Asorey González, Francisco. Cambados (Pontevedra), 4.III.1889 – Santiago de Compostela (La Coruña), 2.VII.1961. Escultor.
Nació en el seno de una familia acomodada, recién regresada de Buenos Aires. Era el último de ocho hermanos. Ya Hyugue señaló el nacimiento, hacia 1880, de un grupo de artistas capaces de vertebrar lo que Ortega denominó una generación decisiva, formando parte de ella artistas como Gargallo, Picasso, Clará, J. González, Capuz, Macho, Casanovas o el propio Asorey.
Desde sus primeros años, Asorey dio muestra de una vocación escultórica, incluso con anécdotas casi novelescas. Su padre entonces lo envió a Barcelona, donde fue discípulo de Parellada, quien lo introdujo en el estudio de los arcaísmos medievales, de las búsquedas modernistas y la admiración de las formas rodinianas, casi impresionistas.
Tres años después, en 1906, fue nombrado profesor de Dibujo y director de un taller de escultura de la Escuela de Artes de Baracaldo (Vizcaya), bajo el patrocinio de los Salesianos. Allí logra la formación de un energético foco de artes plásticas, cuyos discípulos más famosos fueron los grandes escultores vascos Julio Beobide y Juan Guraya. También allí surgen las primeras obras con las que el joven maestro participa en los concursos nacionales e internacionales de Zaragoza y Turín, donde presentó sendas imágenes religiosas.
En 1908 somete a la crítica del Certamen de Trabajo de Bilbao la talla Romeros vascos, muy dentro de los gustos por la España pintoresca de Zuloaga y de Solana. Tales preocupaciones aparecen también en la Viuda del pescador, dentro de la tendencia social de cuadros coetáneos, como el de Y aún dicen que el pescado es caro, de Sorolla.
Una nueva influencia se perfila cuando esculpe Caballeros negros, donde el influjo de Rodin se hace patente.
El grupo de Asorey, cantando en sonoros versos por X. Böveda, es magnífico, tanto por su fuerza expresiva y ambiental, como por su oportunidad temática de los gustos europeos, entonces todavía vigentes: Portaestandarte de Canonica, Reclusas de Biondi o El relicario de Bartolozzi.
Poco tiempo después, en 1918, el Salón de Humoristas de Madrid, donde Asorey pasa largas temporadas, alojándose en la misma pensión de Julio Romero de Torres, acoge otra curiosa talla, Rezos de beatas. Alrededor del sitial barroco de la imagen románica de Santiago, se agrupan seis mujeres. Es la hora del ocaso, de la soledad y de los muertos.
Los ojos de la mendiga brillan como los de una lechuza y la actitud, profundamente expresionista, de las dos murmuradoras sugiere pronto el recuero de Valle-Inclán.
Tres hechos fundamentales señalaron la definitiva vinculación de Asorey a Compostela: su triunfo el 31 de mayo de 1918 en las oposiciones para escultor anotómico de la Facultad de Medicina; su matrimonio el 8 de enero de 1919, con la santiaguesa Jesusa Ferreiro, cuya elegancia y belleza reflejará muchas veces la obra del artista; y su instalación, también el año 1991, ente las huertas del evocador rincón de Caramoniña, donde creó algunas de las piezas que le valieron más resonantes triunfos.
El primero fue Picariña, el “gomo milagreiro criado co-a ternura do cariño primeiro”, según el poeta Cabanillas.
Es una niña en posición de tres cuartos, con las manos juntas, sosteniendo el exvoto de tan frecuente venta en las grandes romerías. Es rubia, de ojos azules y pómulos salientes. Viste traje regional, pero no buscando un arte folclórico. La actitud hierática sugiere un rito, hasta conseguir la profundización primitivista en la esencia de un pueblo.
