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Alonso de Silva y Acuña

Biografía

Silva y Acuña, Alonso de. Conde de Cifuentes (II). Cifuentes (Guadalajara), 1429 – ¿Sevilla?, 18.IX.1469. Consejero del rey Alfonso XII de Trastámara, alférez mayor del pendón real, comendador de Yegros de la Orden de Santiago.

Hijo del matrimonio del I conde de Cifuentes, Juan de Silva, y de su primera mujer, Leonor de Acuña, Alfonso de Silva era ilustre por los cuatro costados, esto es, por parte de sus cuatro abuelos que, en el caso de los maternos, eran los primeros condes de Buendía y, por los de padre —Alfonso de Silva Tenorio y Guiomar de Meneses—, remitían a un origen portugués.

Inicialmente, los Silva se asentaron en el reino de Toledo, convirtiéndose en los sucesores de los Tenorio, pero pronto ampliaron su patrimonio hacia otras áreas del Reino como La Alcarria. El padre de Alonso, Juan, fue uno de los nobles favoritos del rey Juan II del que fue consejero, alférez mayor del pendón real, embajador en Constanza —protagonizando una famosa anécdota— y I señor de la villa de Cifuentes que, más adelante, fue distinguida por Enrique IV con el título de condado. Un segundo matrimonio de su padre con Inés de Ribera, hija del adelantado de Andalucía y de Beatriz Portocarrero, le convirtió en medio hermano de Juan de Ribera, II señor de Montemayor.

Con fecha del 23 de noviembre se conserva una escritura del II conde de Cifuentes por el que nombraba jueces árbitros para zanjar las diferencias sobre la herencia de su padre.

Alfonso de Silva, al que algunos autores le denominan erróneamente Álvaro, se casó en primeras nupcias con Isabel de Castañeda, hija del señor de Lormazas y de Juana de Guzmán, señora de Palos. De ese primer matrimonio nacerían seis hijos de los cuales sólo Juan, futuro III conde de Cifuentes y casado con Catalina de Toledo, seguiría la línea. Dos de sus hijos varones, Alfonso y Pedro, fueron, respectivamente, clavero de la Orden de Alcántara, y religioso de la Orden de San Francisco. Un tercer hijo, Lope, fue señor de Sedano.

Finalmente, sus hijas María y Leonor profesaron en el Monasterio de la Madre de Dios en Toledo. No tardó el futuro II conde de Cifuentes en enviudar y así, del 1 de agosto de 1464, constan las capitulaciones matrimoniales que su padre, Juan de Silva, realizó con el todopoderoso valido de Enrique IV, Juan Pacheco.

Alfonso contraería matrimonio en 1465, una vez fallecido el I conde de Cifuentes, con la hija del marqués de Villena, Beatriz, también viuda del I conde de Medellín. De ese segundo matrimonio nacería un hijo, Luis, que antepondría el primer apellido de su madre y abuelo —Pacheco— al Silva de su padre.

En Toledo, epicentro de la actuación de los Silva, la familia rival de los Ayala, llamaban a los judeoconversos, y por extensión a aquellos, marranos; y éstos a sus opositores, lindos. Y es que en la ciudad castellana los enfrentamientos entre cristianos nuevos y viejos fue incesante y la élite toledana actuó de forma insurrecta durante los reinados de Juan II, Enrique IV e Isabel I. Algunos autores han comparado los alborotos toledanos con las sublevaciones de otras ciudades europeas como Florencia o Gante.

Los tiempos eran revueltos en Castilla y el suegro de Alfonso de Silva se convirtió en el hombre clave de la política del reino dirigiendo la rebelión nobiliaria que llevaría al destronamiento de Enrique IV sustituyéndole por su jovencísimo hermano de padre, el príncipe Alfonso. Era el año de 1465 cuando comenzó una guerra civil entre alfonsinos y enriqueños que iba a prolongarse por tres años. Alonso de Silva y también su segunda esposa Beatriz —que dirigiría con mano férrea el condado de Medellín hasta la llegada de los Reyes Católicos— se mostraron fervientes alfonsinos.

