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Julián José Perdriel

Biografía

Perdriel, Julián José. Buenos Aires (Argentina), 11.VI.1752 – 25.V.1816. Dominico (OP), catedrático, calificador de la Inquisición, provincial de la Orden.

Hijo de Julián Perdriel, comerciante francés, y de María Josefa Islas Garay. Ingresó a la Orden de Santo Domingo, y luego pasó a la Universidad de Chuquisaca, donde recibió las sagradas órdenes. A su regreso a Buenos Aires ocupó varios cargos en el Convento de Santo Domingo: lector en 1779 y prior, predicador y catedrático de Prima en 1787. En las Actas de San Pedro Telmo, celebradas en ese año en Buenos Aires para asignar religiosos a los conventos de los territorios del virreinato del Río de La Plata; aparece como secretario del capítulo. Poseía importantes conocimientos en filosofía tomista y ciencias sagradas.

Fue director de la Casa de Ejercicios de Buenos Aires, que aún perdura en la intersección de las calles Independencia, Salta y Estados Unidos, y fiel practicante de los ejercicios espirituales según el método de san Ignacio. Junto con varios sacerdotes, los presbíteros Juan Nepomuceno Solá y Manuel Alberti y el doctor José Arellano, apoyó la labor de la fundadora de la mencionada Casa, de la que fue confesor y consejero: sor María Antonia de la Paz y Figueroa, religiosa santiagueña que había realizado los ejercicios espirituales de san Ignacio antes de la expulsión de los jesuitas en 1767 e impulsado esta actividad y creado casas para tal fin en varias ciudades del virreinato del Río de La Plata, conocida en Buenos Aires con el apelativo de “la señora beata de los Ejercicios” o con el otro más popular de “mamá Antula”. Al producirse el fallecimiento de la religiosa, leyó una oración fúnebre en la iglesia de Santo Domingo el 12 de mayo de 1799, ya que el pueblo de Buenos Aires quiso rendirle un serio homenaje al que asistieron las autoridades y la población local.

Se desempeñó también como examinador sinodal de los obispados del Tucumán, Buenos Aires y Paraguay, calificador del Santo Oficio de la Inquisición, revisor, censor de libros y demás escritos. En 1801 aparece registrado como suscriptor de Buenos Aires al Telégrafo Mercantil, primer periódico salido de la Imprenta de Niños Expósitos y el primero en circular en el Río de la Plata el 1 de abril de 1801; figura en la mencionada publicación, como eclesiástico, prior del convento de predicadores, de cuarenta y siete años.

También fue colaborador del citado periódico y como tal “cultivó las humanidades, se interesó por la filosofía y era amigo de problemas obscuros”.

Al producirse la Revolución de Mayo de 1810, se adhirió a esta causa. El 9 de noviembre de 1811 alcanzó la jerarquía de provincial de la Orden de los predicadores, al finalizar su mandato de cuatro años el M.R.P. maestro fray Isidoro Celestino Guerra, permaneciendo en el cargo hasta 1815. Desde su desempeño como provincial, exhortaba a los alumnos del Convento de Santo Domingo a ser leales a la revolución y los llevaba a la plaza a contemplar a los condenados a la horca por rebeldes a la patria. Entre estos últimos figuraban también eclesiásticos, tal es el caso del betlemita fray José de las Ánimas. Al tomar posesión del oficio eclesiástico de provincial pasó a las casas de su jurisdicción una circular que el padre predicador general fray Reginaldo de La Cruz Saldaña Retamar tradujo del latín al castellano donde Perdriel hacía referencia a la patria: “Al recomendaros este ardiente amor a la patria, no haremos otra cosa como vosotros mismo lo podéis ver, que recomendaros el primero y más grande precepto de la religión cristiana.

El amor a la patria si atendemos al príncipe de los teólogos, incluye el cumplimiento de este precepto; pues mirando al bien común, se asemeja a la naturaleza divina y haciendo las veces de Dios, vigila, cuidadosa y prudentemente por la felicidad de la multitud; por su mediación amamos al prójimo”.

Brindó apoyo material a la causa patriota, donando dinero de sus sueldos vencidos y campanas en desuso de la Orden de Santo Domingo, ya que la fábrica de armamentos demandaba acopio de metales. En el capítulo celebrado en el Convento de San Telmo en Buenos Aires cuando fue electo provincial, la decisión fue de los siguientes: fray Andrés Rodríguez, maestro, ex provincial, prior de Tucumán, rector del Colegio de Jesús del Monte (Lules) y comisario del Santo Oficio; fray José Ignacio Grela, maestro; fray Manuel Albariño, presentado y prior de Buenos Aires; fray Mariano Ortiz, presentado y prior de Santiago del Estero. Se dispusieron en esa reunión también las ordenanzas para el buen gobierno de las provincias de la Orden de Buenos Aires, Tucumán y Paraguay.

