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Francisco Antonio Elorza y Aguirre

Biografía

Elorza y Aguirre, Francisco Antonio. Araoz, Oñate (Guipúzcoa), 3.I.1798 – Madrid, 3.XI.1873.

Militar, mariscal de campo de Artillería, director de las fábricas militares de Trubia y Oviedo, impulsor de la siderurgia en España.

Francisco Antonio Elorza y Aguirre nació en Araoz, en la provincia de Guipúzcoa el 3 de enero de 1798. Con tan sólo trece años, en 1811 y en plena Guerra de la Independencia, ingresó como caballero cadete en el Real Colegio de Artillería instalado desde 1764 en Segovia, pero por avatares de la contienda, ubicado provisionalmente en las Islas Baleares. La necesidad de oficiales de artillería científicamente formados, sacó aquel centro de enseñanza militar del territorio peninsular, pero en ningún caso menguó el nivel de los estudios artilleros. De esta forma, y con excelentes calificaciones, el cadete Elorza fue promovido a subteniente en 1814.

Ya como oficial del Cuerpo de Artillería estuvo destinado en distintos lugares de Galicia donde le sorprendió el levantamiento de Cabezas de San Juan con Riego a la cabeza, tomando parte a favor de la restauración de la Constitución de 1812. Ante la entrada en España del ejército de los Cien Mil Hijos de San Luis, mandado por el duque de Angulema, Elorza combatió en su contra en Soria, Valencia, Murcia y Cartagena. La pérdida de esta última ciudad determinó su salida de España.

Precisamente, su posicionamiento en este conflicto de la España de principios del xix, tuvo como consecuencia que, cuando se restauró el absolutismo, Elorza se vio obligado a exiliarse a Bélgica, Alemania, el Piamonte y Gran Bretaña. De esta forma, comenzó una nueva y fructífera etapa de su vida profesional dedicada al estudio, fundamentalmente de la siderurgia.

En definitiva, este artillero estuvo emigrado hasta 1828, aprovechando estos años para realizar estudios de ingeniería por Europa. De hecho, recorrió durante seis años la Europa industrial y amplió sus conocimientos de metalurgia, ciencias naturales y explotación de minas en la Universidad de Lieja. El Rey le concedió la posibilidad de volver en 1829 y, en principio, se le permitió realizar sus trabajos en fábricas particulares. Consecuentemente, fue destinado a dirigir las minas e instalaciones siderúrgicas de Marbella, que rehabilitó.

En 1832, de forma oficial, se le encargó poner en productos y dirigir las minas de El Pedroso (Sevilla), al tiempo que organizó la explotación del carbón de Villa del Río. Por el decreto de amnistía de 1833 se le hacían efectivos sus empleos, aunque pidió continuar en la situación de supernumerario en que estaba desde su retorno para poder seguir y finalizar con sus trabajos en El Pedroso.

Y, sin duda, 1843 fue un año crucial para Elorza y para la siderurgia. El entonces director general de Artillería, Francisco Javier Azpiroz y Jalón, conde de Alpuente, le encargó un estudio técnico sobre la industria trubieca, literalmente centrado en “lo que es la Fárbica de Trubia, y lo que de ella se puede y debe esperar con la protección del Gobierno de S. M.”. El artillero se volcó en la redacción de una memoria sobre el establecimiento de Trubia (fundada en 1792) y su proyección de futuro. Este trabajo fue decisivo para la inmediata puesta en marcha de la fábrica para fundir artillería de hierro colado. Ya desde noviembre de 1834 la Dirección General de Artillería ordenó que en Trubia, además de piezas de artillería, se acometiera la fundición de municiones. Azpiroz propuso la puesta en marcha de nuevo de la industria trubieca, para fundir artillería de hierro colado.

En 1844 fue nombrado director de la fábrica asturiana, y a partir de aquel momento su capacidad de trabajo, formación técnica y científica, así como los conocimientos adquiridos por Europa, le impulsaron a levantar un establecimiento industrial modélico.

