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Enrique Egas

Biografía

Egas, Enrique. Castilla, c. 1455 – Granada, 1534. Arquitecto.

Enrique Egas era hijo de Egas Cueman y sobrino de Hanequin de Bruselas, los dos hermanos pedreros flamencos que llegaron a Castilla a mediados del siglo xvi para trabajar en las obras de la catedral de Toledo, junto con otros compañeros más jóvenes, con los que formaron un grupo que introdujo en el área toledana el estilo gótico borgoñón, tanto en la arquitectura como en la escultura. Enrique —como su hermano Antón, su compañero en tantos trabajos— nació en Castilla, aunque se ignora el lugar y la fecha exactos, y desarrolló su actividad fundamental en el área de la arquitectura, aunque —como todos los de su grupo— sus fundamentos estaban en la talla de la piedra, un oficio que dominaban a la perfección.

Aunque el estilo renacentista ya estaba desarrollándose en Italia, los profesionales españoles no estaban todavía familiarizados con él, y la arquitectura de Egas continuó respondiendo a los cánones góticoflamígeros de sus progenitores flamencos, de los que él y su hermano representaron la segunda generación (como en el área burgalesa lo fueron Simón de Colonia y Diego de Siloé). Sin embargo —como dice Ceán Bermúdez—, “fue el primero en dar señales de conocer la arquitectura greco-romana, como se nota en algunas obras suyas”, aunque conviene señalar que se trata tan sólo de la aplicación de ciertos elementos secundarios de la nueva arquitectura y ni mucho menos sus principios básicos, que tardarían aún años en considerarse en España.

Ceán Bermúdez aseguraba que Egas fue el autor de las trazas del Colegio de la Santa Cruz de Valladolid, obra que se hizo entre 1480 y 1492, y Azcárate duda de que pudiera ser obra suya (por la fecha), pero si se estima que el grupo de flamencos entre los que se encontraba Maese Egas (el padre de Enrique) llegó a Toledo a mediados de siglo, bien podría haber nacido Enrique en torno a 1455, con lo que ya contaba con veinticinco años cuando se inició la obra de Valladolid, y al menos pudo trabajar en ella. De ser así, lo habría hecho a las órdenes de Lorenzo Vázquez de Segovia (arquitecto al servicio de la Casa del Cardenal Mendoza). El Colegio de Santa Cruz es un edificio del que ya decía Salazar de Mendoza “que está muy admirablemente trazado y dispuesto, por la mayor parte de orden gótico [pero] con mucho del romano”.

Las primeras dataciones seguras de Enrique Egas son muy próximas al final del siglo, y a partir de ahí se suceden vertiginosamente. En 1496 fue nombrado maestro mayor de la catedral de Toledo, en la que sin duda trabajó antes como aprendiz junto a su padre y su tío, Hanequin, que era el verdadero jefe del grupo, y creador de la capilla del Condestable, del cuerpo alto de la torre y de la famosa Puerta de los Leones. Avala este nombramiento la afirmación de que pudo trabajar en la obra anterior del colegio de la Santa Cruz de Valladolid, porque para un cargo de tanta responsabilidad nunca se podría haber designado a un principiante.

Característica principal de la personalidad de Enrique Egas fue su enorme movilidad, acudiendo a consultas en puntos muy alejados de Castilla y Andalucía llamado por cabildos y hasta por los propios reyes, lo que indica el prestigio profesional que sin duda tenía. Tal vez la obra que le daría su fama inicial fue el Hospital Real de Santiago de Compostela, por su calidad y dimensiones. Fue un encargo de los Reyes Católicos, y de él entregó las trazas, junto con su hermano Antón, en 1499, con cuatro patios y la capilla en el centro, una disposición en forma de cruz que pasó a ser modélica y se repitió después en los también hospitales de Toledo, Granada, Valencia y Sevilla. Las grandes naves que en dos pisos formaban los brazos de la cruz estaban destinadas en el piso alto a alojamiento de los peregrinos y en el bajo a la capilla central y a servicios. Lampérez opina que la forma de cruz es debida al símbolo hospitalario de los Caballeros de Jerusalén, que asumió y convirtió en permanente advocación de sus obras el gran cardenal de España, y gran mecenas del arte de su tiempo, Pedro González de Mendoza.

