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Joaquín Zarauz y de Santander

Biografía

Zarauz y de Santander, Joaquín. Laredo (Cantabria), 1756 – Vivero (Lugo), 1.XI.1810. Marino, capitán de navío de la Armada.

Nació en el seno de una familia hidalga de origen cántabro costero. Su padre, José Zarauz Vélez, era también natural de Laredo y fue regidor capitular de dicha ciudad, y su madre, Francisca de Santander y García de Cilla, era igualmente natural de Laredo. Su niñez transcurrió en la casa familiar de Laredo, sin hechos dignos de ser destacados. Realizó los estudios propios de la época y condición. En su juventud manifestó el deseo de llevar a cabo la carrera de las armas en su modalidad de la mar, lo cual parecía lógico por su convivencia con la misma desde su nacimiento y como hizo su hermano Manuel, un año más pequeño que él. Por tanto, solicitó y obtuvo carta–orden de guardiamarina y sentó plaza en el departamento de Cádiz (7 de marzo de 1775). Realizados sus estudios elementales ascendió a alférez de fragata (2 de marzo de 1776).

En los diez primeros años de su vida naval hizo dos viajes redondos a Montevideo, Valparaíso y el Callao de Lima; y otro a la América del Norte, visitando los puertos de Puerto Rico, la Habana, Veracruz, Cartagena de Indias, la Guaira y Puerto Cabello, así como patrullas en el océano y Mediterráneo, y sostuvo algunos encuentros navales con buques berberiscos. En este intervalo de tiempo, ascendió primero a alférez de navío (23 de mayo de 1778), después fue designado teniente de la 5.ª compañía del 8.º batallón de Marina (3 de agosto del mismo año), con base de estacionamiento en Cádiz; volvió ascender ahora a teniente de fragata (21 de diciembre de 1782), y a continuación fue designado 2.º capitán de la 4.ª compañía del 7.º batallón de Marina (19 de abril de 1783), con base de estacionamiento también en Cádiz y, por último, ascendió a teniente de navío (19 de noviembre de 1784). En este período estuvo navegando por Europa y América como subalterno y con mando ocho años, dos meses y quince días.

En el año 1785, embarcado en el navío Triunfante, hizo un viaje a Malta y a su regreso a Cartagena, se hizo con el mando de la galera Concepción, con la que realizó varias comisiones en las costas de Cataluña, Valencia e islas Baleares, y finalmente regresó a su base Cartagena y cesó en el mando en 1789. Con las escuadras del mando de Antonio Barceló, Juan de Lángara y Federico Gravina realizó las patrullas y corsos que estas hicieron, habiéndose hallado en Algeciras para el bloqueo y ataques a Gibraltar; en Tolón, cuando, en combinación con la escuadra inglesa del almirante Hood, se tomó posesión de la ciudad, arsenal y fortalezas, hallándose en su defensa y evacuación; y en Rosas (Gerona), durante su porfiada y briosa defensa. En la fragata Casilda efectuó un viaje a Italia. Fue promovido a capitán de fragata en 27 de agosto de 1796.

