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Valeriano Salvatierra Barriales

Biografía

Salvatierra Barriales, Valeriano. Toledo, 14.IV.1789 – Madrid, 24.V.1836. Escultor.

Fue bautizado al día siguiente de nacer, en la parroquia de los Santos Justo y Pastor de Toledo, con los nombres de Valeriano, Tiburcio, José.

Fue hijo de Mariano Salvatierra Serrano y de Faustina Barriales Vázquez. Su padre era escultor de la Catedral Primada y había sido el primer artista toledano de formación académica. Valeriano, lógicamente, aprendió el oficio con su padre y consiguió lo que no había logrado su progenitor, el ansiado viaje a Roma, adonde partió, al parecer, por vez primera en 1805, con tan sólo dieciséis años de edad. Allí en Roma llegó a ser discípulo de los artistas Canova y Thorwaldsen. Lógicamente el influjo de ambos autores, cima de la escultura neoclásica europea, quedó marcado en su obra.

Su primera estancia en Roma debió de durar solamente dos años, pues aparece matriculado en las clases de la Academia madrileña en 1807. A lo que parece, debió de volver a la Ciudad Eterna en 1809 o 1810, y en esta ocasión debió de permanecer hasta 1814, año en que solicitó la plaza de “escultor de cámara” que había quedado vacante por muerte de Pedro Michel. Entre los competidores al título se encontraba también Juan Adán, escultor de prestigio y de mucha mayor edad, que fue a quien se otorgó el cargo. Durante estos años romanos fue premiado reiteradamente por la Academia romana de San Lucas, y debió de ser especialmente digna su posición ante la invasión napoleónica de España, pues en 1816 le fue concedida, por Fernando VII, la Cruz de Distinción de Prisionero Civil.

Aunque la noticia es poco conocida, Valeriano fue nombrado escultor de la Catedral de Toledo en 1814, tras la muerte de su padre y de su cuñado, el escultor Juan Ramos Villanueva. En 1817 solicitó el ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, para lo cual tuvo que modelar en barro el tema Héctor arrastrado por Aquiles en rededor de las murallas de Troya. La obra fue un éxito y el escultor entró con la unanimidad del voto de los académicos.

Debido a la recomendación del infante don Carlos se le nombró, en 1819, escultor de cámara honorario. Y a partir de este momento su trabajo se desarrolló cada vez más en el ámbito de los encargos oficiales. En el año 1826 era nombrado restaurador de escultura antigua del Museo del Prado. Prueba de su prestigio es que, a los pocos meses de este nombramiento, ya era solicitado para asistir a la reunión en que se decidirían las efigies de los artistas que serían esculpidas, por Ramón Barba, en los medallones que hoy decoran la fachada principal del Museo.

Su trabajo como restaurador pronto le llevará mucho tiempo. En 1829 se encargó de toda la serie de esculturas que se pensaban colocar en el museo que ya estaba a punto de inaugurarse. En el Prado sería solicitado para todo tipo de menesteres, entre ellos para dar su opinión sobre el tipo de pavimento que convendría para las salas del edificio. Aunque, sin duda, su conjunto más popular y conocido será la talla de las distintas figuras simbólicas que hoy decoran la fachada principal.

En 1830 fue nombrado segundo escultor de cámara, y al año siguiente primer escultor de cámara por la muerte del escultor Ramón Barba, cargo que conservó hasta el final de su breve vida. Debido a su enfermedad de estómago, a partir de 1833 su trabajo sería muy menguado.

El escultor había casado con Hermenegilda Molero y Mora, que le sobrevivió bastantes años y que debió de tener una actividad importante en la carrera de su marido. Del matrimonio nacieron cinco hijos, de los cuales Ramón Salvatierra Molero siguió, con la pintura, el ambiente artístico familiar.

En cuanto a las influencias que pueden detectarse en su formación, está claro, en primer lugar, el magisterio de su padre Mariano Salvatierra Serrano, escultor de la Catedral de Toledo y personalidad de gran prestigio en la ciudad, que se movió aún más en el campo barroco que en el neoclásico. Por otra parte, fueron definitivas en su formación las enseñanzas adquiridas en Roma de Canova y Thorwaldsen.

La obra de Valeriano Salvatierra fue variada. En ella cabe incluir obras religiosas, retratos, trabajos para la decoración de monumentos y un conjunto de piezas funerarias. Entre las esculturas religiosas, ninguna más famosa que la imagen de la Virgen de los Dolores, de vestir, que talló para la parroquia de San Nicolás de la Orden Terciaria de los Servitas de Madrid, en agradecimiento a la mejora de su enfermedad tras haberse encontrado en estado crítico. La Virgen, de tamaño algo menor que el natural, fue especialmente famosa en Madrid y, al parecer, la propia reina Isabel II llegó a hacerse una copia. Imagen en verdad devota, centra su interés en la amargura de su rostro y en la actitud suplicante de sus manos. Se sabe documentalmente que su padre hizo algunas esculturas de este tipo para templos toledanos, sin que hasta la fecha se haya podido localizar ninguna.

Para la parroquia de San Ginés talló dos figuras, Santo Domingo de la Calzada y Santo Domingo de Silos, que se colocaron, inicialmente, a derecha e izquierda del retablo de la Virgen de Valvanera y que hoy se guardan en la sacristía del templo. Los santos, algo menores del natural, visten serias vestiduras monacales y aparecen tocado con la capucha y barbado —el santo Domingo de la Calzada— y más joven y sin barba el de Silos.

