Ayuda

Juan Escoiquiz Mezeta

Biografía

Escoiquiz Mezeta, Juan. Ocaña (Toledo), 14.VII.1747 – Ronda (Málaga), 19.XI.1820. Canónigo y político.

Primogénito del teniente general Juan Martín de Escoiquiz y de Teresa de Mezeta, hidalga vizcaína, pasó a la edad de cuatro años a Orán, permaneciendo allí hasta la muerte de su padre, comandante general de la ciudad. Durante ese tiempo, alternó los estudios de Latín y Gramática con el aprendizaje de las armas, carrera a la que su primogenitor le destinaba. El fallecimiento de éste impulsó a su viuda a retornar al lugar de origen de su madre —Guernica—, donde permaneciera Escoiquiz por poco tiempo, pues casi de inmediato ingresó en el colegio que los jesuitas regentaban en Toulouse. En tan prestigioso centro perfeccionó sus estudios de latín al tiempo que conseguía un notable dominio de la lengua francesa. Finalizada tal etapa, al calor del apoyo prestado por un Carlos III agradecido a los servicios que le rindiera su padre en tiempos de las campañas italianas, fue nombrado por el Monarca uno de sus pajes. En tanto que su único hermano, Manuel, se alistaba en las filas del Ejército, al cabo de seis años de estancia palatina, en 1767 el Rey le otorgó una canonjía de la catedral cesaroaugustana, que desempeñaría por dos décadas. Tan larga permanencia zaragozana la aprovechó para adquirir un envidiable conocimiento de la lengua y literatura inglesas que le permitió la traducción de algunas obras, tiempo adelante. Rivalidades con otros miembros del cabildo y una vida sexualmente desarreglada le impelieron a solicitar en 1789 —año de la muerte de su hermano, segundo teniente de Guardias Españolas— una plaza de sumiller de Cortina, concedida por el recién ascendido al trono Carlos IV. Mientras cortejaba los favores del flamante valido Manuel Godoy, su consagración a las letras daría como resultado la publicación de ciertas obras de no mucho vuelo pero correcto lenguaje, entre las que sobresaldría su poema épico México conquistada, dedicado al Rey. El fallecimiento del famoso padre Scío le deparó la oportunidad para, con el favor y respaldo del que sería luego su gran enemigo, Godoy, ser designado en 1795 maestro y preceptor del príncipe de Asturias, el futuro Fernando VII. Muñidor de muchas intrigas cortesanas destinadas a socavar en pro de su educando la posición del duque de Alcudia, adularía, sin embargo, a éste hasta 1798, en que se produjera el transitorio eclipse de Godoy. Antes de la parcial caída del favorito extremeño, Escoiquiz logró que Jovellanos, durante su fugaz desempeño de la cartera de Gracia y Justicia, le agraciase con el arcedianato de Loja y con él un puesto relevante en el cabildo catedralicio murciano, bien que in absentia.

Avezado ya en todos los secretos de la Corte, Escoiquiz se aquistó la confianza pasajera de la reina María Luisa, deseosa de vigilar estrechamente a través de su mediación la trayectoria de su primogénito, mirada siempre con recelo a causa de su indisimulable inquina hacia Godoy. Muy inclinado a la redacción de escritos dirigidos a las altas instancias, Escoiquiz confeccionaría uno de elevadas pretensiones regeneradoras destinado a la Reina, como antes lo hiciera con otro remitido a Godoy. La buena acogida de aquél aceleró el ritmo de sus ambiciones gobernantes que tenían como meta un valimiento o ministerio universal, en la línea de otros eclesiásticos, modelos inconfesados de su actuación. Finalmente, quedaría prisionero de su propio juego y en enero de 1800 Carlos IV le envió al destierro dorado del arcedianato de Alcaraz, cargo que llevaba aparejado el de una codiciada canonjía en la rica sede primada. Sin abandonar su vida licenciosa —de su unión con Robustiana Infante tendría dos hijos, entregados en la inclusa de Valladolid—, el sexenio toledano volvería a ofrecerle vagar para el cultivo de las musas, con obras que en casi su totalidad permanecerían, sin embargo, inéditas.

La famosa conspiración de El Escorial (noviembre de 1807), de la que moviera no pocos hilos con los nobles adictos a Fernando, devolvió a Escoiquiz al primer plano de la vida del país. Encarcelado por su participación en ella, sería condenado, a comienzos de 1808, al destierro en el monasterio cordobés de El Tardón, en el que permanecería apenas unas semanas con un trato sumamente amable por parte de su comunidad. El Motín de Aranjuez (19 de marzo de 1808) significó la vuelta en triunfo a Madrid, donde su antiguo educando y ahora ya rey le concedería, como prueba de agradecimiento, la Gran Cruz de Carlos III. Introducido en el núcleo duro del nuevo poder, el canónigo toledano, rendido admirador de Napoleón, se declaró desde el primer momento favorable a un entendimiento con el emperador francés para consolidar el trono fernandino. Tardíamente desengañado de las verdaderas intenciones de Bonaparte procuraría in extremis y vanamente hacerle retroceder en sus proyectos de anexión de la monarquía española, con una pintura asaz lúcida de los grandes males que acarrearía la empresa para sus mismos intereses.