Con gran tesón, compaginó su tarea de levantar un gran centro industrial con frecuentes viajes al extranjero: visitó fábricas y fundiciones, y tomó contacto con los ejércitos europeos mejor dotados en materiales de artillería, para traer a España los últimos adelantos tecnológicos.

En medio de todo aquel proceso, Francisco de Elorza consideró imprescindible mejorar los medios de comunicación y transporte hasta aquel paraje, y adquirir minas de carbón de piedra. Sin duda era muy necesario contar con un criadero de carbón mineral para el alimento de los hornos, por lo que solicitó la concesión de las minas de la Riosa, que comenzaron a explotarse con tal fin en 1846.

Paralelamente, trabajó por mejorar las infraestructuras y las comunicaciones, para lo que —por indicación suya— se compraron terrenos y se hicieron vías para la conducción de minerales y carbones, entre ellas, un camino carretero de veinte kilómetros que unía Trubia con la Riosa. Desde el punto de vista de las comunicaciones, uno de sus grandes logros fue conseguir la carretera hasta Oviedo y el puente sobre el río Nalón, construyendo él mismo uno sobre el Trubia. Al tiempo, realizó una encomiable labor de repoblación forestal de la zona, pues también trajo arbolado desconocido de Francia, Bélgica y Alemania, llenando de plantíos toda la comarca.

Bajo la dirección de Elorza se ampliaron y reformaron las instalaciones antiguas de la fábrica asturiana, pues encontró todo en estado prácticamente ruinoso, ya que su fundación y primeras edificaciones e infraestructuras databan de finales del siglo xviii. En una primera fase de los trabajos, empezó por derribar los antiguos hornos, levantar de nuevo los talleres y dos nuevos hornos. Para mejorar la fuerza motriz, el artillero entendió imprescindible duplicar la anchura del canal y mandó realizar una nueva toma de agua, modificando la presa que dirigía las aguas del Trubia. De aquella forma, se pasaba a contar con siete mil pies cúbicos de agua por minuto que, con una caída de siete metros, ya producían más de doscientos caballos de fuerza para el trabajo en los talleres.

Por iniciativa de Elorza, en 1848 se puso en marcha el primer horno alto en España, bautizado con el artillero nombre de Daoíz, y el año siguiente un segundo, llamado —como no podía ser de otra manera— Velarde, como homenaje de un compañero de armas a los dos héroes de la Guerra de la Independencia, que dieron su vida por resistir y combatir la invasión de los franceses.

Aquellos dos hornos se ubicaron en el propio taller de fundición y tenían forma de pirámide truncada, con 48 pies de elevación desde el crisol al tragante. El crisol era de piedras refractarias españolas, pero la camisa y la chimenea, de ladrillos refractarios importados de Gran Bretaña. Detrás se encontraba un depósito para el viento de 100 pies de largo y, para regular su presión —a la entrada de las toberas— se instalaron tres aparatos para calentarlo; y delante del crisol, se reservó un generoso espacio para moldear las piezas de artillería grandes. Al lado, se construyeron dos talleres para la fabricación de municiones y moldería, uno con dos hornos para refundir el hierro colado obtenido, sin interferir para nada en la moldería.

Junto a estas instalaciones, Elorza diseñó y coordinó el montaje de dos talleres de moldería de piezas de máquina y de adorno, de fundición de proyectiles, de fabricación de aceros y de limas, el de afino, el de elaboración y estirado de hierro dulce, la forja con cilindros de los cañones para armas portátiles y talleres para corazas, revólveres y ladrillos refractarios.

Por fin, bajo la dirección de este “artillero industrioso” (expresión que aparece reiteradamente en la documentación, siempre en referencia a la figura de Elorza), ya en 1849 se fundió la primera pieza de artillería, un cañón de a 68, con excelentes resultados.

Después de aquello, en Trubia se fabricaron gran número de cañones lisos, de plaza y de costa, y en mayor escala para la Marina, en horno de reverbero y con molde de arena y polvo de cok.

Los obuses y los llamados cañones “bomberos” lisos de 27, 21 y 16 cm de mar y tierra; y los cañones de 20 y 16 cm son de aquellos fructíferos años, en los que se hicieron algunos zunchados lisos y se empezó el rayado del ánima de las piezas, zunchándose ya todas desde el año 1860. Las excepcionales colecciones de artillería del Museo del Ejército Español conservan entre sus fondos piezas como las ya citadas.