En Santiago de Compostela, Egas construyó sólo los dos patios delanteros, con una piedra (de Ansá) que se deterioró muy pronto, requiriendo muchas reposiciones parciales, y teniendo que reedificarlo al cabo de cincuenta años Rodrigo Gil de Ontañón, del que se supone que mantuvo la disposición arquitectónica ideada por Egas en la esbelta arquería de la planta baja, en la que el espíritu gótico admite aportaciones ya renacentistas (columnas exentas, arcos de medio punto). La capilla es una pieza espléndida, puramente gótico-borgoñona con una linterna elevada en su crucero, cubierta por bóveda estrellada. Y los cuatro pilares de esquina que la sustentan son obras maestras de los tallistas del taller toledano de los Egas, seguidores aquí fielmente de la admirable técnica importada del territorio flamenco, y que por entonces estaba también completando la iglesia de San Juan de los Reyes, tras la muerte de su creador, Juan Guas. Las dieciséis esculturas de santos, que se alojan en los nichos de esos pilares, fueron realizadas por Nicolás de Chanterenne, un escultor francés que las entregó en 1510, del que se piensa que pudo trabajar en el taller de Toledo, y ser traído por Egas desde allí. Consta documentalmente que Enrique Egas controló todos estos trabajos, realizando repetidas visitas y con la ayuda del aparejador Juan de Lemos, que residía permanentemente en la obra.

La huella de Enrique Egas en Santiago está presente en las numerosas puertas y portadas formadas a base de arcos mixtilíneos y florones de piedra que más tarde repetirá en el Hospital de Toledo, y que se aceptan como una de sus señas de identidad, y parece fueron motivo de inspiración para la arquitectura manuelina portuguesa.

Los últimos años del siglo presenciaron el comienzo de muchos trabajos de Enrique Egas. En 1497 se le cita en la catedral de Plasencia, en la que hizo un informe sobre la sillería que para el coro proyectaba Rodrigo Alemán, y en la que consta entregó unos planos al obispo Álvarez de Toledo, que deseaba ampliar la capilla mayor de la catedral románica. Él pudo ser, por tanto, el autor de la idea de la espléndida cabecera de la que se ha llamado catedral Nueva, que creó un amplio ámbito espacial de dimensiones pocas veces logradas hasta entonces, con líneas góticas flamígeras de las que no se puede asegurar la autoría, pues pronto fue sustituido Egas como maestro de obras por Juan de Álava, que pudo ejecutarla.

En 1498 inicia en “su” catedral de Toledo (de la que era el maestro mayor) una reforma importante en la capilla mayor: el traslado de la “Capilla de los Reyes Viejos” que ocupaba el espacio semicircular de la exedra, con objeto de ampliar a su costa el presbiterio y darle la amplitud que nunca debió haber perdido. Su participación personal en la obra se limitó a la dirección de la misma, que ejecutaron otros artistas, llegando a convertirla en “el lugar del mundo más ricamente alhajado” (Maurice Barrés), un espacio abigarrado por la superposición de tantos elementos (horror vacui) entre tumbas, cenotafios, altares y ornamentación de pilares y paños de pared, y con todo el conjunto presidido por dos piezas soberbias: el impresionante retablo y la no menos valiosa reja de Villalpando.

También proyectó Egas en la base de la torre sur de la fachada de los pies de la catedral la que se llamaría “Capilla Mozárabe”, en la que el cardenal Cisneros deseaba se mantuviera el culto del rito mozárabe que había sido el seguido siempre por la población cristiana durante la larga ocupación sarracena. Él trazó sus líneas compositivas y el espacio interior, que otros completarían después (la linterna la hicieron Juan de Arteaga y Francisco de Vargas y la cúpula el hijo del Greco). Por supuesto, también trabajó en Toledo con sus compañeros de taller en otras obras importantes: consta en 1497 su intervención en la iglesia de San Juan de los Reyes, aunque no se puede separar su participación de la de los demás. Por encargo de Francisco de Rojas hizo la cabecera de la iglesia de San Andrés (siguiendo el modelo de la de San Juan de los Reyes, y también la iglesia de Santa Fe, ambas en colaboración con su hermano Antón).

