Muḥammad I: Abū cAbd Allāh Muḥammad b. Yūsuf b. Muḥammad b. Aḥmad b. Muḥammad b. Jamīs b. Naṣr b. Qays al-Jazraŷī al-Anṣārī, al-Gālib bi-llāh. Ibn al-Aḥmar. También conocido con los sobrenombres de al-Šayj y Abū Dabbūs. Arjona (Jaén), finales de 591 H./f. 1195 C. – Granada, 29.VI.671 H./20.I.1273 C. Emir de al-Andalus, fundador y primer sultán de la dinastía de los Nazaríes de Granada (sucedido por Muḥammad II).
El nombre indicado en el encabezado corresponde a la forma más extensa y completa de la denominación de este sultán, que las fuentes árabes suelen abreviar como Muḥammad b. Yūsuf b. Naṣr, aunque la forma en que se le denominaba comúnmente era Ibn al-Aḥmar, por lo que los autores árabes —e incluso alguna documentación castellana— denominan a la familia y su dinastía Banū l-Aḥmar, aunque también acabaron denominándose Banū Naṣr, por el prestigioso ascendiente Naṣr que se atribuían y de donde procede el término español nazarí (árabe naṣrī). Los dos sobrenombres de al-Šayj (el Jeque) y Abū Dabbūs (el de la Maza rompecabezas) tienen un carácter de dignidad y prestigio y a ellos sumó el laqab (sobrenombre honorífico de soberanos) al-Gālib bi-llāh, “el Vencedor por [la gracia de] Dios”, que adoptó en algún momento después de su proclamación como soberano y que presenta una clara relación con el lema de la dinastía, “wa-lā gālib illā Allāh”, “y no hay más vencedor que Dios”, sobre lo cual conviene indicar que existen antecedentes de utilización de este lema en época almohade.
Nació en plena época almohade, a finales del año 591/16 de diciembre de 1194-5 de diciembre de 1195), en Arjona (Arŷūna), donde se había establecido su familia, los Banū Naṣr o Banū l-Aḥmar, “cuya ocupación era la guerra santa, el labrar la tierra su medio de vida y la valentía la cualidad que los había hecho célebres” en palabras de Ibn al-Jaṭīb. Esta actividad agrícola es interpretada por los cronistas castellanos negativamente para, desde la perspectiva de una sociedad muy estratificada, desacreditar a Ibn al-Aḥmar diciendo “que poco antes era quintero, que non auie otro mester sinon seguir los bueys et el aradro”.
De su personalidad destacan tanto fuentes árabes como cristianas su valentía y capacidad militar, e Ibn al-Jaṭīb subraya su sencillez y que “desdeñaba la vida tranquila y ociosa y prefería la rudeza y la pobreza; sobrio en la comida, nada afectado, sencillo en las armas [...] menospreciaba la presunción, era buen amigo para sus parientes, bienhechor de su gente”.
Las fuentes árabes le atribuyen al fundador nazarí una genealogía ilustre que se remonta a un prestigioso compañero de Mahoma llamado Sacd b. cUbāda, jefe de la tribu de los Jazraŷ de Medina y uno de los más destacados anṣār (“auxiliares [medineses]”). Está documentada la llegada de dos de sus descendientes a al-Andalus en el siglo VIII durante la conquista de la Península Ibérica, momento en el que se establecieron, respectivamente, en Tākurunna (Ronda) y en una alquería de Zaragoza (Corbalán) que tomó su nombre, aunque también se sabe que hubo en otros lugares, como Medina Sidonia y Valencia.
Sin embargo, la autenticidad de esta genealogía de prestigio no resulta suficientemente demostrada y parece una elaboración de siglos posteriores (probablemente durante la etapa de esplendor nazarí), para enaltecer y dotar a la dinastía de unos orígenes acordes con la brillantez alcanzada en esa etapa. Así, las fuentes árabes que mencionan dicha genealogía son todas de los siglos XIV y siguientes, posteriores al establecimiento de la dinastía. Además, las fuentes que ofrecen más detalles al respecto fueron redactadas por autores nazaríes estrechamente vinculados a los sultanes de la Alhambra, en especial Ibn al-Jaṭīb. En cambio, otros autores árabes no andalusíes y exteriores al emirato (norteafricanos y orientales), recogen también la noble ascendencia pero dejan constancia de que es una atribución cuya autenticidad desconocen, aunque algún oriental sí la da por buena.