En tal sentido, otro paso más lo representa Naiciña, sencilla aldeana sentada en el suelo, con su hijo entre los brazos. Hieráticos, ambos miran de frente según la tradición románica y posibles resonancias del casi coetáneo Ídolo de Eugenio Pellini. Brota de la tierra, donde parece tener raíces, y su talla adquiere calidades arborescentes al subir hasta la rodilla derecha de la mujer. Se convierte así en un símbolo de Galicia: la “morriña” hundiéndose, como el árbol, en los mimosos y suaves valles del húmedo paisaje.
La Ofrenda a San Ramón, expuesta en el madrileño Salón de Otoño de 1923, reitera tales premisas.
Es ahora la mujer que poco antes de su maternidad acude al santo “non nato”, cuya imagen de fuerte sabor popular porta sobre su mano izquierda.
Orante, con la mirada ansiosa, constituye otro símbolo de la Galicia ancestral. Pero quizá el máximo interés de la obra sea el tachonado de hierros que salpica el chal, sugestiva experiencia contemporánea junto a las esculturas de Gargallo y el picassiano sillín de bicicleta.
En la Exposición Nacional de 1924, Asorey obtuvo la Segunda Medalla por su obra O tesouro: la joven campesina que avanza hacia el futuro, llevando su ternerillo recién comprado, ¡su tesoro! Ocupa un lugar de honor en la iconografía de la asociación hombreanimal: las sumisas filas de tributarios persas, el arcaico Moscóforo griego, el Buen pastor, cristiano, las sugestivas simbologías barrocas. Evoca también la más poética sensibilidad animalista, la del Platero de Juan Ramón o las del Hombre del cabrito de Picasso.
Como la Montserrat de Julio González personifica a Cataluña, esta figura femenina es otra nueva encarnación de Galicia.
Dentro de esta análoga línea estética e ideológica surge Santa, la última gran talla de mujer gallega de este período. Representa al matriarcado protohistótico, la mujer en relación con la agricultura, deformada por el trabajo y la maternidad. Está vigilante, erecta, apuesta y desnuda cual una diosa, uncida trabajosamente al yugo, que adornan hojas de roble, el secular árbol. Su vigorosa plástica y rústicas formas acusan otra vez la tendencia hacia el primitivismo, tan representativo de esta etapa de la vida del artista.
En 1926 se celebra el VII Centenario de la muerte de san Francisco. Asorey supo aprovechar la efeméride para crear el magistral San Francisco del Museo de Lugo, Primera Medalla Nacional de Escultura.
Como Ernesto Biodi, imaginó al santo predicando.
El rostro joven y ascético, con el cabello en dispersos bucles, los párpados ensoñadoramente caídos y la barba y el bigote ralos, retrata una intensa vida interior, pletórica de mansedumbre. Sobre la capucha, los ramos de olivo semejan una aureola. El torso, brazos y pies desnudos dejan ver los estigmas de la pasión de Cristo. Y el ligero avance de toda la figura proclama el místico impulso del santo de Asís. Atrás, la atención de la parte posterior de la capucha “miserenta” de los versos de Cabanillas y la presencia del “hermano lobo”, quien trepa por el árbol y apoya la cabeza sobre el brazo derecho de san Francisco.
Después del triunfo nacional de esta Medalla de Oro, Asorey comenzó el gran Monumento a san Francisco ante el convento de Santiago, que le dedicaron los terciarios franciscanos de España y lo inauguraron el 24 de julio de 1930. Semeja un crucero de cuatro metros de lado y unos catorce de alto. Bloques rudos, sin labrar, evocan concepciones rodinianas, pero también el recuerdo iconográfico de las basas del Pórtico de la Gloria. Sobre ellos la apoteosis del franciscanismo; se distribuye en dos grupos delante y otros dos atrás, separados ambos por los idílicos relieves de la oveja con su corderillo y el lobo de Gubbio, cobijando entre las patas un gracioso conejo. Hacia el centro de la fachada principal converge la sociedad gótica, poder y pueblo, en actitud de ofrenda. El reverso se destina para quienes vuelven ya transformados por el espíritu de Asís. Encima de estas figuras se anudan las piedras en forma de cordón franciscano, ya como dosel de las mismas, ya como triple pedestal de las figuras femeninas, alusivas a los votos frailunos de pobreza, obediencia y castidad. Las preside otra magistral estatua de san Francisco, vistiendo el hábito de la Orden, donde alternan varias clases de granitos y mármoles, de gran efecto polícromo. Sendas guirnaldas de palomas prolongan hacia arriba el tránsito entre el santo y el Cristo de la Verna. Nunca, desde la construcción del Pórtico de la Gloria, había contemplado Compostela compendio escultórico e iconográfico tan espectacular.
