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Santo Domingo de la Calzada

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Biografía

Domingo de la Calzada, Santo. Viloria de Rioja (Burgos), c. 1019 – Santo Domingo de la Calzada (La Rioja), 12.V.1109. Ermitaño, colonizador, patrono de todos los Cuerpos de Obras Públicas de España.

Era hijo de Jimeno García y de Orodulce, hacendados solariegos de la tierra, según documento de donación al monasterio de Valvanera en 1088, de indudable origen familiar. Otra donación de bienes personales de Orodulce, hecha al monasterio de San Millán de la Cogolla en el año 1087, confirma igualmente su origen y su identidad. Tanto los padres como su hijo Domingo se sienten vinculados y agradecidos a ambos monasterios riojanos de la Orden de San Benito. Más concretamente, Domingo García confiesa en el citado documento de 1088 que el santo abad Íñigo de Valvanera fue su “maestro y señor”, lo que parece indicar que siempre conservó, sin duda desde joven, una especial vinculación a dicho monasterio. Algo semejante podría decirse del monasterio vecino de San Millán de la Cogolla. Biógrafos posteriores destacan desde antiguo que Domingo fue postulante en uno y otro monasterio, pero que la divina providencia lo guiaba por otro camino.

En 1040 alcanzaba la Península como legado de Benedicto IX un varón venerable, Gregorio, obispo de Ostia. El joven Domingo, abandonadas sus anteriores pretensiones de ser monje benedictino y tras su experiencia de anacoreta con un maestro por los montes del pico de San Lorenzo, se va a unir a la misión de Gregorio y le acompañará durante cuatro años como ayudante y discípulo de correrías apostólicas por la tierra. Al fallecer en Logroño su maestro san Gregorio en mayo de 1044, Domingo se asienta en un bosque de la vega del río Oja, por entonces zona semidesierta. Allí, a los veintitantos años de edad, comienza a centrar su definitiva y verdadera vocación. Es aquí donde empieza a compaginar su fe, su entrega a Dios y a sus semejantes con los problemas reales que le rodean y que le configuran como hombre de su tiempo. Sería deseable poseer documentación precisa de este momento tan importante de su vida, documentación que llegará después, tras la obra del santo.

Hombre de su tiempo, el siglo XI sirve de fijación definitiva del Camino de Santiago, que concentra multitud de peregrinos de toda Europa y del mundo. Se necesitan campeones que comprendan y lleven adelante tan inmensa labor a todos los niveles profesionales de la técnica y de la asistencia humanitarias, tanto espiritual como material. Santo Domingo es uno de los principales protagonistas de esta hora.

Historia y tradición caminan acordes, al señalar a Domingo como el constructor de la ruta jacobea entre Nájera y Redecilla del Camino, colaborando en la ingente tarea emprendida por los reyes Sancho Ramírez, en Aragón y Navarra, y Alfonso VI, en Castilla y León. A la iniciativa de Domingo se debieron el acondicionamiento del Camino en este importante tramo, así como la construcción de un puente de veinticuatro arcos sobre el río Oja, mejoras ambas de tal relieve que la ruta jacobea se trasladó definitivamente hacia el sur, camino de Burgos, capital recién fundada, a través del paso natural de los Montes de Oca.

Domingo es el fundador, igualmente, de una modélica hospedería de peregrinos en el lugar de su retiro y centro de operaciones, el antiguo bosque del río Oja. Aquí atendía personal y desinteresadamente a los huéspedes que llegaban, según la consigna evangélica y benedictina, que tantas veces oyó sin duda de joven en los monasterios vecinos de Valvanera y San Millán: “Hospes, Christus”.

En torno a esta hospedería comenzó a construir una iglesia, que más adelante será catedral. Éste es el origen del burgo o nueva ciudad que recibe hasta hoy su nombre. No es extraño que en 1076 el rey Alfonso VI, tan empeñado en los temas de Europa y del Camino jacobeo, visitara en persona a Domingo de la Calzada, animándole a proseguir la obra iniciada. Es ahora cuando se ve apoyado con la primera aportación de tierras y la primera ayuda oficial y moral. Es el momento en que nace o se consolida una floración espléndida de ciudades que participa del resurgimiento urbano y económico de Europa y del norte de España, en torno al Camino. Baste citar Jaca, Estella, Logroño, Nájera, el propio Santo Domingo de la Calzada, Burgos, Carrión de los Condes, Sahagún y, por supuesto, Santiago de Compostela. El Santo de la Calzada fue un hombre moderno, un hombre de su tiempo.

