Zúñiga y Guzmán, Baltasar de. Duque de Arión (I). ?, 1658 – Madrid, 26.XII.1727. Virrey de Nueva España, presidente del Consejo de Indias y virrey de Navarra y de Cerdeña.
Miembro de una familia de la alta nobleza, fue el segundo de los hijos del matrimonio formado por Juan de Zúñiga y Sotomayor, duque de Béjar, y Teresa de Silva y Sarmiento de la Cerda, hija del conde de Salinas y de la duquesa de Híjar. Pariente suyo fue el conde de Galve, uno de los virreyes que le precedieron en el virreinato novohispano en el siglo XVII.
Otros de los títulos nobiliarios de que gozó fueron los de marqués de Ayamonte y de Alenquer.
Por nombramiento del último Habsburgo español, Carlos II, fue consejero de Indias (7 de junio de 1700). Establecida la dinastía borbónica, prestó servicios como virrey de Navarra y de Cerdeña. Fue gentilhombre de la cámara de Su Majestad y por elección de Felipe V (1715) pasó a la cámara del príncipe. Cuando se hallaba de consejero en la Cámara y Junta de Guerra de Indias, se le designó virrey de Nueva España (22 de noviembre de 1715). Permanecía soltero y llevó un acompañamiento de setenta personas. Su secretario fue Bartolomé Crespo.
Dos importantes misiones se le encargaron antes de su salida hacia el virreinato. Una, la de pasar desde Cádiz directamente al puerto de La Habana —lo usual era ir al de Veracruz— para ocuparse de que se transportaran a España los caudales recuperados del naufragio sufrido por la flota del cargo del general Juan de Ubilla y los navíos de Tierra Firme del mando de Antonio Echeverz en las costas de Florida (julio de 1715). Cumplida esta misión pasaría a Veracruz para desde ahí dirigirse a México. La otra, la de que se hiciera la visita general a los Tribunales de ese territorio, incluida la Real Hacienda, puesto que, al no ser suficientes los medios ordinarios para combatir los arraigados vicios de la administración, el monarca autorizó que durante su gobierno se utilizara el extraordinario de la visita. Para ello, le dio unas instrucciones y nombró como visitador al inquisidor de México Francisco de Garzaron.
Valero tomó posesión de sus cargos el día 1 de julio de 1716 sustituyendo al ya anciano y enfermo duque de Linares, quien no pudo hacerle entrega del bastón de mando personalmente, sino que delegó este acto en el oidor decano. Mes y medio después haría su entrada solemne en la capital mexicana. Su mandato duró seis años en los cuales, afirmada la permanencia de Felipe V en el trono español mediante la paz de Utrecht (1713) e iniciándose por parte del gobierno de Madrid una política de reconstrucción y fortalecimiento en sus colonias, puso gran empeño en seguir esas directrices.
La visita de Garzarón, en primer lugar a la Audiencia de México, va a coincidir con otro procedimiento de fiscalización diferente, aunque con igual fin: la pesquisa a los Oficiales Reales para aclarar sus supuestos fraudes en el pago de libranzas, encomendada a Prudencio Antonio de Palacios (febrero de 1716). La turbación general de la población producida por el cese de algunos ministros togados, la mayoría criollos, y de la Hacienda, unido a las controversias y a la intromisión de Valero, afectarían desfavorablemente al buen resultado que de las mismas se esperaba.
No menos grave fue la situación social que encontró a su llegada. Los robos, saqueos, crímenes y otras maldades persistían, pese a las disposiciones de virreyes anteriores. El problema se fue agudizando cada vez más al no ser sólo maleantes aislados sino cuadrillas de hasta cincuenta hombres las que asaltaban en pleno día sin respetar ni las iglesias. Al igual que su antecesor el duque de Linares, imputaba el origen de este daño al desinterés de los ministros de la Sala del Crimen de la Audiencia en el despacho de las incontables causas en trámite, algunas de las cuales llevaban largo tiempo sin resolver dando lugar a que, por esta tardanza, quedaran los mayores delincuentes sin castigo y aun libres, con lo cual aumentaba su osadía. En cambio, la Sala del Crimen achacaba estos males a la supresión de los guardas de los caminos y a la falta de vigilancia.