De menor envergadura, pero de indudables valores plásticos, son sus monumentos civiles, esparcidos por Galicia, el de Soage (Cangas, Pontevedra), Vicente Carnota (Ordes, La Coruña), Médico Rodríguez (Mondariz, Pontevedra) y García Barbón (Vigo, Pontevedra).
En el de Cuba, del Retiro madrileño, es suya la impresionante estatua de Colón.
Composiciones grandiosas ofrecen también los sepulcros de María Gil de Sarabia (cementerio de Vigo), Dolores Santamarina (asilo de Orense) y Cardenal Martín de Herrera (colegio de las huérfanas de Santiago).
Son dignos de mencionar las estatuas, escudo y relieves del Hotel Compostela de esta última ciudad: las lápidas de Bernardo Barreiro (Santiago), Saralegui (Finisterre, La Coruña), Concepción Arenal (Madrid), Rector Carracido (Universidad de Santiago) y Rector Gil Casares (Universidad de Santiago).
Los deliciosos bustos infantiles de su Hijo y su Sobrina y los también juveniles de Miguelito Gil Armada y la Señorita Otero Azebedo anuncian los del violinista Manuel Quiroga, el pianista Cerdeiriña, el párroco Durán Insúa y el rector Lino Torre.
Los éxitos en las exposiciones nacionales y la creciente popularidad de su escultura cierran hacia 1930 esta segunda etapa de la producción de Asorey. Deben destacarse la pétrea Virgen de los Ojos Grandes del Sanatorio Antituberculoso de Lugo y las policromadas de los Ángeles orantes y San José de la iglesia de Santa María de Guernica.
Atisbos surrealistas se perciben en el Códeo Compostelano del Instituto Padre Sarmiento, cuya hambre estudiantil se refleja sobre el pote, donde san Miguel vence la tentación, y, sobre todo, en la Soledad de Bilbao, hoy en paradero desconocido, con su aureola representando la Crucifixión de Cristo, girando “en ronda silenciosa” alrededor de los recuerdos de María.
Ya en la plena madurez de los cuarenta años, Asorey cambia su taller a las cercanías del convento de Santa Clara, iniciando una nueva etapa de su quehacer. Coincidió con los años de la caída de la Monarquía española, de la posterior Guerra Civil y aún con las consecuencias de la conflagración mundial.
Dos son las direcciones fundamentales que pueden observarse en la actividad asoreyana de estos años: el esquematismo postcubista y el descubrimiento de la oquedad.
Pieza primordial de la primera es el Monumento al aviador Loriga (Pontevedra), para algún crítico “el más bello monumento europeo del arte de entreguerras”.
Es un acierto, escribió Sánchez Cantón, que “reproduzca en sus líneas la de un avión hincado en tierra, evocando al malogrado piloto; insinúa la cruz y da robusta unidad arquitectónica al conjunto”.
La figura del aviador, escueta y sinceramente expresiva, prepara la aparición del Salvador del cementerio de Lugo, redescubierto por Adolfo Abel Vilela. Es una espléndida talla de mármol italiano en forma de estípite, cuyas manos se juntan sobre el pecho para mostrar la hostia eucarística.