Pero su realización más importante en la ciudad del Tajo fue el Hospital de la Santa Cruz, obra comenzada en 1501 por encargo del cardenal Mendoza. El modelo era el mismo de Santiago de Compostela, en sus líneas generales y trazado, incluso en sus dimensiones, aunque en su realización se observan cambios importantes, debidos a la intervención posterior en la obra de Alonso de Covarrubias, con su impronta arquitectónica ya claramente plateresco-renacentista, presente tanto en los patios como en la portada del edificio y en la escalera principal. Pero la huella de Egas está presente todavía en la estructura de los cuatro pabellones que confluyen en el crucero central de la capilla, concebido como el de Santiago de Compostela y lo mismo que allí, con una linterna elevada de luces. La diferencia está en la ornamentación escultórica de los cuatro ángulos del crucero, que aquí están ausentes y que tanto enriquecen en Santiago. Es, por tanto, una solución más austera que aquélla, pero también de gran belleza, con los arcos rebajados de mayor amplitud y de molduración todavía gótica. Y por otra parte, también están presentes aquí los mismos arcos mixtilíneos de las puertas con florones de piedra que caracterizan al hospital de Compostela y a su autor, Enrique Egas. La fase primera de la obra se finalizó en 1514, con pleno funcionamiento del hospital y más tarde se completaron patios y portada, en las que consta que intervino Covarrubias en 1524.

Por aquellos años de principios del siglo xvi se habían puesto de moda en España los cimborrios sobre los cruceros de las iglesias, en los que se llegaba a extremos increíbles en punto a audacia y también a belleza. Se trataba de crear un ámbito luminoso, y elevado en el lugar más céntrico de la planta basilical, que es el de intersección de la nave central con el transepto, y aunque este elemento arquitectónico se utilizaba desde los tiempos románicos, es en el final del gótico cuando se lograrían los más espectaculares logros. Es sabido que en Aragón se empleaban técnicas mudéjares por entonces para construir las iglesias, que principalmente ejecutaban alarifes pertenecientes a la población morisca. Y en 1505 corría peligro el construido en la seo de Zaragoza que tenía mucha elevación y mucho peso, que estaba haciendo ceder a los pilares de sustentación. Entonces el arzobispo Alonso de Aragón solicitó de su padre el rey Fernando el Católico que permitiera a Enrique Egas que acudiera a hacerse cargo de la obra. Decía el prelado en su carta lo siguiente: “[...] E yo, con mucha instancia he procurado que el dicho Egas, por ser persona muy ábil y experimentada en lo que parece, tome el cargo dello, y de passar adelante la fábrica de dicha iglesia.

Y él se escusa diziendo que tiene cargo de cierto hospital de Vra. Al. Manda fazer en Santiago de Galicia, e que aquella le ha mandado yr allá por todo el mes de febrero primero viniente. Suplico humildemente a Vra. Al. Que por seruicio de Dios Nuestro Señor y por fazer a mi merced señalada, pues por ahora allá no hay tal necessidad dél y aquá la hay tan grande como Vra. Al. vee, le mande que entienda en la dicha obra fasta que la haya puesto en tal orden que la iglesia esté segura y la fábrica encaminada a su conseio para que haya el cumplimiento que conuiene.” Egas ya había acudido con anterioridad (en 1500) con una visita de técnicos en la que aconsejaron el derribo y se informó de cómo se debería hacer el nuevo cimborrio y la bóveda calada, que se construyó (probablemente con instrucciones de Egas) y es una hermosa filigrana de piedra llevada a cabo por Juan de Siguas, conocido como el Botero, y se terminó en 1520.