En este nuevo empleo fue segundo comandante de los navíos Santa Ana, Príncipe, San Hermenegildo y San Fernando, y después se le adjudicó el mando de la fragata Diana. En conserva con una división de fragatas a las órdenes del capitán de navío Manuel Emperan, fue a Surinam (Guayana holandesa) para transportar al regimiento de Guardias Walonas, retornó a Ferrol en julio de 1799, que era la base de la fragata. Después realizó comisiones a Santander, Santoña y otros fondeaderos de la costa cantábrica, y regresó a Ferrol, donde cesó en el mando por desarme del buque. A continuación obtuvo el mando del navío San Fulgencio, y en él se hallaba, cuando en agosto de 1800 tuvo lugar la gloriosa defensa contra los ingleses desembarcados en la playa de Doniños, en las proximidades de la ría ferrolana, y que tuvieron que retroceder a sus buques con notables pérdidas humanas y materiales. A fines de 1801 se le confió el mando de la urca Ferroleña con la que en 9 de febrero de 1802 salió para Lima, con escalas en las Malvinas y Talcahuano (Chile), y fondeó en el Callao; ya en este puerto, y cumplida la comisión que llevaba, salió para las islas Filipinas; y con escala en las islas Marianas, fondeó en Manila. Recibida allí en 5 de abril de 1802, la noticia de la paz que llevó la corbeta Concepción desde el puerto de San Blas, y la orden de regreso de la escuadra del general Álava (destacada por la guerra), en el primer monzón favorable, se empezó el alistamiento de todos los buques que podían emprender la travesía. No estaban en este caso los navíos Europa y San Pedro, ni la fragata Nuestra Señora de la Cabeza, buques desahuciados para su carena y con la pérdida de la fragata María, dejaban reducida la escuadra a los que siguen: navío Montañés (insignia), fragatas Fama, Lucía y Pilar y urcas Aurora y Ferroleña. Aún así se toparon con graves inconvenientes para reunir los víveres necesarios para el viaje, particularmente la galleta, por no haber en las islas existencia de harinas; más como, hasta la fecha dispuesta para la salida, había tiempo suficiente, se le ocurrió al general buscar aquel importante articulo en China, comisionando a la urca Ferroleña. Desde el puerto de Cavite salió para los de China (4 de septiembre de aquel 1802), conduciendo 850.000 pesos en efectivo, por cuenta de la Real Compañía de Filipinas y comercio de aquellas islas, y a los pocos días sobrevino un fuerte temporal que aguantó por espacio de cinco, hasta que convertido en huracán (tifón), fue arrastrada a las costas chinas la noche del 15, haciéndose pedazos en pocos minutos sobre el arrecife de Cauchí, a seis millas de esta ciudad y 90 al este de Piedra Blanca. Perecieron veintinueve hombres de todos los empleos, salvándose a nado los demás en número de ciento cincuenta, aunque la mayor parte heridos y dañados por el choque de la mar contra las piedras. Acudieron los chinos al día siguiente atraídos más por el aliciente del robo que por la humanidad, comprobándolo por los malos tratos proporcionados a los náufragos, a quienes despojaron de cuanto habían sacado de a bordo. Zaraúz pudo salvarse, aunque salió muy mal parado del siniestro, pero consiguió hacérselo saber a los delegados españoles de Cantón el día 30 y estos con gran diligencia se presentaron al Gran Santuc de la provincia, en queja del proceder de la gente de Cauchí y petición de orden a los mandarines de aquel territorio para que socorriesen a los náufragos con lo necesario, quedando comprometidos al pago de todos los gastos. El Santuc hizo más de lo que se le pidió, comisionando al segundo gran Opu para llevar en persona las órdenes con una guardia de doscientos soldados que las hicieran cumplir, impidiendo al propio tiempo el robo en los restos de la urca. La Compañía de Filipinas se entendió además con la inglesa para el flete de uno de sus barcos (el navío Coromandel), que salió el 3 de octubre en dirección a Cauchí y a favor de todas estas disposiciones salieron de aquel inhospitalario país los desgraciados náufragos, gravemente enfermo Zarauz. No se tuvo conocimiento de que se salvara ninguna parte de la plata, pero sí se supo que se elaboró galleta en Cantón y fue trasladada a Filipinas en dos fragatas portuguesas, que llevaron la gente de la Ferroleña. No obstante, Zarauz quedó enfermo en Cantón, por la imposibilidad física de viajar. Había ascendido a capitán de navío (5 de octubre de 1802).

