Frías y Escalante, Juan Antonio de. Córdoba, XI.1633 – Madrid, 27.VII.1669. Pintor.
Hijo de Alonso de Fonseca y de Francisca de Escalante, al parecer de linajes distinguidos locales, pues por vía materna su madre es reconocida con el título de “doña” y su tío el clérigo Cristóbal de Escalante es fundador de una capellanía en la catedral cordobesa, cuyo primer patronazgo se asignó a su abuelo Juan de Escalante. Bautizado el 16 de noviembre de ese año en la parroquia de San Miguel bajo el solemne padrinazgo del tesorero de la ciudad, Juan Gómez de Salazar, su infancia y adolescencia permanecen oscuras, si bien es probable que Juan Antonio se iniciase pronto en la pintura. Su biógrafo Palomino relata que tuvo “algunos principios” pictóricos en Córdoba sin especificar a ningún maestro, por lo que es factible —de ser cierta esta noticia— que se instruyese con algún modesto pintor local conociendo, no obstante, a las personalidades artísticas de Antonio del Castillo y José de Sarabia, entonces las más poderosas de la ciudad.
En fecha ignorada, Escalante abandona Córdoba para trasladarse a Madrid. No se conocen las circunstancias que deciden este viaje, aunque su establecimiento en la Corte, que ha de ser definitivo, debió realizarse en fecha muy temprana de acaso en la niñez o en la adolescencia.
En Madrid, Escalante prosigue sus estudios pictóricos con Francisco Rizi, pintor estrechamente ligado a Palacio y uno de los más acreditados de toda la Corte.
Rizi le proporciona el acceso a las pinturas de la colección real, cuyos ejemplos venecianos de Tintoretto, Veronés y Tiziano debió de estudiar con especial atención.
La primera noticia fechada que se conoce de su relación con Rizi data de 1655, año precisamente en que fallece su madre, y consta como testigo en un poder que da el maestro para cobrar unos trabajos realizados en la catedral de Toledo.
Palomino relata que en esta escuela aprendió “con gran estudio y aprovechamiento”, señalando que su primera obra pública como profesional en 1656, una historia de San Gerardo —sin localizar— para el claustro del convento madrileño de Nuestra Señora del Carmen, mostraba ya su espíritu como pintor y su gran genio, pues no había cumplido aún los veinticuatro años de edad.
La precocidad de sus dotes no pasó inadvertida tampoco para sus propios coetáneos, pues el erudito Lázaro Díaz del Valle, cronista de Felipe IV y cantor de la real capilla, refiere ya el nombre de su joven amigo Escalante en el Origen ilustración del nobilísimo y real arte de la pintura de 1656 como uno de los más reveladores de su tiempo, insistiendo tanto en el cuadro de San Gerardo como en otros que había visto en casa de su maestro Rizi y que eran también indicadores de una prometedora personalidad artística.
Triunfa, pues, Escalante en la Corte a la temprana edad de veintitrés años sin abandonar, al parecer, la tutela de su maestro Rizi, con quien sigue colaborando y manteniendo una estrecha amistad que va a perpetuar hasta el final de su vida.
No se conocen más referencias de su actividad pictórica en este primer período hasta 1659 en que firma un San Antonio de Padua (particular, Madrid), plenamente maduro, indicador de los avances técnicos y artísticos que hace Escalante en estos momentos. La obra inmersa en la órbita de Rizi refleja ya su típico estilo de sublimes perfiles con un admirable estudio de luces y sombras que delatan la admiración por Alonso Cano, residente entonces en la Corte.
