Díaz de Toledo, Pedro. ¿Alcalá de Henares? (Madrid), c. 1420 – Granada, 22.VIII.1499. Obispo de Málaga y limosnero de Isabel la Católica.
Nacido en torno a los primeros años de la década de 1420, probablemente en Alcalá de Henares, ciudad de arraigo de su padre Fernán Díaz de Toledo, “oidor y referenciario” del Consejo Real de Juan II, y de su madre Juana de Ovalle, de ascendencia gallega.
Su padre fue un personaje de alto peso político extensamente conocido en su tiempo, entre otras razones, por haber decidido con su dictamen la condena a muerte de Álvaro de Luna; siempre, eso sí, que fueran ciertos los cargos que se le imputaban. Autor además de la famosa Instrucción del Relator que servirá al obispo de Cuenca Lope Barrientos, consejero del Príncipe (futuro Enrique IV), para fundamentar y redactar su propio trabajo en defensa de la casta de conversos a la que ambos —oidor y prelado— pertenecían; textos que contribuyeron eficazmente a la proclamación de la homogeneidad —identidad— de cristianos viejos y nuevos (lindos y marranos), e inicial comienzo de la disputa del “problema converso” y el establecimiento del principio de la “limpieza de sangre”, desencadenada en Toledo en 1449 a partir de la famosa “Sentencia-Estatuto de Pero Sarmiento”.
Estudiante y doctorado en Salamanca el joven hijo del relator, Pedro [Díaz] de Toledo fue discípulo en aquellas aulas del entonces prior jerónimo de Santa María del Prado, fray Hernando de Talavera, a cuyo patrocinio y justa estima —y la ulterior del cardenal Pedro González de Mendoza—, debió probablemente algunos de sus progresos, entre los que destaca su condición de administrador de la capilla real en la catedral de Sevilla, de la que fue canónigo durante treinta años.
Su residencia hispalense le permitió una estrecha relación amistosa con el marqués de Santillana, íñigo López de Mendoza, para quien tradujo los Proverbios de Séneca que Juan II de Castilla y el propio magnate le solicitaron y a quien probablemente sirvieron para redactar las suyas.
La íntima apreciación entre ambos personajes llegó al punto de explicar la presencia del clérigo en la cámara del noble en el trance de su muerte, confortándole con exhortaciones de consuelo que suscitaron en el moribundo profunda gratitud: “Yo no esperaba, Doctor —dijo—, de vos otras palabras de las que fablades”.
Las que su pronunciante hubo de recoger ulteriormente a petición de Fernando Álvarez, primer conde de Alba, pariente del fallecido, en su libro —del propio Pedro— Diálogo de Raçonamiento.
En cuanto a la función más singular desempeñada por éste, la de limosnero al servicio de la reina Isabel, se ha datado a partir del primer trimestre de 1486; y como el título de su Libro de cuentas expresa, es el registro de las cantidades emanadas de la regia caridad con irregular cuantía dedicada de las “penas de cámara” (pecuniarias) impuestas por los corregidores a los culpables de determinados delitos.
El ejemplar conservado de este Libro es un códice radicado en la biblioteca del Instituto Valencia de Don Juan bajo la signatura 26-I-29.
Hasta novecientos cuarenta asientos registran en total en su casi totalidad las limosnas de muy diversas cuantías, desde el importe de la comida a un hambriento o la vestidura a un semidesnudo, hasta importantes transferencias a algún alto personaje, pasando por el salario de oficiales y servidores de la Corte isabelina y por adquisiciones de materiales para pintores incorporados a la comitiva regia.
Porque hay que decir que la mayor parte de la escritura corresponde a la peregrinación de la Corte (regio matrimonio, infanta, dignatarios, guardias, clérigos, etc.) que se dirige desde la frontera de Granada hasta Santiago de Compostela, con regreso hasta Salamanca.
En total, de entre fines de abril y de octubre, con permanencia en la ciudad del apóstol los días 15 de septiembre a 6 de octubre de 1486.
Aunque no figura en el Libro en cuestión la cifra total de la atención caritativa (habida cuenta de los fondos aplicados, como se ha dicho, a otros fines) sí que aparecen consignadas en las páginas finales del códice (compuesto, por cierto, de tres cuadernos de papel folio conjuntados), las cantidades en torno a los 1.540.000 maravedís para cada uno de los años 1484, 1486 y 1487. Y es de señalar que de la primera de dichas fechas el limosnero invirtió 1.532.700 de maravedís, por lo que restaron 6.392 que celosamente se transmitieron a la anualidad siguiente. Partidas similares se encuentran por cierto con el mismo fin en las Cuentas de Gonzalo de Baeza, tesorero de la Reina Católica, estudiadas por el profesor Miguel Ángel Ladero Quesada en su libro de dicho título.
Pero el valor histórico más efectivo de esta principal fuente —el Libro— es sin duda el social, sobre todo, en cuanto reflejo plasmado de manera evidente de las más bajas clases de la época.
