Pérez Gallego, Gonzalo. ?, s. m. s. xiii – IX.1316. Décimo maestre de la Orden de Alcántara.
Su ascendencia era gallega. Su padre se llamaba Pedro o Adam Fernández y probablemente era descendiente del linaje de los Traba; su madre fue Estefanía Pérez, hermana del maestre alcantarino Fernando Pérez Gallego, cuyo sucesor, como décimo titular de la Orden, fue precisamente su sobrino Gonzalo Pérez, elegido en los primeros meses de 1298, siendo en aquel momento comendador mayor de la milicia.
Para entonces, la Orden gozaba de un consolidado prestigio que el maestre Gonzalo Pérez Gallego no tardaría en experimentar personalmente: ante el cisma abierto en la milicia calatrava a raíz de la elección maestral de García López de Padilla, abiertamente cuestionado por el comendador mayor Gutierre Pérez, fue el maestre alcantarino quien, en febrero de 1301, y junto a Diego López, recibió en fieldat las fortalezas de la Orden de Calatrava, incluida la de su sede conventual, en tanto se pronunciara respecto al conflicto el abad cisterciense de Morimond. No fue ésta la única ocasión en que Gonzalo Pérez asumió papeles de arbitraje; lo hizo también pocos años después, en 1305, en el pleito que sostuvo nuevamente el maestre de Calatrava, en esta ocasión por la posesión del castillo de Cabra, con Sancho, hijo del infante Pedro.
Este prestigio personal e institucional derivaba de una inteligente política de consolidación señorial que Gonzalo Pérez había heredado de sus predecesores y que supo mantener en alza en los turbulentos años del reinado de Fernando IV de Castilla. Permaneciendo en todo momento cerca del Trono y alejado de las veleidades desestabilizadoras de la nobleza liderada por los pretendientes más o menos ocasionales a la Corona —el infante don Juan y Alfonso de la Cerda—, el maestre obtuvo importantes beneficios de la regente María de Molina y del propio Fernando IV en su breve etapa personal de gobierno.
Los servicios prestados son, en efecto, el argumento justificativo de muchos de los privilegios recibidos por la Orden durante la etapa de Gonzalo Pérez Gallego.
Ya en mayo de 1298, el maestre veía confirmada en su persona la concesión vitalicia de 10.000 maravedís que el Monarca había otorgado a su predecesor, y en los años inmediatos la Orden recibía un aluvión de confirmaciones que afectaban a importantes privilegios, entre otros el de la libre circulación de sus ganados por todo el Reino. A ello se sumaba en 1302 la donación de la aldea cauriense de Eljas y la medillense de Villanueva de La Serena al año siguiente, además de la concesión de rentas reales, exenciones fiscales y condonación de delitos para sus vasallos.
Naturalmente que todo este conjunto de donaciones y privilegios sólo se entiende desde la lógica de la colaboración del maestre hacia la Monarquía, y en este sentido es cierto que los servicios por él prestados afectaron a las más diversas realidades. En primer lugar, a la cruzada emprendida en 1309 por el rey Fernando IV con el objeto de recuperar Algeciras y conquistar Gibraltar. La operación no se saldó con éxito, pero a ella contribuyeron las distintas Órdenes Militares, y parece que también lo hicieron los freires alcantarinos.
Gonzalo Pérez Gallego fue también prestamista del Rey. Las difíciles circunstancias económicas del reinado de Fernando IV obligaron a la Monarquía a solicitar préstamos a muy diversas instituciones; concretamente la Orden de Alcántara le facilitó 200.000 maravedís y 2000 doblas de oro que, poco antes de la campaña de Algeciras, le había reportado al maestre la tenencia sobre Coria. Otras 3000 doblas se traducirían al poco tiempo en el control alcantarino sobre Trujillo. Nada de ello impedía que los freires extremeños hubiesen sido poco antes recipiendiarios de otro préstamo de 50.000 torneses librado en este caso por los templarios portugueses en vísperas de la disolución de su milicia, y por el que el maestre alcantarino hubo de empeñar nada menos que Valencia de Alcántara.