Su carrera como pintor se afianza y son muchos los encargos públicos y particulares que a partir de este momento empieza a recibir ya hasta el final de su vida. En 1660 firma una notable Santa Catalina de Alejandría (iglesia de los Santos Justo y Pastor, Madrid) relacionada con la que hizo para la madrileña iglesia de San Miguel de los Octoes; así como un Cristo camino del Calvario (Academia de San Fernando, Madrid), acaso una de las más bellas “sinfonías” de color de toda la pintura madrileña de su tiempo. También trabaja para los carmelitas descalzos de San Hermenegildo y desarrolla otras tareas profesionales, como la de tasador de pinturas, que le proporcionan en estos años, aparte del consabido prestigio como artista, una forma de obtener ingresos económicos. En marzo de 1662 tasa los cuadros del conde de Fuensalida y ese mismo año, el 9 de mayo, se halla atendiendo ciertos asuntos familiares relacionados con el patronazgo de la capellanía fundada por su tío Cristóbal de Escalante en el sagrario en la catedral cordobesa. Juan Antonio es el único heredero varón de la fundación tras morir su madre en Madrid, y al conocer el fallecimiento del último patrón, decide designar el patronato a un primo suyo, el clérigo madrileño Cristóbal Segura de Escalante, hijo de su tía Ana de Escalante. La escritura se formaliza ante el escribano Diego Fonseca, acaso pariente del pintor, pues el notario dice conocerles desde hace veinticuatro años, es decir, cuando Juan Antonio tenía cinco años.
De otros aspectos de su vida personal se está peor informado. Es lógico que, una vez asentado como pintor en Madrid, formalizase su vida casando con Mariana García de la Fuente, hermana de Juan García de la Fuente, bordador de la Reina, lo que indica contactos permanentes con Palacio.
El año 1663 es especialmente fecundo en la producción de Escalante, pues en él se fecha una gran cantidad de obras maestras, que muestran al pintor con tan sólo treinta años ya dueño de sus propios recursos técnicos. Así, el Cristo muerto, para los Clérigos Menores (hoy en el Museo del Prado), decanta radicalmente su pintura hacia el venecianismo de Tiziano convirtiéndole acaso en el pintor español que mejor ha empleado la gama de los blancos; y la Anunciación de la Hispanic Society de Nueva York y la Inmaculada Concepción del Museo de Budapest, resueltas con una refinada paleta de color abundante en azules, malvas, carmines, rosas y ocres, le hacen ya poseedor de un extraño dominio del dibujo en pos del color, como ya supo advertir sutilmente su biógrafo Palomino.
La relación con su maestro Rizi sigue manteniéndose a pesar de la independencia profesional de Escalante como pintor. En 1663 atiende también algunos encargos procedentes del taller de su maestro, como un San Juan Bautista y una Degollación de los Inocentes que realiza para la capilla del Sepulcro de la catedral de Toledo y que, no obstante, cobra al parecer bajo el nombre de Rizi.
Ese mismo año de 1663 la economía de Escalante debió de sufrir un imprevisto que fuerza al pintor el 8 de marzo a pedir un elevado préstamo de 500 ducados a Ana Guillén de Castro. En la prestación actúa como fiador Francisco Eguiluz, procurador de los Reales Consejos, obligándose de mancomún acuerdo a pagar dicha cantidad en los dos años siguientes. Sin embargo, ocho días después Escalante consigue el dinero formalizando la devolución ante varios testigos, entre ellos Felipe Ortega, que figura como criado del pintor, lo que indica un acomodado estatus social por parte del artista.
La producción de Escalante se multiplica ahora atendiendo numerosos encargos de importancia creciente para iglesias y conventos madrileños que empiezan a atestar sus naves y dependencias eclesiásticas con cuadros suyos de altar y series evangélicas.
Los clientes particulares también se hacen eco de esta “moda” reclamando ingentes cantidades de cuadros devocionales salidos de su pincel, como Ana María de Peñaranda, que en 1665 poseía en su colección un lote de seis cuadros. Tal producción obliga necesariamente a pensar en aprendices y oficiales que ayudasen a cumplimentar a Escalante estos encargos. El 29 de junio de 1665 se sabe que Juan Antonio, ya maestro, toma como aprendiz a un niño huérfano de once años, Francisco Montiel, para enseñarle el oficio de la pintura por un tiempo de nueve años que, sin embargo, no podrá cumplir el pintor a causa de su prematuro fallecimiento. El hecho probablemente truncó la carrera del joven aprendiz, pues no se vuelven a tener más noticias suyas como artista. Caso bien distinto es el del conquense Pedro Ruiz González (1640-1706), quien en “edad crecida”, y según el testimonio de Palomino, aprendió sus primeros rudimentos en la escuela de Escalante, “y aunque ya endurecido el genio, adelanto muy bien, y le imitó mucho a su maestro en los principios”, pasando después al taller de Carreño.