La puesta en funcionamiento del Daoíz y el Velarde en la fábrica trubieca, los dos primeros altos hornos en España fue, sin duda, un hito histórico no sólo en la artillería española, sino en la historia de la técnica y la ingeniería españolas. En el Museo del Real Colegio de Artillería de Segovia, que se presenta en el Alcázar de Segovia como homenaje a los cien años que aquella academia estuvo en la fortaleza, se presenta en vitrina, una maqueta a escala de estos dos históricos altos hornos.

Tras un fructífero viaje por Europa que comenzó en 1851, Francisco de Elorza —encargado también de la reforma de la fábrica de armas de Oviedo de 1856 a 1861— introdujo en España la fabricación de cañones de fusil con cilindros laminadores, así como la artillería rayada y de retrocarga.

En este sentido, cabe destacar que en ningún momento perdió el contacto con el extranjero, y procuró compaginar su tarea de levantar un gran centro industrial con sus numerosos viajes por la Europa industrial, destinados a visitar fábricas y fundiciones, y a mantener el contacto permanentemente con los ejércitos europeos mejor dotados en material, para conseguir traer a España los últimos adelantos tecnológicos, aplicándolos con eficacia a los diferentes procesos de fabricación que se iban implementando en las fábricas artilleras sobre las que él tuvo competencias.

Sin duda, Elorza inició las grandes reformas que afectarían a los materiales de artillería, en un época de cambios importantes, pues bajo su dirección se obtuvo el primer acero de crisoles producido en España, al tiempo que se realizaron las primeras operaciones de rayado de las piezas en nuestro país. Hay que destacar también que en esta etapa, en Trubia y con Elorza, se logró un gran dominio y perfección en la fundición de piezas de artillería de hierro colado, como lo demostraron las sucesivas y determinantes pruebas de resistencias a que fueron sometidas.

En 1855 Elorza, con gran acierto, fijó definitivamente las proporciones que debía llevar la fundición trubieca, con lingotes de distinta procedencia: 32 por ciento de hierro colado de Suecia, 40 por ciento de hierro del Pedroso, 10 por ciento de mazarotas de Trubia, 9 por ciento de hierro inglés al cok y 9 por ciento de lingote de Trubia. Por los excelentes resultados de las pruebas comparativas entre esta artillería y la inglesa, este artillero aseguró que las piezas de hierro fundidas en Asturias eran de superior calidad y que, por su resistencia y acabado, podían competir en igualdad con cualquiera de las extranjeras que él tanto había estudiado y experimentado en muy diversos establecimientos fabriles.

En definitiva, se puede afirmar que se está ante la edad de oro de Trubia y el despegue de la siderurgia española, su gran aportación al arma y a la tecnología nacional, que le hizo merecedor del recuerdo y la gratitud del Cuerpo de Artillería, quien, históricamente, ha tenido en Elorza uno de sus referentes y modelos.

En aquel mismo año de 1855, fue encargado también de la dirección de la Fábrica de Armas Portátiles de Oviedo, donde reorganizó los talleres de los diferentes gremios de armeros, poniendo los cimientos de la fabricación, ya mecánica, de las armas portátiles en España.

La fábrica de Trubia fue su gran obra, en la que cuidó junto al proceso de fabricación, hasta el más mínimo detalle en aras de la eficacia y la productividad. De tal manera que, en ella, fundó en 1850 la Escuela de Formación Profesional Obrera que había de formar a los maestros y jefes de taller de la fábrica, dando origen así a una cantera excepcional de profesionales. De esta forma, y en poco tiempo, Francisco de Elorza hizo posible que las instalaciones trubiecas contasen con una mano de obra especializada, unos obreros idóneos y capacitados, ya familiarizados con los modernos procesos de fabricación aplicados al establecimiento asturiano, y con el manejo de la maquinaria y tecnología que su director compró para Trubia en los países técnicamente más adelantados.