La táctica de Valero en este asunto fue la de celebrar una Junta de ministros (9 de noviembre de 1719) mediante la que se organizaría la Comisión o Tribunal de La Acordada y se elegiría a una persona de gran confianza en calidad de juez. Este juez, con el asesoramiento de letrados expertos, podía proceder contra cualquier delincuente y ejecutar la sentencia a la mayor brevedad, incluidos los castigos corporales y la pena de muerte, dando cuenta con los autos a la Sala del Crimen y al virrey después de la ejecución. Como primer juez de este Tribunal se nombró a Miguel Velázquez Lorea, que ya lo era de la Santa Hermandad, ampliándole las facultades. Para apoyar en esta misión a Velázquez Lorea el virrey autorizó al capitán de la compañía de infantería del Real Palacio, Pedro del Barrio, al sargento Juan de Melgar y también a otros oficiales de caballería a que salieran en persecución de las cuadrillas de salteadores y, una vez aprehendidos los reos, se los entregaran a dicho juez.
Si bien con la creación de la Acordada se logró apresar a un gran número de delincuentes y desmembrar muchas partidas de bandoleros, hacia 1721 Nueva España seguía infestada de ladrones, atribuyéndolo el virrey a la gran cantidad de vagabundos que llegaban de España sin querer aplicarse a trabajar, sino que, juntándose con gente viciosa, se dedicaban también a cometer latrocinios. Como remedio más eficaz, propuso al Monarca que se ajusticiara al ladrón una vez detenido, pero el rey no admitió esta sugerencia y dio instrucciones a la Casa de la Contratación de Sevilla para que vigilara que esta clase de gente no pasara a Indias.
Otros de los problemas heredados fue el atraso en la glosa y terminación de las cuentas, incluso con el aumento de hasta veintiséis contadores que había hecho su antecesor. Amparándose Valero en reales disposiciones disminuyó el número a trece. Esta medida produjo el descontento del Tribunal de Cuentas que expuso al monarca la necesidad de acrecentar el número. Valero tuvo que nombrar a doce contadores eligiéndolos de entre los que habían sido reformados anteriormente y les asignó el sueldo sobre los alcances de las cuentas que glosaran. Finalmente, por enfermedad de unos, muerte de otros y también porque algunos de los nombrados se resistieron a aceptar el empleo debido a que temían no cobrar sus sueldos o a que se les abonaran con mucho retraso, sólo quedaron cuatro ministros de los nuevamente designados, con lo cual se agudizó aún más el tema al ir acumulándose los cómputos.
A inicios de su gobierno recibió Valero al cacique Tixjanaque de Florida, quien quiso ser bautizado y adoptó el nombre del virrey. El jefe indígena se comprometió a conservar la paz con los españoles de aquella frontera.
La voluntad de reactivar el comercio transatlántico por parte de la Corona y la influencia de José Patiño, intendente de Marina, del Ejército de Andalucía y presidente de la Casa de Contratación de Indias —trasladada a Cádiz (1717)—, se dejó sentir durante el gobierno de Valero al expedirse una Real Orden (20 de marzo de 1718) y un reglamento (Proyecto de galeones y flotas, 5 de abril de 1720) en el que quedó estructurado el sistema de intercambios comerciales.
Se disponía que la flota debía de llegar a Nueva España cada dos años y regresar por el mes de abril, eligiéndose como emplazamiento de la feria el pueblo de Jalapa en lugar de la capital mexicana, como habitualmente se venía haciendo. Puso el virrey en práctica este mandato en la flota de Fernando Chacón (1720) con una carga de casi 4430 toneladas, pero aunque él se interesó en el éxito de la misma y bajó personalmente a Jalapa a tratar de armonizar las posturas de los diputados del comercio de España y de México, la feria fracasó por diversas circunstancias, principalmente, por los encontrados intereses de ambos comercios y porque Nueva España estaba saturada de géneros que habían quedado de la anterior flota y de los procedentes del contrabando. La ubicación de la feria en Jalapa cobraría fuerza con la llegada e iniciativas de su sucesor, el marqués de Casafuerte.
