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Diego Rodríguez de Arévalo

Biografía

Rodríguez de Arévalo, Diego. Diego de Zúñiga. Salamanca, 1536 – Toledo, c. 1598. Agustino (OSA), biblista, filósofo y catedrático.

Fue hijo de Bartolomé Rodríguez Sala —carpintero de oficio, que pasó a América en 1540, donde falleció antes de 1556— y de Ana de Arévalo, o Almaraz de Arévalo. La aparición del Zúñiga como apellido que tantas confusiones ha causado a los historiadores, al identificarlo con otro homónimo agustino contemporáneo, arranca del testimonio de su madre al confesar que “un hijo que tenía fraile, no era hijo de su marido, sino de otra persona”. El historiador agustino Tomás de Herrera, que lo conoció personalmente, lo considera hijo natural de Diego de Zúñiga, señor de Cisla, pariente de la casa ducal de Béjar. El hecho es que fray Diego utilizó el apellido de Zúñiga desde su época de estudiante en Salamanca (1552), y luego estampó el escudo de los Zúñiga en las portadas de sus obras. En 1551 ingresó en el Convento de San Agustín de Salamanca, donde hizo el noviciado profesando al año siguiente; durante los años 1552-1555 aparece como estudiante de Artes en la Universidad de Salamanca, donde también estudiaba fray Luis de León, y en la Universidad de Alcalá cursó la Teología durante los años 1555-1558, coincidiendo también aquí con fray Luis (1556-1557). Parece ser que los tres años siguientes (1558-1561), o la mayor parte, los pasó en el Convento de Valladolid, asistió al capítulo que la provincia agustiniana de Castilla celebró en el Convento de Dueñas (Palencia), y pocos meses después se trasladó a Salamanca, donde estuvo matriculado en la Universidad el curso 1563-1564, tras el cual regresó de nuevo a Valladolid.

Se ignora su destino durante el trienio siguiente, y en 1568 se encuentra residiendo en Madrigal de las Altas Torres, donde estaba fray Luis; pasó al año siguiente a Toledo y terminó su tratado De vera religione. Allí seguía en 1572, cuando la Inquisición encarceló a los hebraístas salmantinos Gaspar de Grajal, Martínez Cantalapiedra y fray Luis, y unos meses después al también agustino fray Alonso Gudiel. En otoño de 1569 (el 4 de noviembre) se presentó voluntariamente ante el inquisidor Llano de Valdés para declarar “por descargo de su conciencia” sobre los agustinos fray Luis de León, fray Alonso Gudiel, fray A. de Sosa y fray P. de Uceda, y poco después (el 23 de diciembre de 1572) volvió para hablar mal de la traducción frailuisiana del Cantar de los Cantares. A finales de ese fatídico año 1572 alguien denunció a fray Zúñiga a la Inquisición de lo mismo que se acusaba a los catedráticos hebraístas salmantinos ya detenidos, pero la proposición fue calificada de ortodoxa aunque malsonante. Estando de visita el padre general Guidelli, en 1573, los superiores propusieron a fray Diego para el grado de maestro en Teología, que le fue concedido el 4 de marzo, y en otoño de ese año se le nombró visitador de las casas de Andalucía mientras se encontraba en Toledo escribiendo su Philosophiae.

Tras la muerte de Gudiel en la cárcel de la Inquisición vallisoletana quedó vacante la Cátedra de Sagrada Escritura de la Universidad de Osuna de la que era titular, siendo elegido fray Diego de Zúñiga para sucederle, y en la que permanecería probablemente hasta 1579; ocupando ya la plaza de catedrático, obtuvo los grados académicos de bachiller (4 de febrero), licenciado (17 de abril) y doctor (19 de abril) en 1575. En el capítulo provincial del año siguiente celebrado en mayo, fue nombrado definidor y recibió el muy grato regalo de un ejemplar de la Biblia Regia, dirigida por Arias Montano e impresa en Amberes por Plantino. Fecunda fue su estancia en Osuna, ya que en ese período salieron a la luz sus comentarios de Zachariam prophetam, que había explicado en clase, y el tratado De vera religione, publicados en 1577, y obtuvo la licencia de impresión de los comentarios del libro de Job, aunque de momento no lo hizo. A pesar de sus relaciones con Pío V y con el cardenal Crivelli, antiguo nuncio en España, fue de Felipe II y del general de la Orden de San Agustín de quienes recibió ayuda económica para hacer frente a los gastos de edición de las obras.

Finalizada su estancia en Osuna, se trasladó al Convento de Toledo, posiblemente en 1579, quedando allí establecida su residencia definitiva. En 1582 participó en el capítulo provincial de Dueñas en el que nació la provincia de Andalucía. Fue en el convento toledano donde obtuvo la censura a los comentarios de Job y donde la Inquisición le pidió que hiciera la censura del volumen V de la Biblia Políglota; en aquella esquina tranquila de la ciudad imperial, junto a la Puerta del Cambrón, fray Diego se dedicó fundamentalmente al trabajo intelectual durante diecinueve años (1579-1598), actividad que tanto había buscado, salvo la dedicación que tuvo que emplear a los cargos de definidor provincial en que le pusieron los superiores (1586-1589 y 1595-1598). El 23 de enero de 1584 la Inquisición toledana le había concedido permiso “para tener y leer libros hebreos y caldeos”, y ese mismo año imprimió In Iob comentaría, recurriendo a la teoría heliocéntrica cuando glosó el pasaje 8,5 del libro bíblico. La falta de dinero para seguir estudiando y publicando sus escritos hizo que se dedicase con ilusión al cultivo de las bellas artes, concretamente a la música y la pintura, como en 1586 le dijo al secretario del rey, Mateo Vázquez, camino de Burgos, donde asistió en el Monasterio de San Agustín, al capítulo de la provincia de Castilla —en que fue elegido de nuevo definidor provincial—, y al que informó asimismo de los grandes progresos que hacía en pintura, según comentaban “los pintores, y uno de ellos el Griego, que no pueden creer sino que sea milagro”.

