Zaragoza, Lorenzo. Cariñena (Zaragoza), c. 1335 – Valencia, c. 1406. Pintor.
Pintor de origen aragonés pero que desarrolló su carrera entre Cataluña y Valencia a lo largo de la segunda mitad del siglo xiv y los primeros años del XV. Se trata sin duda de una de las figuras artísticas más polémicas del arte gótico de la Corona de Aragón por cuanto contrasta la relativamente abundante documentación de archivo que sobre él se conserva con las enormes dudas sobre la obra que se le puede atribuir, y por tanto su adscripción a una u otra corriente de la pintura gótica, lo que se ha traducido en enconados debates al respecto entre distintos especialistas.
Sus rastros documentales se pueden seguir desde 1363, cuando aparece, ya como ciudadano de Barcelona, cobrando por la confección de un retablo para la iglesia de Castellnou de Bages, población de la diócesis de Vic. Apenas un año más tarde, en 1364, un boticario barcelonés residente en Cagliari (Cerdeña), Miquel Tosell, le encargó un retablo bajo la advocación de san Gabriel y san Antonio. Seguramente Tosell se hallaba en aquellos momentos gravemente enfermo lo que explica los cortos plazos que se pactaron en el contrato —el retablo debía estar acabado en apenas tres meses y medio cuando lo normal era un año— y las reducidas dimensiones —1’ 35 x 2’13 metros—, que sin duda facilitarían el transporte por mar de la pieza. Los 540 sueldos barceloneses que se habían pactado como precio sitúan a este pintor en un escalafón todavía bajo respecto a los precios que venían cobrando entonces otros artistas de la Ciudad Condal por sus obras.
Hay que pensar, pues, que Lorenzo Zaragoza estaba abriéndose trabajosamente paso en el competitivo mercado barcelonés, en una ciudad que, una vez pasados los primeros embates de la Peste Negra, continuaba siendo uno de los grandes centros mercantiles del Mediterráneo y donde una pujante burguesía generaba una gran demanda de retablos para sus capillas familiares, siendo los talleres de la familia Serra o de Pere de Valldebriga los que acaparaban los encargos más jugosos. Sin embargo Zaragoza no dejó de trabajar. En febrero de 1365 contrató un retablo de la Virgen María para la iglesia de Santa María de Cardedeu en el que nuevamente se comprometía a acabarlo en un plazo muy corto, de apenas seis meses. Y también en este caso el precio era más bien modesto, de sólo 240 sueldos. Parece que Zaragoza se estaba especializando de alguna manera en obras reducidas y en acabados rápidos, aunque en este caso la descripción de las escenas que se especifica en el contrato —la Anunciación, la Natividad, la Adoración de los Magos, la Purificación, la Piedad y la Asunción— encaja a la perfección con lo que estaban ofreciendo en aquellos momentos los hermanos Serra o Ramon Destorrents.
En junio de ese mismo año se registra el último pago de un retablo de san Juan Bautista y san Martín que le hace el convento de la Merced de Barcelona, un cliente ya de cierta importancia, capaz de pagar 700 sueldos por la obra. Y en abril de 1366 Lorenzo Zaragoza se relaciona por primera vez con el entorno cortesano, pues Beatriu, la esposa del tesorero real, Bernat Ulzinelles, le encarga un nuevo retablo de la Virgen, también para que lo acabara en un tiempo “récord” de apenas cuatro meses a partir de un boceto que la misma cliente le proporcionó. Y su cotización continuaba creciendo: ahora eran 900 sueldos los pactados a cambio de su trabajo. Para entonces ya debía tener a sus órdenes un taller más o menos numeroso que le permitiera responder a estas demandas perentorias, aunque sólo conocemos la existencia de un hermano suyo, Pascual, al que nombró su procurador para exigir deudas en su nombre, pero en ningún momento se dice que éste se dedicara también a la pintura.
Seguramente sería, sin embargo, sobre todo el entorno de la reina Elionor de Sicilia, esposa de Pedro el Ceremonioso, el que le permitiera mejorar considerablemente su reputación artística. En diciembre de 1366 la reina pretendía enviar sendos presentes a los conventos de clarisas de Calatayud y Teruel en forma de dos retablos, el primero bajo la advocación de san Nicolás y el segundo de santa Catalina, y el encargado de ejecutarlos fue Lorenzo Zaragoza, quien debió dejar satisfecha a su distinguida cliente, porque al año siguiente fue nombrado por ella “doméstico y familiar nuestro”. En los años siguientes se multiplicaron los encargos reales, consignados en el libro de obras del Palau Reial Menor de Barcelona, como diversas piezas de mobiliario o un lienzo con la imagen del papa Urbano, además de otros trabajos para el capellán del rey, o para los prohombres de Santa Eulàlia de Provençana, cuya iglesia parroquial luciría en su altar mayor desde 1370 un retablo pintado por Zaragoza, y para el convento del Carmen de Barcelona.