Escalante va madurando su estilo en la dirección de un elegante barroco piadoso, a la vez que configura un refinadísimo sentido del color y experimenta nuevos tipos iconográficos, especialmente inmaculadistas, que se separan de sus predecesores y coetáneos por su audacia casi rococó y capacidad creadora. En 1666 realiza un tipo de Inmaculada Concepción, radicalmente opuesto al que tres años antes había plasmado en el cuadro del Museo de Budapest siguiendo las fórmulas imperantes de Cano, Rizi o Carreño. La Inmaculada del convento de Benedictinas de Egües (Navarra) rompe ahora con la rigidez frontal anterior, dispersando la mirada del espectador a través de un “caprichoso” juego del manto, que incluso llega a interponerse a la figura en primer plano, y la genuflexión descendente de la Virgen. Modelo que se hace aún más dinámico y ascendente en la versión de la sacramental de San Justo o casi declamatoriamente rococó en la galante María de Villafranca de los Barros.
Menos afortunado es sin duda un tipo de San Juan Bautista (comercio), donde repite ese año fórmulas muy usuales, acaso por la imposición del propio comitente.
Su especialidad en historias evangélicas del Antiguo Testamento, con excelentes ejemplos en el monasterio de El Escorial (Elías y el ángel, Agar en el desierto) y en el Staatliche Museum de Berlín (Elías y el ángel) hace que la Orden mercedaria, con quienes mantiene excelentes relaciones y múltiples trabajos (Multiplicación de los panes y los peces (1666) para el monasterio valenciano del Puig —destruido—, San Pedro Nolasco transportado por ángeles —relacionado con el de la colección Forum Filatélico—, y otros desaparecidos como San José, Santa Teresa, San Ramón predicando con un candado en los labios, Cristo de la Expiración), le encarguen para la sacristía del convento madrileño de Nuestra Señora de la Merced la que ha de ser su obra fundamental: una serie de dieciocho cuadros con historias del Antiguo Testamento relacionadas con la Eucaristía, así como un “comodín” alegórico del Triunfo de la Fe sobre los Sentidos (Museo del Prado, dispersos la mayoría en depósitos provinciales). En ellos Escalante sintetiza un estilo muy personal basado en esquemas de Tintoretto y Veronés (La Pascua de los israelitas, El sacerdote Ajimelec le entrega el pan y la espada a David) que reinterpreta magistralmente con la misma “gracia —según Palomino— en las actitudes”, recogiendo también influencias rubenianas y velazqueñas en composiciones como Abraham y Melquisedec.
La serie es comenzada por Escalante en 1667 y finalizada con el cuadro Moisés haciendo brotar el agua de la roca en 1668.
Sus trabajos como discípulo de Rizi continúan todavía en estos años de 1668 y 1669, colaborando también, junto a Carreño y Dionisio Mantuano, en las pinturas del Monumento Nuevo de la Catedral de Toledo. Es probable que ya fuese una de sus últimas intervenciones como pintor, pues según refiere Palomino, al “poco después murió [...] de mal de pecho”.
Quebrantada, pues, su salud probablemente por una tuberculosis, Escalante aún realizó el año de su muerte al menos una Resurrección de Lázaro (convento de las Carvajalas, León), citada ya por su viejo y fiel amigo Lázaro Díaz del Valle en su testamento también de 1669 para ser colocada sobre una sepultura provisional que tenía el erudito en el convento madrileño de los Ángeles junto a una Piedad de Antonio Arias.
Escalante fallece poco después en Madrid el 27 de julio de 1669, a los treinta y cinco años de edad, y consta por su partida de defunción, expedida un día después en la parroquia de los Santos Justo y Pastor, que había hecho testamento y codicilos los días 19 y 21 de ese mes —hoy destruidos—, dejando por testamentarios a su mujer, Mariana García de la Fuente —en gestación—, al hermano de ésta Juan García de la Fuente, ambos residentes en casas propias de la calle de Barrionuevo, y a su querido maestro Francisco Rizi. Es enterrado en el convento madrileño de la Merced con gran “sentimiento de toda la profesión”, pues según Palomino se “esperaba de tan peregrino ingenio, adelantamientos muy superiores”.