En 1812 elevó al Monarca una nómina de los religiosos europeos existentes en el convento de predicadores que dieron pruebas de su adhesión a la causa patriota para que fueran bien tratados. En esa lista figuraban gallegos, gaditanos, italianos, malagueños y catalanes. Igualmente pedía cambiar el destino de alguno de ellos, tal es el caso del hermano Juan Grande, gallego del cual pidió su traslado a Santiago del Estero, donde el susodicho se hizo célebre por la escuela pública que regentó entre 1812 y 1857.

El Gobierno del Triunvirato, a través de su secretario Bernardino Rivadavia, lo designó miembro de la Junta de teólogos y juristas que juzgó al obispo de Córdoba, monseñor Rodríguez de Orellana. Este religioso general de la Orden Premostratense en España y catedrático de la Universidad de Valladolid, fue elegido para la mitra cordobesa en 1805 y tomó posesión de la misma en 1809; al estallar la revolución se alineó con Liniers y demás contrarrevolucionarios.

Del antedicho juicio, el obispo resultó absuelto de culpa y cargo por la mencionada Junta encabezada por Lué y Riega.

Intervino en el Cabildo Abierto del 12 de octubre de 1812, denostando los males que padecía la patria y la necesidad de tomar medidas. El 1 de julio de 1812, por un decreto de Rivadavia se le encomendó que escribiera la Historia Filosófica de la Revolución de Mayo, cuyo título está inspirado en la obra del abate Raynal autor de la Historia Filosófica de los establecimientos ultramarinos.

Para la redacción de esta obra el gobierno le debía franquear todos los archivos del país, suministrarle todos los documentos que pidiese, asignarle un sueldo y brindarle un secretario. Para escribir esa historia, se apartó a la estancia que tenían los padres dominicos en lo que hoy es Parque Chacabuco en Buenos Aires, y trabajó allí durante diecisiete meses hasta que el 27 de enero de 1814, el gobierno le mandó suspenderla argumentando razones económicas, no del todo reales, sino más ciertamente las intrigas curialescas creadas por el deán Gregorio Funes. Los avances de la Historia Filosófica deberían ser enviados al gobierno, en sobre cerrado y, al parecer, se han perdido.

Después del triunfo de Salta frente a los realistas, el 5 de mayo de 1813 el gobierno le encomendó que loara el acontecimiento en una homilía en la catedral.

Por decreto de Alvear el 31 de febrero de 1815 reemplazó al padre Ibarrola tras su fallecimiento, en la Comisaría General de Regulares. El 9 de enero de 1816, en cumplimiento de una circular del gobierno, tomó medidas contra los religiosos americanos que permanecieron indiferentes o contrarios a la causa revolucionaria.

Cuando se fundó la Biblioteca Pública de Buenos Aires, actual Biblioteca Nacional, que comenzó a funcionar el 16 marzo de 1812 y cuyo decreto de fundación se publicó en La Gaceta el 13 de diciembre de 1810 por obra del doctor Mariano Moreno, éste desde el mes de agosto solicitó al pueblo y a las autoridades la donación de libros y dinero con destino a esta institución. Un ejemplo de este pedido lo constituyó la nota enviada al gobernador de Córdoba para que ordenase “se encajone toda la librería del obispo Orellana y todos los libros que tuviesen los demás reos, remitiéndolos en primera oportunidad por ser así conveniente al servicio del público, bajo el beneficioso objeto a que esta junta los ha destinado”. Perdriel ofreció a ella la biblioteca del convento de predicadores desde su cargo de provincial.

 

Bibl.: J. Carrasco, Ensayo Histórico sobre la Orden dominica argentina (contribución a la historia general del país). Actas Capitulares 1724-1824, Buenos Aires, Imprenta Coni, 1924; R. Saldaña Retamar, “Tres cartas interesantes (1812)”, en Boletín del Instituto de Investigaciones Históricas, 73-76, t. XXII (1938), págs. 140-149; G. Furlong, Nacimiento de la filosofía en el Río de la Plata 1536-1810, Buenos Aires, Ed. Kraft, 1952; D. A. de Santillán, Historia Argentina, Buenos Aires, Tipográfica Editora Argentina, 1965; V. O. Cutolo, Nuevo Diccionario Biográfico Argentino (1750-1930), t. V, Buenos Aires, Ed. Elche, 1968, pág. 413; G. Furlong, El transplante cultural. Arte. El transplante social y cultural del Río de la Plata 1536-1810, Buenos Aires, Tipográfica Editora Argentina, 1969; M. P. Martini, “Los suscriptores al Telégrafo Mercantil, primer periódico impreso de Buenos Aires”, en Páginas sobre Hispanoamérica colonial Sociedad y Cultura, n.º 3 (1996), pág. 75; R. di Stefano, El Púlpito y la plaza. Clero, sociedad y política de la monarquía católica a la república rosista, Buenos Aires, Siglo Veintiuno Editores, 2004, pág. 107.

 

Andrea Lydia Arismendi

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