Con todo, las pinturas más suntuosas y caras continuaban siendo casi un monopolio del taller de los hermanos Serra, Jaume, Pere y Francesc. Y a principios de la década de 1370 los dirigentes municipales de Albocàsser (Castellón), descontentos con el retablo del altar mayor de su iglesia que había pintado el tortosino Domingo Valls, se negaron a pagarle parte de lo acordado por la obra y recurrieron al rey para que solucionara el pleito. En enero de 1373 Pedro el Ceremonioso contestó a la petición de los de Albocàsser afirmando que Valls había ido a Barcelona para llevarse con él a Lorenzo Zaragoza “el mejor pintor que hay en esta ciudad”, con la idea de que peritara el trabajo realizado y le ayudara a acabarlo. Esta inusual alabanza del monarca hacia un pintor que sin duda no era el más solicitado de la urbe ha hecho correr ríos de tinta, poniéndose en duda incluso la sinceridad y hasta el buen gusto del Ceremonioso. Sin embargo no debe extrañar tanto, dados los vínculos que ya unían a Zaragoza con la corte y el mismo contexto de la carta, que trata de señalar cómo Valls estaba haciendo todo lo posible por satisfacer las exigencias de sus clientes. Lo cierto es que Zaragoza no acudió a Albocàsser por estar “muy ocupado con diversas obras nuestras” —del Rey—aunque éste les prometió que más adelante lo enviaría para juzgar la obra de su colega.
No se puede estar seguro, por tanto, de que éste fuera el primer acercamiento de Lorenzo Zaragoza a tierras valencianas. Lo cierto es que en noviembre de 1374 el consejo municipal de Valencia decidió proponerle que “volviera” a la ciudad, porque, según afirmaban, “por algunas adversidades de guerras y otras cosas se había ido a estar a la ciudad de Barcelona”. Esta afirmación implica, necesariamente, una estancia previa del pintor en Valencia que, por las razones que se aducen para su partida, debería situarse indefectiblemente en los últimos años de la década de 1350 o los primeros de 1360, con motivo de la guerra con Castilla y los asedios de la urbe por Pedro el Cruel. Es decir, que antes de la muy documentada etapa barcelonesa de Zaragoza, debió haber otra valenciana que no nos ha dejado rastro documental, quizá porque el pintor era entonces demasiado joven para trabajar todavía por su cuenta.
Los regidores valencianos le realizaron a Zaragoza una tentadora oferta para que volviera a la ciudad en la que, presumiblemente, se había iniciado: le ofrecían de entrada una “prima” de 550 sueldos valencianos, más otros 1.100 para que se comprara una casa, a condición de que se hiciera vecino de Valencia y se quedara a residir ya en ella para siempre, lo que el pintor aceptó jurando su avecindamiento en la ciudad del Turia el 28 de noviembre de 1374. Este paso decisivo en su carrera indica el interés de Zaragoza por buscar nuevos horizontes donde probablemente la competencia era menor que en Barcelona, pero también la energía de una urbe que, superada la difícil coyuntura de mediados del Trescientos, iniciaba el despegue económico, político y cultural, hacia su Siglo de Oro, y cuyo gobierno municipal pretendía que cristalizaran en ella unos talleres artísticos de calidad de forma estable.
De entrada, el cambio de domicilio de uno de sus pintores preferidos alertó al monarca. Pedro el Ceremonioso escribió en mayo de 1377 al gobernador y a otros oficiales del reino de Valencia para que localizaran a Zaragoza y recabaran de él la seguridad de que acabaría el retablo de santa Apolonia que le había ordenado pintar para la iglesia de San Lorenzo de Zaragoza. Pero pronto Zaragoza se comenzó a labrar una clientela en su nueva ciudad, y en la década de 1380 parece que vivió el apogeo de su carrera, con encargos documentados para canónigos de la catedral de Valencia, para Sant Bernat de Rascanya, Santa María del Puig o las iglesias parroquiales del Salvador y de San Andrés de la capital, especialmente importante este último, pues consistió en la confección del retablo mayor, que se liquidó en 1389 por nada menos que 5000 sueldos. De estos años data también la única noticia conocida sobre su esposa, Caterina, que en 1383 nombraba procurador de sus asuntos a un tal Bernat Daviu, ciudadano de Valencia.
