Es la obra más celebrada del neoclasicismo español en opinión del investigador Enrique Pardo Canalís, su mejor crítico y biógrafo.
José Álvarez Cubero es, sin lugar a dudas, el más grande escultor neoclásico español, admirado y considerado por los más importantes escultores neoclásicos europeos, como el veneciano Antonio Canova, amigo y compañero suyo, Thorwaldsen y Tenerani, entre otros.
Para Pardo Canalís, el mérito principal de Álvarez Cubero estriba en el hecho de haber mantenido el decoro de la escultura neoclásica española dentro y fuera de su patria, si bien dentro de unos límites que hoy nos parecen más reducidos de los que en su tiempo representaron.
Podrá no entusiasmarnos con sus obras, pero será importante no negarle un empuje creador y un aliento artístico entrañable, dignos al menos de una actitud respetuosa y comprensiva.
Obras de ~: bustos del rey Carlos IV y María Luisa de Parma, Palacio Real de Madrid, 1806; cuatro bajorrelieves: Patroclo se aparece en sueños a Aquiles, Leonidas en el Paso de las Termopilas, Julio César ve iluminadas sus armas con un resplandor celestial, y Cicerón sueña con Júpiter Capitolino, para el dormitorio del emperador Napoleón I, palacio del Quirinal de Roma (no llegaron a colocarse, sólo quedaron en grabados), 1806; Apolino, Casón del Buen Retiro, Museo del Prado, 1806; Amor dormido, Museo de San Telmo de San Sebastián, 1806; estatua sedente de María Luisa de Parma, Casón del Buen Retiro, Museo del Prado, Madrid, 1816-1817; estatua sedente de la Marquesa de Ariza, Colección Duque de Alba, Madrid, 1816-1817; estatua sedente de María Isabel de Braganza, Museo del Prado, Madrid, 1816-1817; busto de la marquesa de Ariza, colección Duque de Alba, Madrid, 1817; busto del célebre compositor italiano Rossini, colección del Duque de Alba, Madrid, 1817; busto del Duque Carlos Miguel, colección del Duque de Alba, Madrid, 1817; Defensa de Zaragoza, fachada occidental del Casón del Buen Retiro, Museo del Prado, Madrid, 1818-1823.
Bibl.: E. Pardo Canalís, Escultores del Siglo xix, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), 1951; Escultura Neoclásica Española, Madrid, CSIC, 1958; “José Álvarez Bouquel, una esperanza malograda”, en Goya n.º 78 (1967), págs. 370-375: J. L. Gámiz Valverde, “El escultor Álvarez Cubero”, en Boletín de la Real Academia de Córdoba de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes n.º 90 (1970), págs. 25-44; M. Ossorio y Bernard, Galería Biográfica de Artistas Españoles del Siglo xix, Madrid, Ediciones Giner, Reed, 1975; W. Rincón García, Un Siglo de Escultura en Zaragoza (1808-1908), Zaragoza, Caja de Ahorros de Zaragoza, Aragón y La Rioja, 1984; J. J. Martín González, “La Escultura en la Academia de San Fernando en el siglo xix”, en Tiempo y Espacio en el Arte, homenaje al profesor don Antonio Bonet Correa, Madrid, Ediciones Universidad Complutense (1994), págs. 1217-1227; C. Reyero Hermosilla y M. Freixa, Pintura y Escultura en España, 1800-1910, Madrid, Ediciones Arte Cátedra, 1995; C. Reyero Hermosilla, La Escultura Conmemorativa en España. La Edad de Oro del Monumento Público, 1820-1914, Madrid, Cuadernos de Arte Cátedra, 1999.
José Luis Melendreras Gimeno