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Juan de Silva y Meneses

Biografía

Silva y Meneses, Juan de. Conde de Cifuentes (I), señor de Montemayor del Río (I). Toledo, 1399 – 1.VIII.1464 post. Alférez, notario, mayordomo mayor y consejero de Juan II y Enrique IV de Castilla.

Hernando del Pulgar, cronista de los Reyes Católicos, escribió de él que “deçía con muy buena graçía su parecer en las cosas y no dejava de dezir aquello que otros, por gratificar o por no indignar, callavan”.

La sinceridad y, al tiempo, la prudencia parecían ser los rasgos más característicos de la personalidad Juan de Silva y Meneses, hijo de Alfonso de Silva Tenorio y de Guiomar de Meneses; esta última, era hija única de Garci Suárez de Meneses y de María Coronel, cuyas virtudes había celebrado el poeta Juan de Mena en la copla 79 de sus Trescientas. El abuelo paterno de Juan de Silva era Arias Gomes de Silva, un portugués que, como tantos linajes del Reino vecino partidarios de la reina Beatriz —esposa de Juan I—, habían abandonado Portugal tras el fracaso de su causa en Aljubarrota (1385). Inicialmente los Silva se asentaron en el reino de Toledo, convirtiéndose en los sucesores de los Tenorio, pero pronto ampliaron su patrimonio hacia otras áreas del Reino como La Alcarria.

En 1430, el padre de Juan de Silva —que ostentaba las dignidades de adelantado de Cazorla, notario mayor del reino de Toledo, embajador de Aragón y consejero de Enrique III y Juan II— fundó mayorazgo en él entregándole la mitad de la villa de Barciene.

Los hermanos de Juan fueron Pedro de Silva y Meneses, obispo que fue de Lugo, Orense y Badajoz y que acabó renunciando a todos sus derechos en favor de su hermano, y María de Silva y Meneses, casada con Pedro López de Ayala, I conde de Fuensalida y alcalde mayor de Toledo.

Juan de Silva es descrito físicamente como un hombre alto, delgado y bien proporcionado, de nariz larga y lengua expedita a pesar de un ceceo que no le impedía expresarse con discreta agudeza en “cosas muy substanciales” y con gran predicamento. No obstante, por presentarse muy celoso del bien común y apasionado defensor del patrimonio real, hubo de enfrentarse con enemigos dentro de la Corte, y “por esto ovo algunas molestias y trabajos de los que suelen aver los favorecedores de la verdad”, a decir de Pulgar.

El señor de Cifuentes aparece, en primera instancia, como criado del condestable Álvaro de Luna y, según cuenta la crónica del último, tomando parte en la batalla de Higueruela en 1431 contra los granadinos, destacándose en la toma de la torre de Puente de Pinos.

Juan II le concedería, al que desde 1434 era su alférez mayor, la villa de Cifuentes que tras la muerte sin herederos de Pedro de Aragón había pasado a la Corona. El rey le otorgó, asimismo, por sus leales servicios y méritos, el señorío de la villa de Montemayor, así como bienes, rentas y poderes varios para hacer cambios o trueques de propiedades en su patrimonio, y privilegios tan curiosos como que pudiera dar su divisa de la Orden de la Banda a diez caballeros. No fue menor mérito el intento de conciliar al príncipe Enrique con su padre, “mitigando la indignación que el padre tenía contra el hijo”. Quizás por ello, en 1444, el heredero influirá en su padre para que le concediera trescientos vasallos al I Señor de Cifuentes y Montemayor.

Pero posiblemente la anécdota de su vida la protagonizó Juan de Silva en su viaje a Basilea para asistir, en calidad de embajador de Castilla, a la convocatoria de un concilio que pondría fin al Cisma de Occidente. Allí, en el palacio de la congregación, según el relato de Hernando del Pulgar y el discurso de Alonso de Cartagena, obispo de Burgos y embajador asimismo de Juan II, en 1435 se produjo un incidente que dejó constancia del carácter de Juan de Silva. El alférez mayor no tuvo reparo para arrebatar la silla y zarandear al embajador del Rey de Inglaterra por ocupar la precedencia que le correspondía al Rey de Castilla.