Un paso más en esta línea de esquematización supone el Sagrado Corazón del colegio de la Enseñanza de Santiago, tan similar al palentino Cristo del Otero de Victorio Macho. Es un gran bloque vertical de granito, en el cual destaca horizontalmente los dos antebrazos, buscando el esquema de la cruz redentora.
Cuando en 1945 se inaugura el Monumento al Sagrado Corazón de Cuntis (Pontevedra) este esquematismo cede ante el neohumanismo de la última etapa creadora de Asorey.
Algo análogo sucede con el Monumento a Cabanelas de la Diputación Provincial de Pontevedra. Los desgraciadamente reformados estanque y escueto pedestal servían de asiento a la miguelangelesca estatua del dolor, contraponiendo así postcubismo y fuerza vital.
Pero la obra cumbre de estos años es el Monumento al Padre Feijoo del monasterio de Samos (Lugo), donde todo se geometriza alrededor de la vigorosa estatua del gran benedictino, “que aquí xogou novicio y visteu a cogulla de profeso”, según versificó el poeta Cabanillas.
La otra conquista de esta etapa fue el descubrimiento de la oquedad, donde las concavidades de los paños acariciados por la brisa marina de la Virgen de Tanxil, en Rianxo (La Coruña), culmina en los espacios vacíos del Monumento a Curros Enríquez de Coruña, coronado por la Aurora, con sus brazos levantados, y los dólmenes flanqueando al poeta.
Coetáneo es el Altar y baldaquino del Panteón Gallego en Buenos Aires. La iglesia neorrománica, cuyo ábside los alberga, sugirió al artista estas formas, donde masas y vanos alternan con los relieves constitutivos de una verdadera mitología de Galicia. Ocupa el lugar de Jessé del Pórtico de la Gloria una representación de la vieja Suevia, la cual sirve de fundamento a la historia del emigrante, desde la travesía del Océano hasta el regreso definitivo dentro de un carro de bueyes, como en las tradiciones jacobeas, bajo el amparo de la Piedad cristiana, dispuesta en forma de gigantesca cruz, al colocar los cuerpos de Cristo y María en ángulo recto.
Completan la actividad del artista durante esta época algunas lápidas, como la de Ángel Baltasar (Rianxo, La Coruña), Guillermo Álvarez (Contegada de Miño, Orense), Enrique Mayer (Santiago) y José María Piay (Catoira, Ponteveda). Pero mucha mayor participación tienen los bustos, ahora abarcando todo el tronco de sus espléndidos retratos. Merecen destacarse los de Manuela González Ceinos y Dolores Ulla y Fociños de Bendaña, madres, respectivamente, de los doctores Alsina y Gómez Ulla. La combinación de granito negro y mármol sepia, tallados con exquisito virtuosismo técnico, les proporcionan singular valor.
También magistrales resultan otros bustos marmóreos, como los de Lucila Barberán Belido, Señora de González Sierra y Beluca Varela, o en bronce, como el del poeta Lameiro.
Los últimos quince años de la vida de Asorey fueron de una intensa actividad, que se puede agrupar en los siguientes apartados: esculturas de madera polícroma, monumentos públicos y bustos de diversas personalidades, históricas o actuales. Y todo dentro de un neohumanismo, más o menos relacionable con el realismo italiano de la posguerra.
Fuera de concurso, Filliña, una niña ofrendando el ramo de las romerías populares, fue presentada en la Exposición Nacional de 1948, suscitando tal admiración, que explica los siguientes encargos: San Cristóbal de la Escuela Logística del Ejército de Tierra; Virgen de los Desamparados de Buenos Aires, y de Fátima, de Aranjuez. Son esculturas de honda espiritualidad y muy expresivas. Pero la obra maestra de esta etapa es el Cristo de Moiá, imagen de cuatro metros de alto, una de las más egregias, solemnes y divinas de Jesús crucificado de la imaginería española, concebida, según Camón Aznar “para ser sentida por las multitudes”.
