Fernández, García. ¿Mérida (Badajoz)?, s. xiii – ?, s. xiv. Vigesimoprimer maestre de la Orden de Santiago.
Era hijo del caballero portugués Fernando García de Trujillo y de su mujer Sancha Rodríguez. Pudo nacer en Mérida, donde habían contraído matrimonio sus padres, pero no se sabe cuándo. En el momento de su elección como vigesimoprimer maestre de la Orden de Santiago era comendador mayor de Castilla en Segura. Esa elección se produjo en 1317, a raíz de la muerte del anterior maestre, Diego Muñiz, que había tenido lugar en los primeros días de abril de aquel año. Lo cierto es que el nuevo maestre, que como él mismo se encargaría de dejar constancia, no sabía escribir, accedió a su elevada dignidad a una edad ya madura.
Quizá esta circunstancia, unida al clima de incertidumbre institucional en que vivía la Orden desde por lo menos la renuncia del maestre Juan Osórez casi veinte años atrás, llevó a su nuevo responsable a seguir los pasos del autoritarismo de su predecesor, Diego Muñiz, y a instalarse en un gobierno imprudente mente personalista, preocupado por el engrandecimiento de la mesa maestral y poco o nada respetuoso con las instancias capitulares de la milicia y la sensibilidad oligárquica de sus comendadores. En efecto, sin contar con el capítulo ni con su teórica representación de los Trece, empezó en 1319 por remover de su cargo nada más y nada menos que al comendador mayor de León, Lope Alfonso de Saavedra, aunque la intervención de la Sede Apostólica obligaría a restituirle en su dignidad un año después. Tampoco el sector clerical de la Orden podía estar muy satisfecho con el nuevo maestre; también desde comienzo de su gobierno —1320-1321— llovieron ante la Sede Apostólica denuncias del prior y convento prioral de Uclés contra destacados caballeros de la orden que no sólo no pagaban los diezmos debidos, sino que rapiñaban sus propiedades e intimidaban a sus personas; es cierto que, entre los denunciados —el propio comendador de Uclés, el del Hospital de Toledo, el comendador mayor del castillo de Segura y el tenente de la encomienda de Paracuellos— no figuraba el maestre, pero tampoco nada indica que llegara a intervenir a favor de los clérigos de la Orden. Eso no significaba que el maestre mantuviera hacia sus freires caballeros una actitud complaciente, sino, en todo caso, se trataría de un ejemplo de negligencia culposa, porque, de otro modo, no se entendería que muy poco después, en noviembre de 1322, fuera el propio García Fernández quien denunciara y solicitara castigo contra los comendadores y freires de su Orden que se hubieran negado a contribuir a las procuraciones devengadas por la legación pontificia que frey Guillermo, obispo de Sabina, había llevado a cabo un año antes en territorio peninsular. No parece, ciertamente, que las relaciones del maestre con sus freires discurrieran por las sendas del armonioso entendimiento.
El enrarecido clima de inseguridad política en que vivía sumido el reino de Castilla explica en buena medida este irregular proceder. Cuando García Fernández accede al maestrazgo, la primera tutoría de Alfonso XI, la colegiada de los infantes Pedro y Juan constituida en 1314, empieza a dar muestras de incapacidad para una gestión coordinada. Resulta significativo que uno de los primeros actos del nuevo maestre fuera el de concertar a comienzos de abril de 1318 una hermandad defensiva con los otros dos responsables de Órdenes Militares de origen hispánico, García López de Calatrava y Suero Pérez de Alcántara. La hermandad tenía por objeto la defensa de sus respectivos intereses y la colaboración coordinada frente a enemigos comunes, pero nació inevitablemente escorada hacia la parcialidad del infante Pedro y su proverbial “cruzadismo”. En cualquier caso, no parece que la edad del maestre le permitiera desplazarse a la vega de Granada junto a sus freires en la campaña que en 1319 acabó con la vida de los infantes Pedro y Juan, e introdujo a Castilla en una nueva y delicadísima fase de su ya consolidada crisis institucional. La tutoría de Alfonso XI sería ahora disputada por tres candidatos a controlar el gobierno de la regencia: el infante Felipe, hermano de Fernando IV y del recién fallecido Pedro; Juan llamado el Tuerto, hijo del infante Juan, muerto también en la vega de Granada; y Juan Manuel, a cuya parcialidad se sumó el maestre García Fernández, quien, de este modo, marcaba distancias respecto a los otros maestres de Órdenes Militares. Para éstos, incluido naturalmente García Fernández, en aquel momento el compromiso político desplazaba a la lucha fronteriza como objetivo prioritario, y el papa Juan XXII no tardó en reconvenirles por ello. Sólo más adelante, declarado ya mayor de edad Alfonso XI, los freires santiaguistas, aunque sin su anciano maestre, se desplazaban en 1326 a la frontera junto con el joven Monarca, en respuesta a los ataques previos del emir granadino Ismācīl contra Huéscar, Orce y Galera, enclaves todos de la jurisdicción señorial de la Orden de Santiago.
La Crónica de Afonso XI da explicación cumplida de la renuncia de García Fernández en el capítulo santiaguista de Mérida celebrado en marzo de 1327, y es que el maestre, debido a su edad, “non podía andar en la bestia nin podía trabajar”. No se puede dudar de que éste fuera el principal motivo, y también suficiente, para que se produjera esta dimisión. No era congruente que el maestre de una Orden Militar fuera incapaz de liderar a sus huestes en combate. También hay que tener en cuenta el clima de creciente enemistad entre maestrazgo y capítulo que generó el autoritarismo de García Fernández. Pocos comendadores y menos aún freires clérigos podían estar contentos con la gestión del maestre. No es extraño, pues, que la renuncia no fuera tan espontánea como nos la presenta la crónica alfonsina: no pocos sectores de la Orden verían en la elección del nuevo maestre, Vasco Rodríguez de Coronado, un auténtico alivio.
No se sabe si el fallecimiento del maestre se produjo muy poco después, lo cierto es que el balance de su gestión no puede considerarse positivo. Desde luego ni su modesta política repoblacional consistente en la concesión del fuero de Uclés a las localidades manchegas de Chozas (Villamayor de Santiago) y Villanueva de Alcardete, ni tampoco el hecho de haber obtenido de manos del rey Alfonso XI en 1325 los pechos de los judíos de Uclés y Ocaña para la Orden, compensaban un turbio período de desasosiego institucional en buena medida generado por el personalismo arbitrario del maestre. Ese personalismo tampoco ayudó a enderezar el, por otra parte, irresoluble problema del secesionismo de los santiaguistas portugueses: antes de acabar el año 1319, un tercer maestre provincial, Pedro Escacho, regía los destinos de la Orden portuguesa de Santiago; él será el responsable de la convocatoria del Capítulo General de Lisboa de 1327 y de la elaboración de los establecimientos “constituyentes” de aquel año. La escisión se había consumado de hecho. Y en la misma línea cabe atribuir también a la poca flexibilidad de la gestión maestral el nacimiento de tendencias igualmente secesionistas por parte de los comendadores mayores de Montalbán, máximos responsables de la Orden de Santiago en Aragón. En este sentido, no deja de ser significativo que en 1327 Jaime II se preocupara de recordar al maestre García Fernández que no esperara del nuevo titular de Montalbán, Blasco Maza, homenaje por su encomienda porque “no es costumbrado fazerse”.
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Carlos de Ayala Martínez