Su gusto por las maquinaciones no le abandonaría ni siquiera en el exilio. Tras cerca de dos años en Valençay acompañando a Fernando, su hermano Carlos y el tío de ambos, el infante Antonio, a raíz de su instalación en París como gracia del Emperador intentaría urdir una coalición antinapoleónica pronto desbaratada, sin mayores consecuencias para el inquieto canónigo por el que Bonarparte experimentaba una cierta debilidad. Confinado en Bourges, a finales de 1813 regresaría a Valençay para intervenir de modo muy directo en las negociaciones que desembocaron en el tratado del mismo nombre, por cuya principal cláusula Fernando VII recuperaba el trono español. Tras un corto período de considerable aunque nunca decisivo influjo en los negocios públicos, cayó pronto en el disfavor real. Con una de sus peculiares decisiones, en el mismo año 1814, el Monarca lo deportó a una fortaleza murciana, desde la que, empero, no tardaría mucho en retornar a la capital de la nación con el nombramiento de bibliotecario mayor y director de la biblioteca particular del soberano.

Ante la impenitente vocación conspiratoria de su antiguo preceptor, por Real Orden de 28 de junio de 1816 se le concedería licencia para residir en la localidad gaditana de San Fernando. Sus constantes idas y venidas por la geografía peninsular acabarían en 1819 cuando, tras la aparición del cólera en la bahía gaditana, se trasladaría a Ronda, donde sería alcanzado mortalmente por la misma enfermedad en 1820. En esta postrera fase de su existencia no abandonaría la pluma ni su afición por los salones y círculos literarios.

 

Obras de ~: Impugnación de una memoria contra la Inquisición; Manifiesto de los procedimientos del Consejo Real en los gravísimos sucesos ocurridos desde octubre, Madrid, 1808; Idea sencilla de los motivos que aconsejaron el viaje a Bayona del señor rey Fernando VII; Representación escrita por D. ~, maestro del señor don Fernando VII, siendo Príncipe de Asturias, principal fundamento de la Causa de El Escorial, por haberla hallado en poder de S. A. para entregarla al Sr. D. Carlos IV: Acusación... por don Simón de Viegas, fiscal del Consejo Supremo de Castilla, contra... Escoiquiz..., por don Juan de Madrid Dávila...; Representación por el fiscal don Simón de Viegas al Sr. D. Fernando VII, siendo ya rey, Cádiz, 1809; Las cuarenta verdades sobre el planteamiento de la Constitución, Ronda, 1820; J. Milton, El paraíso perdido, trad. de ~, Barcelona, Imprenta Sucesores de N. Ramírez y Cía., 1833; Tratado de las obligaciones del hombre, Valladolid, Imprenta de la Viuda de Roldán, 1837; Memorias, ed. de A. Paz y Meliá, Madrid, Tipografía de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 1915 (ed. en Memorias de tiempos de Fernando VII, Madrid, Atlas, 1957, Biblioteca de Autores Españoles, XCVII; ed. con pról. de J. R. Urquijo, Sevilla, Renacimiento, 2007).

 

Bibl.: N. Rivas Santiago, “Miscelánea de episodios históricos”, en Anecdotario histórico contemporáneo: Páginas de mi archivo y apuntes para mis memorias, Madrid, Editora Nacional, 1950; A. Paz y Melia, “Prólogo” a J. de Escoiquiz, Memorias, op. cit.; C. Seco Serrano, Memorias del Príncipe de la Paz, Madrid, Atlas, 1957 (Biblioteca de Autores Españoles); M. Izquierdo Hernández, Antecedentes y comienzos del reinado de Fernando VII, Madrid, Cultura Hispánica, 1963; F. Martí Gelabert, El proceso de El Escorial, Pamplona, Universidad de Navarra, 1965; El Motín de Aranjuez, Pamplona, Universidad de Navarra, 1972; C. Seco Serrano, Godoy. El hombre y el político, pról. de M. Artola, Madrid, Espasa Calpe, 1978; P. A. Girón, marqués de las Amarillas, Recuerdos (17781837), intr. de F. Suárez, ed. y notas de A. M.ª Berazaluce, vol. II, Pamplona, EUNSA, 1979; J. M. Cuenca Toribio, Un conflicto decisivo: La Guerra de la Independencia (1808-1812), Madrid, Encuentro, 2006; J. R. Urquijo, “Prólogo”, a Memorias, op. cit., Sevilla, Renacimiento, 2007.

 

José Manuel Cuenca Toribio