Pocos años llevaba Valero en el mando cuando sufrió un atentado. Ocurrió al volver de la procesión del Corpus (1718). Iba acompañado de su guardia y de los ministros de la Audiencia y demás Tribunales y, al tiempo de haberse bajado del coche e ir a subir la escalera del palacio, le abordó un hombre que sacándole el espadín del cinto trató de agredirle, pero fue sujetado por el oidor marqués de Villahermosa de Alfaro y el alférez de la compañía de alabarderos Francisco Sánchez. El asaltante era Nicolás José Camacho, individuo nacido en San Juan del Río (Querétaro) que había sido soldado y tenía antecedentes de locura. A este grave hecho no se le dio mayor trascendencia y el agresor fue internado en el Hospital de San Lázaro para enfermos mentales.
En materia defensiva, encomendó Valero (1719) la pacificación de los indios hostiles del Nuevo Reino de León en la frontera norte del virreinato al alcalde del crimen de la Audiencia de México Francisco Barbadillo Victoria dándole el título de gobernador. Ya en tiempos del virrey Linares (1715), Barbadillo había visitado esa provincia aboliendo las congregas (especie de encomiendas), sacando a los indios de la esclavitud que tenían, reuniéndolos en cinco pueblos que fundó y proporcionándoles unas ordenanzas para su mejor gobierno. Había creado también una compañía volante de setenta hombres y nombrado como protector de los naturales a Nicolás de Villalobos, pero una vez que regresó a México todo volvió a su antiguo estado. Barbadillo restableció la compañía volante, agrupó a los indios en sus antiguas misiones y mantuvo la paz en esa región hasta 1723 en que, por orden del virrey Casafuerte, regresó a México para ocupar su plaza en la Audiencia, tan falta en esa época de ministros.
Para asegurar la posesión de Texas amenazada por los franceses que, instalados en el curso inferior del Mississipí y ayudados por tribus de indios rebeldes tenían tendencias expansionistas y comerciales en torno a esas fronteras, se hicieron en tiempos de Valero varias expediciones dos de ellas dirigidas por el sargento mayor Martín de Alarcón (1717-1718) a quien el virrey había nombrado gobernador de Coahuila y Texas. Alarcón remedió en lo que pudo la inestable situación de las seis misiones franciscanas que habían sido establecidas poco antes por el capitán Domingo Ramón en el noreste de Texas, con la creación de la Villa de Béjar junto al río San Antonio y de un presidio con veinticinco soldados, y denominó a una de esas misiones pueblo de San Francisco Valero. La tranquilidad duró poco ya que una avanzadilla francesa de Natchitoches (Luisiana) invadió la cercana misión de San Miguel de los Adaes en una coyuntura en que Francia le había declarado la guerra a España (1719).
El dominio efectivo de esa región se conseguiría con la expedición del marqués de San Miguel de Aguayo (1721), el cual había puesto a disposición de Valero su persona y bienes. El virrey lo nombró gobernador y capitán general de Coahuila y Texas y le autorizó a reclutar quinientos hombres que fueron equipados en su mayor parte por aquel a su costa. Aguayo fijó el destacamento español en Adaes, restableció las seis misiones que habían sido abandonadas fundando cuatro más y otros dos presidios uno de los cuales (Nuestra Señora de Loreto) se estableció en la Bahía del Espíritu Santo, en la costa, a fin de precaver la incursión de alguna potencia extranjera. Para colonizar ese territorio, Aguayo pediría el envío de doscientas familias gallegas, canarias o de La Habana y doscientos indios de Tlaxcala, pero su solicitud no tendría efecto hasta varios años después.
También con motivo de la confrontación francoespañola de 1719, los galos establecidos en la Mobila (Luisiana) habían logrado la rendición del presidio español de la bahía de Panzacola situado en la parte occidental de Florida —más al este se había construido el fuerte de San Marcos de Apalache (1718)—. Valero dio providencias para que se aprestaran barcos de Veracruz, se reclutaran soldados, se prepararan cinco mil raciones diarias para cuatro meses y aprovechó la llegada de tres navíos de guerra destinados para la Armada de Barlovento a cargo de Francisco Cornejo para la recuperación del presidio. Esta Armada no llegó a salir ya que el virrey recibió noticias del capitán general de La Habana Gregorio Guazo Calderón de que, con fuerzas de esa isla, había sido rescatado el presidio y hecho prisioneros a los franceses. El baluarte fue de nuevo tomado por aquellos y devuelto a España con la firma del Tratado de Madrid (1721).