También en 1505 tomó a destajo Enrique Egas las obras de la Capilla Real de Granada, ordenada por la reina Isabel la Católica poco antes de morir como panteón para ella y para su esposo Fernando, que la sobrevivió. Del caso se informa en una carta dirigida al presidente de la Chancillería de Granada en 1507, en la que se le comunica que ya hay una traza “formada del señor Obispo [de Toledo] e de Juan López e Maestro Enrique”, y más adelante se explica que “agora los señores testamentarios eran conformados e concertados con el dicho maestro Enrique para que él se encargase de facer e labrar la dicha Capilla Real y la dicha sacristía e asimismo los dichos cimientos de la dicha iglesia Catedral”. Egas, por tanto, había hecho un plano de planta general de un conjunto que contaría no sólo con la Capilla Real, sino también con la propia catedral, y del que previsiblemente pensaría convertirse en el único autor. El modelo elegido resultó ser “su” propia catedral de Toledo, aquella de la que era todavía el maestro mayor, de la que tomó la disposición general (cabecera de doble girola y capilla mayor en la exedra, cuerpo único de cinco naves con transepto sin sobresalir y con crucero cuadrado) y con cinco tramos en las naves en lugar de siete, porque el solar no daba para más. Y salvo en este último detalle, las dimensiones eran prácticamente las mismas de las del soberbio templo toledano, tenido en su tiempo como el “no va más” de las basílicas españolas. Y por lo que se explicita en el párrafo anterior entrecomillado, no debió ser ajeno a la elección del modelo el propio arzobispo de Toledo, que firmó la traza conjuntamente con los dos maestros. Enrique Egas, al tomar el destajo, se había hecho máximo responsable de la obra, y tuvo que sufrir repetidas críticas e incluso denuncias al rey Fernando, al que llegaron a decir que su iglesia era “baja y angosta”. Egas corrigió algunos detalles y siguió adelante. Su prestigio personal ante el Monarca debía ser grande porque, pese a todo, éste le confió la realización de los cimientos de la catedral con arreglo a las trazas de 1507 en 1514, poco antes de su fallecimiento.

La Capilla Real, terminada en 1518, no resultó el espectacular monumento funerario que hubiera sido digno de los Reyes que acabaron con el dominio sarraceno en tierras cristianas. Muchos otros reyes europeos de su época e incluso nobles españoles (el condestable Fernández de Velasco en Burgos, Álvaro de Luna en Toledo, los Vélez en Murcia...) se los hicieron realmente suntuosos. Pero en fin de cuentas quedó como una iglesia gótica de mediano tamaño, sobria pero de elegante arquitectura, correctamente proporcionada y con una bien resuelta cubrición de bóvedas estrelladas de crucería. Su cabecera (capilla mayor y transepto) está íntegramente dedicada al panteón, en cuyo centro están los túmulos de alabastro de los Reyes Católicos y de su hija Juana y Felipe el Hermoso.

Hay que decir que a la grandeza del conjunto contribuye en gran manera la hermosa reja de Bartolomé de Jaén a través de la cual recibe la primera impresión el que penetra en el sagrado recinto. Al final de la construcción de la Capilla Real se labró su detalle más primoroso: la portada que fue entrada principal y hoy comunica con la catedral. Torres Balbás opinaba que las trazas debieron ser de Egas, como otra portada que en 1428 consta que fue a Málaga a inspeccionar (la del Perdón en la catedral) y ambas son del estilo hispano flamenco-borgoñón con el que tanto éxito habían cosechado sus mayores.