En 1391 trabajó para el mismo municipio que había propiciado su llegada a la ciudad, pintando las bóvedas del Peso Real. Pero en esos años la llegada a Valencia de nuevos maestros foráneos de gran reputación, como el nórdico Marçal de Sax, el italiano Starnina o el catalán Pere Nicolau, debieron socavar la relativa supremacía que hasta esos momentos ostentaba Lorenzo Zaragoza en el mercado artístico local. No se conoce después de 1391 ningún trabajo contratado por él en la ciudad de Valencia, sino que debió circular por poblaciones como Alzira, Jérica, Sagunt, Onda o Borriana, de cuyo retablo del Salvador y la Resurrección de Cristo, se pactó su factura en noviembre de 1405, y pudo ser su última obra antes de su muerte.
Sin embargo, como apuntábamos más arriba, no existen hoy obras conservadas que se puedan atribuir sin ninguna reserva a Lorenzo Zaragoza. En un principio se identificó un retablo de la Virgen, san Martín y santa Águeda de Jérica (Castellón), perdido pero conocido por fotografías, con el que se encargó a Zaragoza en esta localidad en 1394. Pero Antoni José i Pitarch cuestionó en 1975 que un pintor como Zaragoza, formado en el estilo italianizante de la Barcelona de 1360-1370, fuera el autor de una obra tan novedosa, en la que se expresaban ya maduras las formas del gótico internacional que apenas comenzaban a importar los Starnina, Sax o Nicolau. José i Pitarch propuso en cambio la identificación de Lorenzo Zaragoza con otro pintor más tradicional, el llamado “Maestro de Villahermosa”, tras documentar su presencia en Alzira, en cuyo ayuntamiento se conserva un apostolado muy similar a los retablos de la Eucaristía, de san Lorenzo y san Esteban, y de la Virgen, y los compartimentos de otro del Juicio Final, de Villahermosa del Río (Castellón). A partir de las tesis de este autor se atribuyen a Zaragoza las obras que antes se creían de otro ilustre “exiliado” catalán en Valencia, Francesc Serra II. Básicamente son los retablos mencionados más las tablas de San Lucas procedentes del retablo de los Carpinteros de la iglesia de Sant Joan del Mercat de Valencia; el Salvator Mundi y la Virgen de Penella de la catedral de dicha ciudad; las tablas de la Virgen de la Leche de Albarracín (Teruel), y de la Virgen, santa Clara y san Antoni Abad de Chelva (Valencia), hoy ambas en el Museu Nacional d’Art de Catalunya; y las tablas laterales del retablo de Alpuente (Valencia), hoy repartidas entre la iglesia de El Collado (Valencia) y el Museo de Bellas Artes de Zaragoza. También se relaciona con su etapa catalana la Virgen de Torroella de Montgrí de la Fundación Godia de Barcelona.
Todas ellas presentan los rasgos de un estilo directamente emparentado con el italogótico imperante en los talleres barceloneses de Ramon Destorrents y de los hermanos Serra, con personajes de escasa corporeidad y rostros alargados; fondos, nimbos y a veces hasta ropajes dorados y burilados; y unos marcos arquitectónicos convencionales y en los que resalta el peculiar tratamiento de las superficies de madera, con unos minuciosos nudos. Se ha considerado, en todo caso, que existe una cierta evolución en su obra, y por ejemplo en el Juicio Final de Villahermosa se observa un mayor volumen de las figuras y fórmulas iconográficas más novedosas. No obstante, el acuerdo no es unánime en todas estas atribuciones, por cuanto supondría hacer responsable a este pintor de la práctica totalidad de las obras valencianas de este período que se conservan, e ignorar la presencia de otros artistas, como el citado Francesc Serra II, u otros pintores activos por entonces en el reino de Valencia, como Pere Saragossà — ¿quizá un familiar de Lorenzo?—, Guillem Ferrer, Francesc Pintor o Bernat de Vilaur, de los que sabemos con certeza que se dedicaban también a la confección de retablos.
Obras de ~: Todas atribuidas: Virgen de la Humildad de Torroella de Montgrí (Barcelona); Retablo de la Eucaristía de Villahermosa del Río (Castellón); Retablo de los santos diáconos (Lorenzo y Esteban) de Villahermosa del Río (Castellón); Retablo de la Virgen de la Humildad, Villahermosa del Río (Castellón); Compartimentos del retablo del Juicio Final, Villahermosa del Rio (Castellón); escenas laterales del Retablo de la Virgen de Alpuente, hoy en la iglesia de El Collado (Valencia); Apostolado, Ayuntamiento de Alzira (Valencia); Escenas del retablo de San Lucas del Gremio de Carpinteros de Valencia, procedente de la iglesia de Sant Joan del Mercat de valencia y hoy en el Museo de Bellas Artes de Valencia; Retablo de la Virgen, Chelva (Valencia), hoy en el Museu Nacional d’Art de Catalunya (Barcelona); Retablo de la Virgen de la Leche, Albarracín (Teruel), hoy en el Museu Nacional d’Art de Catalunya (Barcelona); Salvator Mundi del Museo Diocesano de Valencia.
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Juan Vicente García Marsilla