A finales de la tercera década del siglo XIII el jefe de la familia de los Banū Naṣr de Arjona era Ibn al-Aḥmar junto con su hermano Ismācīl, que contaban con antecesores militares en el ŷund o ejército regular y gozaban de gran influencia sobre su comarca.
Aunque, como se ha dicho, Muḥammad b. Yūsuf (Ibn al-Aḥmar), se dedicaba a la agricultura, había llevado a cabo diversas actividades militares, tanto encabezando acciones de defensa de la frontera como efectuando incursiones en territorio cristiano, hasta el punto de que fue denominado por sus biógrafos tagrī (“frontero”) y probablemente a ellas se deba su sobrenombre de Abū Dabbūs, “el de la maza”. Los éxitos que obtuvo le proporcionaron un respaldo, fama y crédito entre la población que incrementaron el número de sus partidarios. Con este apoyo y el de su propia familia, al que se sumaba el de la también importante familia arjonera de los Banū Ašqīlūla, con los que había emparentado por matrimonio, se hallaba en situación de encabezar un movimiento de independencia y gobernar un territorio propio.
Las circunstancias políticas y sociales de al-Andalus en ese momento son difíciles: se halla sumido en un tercer periodo de taifas que ha fragmentado nuevamente el territorio islámico durante el proceso de decadencia del poder almohade, contra el que se levantan diversos señores locales. El más importante de estos movimientos de independencia frente a los Almohades fue el encabezado por el murciano Ibn Hūd en 1228, que llegó a reunificar gran parte de al-Andalus bajo su poder y que combatió al mismo tiempo contra los reinos cristianos, que aprovechaban la fragmentación andalusí y la debilidad del poder almohade para atacar los territorios islámicos.
Sin embargo, al cabo de cuatro años los reiterados fracasos militares de Ibn Hūd frente a los cristianos provocaron el descontento de la población, que se sentía indefensa con un soberano que no les garantizaba la seguridad y que, además de no tener grandes cualidades de gobernante, les exigía elevados impuestos para pagar las treguas a los castellanos. En este clima de descontento, la situación era propicia para el surgimiento de nuevos dirigentes, sobre todo en zonas fronterizas especialmente castigadas por los ataques cristianos, como las tierras de Jaén, que en esa época se hallaban organizadas en una serie de ḥuṣūn, fortalezas y poblaciones fortificadas, una de las cuales era Arjona.
Por tanto, esta coyuntura y circunstancias favorables decidieron a Muḥammad b. Yūsuf, conocido como Ibn al-Aḥmar, que ya se hallaba en disposición de encabezar un movimiento de independencia, a sublevarse contra Ibn Hūd y proclamarse soberano en Arjona. Para ello, el mejor activo que presentó antes sus conciudadanos fue la defensa de la frontera, lo que al mismo tiempo era el argumento más efectivo que podía esgrimir frente a Ibn Hūd por sus fracasos y un factor decisivo ya que una de las bases de la legitimidad del poder en el Islam y obligación esencial del soberano es la defensa de las fronteras y de la integridad del territorio.
La proclamación tuvo lugar en una fecha, tanto por el mes como por el día de la semana, muy especial en el calendario islámico: ramaḍān, mes de particular significación socio-religiosa y comunitaria, y viernes, día de la plegaria obligatoria en la aljama y con una gran trascendencia religiosa pero también con funcionalidad política. De hecho, muchos dirigentes fueron proclamados en viernes, como Ibn Hūd, contra el que se rebelaba, y el mismísimo fundador almohade, el Mahdī b. Tūmart, proclamado después de la oración de un viernes de ramaḍān. Además, a lo largo de la vida de Ibn al-Aḥmar, este y otros acontecimientos felices para él sucedieron en viernes, como la posesión de Jaén y la entrada en Granada, por lo que acabó considerando ese día como de buen augurio y por ello, una vez establecido en Granada, repartía los viernes la limosna legal entre los pobres de la capital.
Así, los habitantes de Arjona lo proclamaron tras la oración en la mezquita aljama (mezquita mayor) el viernes, precisamente el último del mes, 26 de ramaḍān de 629/16 de julio de 1232. Contaba en ese momento treinta y siete años de edad.