A la muerte del Rey Católico, Egas se quedó sin valedor, y no pudo comenzar a hacer la cimentación de la catedral hasta que no lo autorizara don Carlos, el nuevo y joven Rey. Mientras tanto, se había comenzado la Lonja de Mercaderes adosada y a escuadra de la Capilla Real, junto a su entrada sur. Fue un pequeño pabellón rectangular que debió proyectar Enrique Egas y que realizó Juan García de Pradas siguiendo previsiblemente las instrucciones del primero. La fachada, con una doble arquería de cuatro arcos en cada piso y con columnas helicoidales, pertenece ya al mundo plateresco, que —como se sabe— era un híbrido muy imaginativo en el que a las composiciones todavía góticas se añadían elementos renacentistas de los que se tenía todavía un conocimiento técnico y estilístico insuficiente (Las Medidas del Romano de Sagredo, no llegarían hasta más de un siglo después de la Lonja de Granada). Pero la composición es airosa y sus resonancias son ya clásicas, como lo son los patios delanteros del Hospital de Compostela, también obra de Egas.

El paso siguiente había de ser la construcción de la catedral de Granada adosada a la Capilla Real y derribando la vieja mezquita convertida en iglesia desde la ocupación cristiana, proyecto que impulsaron los reyes y por el tiempo transcurrido correspondió iniciar al emperador Carlos, que autorizó a Egas (en 1518) a iniciar las obras de la cimentación con arreglo a las trazas y a las demás condiciones estipuladas en el documento ya citado de 1507. Pero la cultura renacentista, y los aires que llegaban arrolladores de Italia, amenazaban postergar a Egas como arquitecto gótico que era, pero él tenía el encargo de hacer los cimientos y los hizo en su totalidad, pero aún tuvo que pasar por que le discutieran sus pagas atrasadas en 1523, fecha en la que incluso pudo asistir a la ceremonia de la primera piedra de su soñada catedral.

Pero ahí se terminó su labor, coincidiendo con una epidemia de peste que paralizó toda clase de actividades en la zona. La catedral no sería de Enrique Egas, sino de un joven prometedor que llegaba portador de los nuevos mensajes renacentistas de la ciudad de Burgos en la que había nacido de padre también flamenco: Diego de Siloé, un hombre que enfrentó la dificilísima tarea de hacer una catedral “al modo romano” sobre unos cimientos realizados en base a una concepción indiscutiblemente gótica.

A Enrique Egas (que en 1528 andaría por los setenta y tres años), por el contrario, le estaba llegando el ocaso, como último representante que era de un mundo cultural que finalizaba. Sin embargo, en su favor tuvo el haber sido máxima autoridad en arquitectura para reyes, nobles y prelados, desde la Reina Católica al cardenal Mendoza, don Fernando y los arzobispos de Santiago y Granada, así como diversos cabildos catedralicios, porque se tiene constancia de las llamadas que recibió de unos y otros. Para una tarea similar a la construcción del cimborrio de Zaragoza fue llamado por el cabildo de la catedral de Sevilla en 1511 y con otros dos maestros, porque también allí se había caído el elevado cimborrio del crucero, al poco tiempo de ser construido. Acordaron que se hiciese tan sólo una especie de linterna de poca altura y con luces, cubierta con bóveda estrellada y que se le encargara a Juan Gil de Ontañón. Así se hizo, y ha sobrevivido hasta el día de hoy, aunque hay que aceptar que es una obra que parece inspirada por el temor a un nuevo derrumbamiento, y apenas se percibe por su poca elevación como tal linterna, que se terminó en 1518. Más adelante (en 1522) estuvo Egas en Salamanca junto con Juan de Rasines y Vasco de la Zarza, para visitar la obra de la catedral Nueva, que se construía bajo la dirección también de Juan Gil de Ontañón, y en 1529 por segunda vez acompañado de Felipe Vigarny, dando en ambas ocasiones su parecer en informes que se conservan en el archivo de la catedral. El segundo viaje le fue gratificado con 18.000 maravedís, y aún estuvo una tercera vez en 1534, permaneciendo en Salamanca dos meses inspeccionando los trabajos. Hizo muchos más viajes en sus últimos años: consta en 1513-1514 en Oviedo, tasando el retablo de la Catedral, en 1529 en Segovia y otra vez en Salamanca, ésta para informar sobre la librería de la Universidad, y en ese mismo año en el Alcázar de Madrid, a tratar de la Capilla de los Reyes Nuevos que iba a realizar Covarrubias en la Catedral de Toledo. Y las últimas obras de las que se tiene noticia que realizó en su vida fueron el tramo de los pies y la portada de la iglesia parroquial de Alhama de Granada.