En la otra punta del golfo, el dominio sobre la Laguna de Términos en Tabasco no quedó definido en el Tratado de Utrecht. Los ingleses habían recuperado por algún tiempo la isla de Tris o Términos y continuaban practicando el corso y cortando y comerciando el tan codiciado palo de tinte. Valero dispuso en 1716 su desalojo, consiguiéndose la posesión definitiva de esa zona con la expedición de Alonso Felipe de Andrade (julio de 1717) en una acción conjunta de la Armada de Barlovento y fuerzas de Campeche y de Tabasco. Por esa fecha se inició la edificación del presidio del Carmen. Al apoderarse en 1720 los ingleses de dos de sus baluartes, el virrey envió medios suficientes para que, en unión de Campeche, quedara defendido ese lugar.
Dejó Valero casi finalizada la conquista y pacificación de Nayarit, un enclave abrupto e inexpugnable en la Sierra Madre, refugio de indios rebeldes y de forajidos que con sus saqueos y devastaciones hacían cada vez más insoportable la vida de la población comprendida entre Guadalajara y Zacatecas. Hasta entonces, habían sido infructuosas las expediciones militares y otras diligencias mandadas practicar por sus predecesores o por la Audiencia novogalaica. Debido a la intención de los jefes indios de prestar juramento de sumisión a la Corona y a sugerencia del protector de naturales de esa provincia, Juan de la Torre, el Tonati (gran sacerdote del Sol) de Nayarit junto con otros caciques viajaron a México (febrero de 1721) a negociar con el virrey. Entre los beneficios que querían obtener como vasallos del monarca estaban el libre comercio de la sal y la exención de tributos para ellos y sus descendientes. Las propuestas fueron aceptadas en Junta de Guerra en donde al protector se le nombró gobernador de esa Sierra y se dispuso la entrada, conseguido lo cual quedaría la evangelización a cargo de la Compañía de Jesús. El pueblo nayarita no aceptó los acuerdos solicitados por sus jefes y comenzaron las luchas entre españoles e indios.
En vista de que la provincia de Nayarit estaba totalmente sublevada, de la lentitud con que se fue desarrollando la ofensiva española y de la dolencia contraída por el gobernador, Valero designó para continuar la empresa a Juan Flores de San Pedro (11 de noviembre de 1721) nombrándolo gobernador y capitán protector de ese área que luego recibió el nombre de Nuevo Reino de Toledo. Con esta campaña se consiguió el sometimiento de los indios, a los que se les había arrasado y quemado sus adoratorios, y la fundación de nuevos pueblos y del presidio de San Francisco Javier de Valero. Como culminación de dicha conquista y para ejemplo de los indios, se haría (1723) en la plazuela de San Diego de la capital mexicana la quema pública de la osamenta del Gran Nayari venerada por su pueblo.
Procuró que los situados llegaran a tiempo a los presidios, sin embargo, esto no siempre fue posible por la escasez de fondos con que frecuentemente se hallaba el Erario al tener que acudir a diversas urgencias; por los temporales o por cualquier otra incidencia. Debido a esta demora hubo un conato de motín en la guarnición de Veracruz (1719) en donde, al año siguiente y por otras causas, fue asesinado su castellano Lorenzo Viñol y Betancourt. Valero nombró interinamente a Pedro de Rivera.
Cuidó de que a las rentas reales se les sacara el mayor beneficio aunque, a veces, sufrieron pérdidas por haber sido arrendadas en cantidad inferior de la debida, como en el caso del pulque. Su celo en los asuntos de la Hacienda, le llevó a mostrarse apasionado en una cuestión referente a las alcabalas de Michoacán. Acató lo dispuesto por Madrid sobre tabacos y envió 300.000 pesos a La Habana para su compra. Procuró que se respetara la prohibición de la venta del aguardiente de caña y la del juego de gallos.