Increpado por el presidente ante aquel exceso, Silva le respondió con rotundidad: “digós, presidente, que quando padesce defecto la razón no deven faltar manos al corazón”. Y de esta manera se sentaron él y Alonso de Cartagena en las sillas primeras. Ambos volvieron a Castilla triunfantes, sobre todo Juan de Silva cuya fama de valiente y leal le acompañó hasta su último aliento. Su actuación en el concilio de Basilea le proporcionó el emblema y divisa para sus armas —una mariposa tras su blasón y el lema “mal posa qui mal y pose”— en referencia a la famosa anécdota con el embajador de Inglaterra.

Juan II murió en 1454. Poco antes se había celebrado su segundo matrimonio con Isabel de Portugal —madre de la futura Reina Católica— en cuyo séquito vendría una pariente muy cercana que, más adelante, sería fundadora de las religiosas concepcionistas: Beatriz de Silva y Meneses. A la muerte del Rey, su hijo Enrique IV no cesó de demostrar su estima a Juan de Silva y sólo un año después de su llegada al trono, en 1455, le concedió el título de conde de Cifuentes que acompañó de juros y privilegios, caso de las rentas de la jabonerías de Sevilla que el conde vendió, en parte durante el año de 1459, a Fernando de Azamar.

El I conde de Cifuentes, que se había retirado discretamente a sus estados patrimoniales, otorgó testamento el 15 de agosto de 1458 fundando los dos mayorazgos de Cifuentes y Montemayor para sus dos hijos varones. Y es que Juan de Silva había casado en dos ocasiones. La primera lo hizo, a petición del Rey, con la hija del I conde de Buendía y de Teresa Carrillo, Leonor de Acuña, a la que Juan II concedió en 1427 ciertas rentas —martiniega, escribanías...— en la villa de Cifuentes. Del matrimonio nació Alonso de Silva que algunos autores denominan erróneamente Álvaro, quien le sucedió como II conde de Cifuentes. Un segundo matrimonio lo celebró Juan de Silva con Inés de Ribera, hija del adelantado de Andalucía y de Beatriz Portocarrero, de donde nacieron Pedro de Silva (obispo de Badajoz), Francisca de Silva y Ribera, y Juan de Ribera, II señor de Montemayor, cabeza de esta segunda línea en el linaje de los Silva que se distinguió como un soberbio isabelino, primero frente a Enrique IV y después al servicio de los Reyes Católicos en Navarra ostentando también la dignidad de corregidor de Guipúzcoa, pero sin olvidar sus intereses en Toledo, donde se centraban las actividades de su medio hermano.

El I conde de Cifuentes murió con sesenta y cinco años en Toledo. Era el año de 1464 y en Castilla estallaba la gran revolución nobiliaria que llevaría al trono al joven infante Alfonso, hijo del segundo matrimonio de Juan II, frente al débil Enrique IV. El último acto que se conoce del I conde de Cifuentes muy poco antes de fallecer es la firma, el 1 de agosto de ese año, del compromiso para el segundo matrimonio de su primogénito Alfonso, viudo, con la también condesa viuda de Medellín, Beatriz Pacheco, hija ilegítima del hombre que había diseñado aquella revolución: el marqués de Villena. Aun cuando pudo intervenir en los prolegómenos de aquel cambio político, la vida no le permitió ver el momento más dramático caracterizado por una dualidad monárquica y una guerra civil en la que sus herederos apoyaron, sin fisuras, como él había iniciado, la opción del rebelde Alfonso XII y, más adelante, de su hermana y heredera, la futura Isabel la Católica.

 

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Dolores Carmen Morales Muñiz

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