En esta misma línea de trabajo, de nuevo, se manifestó como pionero en su tiempo, al plantear la edificación de un barrio populoso para los obreros que llegaban a trabajar en la fábrica; y además, como necesidad prioritaria, hizo las gestiones pertinentes para conseguir importar maestros y operarios extranjeros, especializados en este tipo de trabajos. Indiscutiblemente, la labor de Elorza marcó la más feraz etapa de la historia de la fábrica de Trubia y, sin duda, el despegue de la siderurgia en España.

Buena prueba de todo ello se encuentra en que, en 1855, la fábrica de Trubia, su organización, infraestructuras y proceso industrial fue objeto de admiración en la Exposición Universal de París, donde ganó para el Cuerpo de Artillería —y gran satisfacción de Elorza— la medalla de plata de 1.ª Clase. De igual forma, en la Exposición Universal de París de 1862, las fábricas de Oviedo, Toledo y Trubia —todas ellas dirigidas por artilleros— ganaron medallas de bronce de 1.ª Clase.

El veterano Elorza ascendió a brigadier de Artillería en 1863 y dejó Asturias, pasando a la Junta Superior Facultativa de Artillería, donde continuó a pesar de su promoción a mariscal de campo en 1864; año en el que pasó a formar parte también del Consejo Supremo de la Guerra, donde volcaría la enorme experiencia acumulada hasta entonces.

A lo largo de su vida profesional desempeñó infinidad de comisiones científicas relacionadas siempre con la faceta industrial y técnica del Arma de Artillería, pero no sólo en España, pues otras naciones también le confiaron trabajos específicos, recibiendo medallas y condecoraciones de diversos países. De igual forma, los estados europeos en los que se formó y permaneció largas temporadas, también le hicieron el honor de integrarlo en las sociedades científicas de mayor prestigio en aquella época. De hecho, entre las condecoraciones nacionales y extranjeras que le fueron concedidas en su larga trayectoria militar e industrial, cabe señalar que estaba en posesión de las Grandes Cruces de San Hermenegildo, de Isabel la Católica y del Mérito Militar, Gran Cruz y Encomienda de San Benito de Avis de Portugal, Encomienda de la Legión de Honor francesa, de Leopoldo de Bélgica, de San Mauricio y San Lázaro de Italia y del Águila Roja y de la Corona Estrellada de Prusia. Sin embargo, nunca aceptó el honor de ser elegido diputado a Cortes.

Tras la Tercera Guerra Carlista, se inicia un período en la historia de los materiales de artillería en España, conocido como el de los “proyectistas”, Elorza, Plasencia y Álvarez de Sotomayor en principio, que dieron paso posteriormente también a otros como Mata, Argüelles, Vedes Montenegro, Ordóñez, Artemio... Estos dos últimos serían los responsables, a través de sus proyectos, del gran impulso que recibió la artillería de costa a finales de la década de los setenta y más concretamente en la de los ochenta. Sin embargo, por lo que concierne a los proyectos de Elorza, cabe señalar que en 1870, antes de la Guerra Civil, al final de su vida, al regreso de un nuevo viaje a Prusia, propuso un sistema de artillería de campaña, sitio y plaza de piezas de bronce de retrocarga compuesto de cañones de 8, 9, 12, 15 y 21 cm y morteros de 21 cm, todos con cierre Krupp, obturador Broadwell, rayado cuneiforme, recámara excéntrica y proyectil de envuelta de plomo pesada.

El Regente del Reino, a finales de noviembre de 1870, tomó decisión sobre el proyecto de Elorza, y ordenó la fundición en Sevilla de dos piezas de cada calibre con fines experimentales. La primera —y única— de todas ellas que se fabricó, con la denominación de obús, fue el mortero rayado de 21 cm, dados los importantes antecedentes de su empleo contra Estrasburgo, Montmedy, París y Belfort. Pero, el comienzo de la tercera guerra civil impidió que se fundieran los cañones propuestos, centrándose en las campañas toda la atención del país y de las fábricas artilleras, como no podía ser de otra manera.