Domingo es, en realidad, colonizador, repoblador y organizador de toda una amplia comarca que va desde el río Najerilla y el río Oja hasta el río Tirón, de La Rioja a tierras de Burgos. Al vitalizarla con la fijación del Camino, llamado aquí mejor Calzada, por lo bien hecha, originó riqueza, afincó comerciantes, labriegos, artesanos, dio nacimiento a una comunidad nueva. En el centro de esta interesante comarca surgió, por obra de Domingo, la ciudad que justamente lleva su nombre y que ha mantenido su hegemonía durante ya un milenio. Pocos se imaginan a Domingo de la Calzada comprando tierras, recibiendo donaciones, efectuando cambios y permutas para configurar lo que habría de ser el patrimonio de su fundación, que estaba pensada para trascender los tiempos y durar por generaciones y siglos. Domingo es, sin lugar a dudas, un hombre trascendente, que vive los problemas de su tiempo, y trata de darles una solución cristiana. El ermitaño —dice Justo de Urbel— era enfermero, médico, cocinero, albañil y arquitecto. Buenas condiciones para ser fundador de una ciudad y colonizador de una región.

Es muy singular el caso de un hombre que, con su ejemplar y santa entrega, consigue en torno a sí lo que en aquella época colonizadora necesitaba toda una organización real o todo un monasterio con sus nutridas comunidades de monjes, de servidores y de colonos. Domingo no fue tampoco un eremita solitario; supo rodearse de colaboradores y de ayudantes, que aparecen continuamente en la amplia documentación que se posee. Y supo formar discípulos que continuaran su obra. Destaca entre ellos otro colonizador nato, el burgalés san Juan de Ortega, cuya vida es paralela a la de su santo maestro Domingo.

Dios le concedió a Domingo comenzar a ver en vida resultados y frutos de su actividad. En el año 1106, tres antes de su muerte, el obispo Pedro I de Calahorra, a petición del propio Domingo, consagró la iglesia del nuevo burgo o ciudad, levantada por él. Asistió a la ceremonia el mismo rey en persona, Alfonso VI, que había donado años antes el fundo y los terrenos para dicha iglesia. El obispo confirmó, en el día de la consagración, una cofradía de aquel lugar, dando en concepto de limosna los frutos de la villa de Pino de Yuso. El templo y la cofradía comenzaban con fuerza su trayectoria histórica.

Domingo de la Calzada murió en la ciudad por él fundada, a los noventa años de edad. Pocas semanas después fallecía su amigo y gran valedor Alfonso VI, rey de Castilla y de León. Domingo fue sepultado, según sus deseos, en el propio Camino jacobeo, a la vera de la iglesia por él edificada. Posteriormente dicha iglesia se ensanchó en uno de los laterales para dar cobijo dentro de sus muros al sepulcro del fundador, donde se encuentra en la actualidad, bajo una artística cripta pública y abierta, visitable por los peregrinos y fieles en general. En la tapa del sepulcro de piedra se puede admirar la estatua yacente del santo, de dos metros, uno de los pocos y mejores ejemplos del románico yacente español, finales del siglo XII, con ángeles o discípulos postrados, señal de culto y veneración.

A los tres años de su fallecimiento, 1112, se encuentra documentada la denominación del nuevo burgo o ciudad con el nombre del fundador: Santo Domingo de la Calzada. Comienza su glorificación. En 1152, la mencionada iglesia edificada por el propio santo, consagrada a san Salvador y a santa María, fue elevada a categoría de colegiata, siendo obispo Rodrigo de Cascante. Finalmente, el papa Gregorio IX, mediante bula pontificia firmada en San Juan de Letrán el 14 de abril de 1232, eleva a rango de catedral la iglesia colegiata de Santo Domingo de la Calzada y autoriza al obispo Juan Pérez a residir en ella. Desde entonces, la catedral calceatense será sede compartida, y sus obispos se llamarán para siempre, hasta hoy, de Calahorra y La Calzada.