Recuperada la salud regresó a Manila y, embarcado de transporte en la nao Magallanes (26 de febrero de 1804), salió para Acapulco, desde donde pasó a Méjico y Veracruz, y dio vela en la goleta Hermógenes para la Península, con la que llegó a Cádiz. Por Real Orden de 27 de diciembre de 1806, le nombró Su Majestad mayor general del departamento de Ferrol, para lo cual se trasladó a la capital departamental y desempeñó dicho cargo, hasta que ocupada la ciudad por los franceses en 1809 se fugó de ella y se presentó en el departamento de Cádiz. Allí el Consejo Supremo de Regencia, o más bien su Junta Militar, dentro de las operaciones anfibias coordinadas con el Ejército y los mandos británicos, concibió la llamada “expedición cántabra”, bajo mando general del mariscal de campo Mariano Renovales, mandando Zarauz las fuerzas navales. Su buque insignia sería la fragata Magdalena, aquella que se mantuvo en Ferrol como única unidad de porte cuando se trasladaron todas las fuerzas navales del departamento marítimo hacía Cádiz. El principal objetivo era apoderarse de Santoña y del puerto de Guetaria. Pero especialmente la primera, pues se trata de un punto que, bien fortificado y guarnecido, podía llegar a ser inexpugnable. Por esa razón, Napoleón quería convertirlo en el “Gibraltar francés”. El segundo objetivo era destruir las fábricas de municiones de Egüy y Orbayceta, de donde obtenían los franceses muchos pertrechos. El tercer y último objetivo era menos preciso porque se trataba de cortar los principales caminos de tránsito y abastecimiento de los ejércitos franceses, especialmente el camino real de Irún. El fin, como era lógico pensar, no era otro que dificultar al enemigo la entrada de socorros e imposibilitar al máximo la conducción de su artillería. Para la expedición se contaba con tres batallones del ejército, así como ochocientos soldados ingleses y una brigada de Artillería de Marina (la quinta con base en Ferrol). En conjunto una cantidad cercana a los dos mil hombres. También Zarauz se comprometió a aportar una compañía del Cuerpo de batallones, integrada por las guarniciones de los diferentes buques asignados a la operación. En cuanto a fuerzas navales se contaría con la susodicha fragata Magdalena, de treinta y cuatro cañones, bajo el mando del capitán de navío Blas de Salcedo, el bergantín Palomo, de dieciocho cañones, así como la goleta corsaria Insurgente Roncalesa, de doce, una balandra británica y veinte transportes. Al paso por Ribadeo, que se había convertido en una base avanzada de operaciones navales, se unirían la goleta Liniers, buque nodriza con cuatro cañones de a seis, y los cañoneros Corzo, Estrago, Gorrión y Sorpresa, así como quince transportes más. Por parte británica se incorporarían en La Coruña, al mando del comodoro Mends, las fragatas Arethusa, Amazone, Medusa y Narcisus, así como el bergantín Puerto de Mahón. A pesar de lo previsto, Renovales pretendía atacar en primer lugar Gijón desde la mar con toda la artillería posible, incluyendo los cañoneros pegados a tierra. Después se procedería al desembarco mientras entrarían en acción desde tierra, bajando desde los montes cercanos, las columnas de Porlier, Castañón y Escandón.

El 14 de octubre salió del puerto de La Coruña la expedición. La navegación empezó con buenos auspicios estando el viento del SO, bonancible. El 16 al paso por Ribadeo se unieron al convoy los buques previstos, continuando en conserva todos hasta la tarde del 18 que, sin incidencia notable, fondearon en la playa de Gijón. Al día siguiente desembarcaron las tropas del ejército, uniéndoseles una compañía de infantería de Marina formada con las guarniciones de los buques, la brigada de Artillería del mismo cuerpo, que transportaba la Magdalena, y alguna fuerza inglesa, que hizo subir el total de la división a mil y pico de hombres, y atacando inmediatamente la plaza, en combinación de las divisiones de Porlier y Castañón, que bajaron de las alturas próximas, entraron en ella retirándose la guarnición francesa por el camino de Oviedo. Zarauz se ocupó con diligencia en inutilizar la artillería y extraer del puerto los buques mercantes, verificando al amanecer del 20 el reembarco de las tropas, por tener noticias de estar próximo el general francés Bonet que había reforzado a la guarnición, y en efecto entró en Gijón a las ocho de la mañana de ese mismo día, obligando la superioridad de sus fuerzas a que se retirasen los buques, después de un tiroteo que duró hasta la noche. Siguió entonces la expedición hacia Santoña, en cuya playa fondeó el 23, y apenas lo había hecho roló el viento a NO duro, poniendo en peligro a los buques mayores, que hubieron de picar los cables y hacerse a la vela, mientras los menores se amarraban donde pudieran encontrar abrigo.