A partir de ese momento, ya siempre se distinguió y adoptó como seña de identidad el color rojo, derivado de su nombre Ibn al-Aḥmar, “el Hijo del Rojo” (quizás por el nombre de su padre, aunque las fuentes cristianas indican que “porque era muy rubio”). Fue el nombre que utilizó para su denominación y en sus escritos y tomó el color rojo para su emblema y vestimenta: “con él cabalgaba, con él escribía y con él se ataviaba en su vestir, como Ibn Hūd se ataviaba con lo negro para mantener la invocación de los Banū l-cAbbās”, según el cronista Ibn cIḏārī.
Con ello inició una tradición que se mantuvo a lo largo de la dinastía tanto en la onomástica (la designación de Ibn al-Aḥmar acabó extendiéndose prácticamente a todos los sultanes posteriores) como en la representación oficial y diplomática (la chancillería nazarí siempre utilizó en sus escritos el papel carmesí o bermejo).
Al principio solo se declaró amīr (“emir”), pero una vez consolidado su poder, alcanzada la máxima expansión de sus dominios y sin nadie que pudiera rivalizar con su autoridad en al-Andalus una vez muerto Ibn Hūd, adoptó el título superior de amīr al-muslimīn (“emir de los musulmanes”).
Al inicio de su gobierno, tras su proclamación, necesitaba el respaldo oficial y la sanción de una autoridad superior que le confiriese legitimidad y reconocimiento a su levantamiento. Teniendo en cuenta que se había sublevado contra Ibn Hūd y que por entonces no cabía esperar ayuda alguna del califato almohade, decidió hacer manifestación pública de invocación y obediencia al emir ḥafṣí de Ifrīqiya, Abū Zakariyyā’ Yaḥyà. De esta manera, en las mezquitas de los dominios de Ibn al-Aḥmar comenzó a pronunciarse la juṭba (sermón de la oración comunitaria del viernes) en nombre del emir tunecino y, pocos años después, a partir de 1238, también acuñaría moneda a nombre de dicho emir, concretamente los primeros dinares de oro batidos en la ceca de Granada de época nazarí.
Posteriormente, dado que Ibn Hūd se había situado bajo la autoridad de los cabbāsíes, reconoció también al califa de Bagdad al-Mustanṣir, como atestiguan las monedas que llegó a acuñar en su nombre y que fueron batidas tanto en la ceca de Jaén como en la de Granada. Por esta y otras razones que se indicarán más adelante, Ibn al-Aḥmar se vio obligado a someterse a su rival Ibn Hūd cuando en šawwāl de 631/junio-julio de 1234 el embajador del califa cabbāsí llegó con el nombramiento oficial para Ibn Hūd que le otorgaba a este el gobierno sobre todo al-Andalus.
Sin embargo, la muerte de Ibn Hūd abrió la posibilidad de una nueva vinculación política externa. Por esas fechas Sevilla y Ceuta se habían sometido al califa almohade al-Rašīd, opción que Ibn al-Aḥmar consideró la más favorable y así lo hizo en 636/1238-1239.
Es preciso advertir que estos reconocimientos de una autoridad superior no obligaban a Ibn al-Aḥmar en la práctica más que a la mención en el sermón del viernes y eran puramente nominales, pero en cambio le servían para ganarse la confianza y adhesión de dirigentes y militares andalusíes en un momento en el que estaba consolidando su poder. Ibn cIḏārī (m. c. 1320) lo interpreta con claridad: “Aparentaba estar bajo la obediencia de al-Rašīd y ser uno de sus gobernadores que restauraban el reino almohade en al-Andalus; procedía así por su capacidad, ingenio y sagacidad, pues tenía mucha inteligencia y astucia y al-Rašīd se le contentó con que lo nombrase en la juṭba —sermón— e invocase a Dios en su favor”.
Tras la muerte del Califa almohade (ŷumādà II de 640/diciembre de 1242) o cuatro años después, volvió a vincularse al emir de Ifrīqiya Abū Zakariyyā’, que le proporcionó mucho dinero y ayuda para la guerra contra los enemigos infieles, otro de los objetivos que estos actos de reconocimiento perseguían.
Además de estos reconocimientos de autoridades superiores, otro factor que también contribuyó al triunfo del levantamiento de Ibn al-Aḥmar fue su carisma religioso. Su reputación como defensor de las tierras del Islam, su actividad como tagrī (“frontero”) en las zonas fronterizas seguido por los habitantes de esas regiones le facilitaron su posterior aparición como un hombre con una misión religiosa.