Otra faceta importante del trabajo de Valeriano Salvatierra fue la hechura de bustos de personajes ilustres y, sobre todo, de la nobleza. Algo que, en estos momentos del neoclasicismo español, era muy corriente.

Pero desgraciadamente en este campo las pérdidas han sido muy grandes, en parte por haberse difuminado su paradero entre las distintas ramas de parientes y en parte por haberse realizado en material fácilmente deteriorable como es el yeso. De todos los muchos que realizó, al parecer, se tiene localizada solamente una pareja, el del actor Isidoro Máiquez y el de José Aparicio, al haber sido donados a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. En ellos Salvatierra se muestra fundamentalmente veraz, como manifiesta la opinión de la época.

Muy característicos también de la época son los monumentos sepulcrales del cardenal Luis de Borbón y Ballabriga en la sacristía de la Catedral de Toledo y el de su hermana, la condesa de Chinchón, en el palacio de Boadilla del Monte, cerca de Madrid. El de Luis de Borbón fue labrado en Roma en 1824, y está claramente inspirado en el monumento sepulcral del papa Clemente XIII, en la Basílica de San Pedro, obra de Canova. El sarcófago descansa sobre unas garras de león y sobre él se alza la estatua del arzobispo arrodillado en actitud de rezo. En la parte inferior dos genios elevan la cruz y el báculo pastorales.

El sepulcro de la condesa de Chinchón está realizado en mármol rojo y se talló entre 1830 y 1832 por iniciativa de su hija Carlota Luisa de Godoy y Borbón. Sobre el sepulcro se eleva una columna en la que se alza el busto de la condesa y, apoyado en la columna, se ve a un joven arrodillado en cuya mano derecha porta una antorcha vuelta hacia abajo (¿será Tánatos?). El monumento tiene como fondo una pirámide truncada.

Queda mencionar, por último, las esculturas que Salvatierra, ayudado en ocasiones por algún otro escultor, realizó para adornar algún monumento concreto, como el conjunto que corona la puerta de Toledo realizado con el escultor Ramón Barba. También se sabe que trabajó en alguna de las esculturas que adornan el obelisco del Dos de Mayo en el paseo del Prado, un escudo de armas para el palacete de la Quinta en el Pardo y, de modo especial, el grupo de esculturas que adornan la fachada del Museo del Prado. El conjunto se dilató durante varios años y, debido a la envergadura del proyecto, solicitó la ayuda de su discípulo Sabino de Medina. Lo proyectado en principio eran dieciséis esculturas, de las que sólo llegaron a realizarse doce, colocándose en los huecos dejados por las no realizadas cuatro jarrones. Las talladas fueron las siguientes: Victoria, Arquitectura, Fama, Inmortalidad, Admiración, Constancia, Magnificencia, Simetría, Fertilidad, Paz, Euritmia y Fortaleza. Aunque a la muerte del escultor no estaban todas terminadas, él es el inspirador indiscutible de todo el conjunto. Como afirma el doctor Pardo Canalís, no sobró en este caso la inspiración, y el resultado es una “especie de musas sin ilusión y de sacerdotisas sin esperanza”.

Por último, hay que señalar el conjunto de esculturas antiguas del Museo del Prado que el escultor restauró y que modernos estudios van concretando con exactitud.

El 24 de mayo de 1836 el escultor murió en Madrid, a la temprana edad de cuarenta y siete años, dejando una carrera en plena madurez capaz de haber dado aún valiosos frutos.

 

Obras de ~: Sepulcro del cardenal Luis de Borbón, Toledo, 1824; Grupo que corona la Puerta de Toledo, Madrid, c. 1827; Escudo de armas del Palacio de la Quinta, El Pardo (Madrid), c. 1828; Sepulcro de la condesa de Chinchón, Boadilla del Monte (Madrid), c. 1830-1832; Inicio de las esculturas que decoran la fachada del Museo del Prado, Madrid, 1830; Inicio de los jarrones que decoran la fachada del Museo del Prado, Madrid, 1833; Virgen de los Dolores, Madrid, 1834.

 

Bibl.: M. Ossorio y Bernard, Galería biográfica de artistas españoles del siglo xix, Madrid, Moreno y Rojas, 1883-1884; E. Serrano Fatigati, “Escultura en Madrid desde mediados del siglo xvi hasta nuestros días. Los escultores del siglo xix (1825-1875)”, en Boletín de la Sociedad de la Sociedad Española de Excursiones, vol. 19 (1911-1912), págs. 45-74; E. Pardo Canalís, Escultores del siglo xix, Madrid, Instituto Diego Velázquez, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), 1951; Escultura neoclásica española, Madrid, CSIC, Instituto Diego Velázquez, 1958; J. A. Gaya Nuño, Arte del siglo xix, en M. Almagro Basch et al., Ars Hispaniae: historia universal del arte hispánico, vol. XIX, Madrid, Plus Ultra, 1958; S. R. Parro, Toledo en la Mano, Toledo, Instituto Provincial de Investigaciones y Estudios Toledanos, 1978; M.ª D. Egea Marcos, “Valeriano Salvatierra: vida, obra y documentos sobre un escultor neoclásico”, en Anales de la Universidad de Murcia, 3-4 (1983).

 

Juan Nicolau Castro