El mejor legado que pudo dejar el santo colonizador Domingo de la Calzada no fue otro que un hospital para peregrinos, una hermandad que los atendiera, una calzada con su puente sobre el río Oja y una iglesia con unos clérigos emprendedores. Sumadas orgánicamente estas realidades, se fraguó el burgo abadengo calceatense, que no llevará otro nombre que el de su fundador. El crecimiento demográfico y el urbano se desarrollaron rápidamente a lo largo del tiempo. En la Hermandad del Santo se inscribían no sólo los vecinos locales, sino también los labriegos de pueblos de la comarca, como Morales, Manzanares, Villalobar, Leiva, Alesanco, Castañares, Hervías.

Algunos cofrades se ofrecían de por vida a servir a los peregrinos y a los pobres. Toda una colmena de aliento y de vida. Se puede asegurar que el impulso fundacional del santo se prolonga en el tiempo y llega hasta hoy mismo de múltiples maneras. Habrá pocos casos más claros de identidad y de persistencia histórica como el de santo Domingo de la Calzada y los vecinos de la ciudad por él fundada y que lleva su nombre.

Los biógrafos del santo cuentan multitud de milagros obrados por su intercesión. Es clásica la obra de Joseph González de Tejada, editada en Madrid en 1702, titulada y conocida por Abraham de la Rioja, donde se recogen hasta ochenta milagros. Especialmente famoso es el milagro del gallo y la gallina: en el siglo XIV peregrinaba a Compostela, acompañado de sus padres, Hugonell, joven de dieciocho años, procedente de Colonia. Por celos de una muchacha del mesón, fue acusado injustamente de robo y ahorcado por la justicia de la ciudad. Sus padres oyeron la voz del hijo, diciéndoles que estaba vivo, liberado por intercesión de santo Domingo. Corrieron los padres a comunicárselo al corregidor, el cual respondió que estaba tan vivo como el gallo y la gallina que, asados, se disponía a trinchar en su mesa. En ese momento el gallo y la gallina saltaron del plato ante el asombro del incrédulo corregidor. Desde entonces se repiten los famosos versos: “Santo Domingo de la Calzada / que cantó la gallina después de asada”. Como recuerdo, en un lucillo, o pequeño corralizo en el muro de la catedral, se conservan vivos un gallo y una gallina, cuyo canto esperan con ilusión todos los peregrinos. Frente a la hornacina o gallinero actual, que se construyó hacia 1445, y debajo de la ventana, se conserva un trozo de madera de la horca del peregrino. En el archivo capitular se guarda un documento del 6 de octubre de 1350 que habla ya de la catedral de la Calzada donde hay “un gallo y una gallina” (“gallum et gallinam ibidem existentes”). En dicho documento, que forma un cuaderno de doce folios en vitela, varios arzobispos y obispos de la cristiandad conceden indulgencias a quienes se encomienden devotamente a santo Domingo de la Calzada y giren en torno a su sepulcro recitando el padrenuestro y avemaría, ceremonia que se sigue practicando por numerosos fieles.

El humanista siciliano Lucio Marineo Sículo (1460- 1533) habla en su obra De rebus Hispaniae mirabilibus del gallo y la gallina blancos que vio en la catedral de Santo Domingo de la Calzada, y cuenta que innumerables peregrinos de Europa y del mundo les cortan las plumas para adornarse con ellas, y que nunca se agotan. Dice que él mismo es testigo directo, porque lo vio, lo hizo y lleva una pluma consigo (“Hoc ego testor, propterea quod vidi et intefui, plumamque mecum fero”).