Los últimos cuatro años de la vida del II conde de Cifuentes se centraron, como no podía ser de otra manera, en sus intereses toledanos y siempre dentro de la obediencia del rey Alfonso que no tardaría en hacerle beneficiario de mercedes. Tan pronto como el 11 de julio de 1465, sólo unas semanas tras su proclamación en Ávila, el joven monarca le hacía merced de 200.000 maravedís por juro de heredad a repartir con otros nobles toledanos, que eran los cinco hombres que dominaban la ciudad: el alcalde mayor de Toledo y pariente político de Alonso de Silva, Pedro López de Ayala, los mariscales Payo de Ribera, señor de Malpica, y Fernando de Rivadeneyra y Lope Ortiz de Stuñiga. Era una compensación por los gastos ocasionados en su apoyo al tiempo que confirmaba los fueros y privilegios a la ciudad y restituía jurisdicciones perdidas. Sólo unos días después, el Monarca le concedía al II conde de Cifuentes la encomienda de Yegros de la Orden de Santiago de la que el propio rey Alfonso era su administrador.

El 8 de enero de 1467 Silva recibiría más de 100.000 maravedís vitalicios en diferentes conceptos —tierra para dos lanzas recibidos de su padre— de los que 50.000 serían por juro de heredad en cualquier renta del lugar que él quisiese. También ese año de 1467 recibió los maravedís pertenecientes al físico judío de Enrique IV situados en ciertas rentas de las alcabalas de la ciudad de Toledo, partido y arcedianazgo, así como otra cantidad de 25.000 maravedís, también en los mismos lugares, pero por juro de heredad. Tal atención para con el conde de Cifuentes respondía — seguramente diseñado todo por Pacheco— a un motivo: la vuelta de Toledo a la obediencia alfonsina, un plan madurado en los meses anteriores. El golpe de mano que se materializó con el alzamiento de la ciudad por el rey Alfonso, tras celebrar probablemente Cortes en Ocaña meses antes, tuvo el precedente de una alianza firmada el 30 de enero por los nobles toledanos arriba citados —entre otros— y siempre encabezados por Cifuentes.

Así, el Monarca entraba en la ciudad imperial el 30 de mayo de 1467, acompañado por los cinco hombres fuertes toledanos, siendo el conde de Cifuentes seguramente el que más había colaborado en un acontecimiento que desnivelaba la balanza a favor del joven Monarca frente a su hermano Enrique IV.

En solemne procesión, acompañando al Rey niño, y encabezados por Cifuentes y los próceres toledanos, desfilaron el arzobispo de Toledo, el marqués de Villena, los condes de Plasencia, Benavente, Castañeda, Osorno, Urueña y Ribadeo, así como el condestable Manrique y los obispos de Burgos y Coria, entre otros muchos. Dos años después de su alzamiento, los mismos nobles que habían estado presentes en el acto de Ávila reafirmaban la vigencia del proyecto alfonsino.

Sin embargo, sólo unos meses más tarde, se produciría la revuelta anticonversa en Toledo, un desorden de tremenda envergadura cuyas consecuencias últimas quizás deben relacionarse con el final del reinado del joven Alfonso que se negó a las exigencias y chantajes —incluido el de rebelarse— que los cristianos nuevos amenazaban. La contestación —“yo deseo reinar para el castigo de los malvados no para ganármelos con dádivas”— no pudo traerle peores consecuencias al joven Alfonso XII. En aquella revuelta anticonversa, el conde de Cifuentes, como el más significado toledano del Consejo del Rey, tuvo que huir frustrándose sus deseos de mantener la paz interior con un statu quo que impidiese los desórdenes, pero conservando el poder. Refugiado en el Convento de San Bernardo, donde los cistercienses lo acogieron a sagrado junto con otros nobles, esta resulta ser una de las últimas noticias que se tienen de Alonso de Silva.

Sólo unos meses después, Toledo volvía a la obediencia de Enrique IV tras la promesa de favorecer a los cristianos viejos y también —según apunta el cronista Palencia— por las influencias de María Silva, la mujer de unos de los grandes toledanos, López de Ayala, tía carnal del II conde de Cifuentes. Pocos días más tarde, fallecía el rey Alfonso probablemente envenenado por Juan Pacheco, ahora flamante maestre de Santiago.

Poco se sabe del final de Alfonso de Silva, fallecido con sólo cuarenta años y quizás en Sevilla cerca de los intereses andaluces de su primera mujer. Probablemente apoyaría —al contrario que su mujer, Beatriz Pacheco— a la futura Isabel la Católica, hermana del fallecido Alfonso, en sus aspiraciones a la sucesión, como se demuestra en su hijo y heredero, Juan de Silva y Castañeda, que le sucedería con sólo diecisiete años como III conde de Cifuentes.

 

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Dolores Carmen Morales Muñiz