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Dionís de Portugal

Biografía

Portugal, Dionís de. Portugal, c. 1351 – España, c. 1403. Hijo ilegítimo de Pedro I de Portugal e Inés de Castro, pretendido infante de Portugal en la Corte de Enrique III de Castilla.

Don Dionís (o Dinís) fue el segundo hijo de Pedro I de Portugal y de Inés de Castro, la célebre amante que, según relata una leyenda muy posterior, “reinó después de morir”. Dionís y sus hermanos (Juan y Beatriz) fueron tratados en la Corte portuguesa como verdaderos infantes mientras vivió su padre. En 1359 Dionís quedó prometido a Isabel, una de las hijas de Pedro I de Castilla y María de Padilla, aunque al final no se casó con ella. El 12 de junio de 1360 Pedro I de Portugal hizo una importante declaración respecto de los hijos que había tenido con la difunta Inés de Castro; de este punto arranca la fama de legitimidad que tuvieron en los años siguientes estos dudosos infantes de la Familia Real. El testamento de Pedro I, de 17 de enero de 1367, incluye un rico patrimonio para don Dionís.

Las relaciones con su medio hermano Fernando I (1367-1383) fueron inicialmente correctas: durante la guerra contra Castilla en 1369, Dionís actuó como frontero en compañía de su hermano Juan entre el Tajo y el Guadiana, y por ello el Rey le confirmó en 1370 los bienes que Pedro I le había dejado en su testamento.

Pero las cosas cambiaron tras el Tratado de Alcoutim de 1371, cuando el Rey decidió casarse con Leonor Téllez de Meneses; este hecho enturbió las relaciones fraternas hasta el punto de que, en mayo de 1372, Dionís se negó a besar la mano de la Reina: el Rey nunca olvidaría la ofensa.

Durante la invasión de Portugal que Enrique II desencadenó a fines de 1372 Dionís decidió pasarse al bando castellano. La guerra concluyó con el Tratado de Santarém, firmada por Fernando I el 19 de marzo de 1373 y por Enrique II en Lisboa el día 22. Entre otros compromisos, Fernando I se obligaba a perdonar y restituir a los exiliados, pero esta cláusula no se cumplió: Dionís de Portugal se instaló definitivamente en Castilla. El testamento de Fernando I, fechado en agosto de 1378, destila odio contra su medio hermano, hasta el punto de negarle la condición de infante.

Enrique II, por su parte, trató con generosidad a don Dionís en su testamento de 1374, donde, además, quedó ajustado el matrimonio con Constanza, una hija bastarda del propio rey castellano, a la que adjudicaba la villa de Alba de Tormes; sin embargo Constanza acabaría casándose con el hermano mayor de don Dionís, Juan de Portugal. El nombre de don Dionís aparece en diversas confirmaciones reales de Enrique II y Juan I hasta el año 1383. El 31 de agosto de 1380 juró en Soria el contrato matrimonial de Beatriz de Portugal, hija de Fernando I y Leonor Téllez, con el infante don Enrique (futuro Enrique III) y más tarde, en 1382, el de la misma Beatriz con Juan I.

Cuando Fernando I falleció en 1383, Juan I de Castilla se apresuró a reclamar la Corona lusitana en nombre de su mujer; de paso, el Rey ordenó la prisión preventiva del infante don Juan, hermano mayor de don Dionís, para cortar una eventual proclamación. La sublevación portuguesa, liderada por el maestre de Avís, tuvo al comienzo una predisposición favorable hacia los hijos de Inés de Castro, pero desapareció por completo en las Cortes de Coimbra de 1385, cuando el maestre decidió proclamarse rey; en el curso de aquellas Cortes, el doctor Juan das Regras descalificó de forma rotunda las pretensiones sucesorias de los infantes Juan y Dionís recordando sus anteriores alianzas con los castellanos. Entre tanto, Dionís seguía en Castilla, igual que su hermano Juan, pero no estaba preso, pues Juan I le nombró testamentario en 1385.

No tomó parte en las campañas contra las tropas anglo- portuguesas, a diferencia de su hermano.

En 1387 Dionís viajó a Portugal para entrevistarse en Oporto con el recién proclamado Juan I de Avís.

Luego se embarcó rumbo a Inglaterra en compañía de Frei Vicente Gonçalves con el fin de verse con Ricardo II, pero su nave fue capturada por los bretones en 1388; los captores pidieron una elevada suma que fue finalmente pagada por el conde de Flandes en 1391, de modo que el preso pudo volver por fin a la Península, primero a Navarra y luego a Castilla. Hacia 1392 Dionís se casó con Juana, una hija bastarda de Enrique II; este enlace le sirvió para recibir el señorío de Escalona y Cifuentes.

En las treguas luso-castellanas de 1393 Enrique III de Castilla se comprometió a no prestar ayuda a los hijos de Inés de Castro. Es de suponer el rechazo de ambos hermanos hacia el tratado recién firmado. Entre tanto, en 1394, el papa de Aviñón, Clemente VII, concedió la rosa de oro a “un infante portugués”, probablemente Dionís.

Tras la muerte del infante Juan de Portugal, Dionís intentó en 1398 el retorno a Portugal con apoyo militar de Enrique III, que encomendó las operaciones militares al condestable Ruy López Dávalos. Algunos grandes nobles portugueses se sumaron al proyecto, como Gil Vázquez de Acuña o Juan Alfonso Pimentel, que recibió en premio la villa de Benavente.

Se corrió el rumor de que la reina Beatriz de Portugal, exiliada por entonces en Castilla, le transfirió sus derechos sucesorios, pero lo cierto es que la intentona fracasó a fines del verano de 1398; además, el rey portugués contraatacó con la toma de Tuy.

Las conversaciones de paz de 1399 no dieron resultado y en 1400 se reanudó la guerra en la que ninguna de las dos partes logró la victoria. Por este motivo, en las treguas de diez años firmadas en 1402, Enrique III se comprometió a no prestar ayuda a Dionís.

No se conoce la fecha de su fallecimiento, pero parece situarse en la primavera de 1403. Sus restos y los de su mujer descansarán en la capilla de santa Catalina del Monasterio de Guadalupe, una obra costeada por su hija, Beatriz, que vivió en Tordesillas hasta la época de Enrique IV; allí fundó el Hospital de Mater Dei, donde fue sepultada en 1470. Se tienen vagas noticias de otro hijo de Dionís de Portugal, llamado Pedro de Portugal, pero su rastro no perdura más allá de 1412; parece que tuvo un hijo llamado Dionís, que aparece recogido en la crónica de Diego de Valera.

 

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César Olivera Serrano