A esto hay que añadir su imagen personal un tanto mística o sufí que se desprendía de sus ropas modestas y bastas, sus costumbres austeras, su mismo sobrenombre al-Šayj, “maestro” en un sentido religioso y de sabiduría. Sus biógrafos lo describen como un hombre sencillo y austero que prefería la rudeza y la pobreza, la vida rústica, que era sobrio en el comer, remendaba sus sandalias, vestía ropas ásperas y nunca llevó turbante (aunque tampoco lo llevó Ibn Hūd). Además, tuvo la coherencia y acierto de mantener la imagen de asceta cuando accedió al poder, por lo que procuraba no ejercer directamente el mando político, mientras que el mando militar se lo confió a su aliado y brazo derecho, el jefe de la familia Ašqīlūla, cAlī b. Ašqīlūla.
En el mismo sentido del factor religioso, también hay que mencionar su decidido apoyo y rigurosa aplicación de la doctrina de la escuela jurídica mālikí, hasta el punto de amenazar con cortar las manos a un poeta, secretario de su hijo Faraŷ, que rezaba levantando las manos (gesto autorizado en otras escuelas jurídicas). Además, acogió a los alfaquíes de Málaga que tuvieron que huir de la ciudad por defender la ortodoxia ante los gobernadores de la misma, los Banū Ašqīlūla. También fue de gran ayuda y no solo desde el punto de vista ideológico-religioso, el hecho de que un prestigioso y venerado personaje de carácter místico y santo, al-Yuḥānisī (m. 667/1268-1269), rechazara el gobierno de Ibn Hūd y apoyara la causa de Ibn al-Aḥmar desde muy temprano.
Tras la proclamación de Ibn al-Aḥmar en Arjona en 1232, su autoridad se extendió ese mismo año hasta Guadix, Baza y Jérez (o Jeres) del Marquesado, próximo a Guadix. La fama de su levantamiento se extendió rápidamente y al año siguiente, los habitantes de Jaén, tras presenciar el asedio y conquista de Úbeda en julio de 1233, se apresuraron a proclamar a Ibn al-Aḥmar, quien, consciente de la importancia de la ciudad jienense, capital de la cora y a pesar de sus ya importantes defensas, emprendió obras para mejorar y aumentar sus fortificaciones. Ese mismo año, 630/1233, Porcuna, Córdoba, una de las más importantes ciudades de al-Andalus, y después Carmona reconocieron a Ibn al-Aḥmar. Sin embargo, los cordobeses volvieron bajo el gobierno de Ibn Hūd al año siguiente, 631/1233-1234, cansados de la dureza y rigor que Muḥammad I empleaba con ellos.
Otra gran capital que se incorporó a los dominios del primer emir nazarí fue Sevilla, aunque muy poco tiempo (apenas un mes) y accidentalmente. Hacia las mismas fechas que los de Arjona habían proclamado a Ibn al-Aḥmar, los sevillanos habían expulsado a su gobernador, hermano de Ibn Hūd, y nombrado a un notable de la ciudad, Muḥammad al-Bāŷī. Aunque parece que al-Bāŷī empezó luchando contra Ibn al-Aḥmar, tras ser derrotado por este decidió aliarse con él y hacerse su vasallo para enfrentarse a Ibn Hūd. El emir de Arjona a cambio le prometió darle una hija suya en matrimonio. La reacción de Ibn Hūd no se hizo esperar y tras pactar una tregua costosísima con Fernando III, se dirigió contra Sevilla, pero fue derrotado en las cercanías de la ciudad por Ibn al-Aḥmar en 631/1233-1234.
Esta victoria decidió a Muḥammad I, tras regresar a Arjona, a apoderarse de Sevilla, para lo que envió un contingente de tropas integradas por musulmanes de Arjona y cristianos a las órdenes de su pariente Abū l-Ḥasan cAlī b. Ašqīlūla, que entraron en la ciudad y asesinaron por sorpresa a al-Bāŷī. Una vez tomada la ciudad, nombró como gobernador al citado cAlī b. Ašqīlūla. Sin embargo, al cabo de un mes los sevillanos rechazaron su autoridad y volvieron a acatar a Ibn Hūd.
Perdidas Córdoba y Sevilla en favor del murciano Ibn Hūd, quien además recibió el nombramiento oficial del califa cabbāsí en šawwāl de 631/junio-julio de 1234 en Granada, Ibn al-Aḥmar se sometió al de Murcia, habida cuenta de que el mismo emir de Arjona había reconocido antes al califa cabbasí. Pero a cambio consiguió, además de la paz, el reconocimiento oficial como señor de Arjona, Jaén y Porcuna.