“Una multitud famélica y harapienta —escribimos en otra ocasión— es la que sale al camino, al paso de la comitiva real, en el permanente desplazamiento de la Corte. O aguarda pacientemente, llenando las salas de los distintos albergues regios en cada localidad, el momento en que los agentes de la regia munificencia dispensen los auxilios de cada día a los desheredados locales.” ”Esta masa doliente compone el grueso de los personajes del verdadero teatro de las miserias humanas que constituye el Libro del Limosnero. Son como el coro plañidero que ocupa el fondo de una escena siempre repetida, al hilo y en cada estación del incesante viaje. Aislados individualmente en cada partida de los registros contables, su dolor no nos resulta masivo ni indiferenciado, sino personal, aunque incompartiblemente experimentado. Anónimos o no, cada hambriento, cada tullido, cada mujer desvalida, cada anciano abandonado, son como un arquetipo representativo de las innumerables variantes de la miseria humana.” Enfermos, tullidos, peregrinos, soldados licenciados (muchos de ellos, inválidos); viudas, ancianos, huérfanos, doncellas desamparadas, presos y ex presidiarios, vagabundos, prostitutas, hidalgos arruinados, monjas y frailes misérrimos... componen fundamentalmente el más denso sustrato de esa masa cuyo estudio comenzó entre nuestro medievalismo a cultivarse en las “Primeras Jornadas Luso-Españolas” cuyas Actas, bajo el título de A probeza e la assistencia aos pobres na Península Ibérica durante a Idade Media (Lisboa, 25-30 de septiembre de 1972) vieron la luz en 1973, incorporándose a la fecunda producción sobre la materia que iniciara en Francia M. Mollat (Études sur l’histoire de la pauverté, Paris, 1974) y se difundiera eficazmente por el medievalismo europeo.
Otros singulares concurrentes a la generosidad regia aparecen, como se ha señalado, consignados entre los registros del limosnero, en cumplimiento de la disposición de Su Alteza la Reina, casi siempre a través de su consejero y antiguo mentor fray Hernando de Talavera u otra servidora, María de Robles, que reiteradamente aparece mencionada en las asignaciones concretas.
Entre estas excepciones figuran miembros de la hueste británica del “conde de Escalas” (sir Edward Woodville, lord Scales, cuñado del rey de Inglaterra Enrique VII), que habían participado como cruzados en los asedios de Loja, Moclín e Illora y se incorporaron a la peregrinación para agradecer al apóstol su inmunidad tras la campaña.
Caminantes especiales fueron el guanarteme o señor de Gáldar en Gran Canaria, Fernando, conocido por tal apellido, incorporado a la Corte después de su sometimiento a los Reyes Católicos y su pronto bautismo cristiano en Toledo; o “el portugués” anónimo (en blanco en la anotación) cuya identidad de Cristóbal Colón descubrió el profesor Antonio Rumeu de Armas en la persona del pedigüeño sujeto llegado al campamento de Linares el 18 de octubre de 1487.
Como complemento del servicio eclesiástico-económico de Pedro de Toledo y probablemente en premio al éxito del desempeño de su función peregrino-limosnera, el antiguo canónigo de Sevilla fue promovido a la sede episcopal de Málaga, una vez conquistada esta ciudad, a cuyo asedio había asiduamente asistido.
Las bulas de su otorgamiento fueron expedidas —sin duda, como es natural, a petición de los Monarcas castellanos—, por Inocencio VIII, el 5 de diciembre de 1487, quedando investido el nuevo prelado como titular residencial de la primera iglesia del Real Patronato de Granada obtenido por los mismos Reyes en 1486.
Cúpole así al neófito la estructuración ab initio de su diócesis, en la que se integraron por disposición pontificia las iglesias de Ronda y Antequera; y por mandato de la Reina, los concejos de Vélez, Ronda, Loja, Alhama y Setenil, correspondiéndole, andando el tiempo, la encomienda de liberación de cautivos cristianos en el norte de África, para lo que hubo de mantener como delegado permanente suyo en Orán un arcediano de su sede. Colaborando junto con el obispo de Rubicón (Canarias) la búsqueda y redención de cuantos gomeros (y gomeras) habían sido ubicuamente condenados y vendidos como esclavos tras la rebelión que causara el asesinato del señor de su isla, Fernán Peraza.
La mezquita mayor de Málaga fue naturalmente cristianizada y dotada de estatutos para su gobierno; construidos nuevos edificios para iglesias, ermitas y monasterios a los que vinieron a instalarse órdenes franciscanas, dominicas y trinitarias, masculinas y femeninas; y concurriendo a establecerse antiguos y nuevos fundos que transformaron radicalmente la fisonomía y la vida del país.
Falleció el obispo ex limosnero, hallándose accidentalmente en Granada, el 22 de agosto de 1499. Había testado previsiblemente cinco años antes y de modo legal lo que aparece de nuevo ante notario público apostólico y de su propio secretario, la víspera de su muerte.
Fue enterrado de modo provisional en la catedralmezquita de Málaga, siendo su cadáver trasladado años después a la rica capilla de San Jerónimo que en vida había dispuesto labrar en la girola de dicho templo.
Obras de ~: El Libro del Limosnero de Isabel la Católica, ed. facs., transcr. y ed. de E. Benito Ruano, Madrid, Ministerio de Asuntos Sociales, 1989, 2 vols. (2.ª ed., Madrid, Ministerio de Asuntos Sociales, 1996 y 3.ª ed. rev., Madrid, Real Academia de la Historia, 2004).
Bibl.: V. González Sánchez, Málaga: Perfiles de su Historia en documentos del Archivo Catedral (1487-1516), Málaga, Gráficas Atenea, 1954, págs. 180-227; A. Rumeu de Armas, El “portugués” Cristóbal Colón, Madrid, Agencia Española de Cooperación Internacional. Ediciones de Cultura Hispánica, 1982, págs. 27-29; C. López Alonso, La pobreza en la España medieval. Estudio Histórico-Social, Madrid, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, 1986; E. Benito Ruano, Los orígenes del problema converso, Madrid, Real Academia de la Historia, 2001 (2.ª ed.).
Eloy Benito Ruano