En materia religiosa medió Valero en los enfrentamientos habidos entre las monjas de Santa Clara y sus prelados franciscanos durante la elección de la abadesa. Mandó asegurar los espolios del obispo de Quito, de Diego Ladrón de Guevara, a quien le sorprendió la muerte en México y los del obispo de Michoacán, Felipe Trujillo. Protegió la obra misional de los jesuitas en California en donde también se intentó buscar un buen puerto en la costa occidental para cobijo del galeón de Manila. Fomentó las misiones en Sierra Gorda tras sofocar una rebelión de indios, en Texas, Nuevo México, etc., colaborando con su propio caudal para asistirlas con vino, cera, aceite, ornamentos y objetos para la liturgia. Costeó un altar dedicado a San José en el Convento de Carmelitas Descalzas de México; contribuyó a la creación del retablo de los Reyes en la Catedral, cuyo autor fue Jerónimo Balbás, y de esta guisa, hizo muchas otras aportaciones.
En cuanto al gobierno de la capital, en su tiempo se terminó de hacer la reforma de algunas de las ordenanzas antiguas de su Ayuntamiento (1720). Cuidó de que la ciudad estuviera bien abastecida, especialmente de maíz, alimento esencial para los indios y cuya carestía podía ser origen de graves tumultos como el de 1692; se construyeron puentes, entre ellos, el de Tula, útil para el tráfico de tierra adentro; visitó el desagüe de Huehuetoca y se ocupó de que se hicieran los arreglos de calzadas y limpiezas convenientes para facilitar el tránsito y librar a la ciudad de riadas; se construyeron cuatro pilas en el paseo de la Alameda y se plantaron casi seis mil árboles.
Se conmemoró en su tiempo el bicentenario de la conquista de México por los españoles (13 de agosto de 1721, día de San Hipólito mártir), disponiendo Valero los actos solemnes de esta celebración. El pendón real fue llevado a la catedral, se pusieron luminarias en las calles y se realizaron diversos festejos. Ese mismo año pidió al monarca que le mandara un sustituto por padecer principio de hidropesía y asegurar que este mal se veía agudizado con el clima de México. Antes de su marcha tuvo que afrontar el voraz incendio que se produjo en el Hospital Real de Indios (1722) y destruyó también parte del Coliseo, que estaba en una de las salas del mismo, en el que se hacían frecuentemente representaciones teatrales. El virrey ordenó la reedificación de ambos inmuebles, pero las obras tuvieron que ser suspendidas por falta de fondos. Al conceder el Monarca 10.000 pesos procedentes de vacantes de obispados, se prosiguieron los arreglos del hospital y se compraron casas para edificar un nuevo Coliseo. Otros hospitales que se habilitaron en su etapa fueron el de San Juan de Letrán, el de San Lázaro y el de Juan de Dios.
También con Valero, respondiendo, entre otras cosas, a la evolución cultural experimentada en el virreinato, se puso en marcha una publicación periódica (1 de enero de 1722) a iniciativa del que sería arzobispo de Yucatán, Juan Ignacio de Castorena y Ursua. En un principio se conoció como Gaceta de México y Noticias de Nueva España llevando posteriormente otros títulos. La publicación, que recibió mordaces críticas, duro sólo seis meses y salieron a la luz seis números de ocho páginas cada uno. En 1728 se reanudó su publicación con el título de Gaceta de México.
El nombre de Valero va unido a la fundación en la capital mexicana de un convento de monjas clarisas, bajo la advocación del Corpus Christi, destinado exclusivamente a las indias nobles. El virrey allanó las dificultades que se ofrecieron para su erección quedando las obras finalizadas en 1722. La licencia de fundación la otorgó el joven monarca Luis I por Real Cédula de 5 de marzo de 1724 y unos meses después tuvo lugar la bendición del monasterio. Si esta institución no supuso una oportunidad para toda la comunidad de mujeres indígenas, ya que sólo deberían de ser admitidas las indias de distinción que acreditaran ser descendientes de señores y caciques antiguos, sí se dio un paso importante, pues antes carecían de este beneficio. Estando en el virreinato había hecho Valero al convento diversas donaciones, entre ellas, la campana. Una vez en Madrid, seguiría protegiendo y ayudando a esta comunidad religiosa.
En el período en que gobernó este virrey se mandaron a la familia real española joyas y objetos de oro y plata para su disfrute de un alto valor. Algunas de estas alhajas eran sufragadas mediante dádivas, como los efectuados por los mineros de Zacatecas, Guanajuato, San Francisco de Cuéllar. Otras veces era el propio Valero quien solicitaba préstamos, sin intereses, a algunos de los acaudalados individuos de ese reino, como a Isidro Rodríguez de la Madrid, para completar el pago de una de las vajillas de plata que se le remitieron al Monarca, y al cual le costó no poco tiempo y esfuerzo que la Real Hacienda le devolviera la cantidad facilitada.