Como se ve, Egas fue un consultor imprescindible para cuestiones arquitectónicas, e intervino personalmente en algunos de los más importantes edificios de la época. No cuenta, sin embargo, con ninguno del que pueda asegurarse su autoría completa, por otra parte explicable dada la magnitud de los muchos que le tocó iniciar y en los que otros arquitectos posteriores dejaron también su impronta. Él fue en resumen un arquitecto gótico al que le correspondió conocer el cambio que se produjo durante su vida con la introducción en España de las corrientes renacentistas a las que no le fue posible adaptarse, no por falta de talento, pero sí de tiempo para hacerlo.

 

Obras de ~: con L. Vázquez, Colegio de Santa Cruz, Valladolid, 1480 (atrib.); Informe sobre Coro y Trazas de la Cabecera, catedral Nueva, Plasencia, 1497 (atrib.); Cuerpo de luces de Capilla Mozárabe, en la catedral de Toledo, s. f. (atrib.); Trazas de la reforma de Capilla Mayor, 1498; Trazas del Hospital Real, patios de San Juan y San Marcos y capilla, Santiago de Compostela (atrib.); Trazas del Hospital de Santa Cruz, Toledo, 1504; Informe sobre ruina del cimborrio, Seo de Zaragoza, 1505; Capilla Real, catedral de Granada, 1505-1518; Cimientos de la catedral, Granada, 1507-1514; con otros dos maestros, Informe sobre ruina del cimborrio, catedral de Sevilla, 1511; Cuerpo central, crucero, linterna, alas de crucero, Hospital de Santa Cruz, Toledo, c. 1514 (atrib.); et al., Informes sobre las obras de construcción de la catedral Nueva, Salamanca, 1522-1529.

 

Bibl.: E. L laguno y Amirola, Noticias de los arquitectos y arquitectura de España desde su restauración, ilustradas y acrecentadas por J. A. Ceán Bermudez, Madrid, Imprenta Real, 1829, 4 vols.; V. L ampérez, Arquitectura Civil Española. Tomo II. De los siglos i al xviii, Madrid, Saturnino Calleja, S.A., 1922; F. de B. S an Román, Las obras y los arquitectos del Cardenal Mendoza, Madrid, Archivo Español de Arte (AEA)- Arquitectura, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), 1931; A. G allego Burín, Granada, Granada, Imprenta Ventura, 1946; E. Torres Balbás, Arquitectura gótica, t. 7, en M. Almagro Basch et al., Ars Hispaniae: historia universal del arte hispánico, Madrid, Plus Ultra, 1952; J. M.ª de Azcárate, Iglesias toledanas de tres naves, Madrid, AEA-CSIC, 1958; La Arquitectura gótica toledana en el s. xv, Madrid, AEACSIC, 1958; F. C Hueca Goitia, La Catedral de Toledo, León, Everest, 1981; J. M.ª de Azcárate, Arte de la Prehistoria al Renacimiento, Madrid, Colección Tierras de España (Castilla la Nueva), 1982; M. G ómez Moreno, Diego Siloé, Granada, Universidad, 1988; Araujo & Nadal, arquitectos, Las Catedrales de Plasencia, historia de una restauración 1979-1996, Cáceres, Colegio Oficial de Arquitectos de Extremadura, 1997; Vila Jato y García Guerra, De la bula fundacional a la puesta en funcionamiento (Libro conmemorativo de los quinientos años de fundación del Hostal de los Reyes Católicos), Madrid, Paradores de Turismo de España, 1999; F. C Hueca Goitia, Historia de la Arquitectura Española, t. I, Ávila, Fundación Cultural Santa Teresa, 2001; VV. AA., Isabel la Católica en la Academia de la Historia, catálogo de exposición, Madrid, Real Academia de la Historia, 2004, pág. 292.

 

Juan Gómez y González de la Buelga

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