En 1591 se imprimió la edición romana de su In Job comentaria, dedicada al papa Gregorio XIV y a Felipe II. En el capítulo provincial celebrado en Dueñas en mayo de 1595, fue designado primer definidor provincial.

En 1597 apareció su Philosophiae prima pars, obra que proyectaba mayor, dedicada a Clemente VII, de igual modo que había dedicado las anteriores a los otros papas y al rey; teniendo en cuenta las críticas que le habían hecho algunos autores a su defensa del sistema de Copérnico —por ejemplo, el jesuita Pineda—, por miedo a la Inquisición, que bien sabía él cómo actuaba, y quizás por la altura de la vida en la que se encontraba, atemperó su apoyo al heliocentrismo. No estaría ya lejos el fin de sus días, porque en torno a los años 1597 o 1598 es cuando se calcula su fallecimiento, por los actos en que tenía que haber actuado como primer definidor que era y el silencio que guardan los documentos. No aparece, por ejemplo, presidiendo el capítulo provincial celebrado en Madrigal en abril de 1598, que presidió el padre Agustín Antolínez.

La muerte no acabó con su nombre, puesto que la fama de su doctrina estaba en sus libros y en la defensa que había hecho de la teoría heliocéntrica; además, la utilización de su nombre y su autoridad, hecha por Galileo en 1616, sirvió para incrementar las acusaciones de sus detractores y levantar sospechas en Roma; de forma muy expeditiva, ese mismo año la Sagrada Congregación prohibía el De revolutionibus orbiun coelstium, de Copérnico, y el In Iob commentaría, de Zúñiga, hasta que no fuesen corregidos. La Inquisición española colocó en 1632 la obra del agustino en el Índice de libros prohibidos, repitiendo la condena en sucesivas ediciones y, según se puede comprobar en las librerías conventuales o universitarias donde se conserve la obra, se observa cómo el diligente bibliotecario de entonces ejecutó la corrección del texto censurado —cortando, tachando, ocultando, pegando un papel, etc.— y dejando constancia en la portada de que la obra estaba expurgada, para conocimiento de los lectores y comprobación de los visitadores.

Su carácter personal le hizo ser duro y escrupuloso; hay constancia de ciertos enfrentamientos con otros compañeros agustinos cuando no estaba de acuerdo en algo y de algún otro roce personal. Posteriormente, las vías indirectas —al haber sido acusador de fray Luis de León y el único defensor español de Copérnico en el siglo XVI— han hecho que desde la segunda mitad del siglo XIX haya comenzado a conocerse su obra y valorarse en sí mismo a aquel agustino que se definió en una carta al cardenal Sirleto de esta forma: “con sumo esfuerzo y máximo empeño y diligencia me he dedicado al estudio de las letras, logrando aprender felizmente cinco lenguas: latina, griega, hebrea, caldea e italiana; he cultivado todas las ciencias y las artes, dominando felizmente las siguientes: dialéctica, retórica, metafísica, física, ética, teología, geometría y aritmética; he leído al menos dos veces todos los libros sagrados en hebreo, caldeo y griego, consultando los mejores intérpretes. De donde me resultan tan familiares los libros sagrados, que no existe lugar alguno en ellos, que esté escrito en hebreo, o caldeo, o griego, que, explicándolo durante algún tiempo, no lo pueda aprobar cualquier varón docto. Si se me concede cierto espacio de tiempo en prepararla, ninguna proposición se mostrará tan estéril y difícil, que, si quiero ampliarla de palabra, no pueda dedicarle al menos una hora, sin que jamás me aparte del tema, ni del sentido histórico y literal”.

 

Obras de ~: De optimo genere totius philosophiae tradendae et Sacrosanctae Scripturae explicandae, c. 1868, Biblioteca Vaticana, Ottoboniano latino, ms. 470 (autógrafo) (ed. de I. Aramburu, en Archivo Agustiniano [AA], 55 [1961], págs. 335-384); Oratio de optima totius dialecticae constitutione contra rarum por Aristotele, c. 1569 (¿desapar.?); De Vera Religione in omnes sui temporis haereticos libri tres, Salamanca, Mathias Gastius, 1577, Biblioteca Angélica de Roma, cod. 117; In Zachariam Prophetam Comentaría, Salamanca, Mathias Gastius, 1577; In Iob Comentaría, Toledo, Iones Rodericus, 1584; Memorial a Felipe II, 1584 (inéd.); Philosophiae prima pars, Toledo, Petrum Rodríguez, 1597; “Cartas de ~”, ed. de I. Aramburu, en AA, 55 (1961), págs. 88-103.

 

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Francisco J. Campos y Fernández de Sevilla, OSA