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Fernando Pérez Gallego

Biografía

Pérez Gallego, Fernando. Galicia, p. m. s. xiii – ?, 1298. Noveno maestre de la Orden de Alcántara.

Natural de Galicia, del solar coruñés de Santa Marta de Ortigueira, fue hijo de Pedro García Gallego y de Teresa Núñez Maldonado.

Siendo comendador mayor de la Orden, fue elegido noveno maestre de Alcántara tras el fallecimiento de su antecesor, Fernando Páez, a comienzos de 1292.

Y aquel mismo año hubo de participar activamente, junto con sus freires y en compañía de los maestres de Santiago y Calatrava, en el asedio y conquista de Tarifa —octubre de 1292—, la gran empresa cruzada de Sancho IV. Quizá como premio a esta colaboración, el Rey, en abril de 1293, hizo entrega vitalicia al maestre Fernando Pérez Gallego de una renta anual de 10.000 maravedís de la moneda de la guerra en las rentas reales de Alcántara, Valencia, Salvaleón y otros lugares del señorío de la Orden.

La lealtad de que Fernado Pérez Gallego hizo gala hacia el rey Sancho IV no fue incompatible con la postura de cierta ambigüedad que, a raíz de su muerte en 1295, el mismo maestre adoptó hacia su hijo Fernando IV. La minoría de este Monarca fue una buena ocasión para desatar los ánimos de la alta nobleza, siempre insatisfecha en sus ansias de poder e influencia. En aquella circunstancia sus amenazadores designios se articularon en torno a dos pretendientes al Trono: el infante Juan, un hermano de Sancho IV que no reconocía la legitimidad de su sucesor, y Alfonso de la Cerda, el postergado heredero de Alfonso X. Detrás de cada pretendiente, además de sendos sectores nobiliarios, se movían los poderosos intereses de los dos Reinos vecinos, Portugal y Aragón, respectivamente, dispuestos a rectificar por la fuerza de las armas las líneas de sus fronteras forzadamente reducidas a consecuencia de la capacidad expansiva de Castilla. Pues bien, en esta difícil coyuntura, las Órdenes Militares no quedaron, ni mucho menos, al margen. Desde luego, no parece que actuaran de común acuerdo. En principio, los alcantarinos y su maestre habrían apoyado la legalidad constituida representada por el Rey, su madre, la regente María de Molina, y su tutor, el viejo infante Enrique, líder en realidad de un tercer sector nobiliario cercano al Trono sólo coyunturalmente. Pero lo cierto es que la actitud de Fernando Pérez Gallego no fue un modelo de inquebrantable fidelidad a la Corona. Los cronistas oficiales afirman lo contrario y para ello no dudan en forzar explicaciones, pero la postura del maestre fue, cuando menos, equívoca. Después de que con ayuda de freires templarios, concretamente del comendador de la Puente de Alconétar, el infante Juan, autoproclamado rey de León, marchara a concertarse con el rey Dionís en la ciudad portuguesa de Guarda, en el mes de agosto de 1296 el maestre alcantarino negociaba y obtenía del monarca portugués en aquella misma localidad la entrega de una iglesia situada en la diócesis de Coímbra, Santa María de Sea, a cambio del cese de viejas demandas, una extraña manera de servir, desde el entendimiento con el “enemigo”, al pequeño rey de Castilla.

Pero la ambigüedad del maestre de Alcántara no obedecía únicamente a la lógica de los intereses aristocráticos.

Fernando Pérez Gallego fue probablemente el primer responsable de la milicia que tomó conciencia de la importancia de su estratégico señorío fronterizo y de las eventuales ventajas que de él podrían derivarse cara a su consolidación. La clave estaba en mantener actitudes medidamente equilibradas entre las Monarquías castellana y portuguesa, empeñadas ambas por aquel entonces en definir con exactitud soberana los límites fronterizos de sus respectivos Reinos. No conviene olvidar que eran los días del Tratado de Alcañices.

A la firma de tan decisivo acuerdo luso-castellano —septiembre de 1297— acudió el maestre Fernando Pérez Gallego, obteniendo entonces la explícita renuncia del rey Dionís de Portugal a sus pretensiones sobre los enclaves alcantarinos de Valencia de Alcántara, Herrera y Esparragal, sin renunciar, por otra parte, al señorío sobre el histórico Pereiro y otras localidades alcantarinas del Ribacoa que, recientemente ocupadas por el rey de Portugal, pasaban ahora de modo definitivo a formar parte de su Reino. Todo un triunfo para la Orden extremeña, fruto en buena parte de su ambigua política de aproximación y presión ejercida al tiempo sobre el Reino de Portugal y la propia Monarquía castellana.

No tuvo el maestre Fernando Pérez Gallego mucho tiempo para disfrutar de sus medidas victorias en el campo de la diplomacia señorial. Murió a comienzos de 1298 y su cuerpo fue sepultado en Alcántara, en la iglesia conventual de Santa María de Almocóvar.

 

Bibl.: F. de Rades y Andrada, Chronica de las Tres Ordenes y Cauallerias de Sanctiago, Calatraua y Alcantara, Parte Chronica de Alcantara, Toledo, Juan de Ayala, 1572 (ed. facs. Barcelona, 1980), fols. 12v.-13v.; A. de Torres y Tapia, Crónica de la Orden de Alcántara, Madrid, Imprenta de D. Gabriel Ramírez, 1763, I, págs. 432-448; C. de Ayala Martínez, “Las órdenes militares y los procesos de afirmación monárquica en Castilla y Portugal (1250-1350)”, en VV. AA., As relaçoes de fronteira no século de Alcanices. IV Jornadas Luso-Espanholas de História Medieval. Actas, Porto, Universidade, 1998, vol. II, págs. 1279- 1312; B. Palacios Martín (ed.), Colección Diplomática Medieval de la Orden de Alcántara (1157?-1494), I. De los orígenes a 1454, Madrid, Editorial Complutense, 2000, págs. 249- 257; C. de Ayala Martínez, Las órdenes militares hispánicas en la Edad Media (siglos xii-xv), Madrid, Marcial Pons, 2003, págs. 511-512; F. Novoa Portela, “Algunas consideraciones sobre los Maestres alcantarinos desde el nacimiento de la Orden hasta 1350”, en Revista de Estudios Extremeños, 59 (2003), págs. 1070-1071.

 

Carlos de Ayala Martínez

 

 

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