El 27 de diciembre de ese año, Mariana da a luz una hija de Escalante, a la que llama Juana Antonia en recuerdo de su padre, siendo bautizada el 4 de enero de 1670 en la iglesia madrileña de Santa Cruz.
Como persona, apenas se sabe nada sobre Juan Antonio, si bien su manera de expresar la pintura en un tono siempre dulce y sublime, y su forma elegante de firmar escritos, con una evidente formación, acaso pueda indicar algo sobre su carácter. Su retrato, al parecer, lo puso entre los personajes de un cuadro de la Redención de cautivos —sin localizar— para el refectorio del convento de la Merced.
Escalante firmó la mayoría de sus cuadros haciendo uso del apellido materno, según costumbre frecuente en la Córdoba de aquel tiempo, y su estilo un tanto dulce, poético y delicado hizo que pronto tuviese escuela entre los artistas madrileños, pues Palomino consigna ya algunas copias de sus obras en iglesias madrileñas.
Obras de ~: San Antonio de Padua, col. particular, Madrid, 1659; Santa Catalina de Alejandría, iglesia de los Santos Justo y Pastor (Maravillas), Madrid, 1660; Cristo camino del Calvario, Academia de San Fernando, Madrid, 1660; Anunciación, Hispanic Society, New York, 1663; Inmaculada Concepción, Museo de Bellas Artes, Budapest (Hungría), 1663; Cristo muerto, Museo del Prado, Madrid, 1663; San José con el Niño, San Juan y dos ángeles, comercio del arte, 1665; San Juanito con el cordero, col. particular, Navarra; La Sagrada Familia, col. Masaveu; Ecce Homo, Museo del Prado; La Comunión de Santa Rosa de Viterbo, Museo del Prado, Madrid; San José con el Niño, col. conde de Stromfelt, Estocolmo (Suecia); Inmaculada Concepción, convento de las Monjas Benedictinas, Egües (Navarra), 1666; Inmaculada Concepción, sacramental del San Justo, Madrid, 1666; Inmaculada Concepción, Colegio de San José, Villafranca de los Barros (Badajoz); San Juan y María Magdalena, convento de San Plácido, Madrid; San Juan Bautista, 1666; San Pedro Nolasco cuando los ángeles le llevaron al coro, col. Forum Filatélico; Huida a Egipto, col. particular, Murcia, 1667; Serie Evangélica de Nuestra Señora de la Merced, 1667- 1668 (quince lienzos conservados en el Museo del Prado, muchos de ellos en depósitos provinciales); Resurrección de Lázaro, convento Carvajalas, León, 1669; Conversión de San Pablo, Museo Cerralbo, Madrid; Sagrada Familia, Museo del Prado; Andrómeda y el dragón, Museo del Prado; San Sebastián, Museo de Bellas Artes, Budapest (Hungría); San Juan Bautista y Degollación de los inocentes, catedral, Toledo; Anunciación, Museo Frabegat, Beziers (Francia); Santa Sabina y Santa Rosalía, catedral Magistral, Alcalá de Henares (Madrid); San José con el Niño, Museo del Ermitage, San Petersburgo (Rusia); Santa Teresa, National Gallery, Dublín (Irlanda); Transverberación de Santa Teresa, Museo Franciscano, Pastrana (Guadalajara); Cristo muerto entre ángeles, Museo de Bellas Artes, Valencia; La Caridad, Museo Lázaro Galdiano, Madrid; Bautismo de Cristo, col. de la Bob Jones University de Greenville, Carolina del Norte (Estados Unidos); Elías y el ángel, Staatliche Museum, Gemäldegalerie, Berlín (Alemania); Elías y el Ángel y Agar en el desierto, monasterio de El Escorial (Madrid); Tránsito de Santa Clara, monasterio de Santa Clara, Huesca.
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Álvaro Piedra Adarves