Estas precauciones no fueron suficientes para evitar la pérdida de los cañoneros, acaecida el 26, refugiándose su gente en los buques del convoy. Malograda la expedición y dispersos los buques, el 29, que mejoró algo el tiempo, cambiando el viento a NE, se dirigieron a Vivero, entrando en su ría, donde se hallaba la fragata de guerra inglesa Narcisus, la Magdalena, el Palomo y dos transportes. El viento se mantuvo bonancible del primer cuadrante el 31 y 1 de noviembre; el 2 roló al N fresco con mal cariz que aumentó sucesivamente hasta el grado de temporal (galerna); causando desde luego varias averías en las embarcaciones menores que acabaron por estrellarse en las rocas. La Magdalena y el Palomo, que habían picado dos cables en Santoña se consideraron en inminente riesgo con los dos restantes al ver que al hacerse de noche aumentaba la mar, y que esta impedía toda comunicación o auxilio, que inútilmente intentaron algunos oficiales y gente de ambos buques que se encontraban en tierra, al oír los cañonazos que anunciaban el peligro de sus compañeros.

A las dos de la madrugada faltaron los cables de la Magdalena, abordándose con la Narcisus, con la que estaba enfilada. Los ingleses picaron sin pérdida de tiempo sus palos y jarcias, con lo que lograron zafarse, a la vez que la Magdalena, se fue contra las rocas de la playa de Cobas. Horrible debió ser este momento: la fragata, además de su tripulación, tenía a bordo la brigada de artillería de Marina y las tripulaciones de los cañoneros perdidos en Santoña, y con sus oficiales y sus jefes perecieron en el maremágnum que se formó; solo ocho fueron sacados con vida, aunque dañados y heridos, entre ellos no estaban los capitanes de navío Joaquín Zarauz, comandante de las fuerzas navales de la expedición cantábrica, ni Blas Salcedo, comandante de la fragata. Sendas lápidas conmemorativas a su memoria figuran en el Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando (Cádiz).

 

Fuentes y bibl.: Archivo-Museo don Álvaro de Bazán (El Viso del Marqués, Ciudad Real), Expediente personales, leg. n.º 620 /1299.

F. P. Pavía, Galería biográfica de los generales de Marina, jefes y personajes notables que figuraron en la misma corporación desde 1700 a 1868, t. III, Madrid, Imprenta de F. García, 1873, págs. 281-284 y 363-365; C. Fernández Duro, Naufragios y Armada española desde la unión de los reinos de Castilla y de Aragón, t. VIII, Madrid, Est. Tipográfico Sucesores de Rivadeneyra, 1902, págs. 166-170, 219-225 y 468; D. de la Valgoma y El Barón de Finestrat, Real Compañía de guardiamarinas y Colegio Naval. Catálogo de pruebas de Caballeros aspirantes, t. I, Madrid, Instituto Histórico de Marina, 1955, asientos 1877 y 1878, págs. 431-432; F. Güemes, Memorial de un naufragio, Vivero (Lugo), Gráficas Neira, 1991, págs. 144-190; J. R. Cervera Pery, El Panteón de Marinos Ilustres, trayectoria histórica, reseña biográfica, Madrid, Servicio de Publicaciones del Cuartel General de la Armada, 2004, págs. 165-166; L. M. Delgado Bañón, El cañonero Estrago, Barcelona, Editorial Noray, 2008, págs. 265-380.

 

José María Madueño Galán