Pero el enemigo verdaderamente poderoso era el rey castellano, por lo que Ibn al-Aḥmar debió de pactar con él. Así, no se opuso a la conquista castellana de Córdoba en 633/1236 —el año que nacía su hijo y sucesor Muḥammad II— y, además, según fuentes cristianas, firmó junto a Fernando III las treguas que luego se acordaron con Ibn Hūd y obtuvo parte del tributo que este debía pagar.
El descontento e inquietud por los fracasos de Ibn Hūd se extendían entre su población, como la de Granada, donde, además, el valí o gobernador nombrado por Ibn Hūd expulsó al principal sabio de la ciudad. Los granadinos se sublevaron y asesinaron al gobernador dirigidos por un jaenés, Ibn Abī Jālid, que realizó la propaganda en favor de Ibn al-Aḥmar. A continuación enviaron una comisión a Jaén para presentarle la sumisión de Granada y entregarle el poder de esta. Ibn al-Aḥmar envió por delante a Abū l-Ḥasan cAlī b. Ašqīlūla y, al atardecer de un viernes de la última decena de ramaḍān (21 ó 28) de 635/(7 ó 14) de mayo de 1238, Ibn al-Aḥmar entró en Granada con gran aparato y solemnidad. Ibn cIḏārī transmite el relato de un testigo presencial en el mismo Albaicín: «lo vi el día de su entrada con un sayo a rayas, de hombreras cortadas y cuando se paró a la puerta de la mezquita de la Alcazaba y descendió allí, estaba el almuédano llamando a la oración del atardecer [...] [l]os jeques llevaron al Sultán hasta el mihrab e hizo la oración con ellos en el traje de viaje recitando la primera sura del Libro: “y cuando llegue el auxilio de Dios y la victoria” [...] [e]staba con su espada ceñida; luego salió al alcázar [...] y las antorchas ardían entre las puertas. Entró con sus privados, como si fuese el novio en su marcha».
Entonces le llegó la noticia del asesinato de Ibn Hūd por Ibn al-Ramīmī en Almería, que se había hecho con el poder allí en medio de revueltas internas. Ibn al-Aḥmar se dirigió a la ciudad para tomarla, sitió su alcazaba y, tras una mediación, Ibn al-Ramīmī se rindió a cambio de embarcar hacia Túnez. Ibn al-Aḥmar entró en Almería en šawwāl de 635/17 de mayo-14 de junio de 1238.
En cuanto a Málaga, estaba gobernada por cAbd Allāh b. Zannūn, quien viendo que otras regiones reconocían a Ibn al-Aḥmar, se apresuró a levantar acta oficial de su acatamiento al emir de Jaén el martes 10 de ramaḍān de 635/26 de abril de 1238, pero no le sirvió de nada pues al día siguiente los malagueños se rebelaron contra él y recibieron al enviado de Ibn al-Aḥmar que tomó posesión de la ciudad. Se alcanzaba así la máxima extensión territorial que tuvo el emirato nazarí en toda su historia.
En los años siguientes, el ya primer emir de Granada, Muḥammad I, consolidó su poder y se le fueron sometiendo la mayoría de los jefes, dirigentes y militares de las regiones de la zona oriental de la actual Andalucía, incluso ciudades lejanas como Algeciras o Tarifa. En esta época inicia ya la organización y administración del estado: designa altos cargos (cadíes, visires, secretarios, gobernadores), acuña monedas con ceca de Jaén y Granada, otorga beneficios y derechos, emite documentos que él mismo valida de su puño y letra (cosa que no sucedía en otras chancillerías).
Otra actuación de enorme repercusión posterior en el ámbito del urbanismo, el arte y la arquitectura, fue la que emprendió al año siguiente de su entrada en Granada, en 636/agosto 1238-agosto 1239: iniciar las obras de la Alhambra nazarí —que ya existía como fortaleza desde finales del s. IX—, que consistieron en levantar una nueva fortaleza de poderosas defensas a la que llevó el agua del río mediante la excavación de una acequia y la construcción de un azud.