Valero salió rumbo a España desde el puerto de Veracruz (8 de abril de 1723) a bordo del navío Nuestra Señora de Guadalupe y San Antonio de Padua sin haberse sometido al habitual juicio de residencia que solían dar los gobernantes y otros funcionarios al finalizar el mandato, pero lo dejó afianzado en 20.000 pesos.
Se le nombró presidente del Consejo de Indias el 28 de enero de 1724. Desde este puesto intentó que la visita de Garzarón no continuara por los inconvenientes que de ella se derivaban, postura que chocó con la de su sucesor en el virreinato, quien veía la utilidad de la misma y sospechaba que el interés de Valero en que cesara se debía al temor de que pudieran descubrirse algunos excesos cometidos durante su gestión en Nueva España. La visita se interrumpió por muerte del visitador, pero luego la continuaría, no sin problemas, Pedro Domingo de Contreras. Estando en el Consejo recibió Valero el título de Grande de España para sí y sus sucesores con la denominación de duque de Arión el 20 de noviembre de 1725. También fue sumiller de Corps.
El juicio de residencia se le hizo en 1726, siendo juez de la misma Ambrosio Santaella Melgarejo, fiscal del crimen de la Audiencia de México, ya que Valero por medio de su apoderado Francisco Rosales recusó a Prudencio Antonio de Palacios, que había sido nominado por el rey en primer lugar, y con el cual había tenido diferencias durante la pesquisa efectuada a los oficiales reales de esa capital. Aunque se le sacaron veintiún cargos, Santaella no dio al apoderado de Valero un duplicado de los mismos para que los justificase, conforme a derecho, sino que su veredicto fue el de que el ex virrey había sido un “bueno y recto ministro de Su Majestad”. Este dictamen fue confirmado por el Consejo de Indias en 1727.
De los que conocieron su gestión en el virreinato, entre ellos, el marqués de Villahermosa de Alfaro, oidor decano de esa Audiencia, alababan su “gran prudencia” y demostrado amor a los indios; el alcalde del Crimen Juan Carrillo Moreno resaltaba su “mucha cristiandad” y que aunque tenía un carácter suave, “se encrespaba cerrando la puerta a cualquier pretensión que cediese en perjuicio de un real del rey”; el comisario general de la Orden de San Juan de Dios, fray Francisco Barradas, decía que “fue un gobernador acertadísimo, amado de todos y muy arreglado en su vida, política y costumbres”. Pero, no todo fueron alabanzas hacia su persona, el virrey Casafuerte señalaba su participación en el trato del comercio de las harinas y otros manejos en beneficio propio. Tampoco se libró del rumor popular en su descrédito. Según el que había sido corregidor de México, Ramón Espiguel Dávila, Valero se comportaba con tal cortesanía “que entre la gente mordaz y mal inclinada pasaba a ser motivo de murmuración”.
Valero murió en Madrid y su corazón embalsamado se remitió a México, conforme lo dejó dispuesto en una de las cláusulas de su testamento (4 de diciembre de 1727) para ser enterrado en el Monasterio del Corpus Christi que él había fundado. La entrega se le hizo a la abadesa, la madre María Gregoria de Jesús Nazareno (octubre de 1728) ante el escribano Antonio Alejo de Mendoza y el apoderado de los albaceas de Valero, el coronel Pedro del Barrio. En la iglesia del convento se erigió un lujoso túmulo en donde el día 20 de diciembre se celebraron las honras fúnebres y entierro del mismo.
Dejó como heredero de sus bienes a su sobrino Francisco Pimentel y Zúñiga, hijo del conde de Benavente.
Fuentes y bibl.: Archivo Histórico Nacional (Madrid), Consejos, lib. 622, fol. 74; lib. 2753, n.º 16; Estado, leg. 2687, n.º 71; Archivo General de Indias (Sevilla), Contratación, 5469, n. 2, r. 10, fols. 1-7v.; Escribanía de Cámara, 238 A, B y C; Guadalajara, 162, 164; Indiferente General, 108; México, 486B, 487-489, 525, 633, 1217, 2708; Biblioteca Nacional de España (Madrid), ms. 2929.
