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Gómez

Biografía

Gómez. ?, p. m. s. XII – c. 1200, fundador, prior y maestre de la milicia de San Julián del Pereiro (futura Orden de Alcántara).

No se conoce ni filiación ni lugar de origen de este personaje que desde 1176 aparece como prior de una comunidad de freires que se hallaba al cuidado de la iglesia de San Julián del Pereiro, junto al río Côa, entonces territorio perteneciente al reino de León.

Su identificación con un supuesto Gómez Fernández de Barrientos, salmantino y hermano del imaginario fundador de la Orden de San Julián del Pereiro, Suero Fernández de Barrientos, es fruto de la leyenda construida en torno a los orígenes de la Orden de Alcántara, a cuya inicial consolidación tanto contribuyó el cronista portugués y destacado fabulador cisterciense Bernardo de Brito a finales del siglo XVI.

Los orígenes de la Orden de Alcántara, directamente relacionados con la primitiva milicia de San Julián del Pereiro, no pueden retrotraerse más allá de la figura del prior Gómez, al que en calidad de “fundador” de la casa del Pereiro se dirigió el rey Fernando II de León en enero de 1176. La normalización religiosa de aquella casa data de ese mismo año. En diciembre concretamente, el papa Alejandro III otorgaba a su prior Gómez una carta de protección apostólica en la que se eximía a la comunidad del pago de diezmos, se le garantizaba la integridad de sus bienes, se facilitaba el ingreso en ella de nuevos miembros clérigos o seglares, y se afirmaba la autoridad del prior, cuya elección, por otra parte, únicamente debería depender de la voluntad mayoritaria o más cualificada de los freires.

La comunidad del Pereiro no tenía entonces connotaciones militares, pero la situación iba a cambiar muy pronto. En 1183 hubo ya un principio de militarización formalmente reconocido por la Iglesia. Aquel año el papa Lucio III se dirigía al maestre Gómez —ya no prior— recordando que su comunidad había sido fundada en la frontera misma de los sarracenos y que su contribución a la defensa de la cristiandad justificaba su privilegiado status jurídico, ajeno a la mediatizadora autoridad de los obispos. La directa protección pontificia, simbólicamente mate rializada por el pago de un maravedí anual a la Iglesia de Roma, no impedía la inclusión de la comunidad en el ordo monasticus propio de la regla de san Benito que sería, a partir de entonces, cauce regulador para la vida de sus miembros y puerta de entrada en la órbita de influencia cisterciense.

Esa influencia cisterciense sería verificada a través de la Orden Militar de Calatrava y ello, en buena medida, ayuda a explicar la militarización de los sanjulianistas. Ahora bien, esa militarización tampoco sería ajena, naturalmente, a las propias circunstancias del reino leonés; en efecto, sus treguas con los almohades expiraban a finales de 1183, lo cual se interpretaba como la inevitable reanudación de unas encarnizadas hostilidades que harían peligrar la frontera en la que se ubicaba el monasterio de San Julián; sería, sin duda, el rey Fernando II de León, de común acuerdo con el prior Gómez, convertido en maestre, el primer interesado en militarizar el enclave.

Es muy probable, sin embargo, que el nuevo maestre participara antes en acciones militares castellanas que en las propias de su reino de origen. De hecho, Alfonso VIII había dispuesto de contingentes sanjulianistas en la campaña que en 1185 se encargó de allanar el camino a la consolidación del flanco suroeste del reino de Castilla y a la repoblación de Plasencia. Coincidiendo con dicha campaña, el enclave fronterizo de Trujillo, en poder de la casa de Castro, pasó a manos del Rey, y es probable que éste decidiera entonces situar en él una guarnición sanjulianista con el fin de acabar consolidando un convento que sirviera de cabeza a la Orden en Castilla. Probablemente en la mente del Rey había un designio de castellanización de la milicia leonesa, cuyo maestre Gómez, en 1188, recibía ya el apelativo de Truxillense por parte de la Cancillería de Alfonso VIII.

A esa castellanización contribuían los esfuerzos de la Orden de Calatrava para imponer su autoridad disciplinaria y jurisdiccional sobre los sanjulianistas. Lo cierto es que ya en 1187 el monasterio leonés y sus posesiones aparecen incluidos en la relación de propiedades que el papa Gregorio VIII confirmó a favor de los freires castellanos. Probablemente fuera por entonces cuando el maestre Gómez y al menos una parte de su exigua milicia empezaron a ver con cierto recelo este escoramiento castellanista que les acabaría privando de señas de identidad autónoma. Se sabe, en cualquier caso, que en 1190 los sanjulianistas del Pereiro o de Trujillo fueron asociados por el Capítulo General del Císter a la Orden Bernarda de manera autónoma, como de hecho lo estaban los calatravos pero desvinculados de ellos, quedando en la dependencia disciplinaria de un monasterio inequívocamente leonés como era el de Moreruela. A partir de entonces, y hasta 1194, disminuyeron las concesiones del rey de Castilla a la milicia de Trujillo: la opción leonesista se impuso en ella de manera patente y, en consecuencia, la influencia jurisdiccional y disciplinaria de Calatrava se debilitó. En estas circunstancias, el maestre Gómez y sus freires recurrieron directamente al Papa para consolidar su privilegiado status cisterciense en materia de exención diezmal y construcción de iglesias y oratorios y, en efecto, en enero de 1193, Gregorio, cardenal de Sancti Angeli y legado apostólico, se lo otorgaba en nombre de Celestino III.