En cuanto a su producción editorial, cabe recordar que escribió infinidad de memorias y trabajos científicos sobre tecnología, metalurgia, minería y todo lo relacionado con la siderurgia, en suma sobre cuestiones del Arma de Artillería y su faceta de ingeniería, así como sobre los viajes por Europa y sus establecimientos fabriles más reseñables. En su mayoría, se publicaron en la Revista Científico-Militar Memorial de Artillería, de gran prestigio en toda Europa.

Francisco Antonio Elorza y Aguirre, murió el 3 de noviembre de 1873 a los setenta y cinco años de edad, de los que dedicó cuarenta a la modernización de los establecimientos fabriles de material y armamento. Este artillero es un buen exponente del perfil de la oficialidad del Cuerpo que, desde 1764 se formaba en el Colegio de Segovia, militar, científica y técnicamente, mas aún desde que se consolidó el proceso de estatalización de las fábricas militares españolas, poniéndolas a cargo del Cuerpo de Artillería. De esta forma, y en el siglo xix se hallan destacados oficiales dirigiendo la industria militar, los “ingenieros-artilleros”, que tanto contribuyeron al desarrollo y progreso de España.

El reconocimiento del Cuerpo de Artillería a la aportación del general Elorza para el progreso industrial del Arma se constata cuando se encuentran reiteradamente un buen número de bustos suyos, fundidos en Trubia, como los que se conservan en el Museo del Ejército, en el Alcázar de Segovia o en la Academia de Artillería, así como en diferentes unidades artilleras españolas. La trascendencia de la obra de este general le han hecho merecedor, igualmente, de que se le dedicase un espacio importante en el Museo del Real Colegio de Artillería que, inaugurado en 1996, ocupa las salas del ala sur del Alcázar segoviano.

El perfil científico-militar de este artillero, modelo para futuras generaciones y promociones de Artillería, ha hecho que se multipliquen las copias de su iconografía más conocida. De hecho, el retrato de Elorza se presenta en lugar de honor en todas las instituciones ya citadas, aunque casi siempre son reproducciones del óleo que pintó Pablo Pardo en 1870 y que, en la actualidad, se conserva en la Academia de Artillería de Segovia.

Bibl.: E. Guiu y Marti, El año militar español, Barcelona, 1887; A. Carrasco y Sayz, “Apuntes para la historia de la fundición de bronces en España”, en Memorial de Artillería, Madrid, Imprenta Cuerpo de Artillería, 1887; “Exposiciones artísticas e industriales del Cuerpo de Artillería”, en Memorial de Artillería, Madrid, Imprenta Cuerpo de Artillería, 1890; “Artilleros y Artillería bajo su aspecto industrial o sea, Nuestra Ingeniería”, en Memorial de Artillería, Madrid, Imprenta Cuerpo de Artillería, 1894; J. Vigón, Un personaje español en el siglo xix: el Cuerpo de Artillería, Madrid, CIAP, 1930; Historia de la Artillería Española, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), 1947; P. A. Pérez Ruiz, Biografía del Colegio-Academia de Artillería de Segovia, Segovia, Imprenta El Adelantado, 1960; M. D. Herrero Fernández-Quesada, “Elorza y Aguirre, Francisco Antonio”, en M. Artola (dir.), Enciclopedia de Historia de España, t. IV, Madrid, Alianza Editorial, 1991, págs. 273-274; “La proyección científica y técnica de la oficialidad artillera española en el siglo xviii y xix”, en Actas del Congreso sobre Ejército, Ciencia y Sociedad en la España del Antiguo Régimen, Alicante, Universidad, Fundación J. Gil Albert, 1993; Cañones y probetas en el Alcázar. Un siglo en la historia del Real Colegio de Artillería (1764-1862), Segovia, PAS, 1993; Orígenes del Museo del Ejército. Aproximación histórica al primer Real Museo Militar Español, Madrid, Ministerio de Defensa, 1996; “Artillería. Evolución histórica de los materiales”, en Aproximación a la historia militar de España, t. III, Madrid, Ministerio de Defensa, 2006, págs. 1127-1142.

 

María Dolores Herrero Fernández-Quesada

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