Sánchez, García. ?, s. m. s. xii – I.1227. Cuarto maestre de la Orden de San Julián del Pereiro-Alcántara.
Aunque no esté plenamente documentado, es posible pensar en el parentesco de García Sánchez con el arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada, de quien podría haber sido primo. En cualquier caso, sus orígenes castellanos son más que probables, y también lo es el hecho de que fuera freire de la Orden de Calatrava antes de ser elegido maestre de San Julián del Pereiro-Alcántara en 1219. Con ello no se hacía sino aplicar una posibilidad contemplada en los acuerdos suscritos por ambas Órdenes en 1218. En este sentido, y en la línea de su predecesor el maestre Nuño Fernández, probablemente también oriundo de Castilla, contribuyó a consolidar el buen entendimiento con la Orden de Calatrava, a cuyo titular, que seguramente tuvo mucho que ver con su elección, reconoció una indiscutible primacía disciplinaria. Sólo así se entiende que en más de una ocasión, entre 1219 y 1222, García Sánchez otorgase documentos en su propio ámbito jurisdiccional en compañía del maestre de Calatrava; así ocurre, por ejemplo, en el caso de las pueblas salmantinas de Santa María Magdalena y San Marcos o en la cesión vitalicia del Monasterio de Asmeses a la condesa doña Sancha.
Pese a que una bula papal de 1224, en respuesta al sector sanjulianista reacio a la supeditación disciplinaria respecto a Calatrava, devolviera entonces su plena autonomía al Convento del Pereiro y ordenara la vuelta de su actual maestre a las filas de su antigua Orden, parece que para entonces el proceso estaba ya tan consolidado que García Sánchez no tuvo especiales dificultades para mantenerse al frente del maestrazgo hasta su muerte en 1227.
Contaba para ello con la plena confianza del rey Alfonso IX que supo mostrarse siempre muy generoso hacia él y hacia su convento, parcialmente instalado ya, por iniciativa del nuevo maestre, en la fortaleza de Alcántara. Este primer traslado a la línea fronteriza del Tajo —el definitivo se produciría más de veinte años después— era muestra evidente de la apuesta política que, cara a la defensa del Reino, el monarca leonés había hecho a favor de la milicia alcantarina y en detrimento de los templarios. En efecto, en 1219 el Rey entregaba a García Sánchez la vieja fortaleza templaria de Milana y también el compromiso de cederle cuantas villas y castillos fuera capaz de conquistar a los musulmanes en el Reino de León y en Extremadura. Se preocupaba igualmente de que el maestre y sus freires contaran con medios suficientes para la fortificación del propio enclave de Alcántara, y para ello les daba rentas en los cilleros reales y el portazgo de San Martín de Torres.
Con todo, la indiscutible colaboración militar de los freires alcantarinos con Alfonso IX no fue demasiado fructífera. No lo fueron ciertamente las campañas dirigidas contra los musulmanes en tierras de Cáceres los años 1220 y 1221, ni tampoco los ataques al propio núcleo urbano en 1222 y 1223, cuando el rey fizo cruzada. El cronista Rades dice que más adelante el maestre García Sánchez acompañaría al Rey en la toma del castillo de Portillo, cerca de Ceclavín, y en el cerco de Montánchez donde supuestamente moriría, pero no parece que estos hechos puedan ser contrastados, tal y como en su día apuntara con sobrada argumentación Torres y Tapia.
Con independencia del éxito mayor o menor del maestre en sus empresas militares, la lealtad mostrada al Monarca le permitió, gracias a su apoyo, contribuir decisivamente a consolidar el señorío alcantarino y poner las bases de su articulación territorial y comendataria que sus inmediatos sucesores llevarían a término. En este sentido, y a partir de 1224, se documenta un comendador permanente para la amplia circunscripción de Galicia, y poco después comienzan a ser operativos los de Santibáñez y Santa Cristina, localidad zamorana esta última que recibía fuero de manos del Rey en 1226.
El maestre García Sánchez moriría muy poco después, probablemente en los primeros días del año 1227 y su cuerpo fue sepultado en el Monasterio de San Julián del Pereiro, pues la sede de Alcántara aún no estaba definitivamente constituida en convento central.
Bibl.: F. de Rades y Andrada, Chronica de las Tres Ordenes y Cauallerias de Sanctiago, Calatraua y Alcantara, parte Chronica de Alcantara, Toledo, Juan de Ayala, 1572 (ed. facs. Ediciones El Albir, Barcelona, 1980), fols. 7v.-8r.; A. de Torres y Tapia, Crónica de la Orden de Alcántara, vol. I, Madrid, Imprenta de Gabriel Ramírez, 1763, págs. 213-237; D. W. Lomax, “Las milicias cistercienses en el reino de León”, en Hispania, XXIII (1963), págs. 29-42; C. de Ayala Martínez, “En torno a la filiación disciplinaria de la orden militar de Alcántara (siglos xii-xiii)”, en Anuario de Estudios Medievales, 28 (1998), págs. 345-361; L. Corral Val, Los monjes soldados de la orden de Alcántara en la Edad Media. Su organización institucional y vida religiosa, Madrid, Castellum, 1999, págs. 99-100; B. Palacios Martín (ed.), Colección Diplomática Medieval de la Orden de Alcántara (1157?-1494), I. De los orígenes a 1454, Madrid, Editorial Complutense, 2000, págs. 35-51; C. de Ayala Martínez, Las órdenes militares hispánicas en la Edad Media (siglos xii-xv), Madrid, Marcial Pons Historia-Latorre Literaria, 2003, págs. 87, 331 y 334; F. Novoa Portela, “Algunas consideraciones sobre los Maestres alcantarinos desde el nacimiento de la Orden hasta 1350”, en Revista de Estudios Extremeños, 59 (2003), págs. 1064-1065.
Carlos de Ayala Martínez