Desde luego, ni la Orden de Calatrava ni por supuesto el rey de Castilla se conformaron con la nueva situación. El maestre de Calatrava, Nuño Pérez Quiñónez, acusó al maestre Gómez de desobediencia, y éste se vio obligado a comparecer ante un tribunal apostólico presidido por el obispo de Zamora, Martín Arias. El tribunal sentenció a favor del Pereiro y en contra, por tanto, de las pretensiones sojuzgadoras de Calatrava. Éstas, sin embargo, volverían a aflorar tras la muerte del maestre Gómez.

Por su parte el rey Alfonso VIII decidió reanudar su política de atracción de los sanjulianistas intentando comprometerlos en la defensa de la frontera castellana: entre 1194 y 1195 Gómez y sus freires recibían del Monarca bienes en Toledo y, sobre todo, un conjunto de estratégicas fortalezas que aseguraban el flanco suroccidental del reino de Castilla: la propia Trujillo, las cercanas de Santa Cruz, Cabañas y Zuferola, y la de Albalat, junto al Tajo, con una retenencia asociada de 3.000 áureos anuales. Los acontecimientos no tardarían en precipitarse. La acometida almohade que cristalizó en la batalla de Alarcos de julio de 1195, y los ulteriores zarpazos musulmanes por tierras occidentales del reino de Castilla con el apoyo declarado del rey de León, destrozaron las posesiones sanjulianistas en Castilla.

Ni la vía de la denuncia judicial empleada por el maestre calatravo, ni la de la atracción política ensayada por el rey castellano dieron entonces sus frutos. La milicia sanjulianista tardaría aún en entrar de pleno derecho en la órbita de influencia de la Orden castellana de Calatrava. A ello se resistió Gómez, que ya no estaría durante mucho tiempo más al frente de la milicia. En el transcurso de 1200, o quizá algún año antes, el maestre Gómez renunciaba a su dignidad o sencillamente fallecía, sin que se conozcan más detalles del fin de su gestión al frente del Pereiro.

 

Bibl.: F. de Rades y Andrada, Chronica de las Tres Ordenes y Cauallerias de Sanctiago, Calatraua y Alcantara, parte Chronica de Alcantara, Toledo, 1572 (ed. facs. Barcelona, 1980), fols. 1v.-3v.; A. de Torres y Tapia, Crónica de la Orden de Alcántara, t. I, Madrid, Gabriel Ramírez, 1763, págs. 64-125; J. F. O’Callaghan, “The foundation of the Order of Alcántara, 1176-1218”, en The Catholic Historical Review, XLVII (1962), págs. 471-486 (reed. The Order of Calatrava, IV); D. W. Lomax, “Las milicias cistercienses en el reino de León”, en Hispania, XXIII (1963), págs. 29-42; R. P. de Azevedo, “A Ordem Militar de S. Juliao do Pereiro depois chamada de Alcántara”, en Anuario de Estudios Medievales, 11 (1981), págs. 713-724; J. J. Sánchez-Oro Rosa, Orígenes de la iglesia en la diócesis de Ciudad Rodrigo. Episcopado, monasterios y órdenes militares (1161-1264), Ciudad Rodrigo, Centro de Estudios Mirobrigenses y Ayuntamiento, 1997, págs. 137-158; C. de Ayala Martínez, “En torno a la filiación disciplinaria de la orden militar de Alcántara (siglos XII-XIII)”, en Anuario de Estudios Medievales, 28 (1998), págs. 345-361; L. Corral Val, Los monjes soldados de la orden de Alcántara en la Edad Media. Su organización institucional y vida religiosa, Madrid, Castellum, 1999, págs. 75-91; F. Novoa Portela, La Orden de Alcántara y Extremadura (siglos XII-XIV), Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2000, págs. 23-38; B. Palacios Martín (ed.), Colección Diplomática Medieval de la Orden de Alcántara (1157?-1494), I. De los orígenes a 1454, Madrid, Editorial Complutense, 2000, págs. 5-19; C. de Ayala Martínez, Las órdenes militares hispánicas en la Edad Media (siglos XII-XV), Madrid, Marcial Pons y Latorre Literaria, 2003, págs. 81-86.

 

Carlos de Ayala Martínez

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