 

Bibl.: L. Marineo Siculo, Opus de rebus Hispaniae memorabilibus libri XXV, Alcalá, Miguel de Eguia, 1530 (en A. Schott, Hispania illustrata seu rerum urbiumque Hispaniae, t. I, Frankfurt, Claudium Marnium, 1603); L. de la Vega, Historia de la vida y milagros de Santo Domingo de la Calzada, Burgos, Imprenta de Juan Baptista Varesio, 1606; J. González Tejada, Historia de Santo Domingo de la Calzada, Abrahán de La Rioja, Patrón del obispado de Calahorra y La Calzada, y noticia de la fundación y aumentos de la Santa Iglesia Cathedral y Ciudad nobilísima de su nombre, Madrid, Viuda de Melchor Álvarez, 1702 (ed. facs., Logroño, Gobierno de La Rioja, 1985); M. Barruso y Melo, Historia del glorioso Santo Domingo de la Calzada y de la ciudad del mismo nombre, Logroño, 1887; I. Alonso Martínez, Santo Domingo de la Calzada, recuerdos históricos, Haro (La Rioja), Imprenta de Miguel Pasamar, 1889 (2.ª ed.); V. Lamperez y Romea, Historia de la arquitectura cristiana española de la Edad Media, Madrid, Espasa Calpe, 1930; J. de Entrambasaguas, Santo Domingo de la Calzada, el ingeniero del cielo, Madrid, Biblioteca Nueva, 1940; J. Pérez de Urbel, Año Cristiano, vol. II, Madrid, Fax, 1948; A. Prior Untoria, “Notas sobre la historia de la catedral de Santo Domingo de la Calzada” (documentos), en Berceo (Logroño, Instituto de Estudios Riojanos [IER]), 6 (1948), págs. 97-112; L. Vázquez de Parga, J. M. Lacarra y J. Uría, Las peregrinaciones a Santiago de Compostela, t. II, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), Madrid, 1949, págs. 162-173; Q. Aldea, “Calzada, Domingo de la”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. I, Madrid, CSIC, Instituto Enrique Flórez, 1972, pág. 321; A. Ubieto Arteta, “Apuntes para la biografía de Santo Domingo de la Calzada”, en Berceo, 82 (1972), págs. 25-36; Cartularios (I, II y III) de Santo Domingo de la Calzada, Zaragoza, Anúbar, 1978; Notas sobre el patrimonio calceatense en los siglos xii y xiii, Logroño, IER, 1978; F. J. García Turza, Documentación medieval del Monasterio de Valvanera (siglos xi a xiii), Zaragoza, Anubar, 1985; A. Ubieto Arteta, C. López de Silanes y E. Sainz Ripa, Colección diplomática calceatense (1121-1397), Logroño, IER, 1985; F. Abad León et al., El Camino de Santiago, Guía del Peregrino, León, Everest, 1985; J. G. Moya Valgañón, Documentos para la historia del arte del archivo catedral de Santo Domingo de la Calzada (1443-1563), Logroño, IER, 1986; M. V. Sáenz Terreros, El hospital de peregrinos y la cofradía de Santo Domingo de la Calzada desde su fundación hasta la crisis del antiguo régimen, Logroño, IER, 1986; M. L. Ledesma Rubio, Cartulario de San Millán de la Cogolla (1076-1200), Zaragoza, Anúbar, 1989; F. Abad León, Guía para visitar los santuarios marianos de La Rioja, Madrid, Encuentro, 1990, págs. 136-138; J. G. Moya Valgañón, Etapas de la construcción de la catedral de Santo Domingo de la Calzada, Logroño, IER, 1991; A. Calvo Espiga, “Santo Domingo de la Calzada, pionero de la laicidad en Europa”, en Scriptorium Victoriense, vol. XXXVIII (1991) (reprod. en Logroño, cabildo de la Catedral de Santo Domingo, Gráficas Quintana, 1991); M. F. Eraña Mayor, Viloria de Rioja y su historia, Logroño, Gráficas Quintana, 1995; A. Caperos Sierra, Comentarios a los hagiógrafos de Santo Domingo de la Calzada, Logroño, Gráficas Quintana, 2000; R. Sánchez Amejeiras, “La ritualización del camino de vuelta: nuevos hallazgos sobre el sepulcro de Santo Domingo de la Calzada”, en I. Gil-Díez Usandizaga (coord.), Arte medieval en La Rioja: prerrománico y románico. Actas VIII Jornadas de Arte y patrimonio regional, Logroño, IER, 2004, págs. 321-364; M. L. Lázaro y C. Villar Flor, Viajeros y peregrinos ingleses en el Camino de Santiago riojano (desde la época medieval), Logroño, IER, 2004.

 

Felipe Abad León

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