El éxito y poder que en tan solo siete años alcanzó así Muḥammad I lo convirtieron en el principal oponente musulmán frente a los cristianos y una esperanza de reunificación de al-Andalus para los musulmanes, que además se plasmó en algunos éxitos militares frente a los castellanos. Ante ello, Fernando III reunió sus fuerzas en Andújar y empezó una serie de operaciones en 1244 que le proporcionaron la toma de Arjona, La Guardia, Pegalajar, Carchel y Mata Begid además de talar los campos de Jaén, Alcaudete y Granada, ciudad que cercó durante veinte días. El objetivo de la campaña era aislar a la capital y privarla de suministros y avituallamiento para intentar un nuevo asedio más extremo y severo, fracasados los dos anteriores por la fortaleza y la solidez de las defensas del Jaén islámico nazarí.
La presión castellana sobre la ciudad aumentó en la primavera del año siguiente con una nueva tala de las huertas y alrededores en Jaén, Alcalá la Real, Íllora y la Vega de Granada, en cuyas proximidades (Belillos), sin embargo, Muḥammad I obtuvo una victoria sobre los castellanos. Pero no pudo evitar el duro asedio que se inició en agosto y se prolongó más de siete meses con grandes penalidades por ambas partes, en especial para los de Jaén, que resistieron heroicamente. Finalmente, ante la imposibilidad de socorrer a los sitiados, al borde de la muerte por agotamiento e inanición, Muḥammad I, convencido de que acabaría perdiendo la ciudad, optó por salvar la vida de la población y garantizar el futuro de su emirato. Por ello, acordó con el rey castellano un tratado de paz para veinte años a cambio de entregar la ciudad (marzo de 1246), someterse a vasallaje y pagar un tributo anual de 150.000 maravedíes.
Tanto las fuentes árabes como las castellanas alaban el realismo y buen sentido políticos de Muḥammad I, que con el sacrificio —inevitable— de Jaén se replegaba a zonas protegidas por relieves montañosos que podía defender más fácilmente y además conseguía una paz duradera para fortalecer y consolidar su estado y garantizar así su continuidad, objetivos que lograría ampliamente.
De esta manera, estabilizado el territorio y resuelta la política exterior, el emir nazarí pudo dedicarse plenamente a la política interior de organización y construcción político-administrativa del emirato, cuya población aumentó considerablemente pues se convirtió en el destino de la emigración procedente de los territorios conquistados.
Las repercusiones de este crecimiento de población llevaron a Muḥammad I a ampliar la mezquita aljama de Granada utilizando el dinero enviado por el emir de Ifrīqiya Abū Zakariyyā’ destinado a la guerra con los enemigos infieles y que, tras el tratado de Jaén, ya no era necesario para ese fin, a pesar de lo cual el emir jaenés tuvo que superar ciertas dificultades legales en el uso de esos fondos.
Instalado en la Alhambra, donde años atrás había emplazado el palacio real, impuso el orden público, persiguió la corrupción, controló rigurosamente la recaudación de los impuestos sin apropiarse para sí mismo de nada ni actuar con favoritismo. De esta manera logró una hacienda saneada “y se llenaron de monedas sus alhacenas [...] [c]olmó los alfolíes públicos; llenó el interior del monte contiguo a su fortaleza de variados cereales, los almacenes de sus casas de provisiones y armas y sus establos de caballos de montar y bestias de tiro y carga”, como admira Ibn al-Jaṭīb.
Con respecto a la economía, también es destacable su intensa actividad en la acuñación de moneda, batida en diversas cecas (Jaén, Granada, Málaga y Murcia) a lo largo de su vida y con una gran calidad, valor y belleza, sobre todo en los dinares de oro, como atestiguan los ejemplares conservados.
Para perseguir las injusticias y escuchar cualquier petición, concedía una audiencia general dos días a la semana, en las que además recibía a los embajadores, consultaba a sus consejeros y asistían los cadíes supremos y altos funcionarios.
En estos primeros años de paz, sin embargo, también tuvo que intervenir militarmente en el exterior en cumplimiento del tratado de Jaén, mediante el que Fernando III exigió al emir jaenés su colaboración en el asedio y conquista de Sevilla en 1248 y la fase previa —Alcalá de Guadaíra se rindió a Muḥammad I en persona, que la entregó a Fernando III—. Más tarde, tropas nazaríes del valí de Málaga, cAbd Allāh b. Ašqīlūla, colaboraron en el asedio y conquista de Niebla en 660/1262 por el hijo y sucesor de Fernando III, Alfonso X, que con la conquista de Jerez en 1261 liquidaba ese año las dos últimas taifas que subsistían en al-Andalus.