Entre otros monumentos públicos merecen interés los religiosos, como: Virgen del Carmen, de la Escuela Naval de Marín; Inmaculada (La Estrada, Pontevedra) y Asunción, de la fachada sur del Seminario Menor de Santiago, todas de gran calidad plástica. De los civiles deben recordarse. Don Álvaro de Bazán, Escuela Naval y Viso del Marqués (Ciudad Real); Muertos de la Guerra de África (Ferrol); Monumento a los Caídos (Orense); Obispo Blanco Nájera (Orense); Alcalde López Pérez (Lugo) y Astrónomo Aller (Lalín, Pontevedra).
Los bustos de estos años ofrecen tres versiones: abarcando las tres cuartas de la figura, como el de Ibáñez Martín (Instituto Rosalía de Castro, del cual fue creador), y el de su esposa la Condesa de Marín (en madera policromada y réplica en bronce); de medio cuerpo, como los de Isaac Peral y Jose Luis Díez (ambos en la Escuela Naval), Coronel Delgado (el asesinado presidente de Venezuela), Miguel de Cervantes (Ateneo de Montevideo), Conde de Fenosa (Barco de Valdeorras y Casino de La Toja); y de sólo cabeza y cuello, como el de Señora de Hall, obra póstuma que quedó sin recoger en el taller del artista.
Aparte de la Primera y Segunda Medalla, obtuvo otros premios: Académico de Honor de la Real Academia Gallega, correspondiente (desde el 2 de diciembre de 1940) de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, o Medalla de Plata de la Ciudad de Santiago.
Recibió sepultura el 4 de julio de 1961 en el Panteón de Gallegos Ilustres.
Obras de ~: Romeros vascos, 1908; Viuda del pescador; Caballeros negros; Rezos de beatas; Picariña, Naiciña, Ofrenda a San Ramón, 1923; O tesouro, 1924; San Francisco, 1926; Monumento a san Francisco, 1930; Monumento a Soage, Cangas (Pontevedra); Monumento a Vicente Carnota, Ordes (La Coruña); Monumento al médico Rodríguez, Mondáriz (Pontevedra); Monumento a García Barbón, Vigo; Monumento a Cuba, Parque del Retiro, Madrid; sepulcro de María Gil de Sarabia, Vigo; sepulcro de Dolores Santamarina, Orense; sepulcro de Cardenal Martín de Herrera; Virgen de los Ojos Grandes del Sanatorio Antituberculoso, Lugo; Ángeles orantes y San José, iglesia de Santa María, Guernica (Vizcaya); Códeo Compostelano, Instituto Padre Sarmiento, Pontevedra; Monumento al aviador Loriga, Pontevedra; Sagrado Corazón, colegio de la Enseñanza, Santiago; Monumento al Sagrado Corazón, Cuntis (Pontevedra), 1945; Monumento a Cabanelas, Diputación Provincial de Pontevedra; Monumento al Padre Feijoo, monasterio de Samos (Lugo), Virgen de Tanxil, Rianxo (Coruña); Monumento a Curros Enríquez, Coruña; Altar y baldaquino del Panteón Gallego, Buenos Aires; Filliña, 1948; Virgen de los Desamparados, Buenos Aires; Virgen de Fátima, Aranjuez. Cristo de Moiá; Virgen del Carmen, Escuela Naval de Marín (Pontevedra); Inmaculada, A Estrada (Pontevedra); Asunción, Seminario Menor, Santiago; Don Álvaro de Bazán, Escuela Naval de Marín (Pontevedra) y Viso del Marqués (Ciudad Real); Muertos de la Guerra de África, Ferrol; Monumento a los Caídos, Orense; Obispo Blanco Nájera, Orense; Alcalde López Pérez, Lugo; Astrónomo Aller, Lalín (Pontevedra); Ibáñez Martín; Isaac Peral; Jose Luis Díez; Coronel Delgado; Miguel de Cervantes; Conde de Fenosa.
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Ramón Otero Túñez