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Gregorio Catalán Valero

Biografía

Catalán Valero, Gregorio. Osa de la Vega (Cuenca), 12.III.1876 – 6.IX.1901. Militar, héroe.

Gregorio Catalán Valero nació en el seno de una humilde familia de jornaleros. Cuando llegó el momento de incorporarse a filas en 1896 fue destinado al Regimiento de la Constitución con sede en Pamplona, pero las distintas insurrecciones en los territorios de ultramar cambiaron su destino y se dispuso el envío de tropas a Filipinas. Gregorio Catalán desembarcó en Manila el 3 de diciembre de 1896 formando parte del Batallón de Cazadores Expedicionario n.º 2.

Después de diversas campañas en la isla de Luzón, su batallón fue encargado de relevar a otro ya maltrecho, que meses antes había sufrido los ataques de losinsurgentes tagalos en Baler, un pequeño pueblo de la costa filipina. Y, a pesar de que ninguna razón política ni táctica aconsejaba el sostenimiento de aquel puesto militar, en febrero de 1898, el Batallón de Cazadores n.º 2 llegó a Baler, en medio de un precario alto el fuego fruto del Tratado de Biacnabato, de 23 de diciembre de 1897, entre el gobierno militar español y los representantes de los insurrectos filipinos.

Pero pronto se reanudaron las hostilidades por parte de los independentistas filipinos, y el 27 de junio de 1898 se puso cerco a la exigua guarnición de Baler, la cual, lejos de amedrentarse, comenzó a defenderse tomando posiciones en la iglesia, el único edificio que les ofrecía garantías. Fue en estos primeros días de asedio, cuando Catalán Valero protagonizó un acto heroico que lo ensalza dentro del grupo que pasará a la historia como “los últimos de Filipinas”. Faltaba poco a los insurgentes para cerrar completamente el cinturón de trincheras que dirigían hacia el Cuartel de la Guardia Civil, situado a menos de quince pasos de la iglesia, donde se hallaban refugiados los militares españoles. Era indudable que los filipinos dominarían por completo la situación, dada la cercanía y condiciones del edificio, por lo que era preciso evitarlo a todo trance. Así lo hizo Catalán Valero que, con gran serenidad y un arrojo admirable, salió bajo el fuego de unos ochocientos sitiadores e incendió no solamente dicho cuartel, sino también las escuelas, pero con tal habilidad que las tres construcciones quedaron arrasadas en su totalidad, muy a despecho de los insurrectos, que a pesar de su número, no se atrevieron a desafiar el plomo español para impedir la realización de aquella empresa. Después, el pequeño destacamento tuvo que resistir en el pequeño edificio sin ningún tipo de comodidad ni posibilidades higiénicas, y, además, sus escasos víveres se encontraban en mal estado y carecían de medicinas y de ropa de muda, pues se había dado a lavar a los indígenas poco antes del asedio. Pese a todo, efectuaron otras salidas para destruir los atrincheramientos enemigos y conseguir algunas verduras y animales para aumentar las penosas raciones de alimentos podridos.

Comenzaron también, por esta razón, las enfermedades a atacar a los sitiados, falleciendo el capitán Enrique de Las Morenas y su sustituto el teniente Zayas, así como el párroco de Baler, quedando el mando en manos del teniente Saturnino Martín Cerezo, que fusiló a dos desertores para evitar más traiciones de las siete que se habían producido. Otros dos murieron por fuego enemigo y dos más quedaron inválidos como consecuencia de las heridas. En esta situación, se prolongó el asedio hasta el 2 de junio de 1899, cuando la guerra ya había terminado para España, reanudándose entre los filipinos y Estados Unidos, pues el destacamento no creía las noticias de los periódicos españoles, que Martín Cerezo creía falseadas por los filipinos, hasta que vio anunciado un nuevo destino de un compañero por motivo de boda, lo que indudablemente no podía deberse a la imaginación de los rebeldes, por lo que se decidió a capitular con todos los honores, saliendo la fuerza armada y con todos los honores, mientras los sitiadores les presentaban armas. Incluso Aguinaldo, entonces presidente de la República Filipina, emitió un decreto el 30 de junio de 1899, afirmando que los defensores “se habían hecho acreedores a la admiración del mundo” y que “no serán considerados como prisioneros, sino por el contrario, como amigos”.

Tras aquella guerra que terminó en la cesión de los territorios a los Estados Unidos de América, muy pocos de estos héroes del fuerte de Baler regresaron a España. Algunos desembarcaron en Barcelona el 1 de septiembre de 1899, después de no pocas vicisitudes.

Cinco días después, Gregorio Catalán Valero volvió entre vítores a su pueblo conquense, donde la gesta ya era conocida y celebrada por todos. Sin embargo, 337 días de sacrificios y padecimientos se cobran su tributo, y el héroe, enfermo de tuberculosis, murió justo dos años después de su regreso, en medio de las mayores estrecheces económicas.

 

Bibl.: E. Altamirano y Salcedo, Filipinas: Relato histórico de actos y hechos realizados en los últimos días de nuestra dominación, Madrid, Carlos Pekín, 1902; S. Martín Cerezo, El Sitio de Baler (Notas y Recuerdos), Guadalajara, Taller Tipográfico del Colegio de Huérfanos, 1904 (5.ª ed. corr. y aum. con pról. de Azorín, Madrid, Ministerio de Defensa, Centro de Publicaciones, 2000); R. Fernández de la Reguera y S. March, Héroes de Filipinas: los héroes del desastre, Barcelona, Planeta, 1963; V. Santiago Parra, Gregorio catalán y los últimos de Filipinas. I Centenario del Sitio de Baler, Osa de la Vega (Cuenca), Ayuntamiento de Osa de la Vega, 1998; M. Leguineche, Yo te diré [...] La verdadera historia de los últimos de Filipinas, Madrid, El País-Aguilar, 1998; X. Brisset Marín, Los rostros del mito: contexto histórico y biografías de los últimos de Filipinas, Madrid, Dirección General de Bellas Artes y Bienes Culturales, 2000; Álbum de la Infantería y Caballería española del Ejército de Filipinas, 1856: realizada con motivo del homenaje rendido a los Héroes de Baler “Los Últimos de Filipinas”, 9 de septiembre de 2005 (Casa Asia, Barcelona), Madrid, Ediciones del Umbral-Ministerio de Defensa, 2005.

 

Vicente Santiago Parra