También emprendió otra intervención exterior, esta por propia iniciativa y en beneficio de al-Andalus: el intento de conquistar en 1262 Ceuta, entonces independiente con los Banū l-cAzafī y que hacía la competencia a los puertos nazaríes, especialmente en el comercio del lino y la seda. Sin embargo, la escuadra que envió al mando de al-Ẓāfir fue totalmente derrotada, muchos de sus barcos apresados y su jefe muerto.
Por esas mismas fechas y cuatro años antes de que terminara el periodo de paz con Castilla, se rompieron las hostilidades. Muḥammad I no tenía más remedio que enfrentarse a Alfonso X para frenar el inminente avance cristiano e intentar aumentar y fortalecer el emirato nazarí recuperando territorios islámicos recién conquistados y poblados todavía por los musulmanes (como mudéjares).
Consciente de que la lucha era desigual ante la mayor maquinaria bélica castellanoleonesa, el emir andalusí adoptó una decisión táctica de trascendentales consecuencias posteriores: recurrir a sus correligionarios del norte de África, en concreto al emirato de los Benimerines (o Meriníes) de Fez. La respuesta positiva se materializó en 662/1264 con la llegada de tropas meriníes, los primeros guzāt (“combatientes por la fe”) que ponían pie en suelo andalusí enviados por el sultán Abū Yūsuf, aunque sin su presencia, y que fueron recibidos por Muḥammad I con grandes honores.
Militarmente reforzado, el emir de Granada abrió otro frente simultáneamente: propició y organizó el levantamiento de los mudéjares en la zona de Jerez y Murcia. El 13 de šawwāl de 662/8 de agosto de 1264, tropas meriníes al mando de cĀmir b. Idrīs tomaron la alcazaba de Jerez, mientras que otras ciudades de la frontera se sacudían el yugo cristiano y se unían a Muḥammad I: Utrera, Lebrija, Vejer, Arcos, Rota, Medina Sidonia y Sanlúcar. Igual sucedía en Murcia y otras localidades de la zona, como Orihuela, Galera y Moratalla, mientras que las gentes de Lorca reconocieron a Muḥammad I en 663/1264-1265.
La reacción castellana fue inmediata, aunque pasaron varios meses hasta que Alfonso X consiguió recuperar, a finales de 1264, Medina Sidonia, Jerez y Arcos de la Frontera. Murcia se mantuvo en poder nazarí un poco tiempo más y Muḥammad I envió a ella a su sobrino Abū Muḥammad b. Ašqīlūla como gobernador en respuesta a la petición que los sublevados murcianos le enviaron tras arrebatar el alcázar a los cristianos. Incluso, el emir llegó a acuñar moneda con ceca murciana manifestando así la plena reincorporación de la ciudad a al-Andalus. No obstante, las distintas localidades sublevadas fueron sometiéndose de grado o por la fuerza, incluida Murcia, que fue sitiada y tuvo que capitular ante la imposibilidad de recibir refuerzos ya que el socorro enviado por Muḥammad I no logró su objetivo.
Reprimida la sublevación, Alfonso X pasó a la ofensiva y llegó, incluso, a entrar en la Vega de Granada y sitiar la ciudad en mayo de 1265, aunque fue severamente derrotado.
En el interior, las cosas también se complicaron para Muḥammad I. La poderosa familia de los Banū Ašqīlūla se sublevó en 664/1266 en Málaga y Guadix, donde habían sido designados gobernadores por el propio emir granadino, con el que estaban emparentados.
La gravedad de la sublevación radicaba en el poder de esta familia y la categoría de las dos ciudades, de las principales del emirato. Muḥammad I había contado con el apoyo de los Banū Ašqīlūla desde su proclamación y estos desempeñaron un importante papel militar y político en el inició nazarí. Lazos de parentesco reforzaron los vínculos entre ambas familias y Muḥammad I y el patriarca cAlī b. Ašqīlūla habían acordado repartirse el reino. Pero, una vez muerto el citado patriarca, el emir designó como herederos del trono a sus dos hijos, Yūsuf y, cuando este murió, Muḥammad en 655/1257, año en que este último le daba un nieto que también fue llamado Muḥammad y que llegaría a ser el tercer sultán de la dinastía. Esto iba en contra de las aspiraciones al trono de los dos hijos que cAlī b. Ašqīlūla había dejado, Ibrāhīm y cAbd Allāh. Sin embargo, el emir les había concedido a estos y sus descendientes importantísimos cargos (jefatura del ejército, ciudades como Málaga) además de convertirlos en yernos suyos, por lo que no resultaba tan grave que el emir designara a sus descendientes naturales como sucesores.