Precisamente la disolución del Temple no iba a dejar de generar problemas a la Monarquía. De hecho, la negativa de algunos freires templarios a abandonar sus posesiones hicieron actuar a la Orden de Alcántara, en nombre del Rey: en la primavera de 1308 concretamente, con el apoyo de las milicias concejiles de Cáceres y Plasencia, Gonzalo Pérez había puesto término a la resistencia de los templarios encastillados en su encomienda del Puente de Alconétar, muy cercana a la sede conventual de Alcántara. Sin duda, el maestre alcantarino esperaba beneficiarse de ello y así ocurriría en el futuro. Por ahora, en julio de 1309, Gonzalo Pérez recibía de manos del Rey, aunque a través de compra, la villa y castillo de capilla, con Almorchón y Garlitos, uno de los más grandes señoríos de los templarios castellano-leoneses.
Esta actitud de armoniosa colaboración con la Monarquía se mantuvo en la última fase del gobierno maestral de Gonzalo Pérez, la que, tras la muerte de Fernando IV, se corresponde con los primeros años de la minoría de Alfonso XI. Por lo pronto, y probablemente por su iniciativa, el maestre de Alcántara suscribía en marzo de 1313 una carta de hermandad con los titulares de Santiago, Diego Muñiz, y Calatrava, García López de Padilla, en la localidad alcantarina de Villanueva de la Serena. Era una proclamación de lealtad al nuevo Rey y toda una declaración de solidaria defensa de los intereses de las distintas Órdenes ante el turbulento panorama que se avecinaba.
En la disputa por la tutoría entre los infantes Pedro y Juan, Gonzalo Pérez, como el resto de los maestres, se decantaría de manera inmediata por el primero, que, sin duda, conectaba mejor con los freires dada su marcada vocación reconquistadora. La predilección del maestre por Pedro se materializaría en mayo de 1314 a través de la concesión que hizo de la tierra extremeña de Siruela a favor de Diego García de Toledo, mayordomo mayor del infante. Fue, sin embargo, la tutoría tripartita —reina María e infantes Pedro y Juan—, constituida en Palazuelos e institucionalizada en las Cortes de Burgos de 1315, la que, a instancias de Gonzalo Pérez Gallego, confirmaría a la Orden de Alcántara todos los privilegios concedidos por Monarcas anteriores.
No es claro que el ya viejo maestre acompañara a santiaguistas y calatravos en la campaña desplegada por el infante Pedro en la vega de Granada en el transcurso de 1316. Fue aquel año el de su muerte, concretamente a finales de septiembre, siendo enterrado en el conventual de Santa María de Almocóvar.
Bibl.: F. de Rades y Andrada, Chronica de las Tres Ordenes y Cauallerias de Sanctiago, Calatraua y Alcantara, Parte Chronica de Alcantara, Toledo, Juan de Ayala, 1572 (ed. facs. Barcelona, 1980), fols. 13v.-14v.; A. de Torres y Tapia, Crónica de la Orden de Alcántara, t. I, Madrid, Imprenta de D. Gabriel Ramírez, 1763, págs. 450-504; B. Palacios Martín (ed.), Colección Diplomática Medieval de la Orden de Alcántara (1157?-1494), I. De los orígenes a 1454, Madrid, Editorial Complutense, 2000, págs. 258-322; C. de Ayala Martínez, Las órdenes militares hispánicas en la Edad Media (siglos xii-xv), Madrid, Marcial Pons, 2003, págs. 663-664; F. Novoa Portela, “Algunas consideraciones sobre los Maestres alcantarinos desde el nacimiento de la Orden hasta 1350”, en Revista de Estudios Extremeños, 59 (2003), pág. 1071.
Carlos de Ayala Martínez