L. Alamán, Disertaciones, México, Imprenta de Lara, 1849, págs. 52-53; A. Cavo (sj), Los tres siglos de México durante el gobierno español hasta la entrada del ejército trigarante, México, Imprenta de J. R. Navarro, 1852, págs. 123-126; M. Rivera Cambás, Los gobernantes de México, t. I, México, 1872, págs. 316-325; M. García Purón, México y sus gobernantes. Biografías, México, Librería Porrúa, 1949, págs. 109-110; C. Alcázar Molina, Los virreinatos en el siglo XVIII, en M. Ballesteros y Beretta (dir.), Historia de América y de los pueblos americanos, t. XIII, Barcelona, Salvat, 1959, págs. 16-19; J. J. Real Díaz, Las ferias de Jalapa, Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos (EEHA), 1959, págs. 17-29; A. Bazán Alarcón, “El Real Tribunal de La Acordada y la delincuencia en la Nueva España”, en Historia Mexicana (HM) (México), vol. XIII, n.º 3 (1964), págs. 323-326; G. Bernard, Le secrétariat d’Etat et le Conseil espagnol des Indes (1700-1808), Genève, Libraire Droz, 1972, pág. 213, n.º 16; F. Orozco Linares, Gobernantes de México. Desde la época Prehispánica hasta nuestros días, México, Panorama, 1989, págs. 125-126; J. I. Rubio Mañé, Introducción al estudio de los virreyes de Nueva España 1535-1746, t. I, México, Selectas, 1955, págs. 163-166 y 264-266; t. 3-2, México, Universidad Nacional Autónoma (UNAM), 1961, págs. 85-100; S. Reynoso (intr. y notas), Autos hechos por el capitán don Juan Flores de San Pedro sobre la reducción, conversión y conquista de los gentiles de la Provincia de Nayarit en 1722, Guadalajara, Jalisco, Librería Font, 1964; J. E. Fagg, Historia general de Latinoamérica, Madrid, Taurus, 1970, pág. 349; E. del Hoyo, Historia del Nuevo Reino de León, vol. II, Monterrey, Publicaciones del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores, 1972, págs. 493-499; C. M. Mac Lachlan, La justicia criminal del siglo XVIII en México. Un estudio sobre el Tribunal de la Acordada, México, 1976, passim; S. M. Fernández, La imprenta en Hispanoamérica, Madrid, Biblioteca Profesional de Anaba III, 1977 (Cuadernos, 13), pág. 107; V. A lessio Robles, Coahuila y Texas en la época colonial, México, Porrúa, 1978, págs. 443-471; A. Gómez Gómez, Visitas a la Real Hacienda novohispana en el reinado de Felipe V, Sevilla, EEHA, 1979, págs. 107-187; A. Heredia Herrera, “México”, en L. Navarro García (coord.), Historia General de España y América, t. XI-1, Madrid, Rialp, 1983, pág. 508; P. Pérez Herrero, “Actitudes del Consulado de México ante las reformas comerciales borbónicas (1718- 1765)”, en Revista de Indias (RI) (Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Gonzalo Fernández de Oviedo), vol. XLIII (enero-junio de 1983), págs. 124-125; M.ª L. Laviana Cuetos, “México, Centroamérica y Antillas, 1700-1763”, en L. Navarro García (coord.), Historia de las Américas, t. III, Madrid, Alhambra Longman, 1991, págs. 55-56; L. Navarro García, Hispanoamérica en el siglo XVIII, Sevilla, Publicaciones de la Universidad, 1991, passim; S. Z avala, Entradas, congregas y encomiendas de indios en el Nuevo Reino de León, Sevilla, Publicaciones de la Universidad, 1991, passim; A. de Valle-Arizpe, Virreyes y virreinas de Nueva España. Tradiciones, leyendas y sucedidos del México virreinal, México, Porrúa, 2000, págs. 124-127; A. Alonso de Cadenas y López y V. de Cadenas y Vicent, Elenco de Grandezas y títulos nobiliarios españoles, Madrid, Instituto Salazar y Castro, Ediciones de la Revista Hidalguía, 2004, págs. 58, 114 y 1054.
Ascensión Baeza Martín