Por tanto, la causa más determinante de la sublevación parece que fue la llamada de Muḥammad I a los Meriníes para que le ayudaran en la guerra contra los cristianos. La llegada de los guzāt o combatientes de la fe norteafricanos relegó a los Ašqīlūla, que perdieron el monopolio del ejército y vieron amenazado su poder.
Los sublevados, para resistir en Málaga y Guadix, no tuvieron reparo en solicitar ayuda a Alfonso X, enemigo de al-Andalus, que les envió a Nuño González al frente de mil caballeros, desencadenando así una guerra civil abierta.
Fue entonces cuando Muḥammad I aprovechó el apoyo de los alfaquíes y ulemas de Málaga que huyeron de la ciudad perseguidos por los Ašqīlūla, quienes habían favorecido la actividad de un místico malagueño y falso profeta que se ofreció a ayudarles y cuya herejía provocó anarquía social y desorden, pues fue seguida por mucha gente de clases bajas por el año 666/1267-1268. El emir de Granada los acogió y siguió fielmente su ideología ortodoxa ganando así el apoyo y la influencia de las clases altas que en cambio perdían los arráeces malagueños.
Tras un infructuoso asedio de tres meses sobre Málaga, Muḥammad I recurrió a la diplomacia y encargó a su hijo y futuro sultán Muḥammad II, que negociara con el rey castellano, quien aceptó firmar un acuerdo, en Alcalá de Benzaide (Alcalá la Real), por el que se comprometía a retirar el apoyo a los Banū Ašqīlūla a cambio de que el emir granadino renunciara a sus pretensiones sobre Jerez y Murcia y cediera 40 –según otras fuentes, 105– fortalezas en dichas regiones, además de pagar un tributo anual de 250.000 maravedíes. El célebre poeta Abū l-Baqā’ de Ronda (601-684/1204--1285-1286), que estuvo con frecuencia en la corte de Granada y trató al sultán, compuso entonces su celebérrima casida en nūn como elegía a las ciudades perdidas y solicitud de ayuda a los sultanes de allende el Estrecho.
Sin embargo, el rey castellano no cumplió su palabra y Muḥammad I tomó la decisión de pagarle con la misma moneda: acogió y apoyó a los Ricos Hombres castellanos que, dirigidos por don Nuño González de Lara, se habían rebelado en 1272 contra Alfonso X. Con la ayuda de estos notables cristianos, el príncipe heredero y futuro sultán Muḥammad II atacó y recuperó Antequera de manos de los Banū Ašqīlūla en 671/1272, aunque Guadix y otras ciudades seguían en rebeldía.
En cuanto a Málaga, ante la imposibilidad de tomarla por la fuerza, Muḥammad I recurrió a una pacífica estratagema para reconciliarse con su yerno: acompañado de tres esclavos y disfrazado entró en la alcazaba, donde el arráez Abū Muḥammad Ibn Ašqīlūla, su yerno, se sometió ante él; luego el emir pasó el día con su hija y nietos hasta que se marchó ordenando a su yerno que se mantuviera en el gobierno de la alcazaba. Sin embargo, una vez fallecido el sultán, volvió a sublevarse.
Murió a avanzada edad (77 años) a causa de una caída de su caballo, en Granada, después de la oración de la tarde del viernes 29 de ŷumādà II de 671/20 de enero de 1273. Fue enterrado en el cementerio general de la Sabīka, situado fuera del muro del recinto de la Alhambra, junto a ella y hacia el sur.
Tras un largo reinado que superó los cuarenta años, dejaba en herencia un emirato configurado territorial y políticamente en sus líneas básicas al frente del cual había designado a un heredero experimentado al que antes de morir dio instrucciones claras: solicitar ayuda a los sultanes Meriníes de Fez.
Además de su heredero Muḥammad (designado como tal en 655/1257-1258, el mismo año que nació su hijo y futuro Muḥammad III), tuvo otros cinco hijos, todos ellos de su esposa cĀ‘iša, su prima hermana (hija de su tío paterno Muḥammad). De estos cinco hijos, dos fueron varones: Yūsuf, que fue príncipe heredero hasta que murió en 654/1256-1257, y Faraŷ, que murió el 25 de ḏū l-ḥiŷŷa de 653/26 de enero de 1256, con tan solo 25 años, mientras que tres fueron mujeres: Fāṭima, Mu’mina y Šams.
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Francisco Vidal Castro