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Luis Felipe Vivanco Bergamín

Biografía

Vivanco Bergamín, Luis Felipe. San Lorenzo de El Escorial (Madrid), 22.VIII.1907 – Madrid, 21.XI.1975. Poeta y crítico literario.

Primogénito del matrimonio formado por Luis Felipe Vivanco y Pérez del Villar, magistrado, y Rosario Bergamín Gutiérrez, hija de Francisco Bergamín, ministro de la Monarquía, y hermana del escritor José Bergamín. Debido a la profesión del padre, pasó su infancia en distintas ciudades españolas: Málaga, El Escorial, Madrid, Toledo; sus vivencias en esta última inspirarían su libro en prosa, Los ojos de Toledo (1973).

Realizó sus estudios en el madrileño colegio del Pilar, donde tuvo como compañero a Agustín de Foxá, obteniendo el título de bachiller en 1923 con excelentes calificaciones. Una grave enfermedad, el tifus, que le sobreviene a los dieciocho años, y su larga convalecencia, supone un paréntesis en sus estudios, aprovechado por el futuro escritor para hacer fecundas lecturas que marcarían su trayectoria poética posterior. En 1926 ingresa en la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid, probablemente animado por el ejemplo de su otro tío, el arquitecto Rafael Bergamín; la influencia de los tíos Bergamín fue una constante en su vida. En aquellos años, el idealismo del joven Vivanco se manifiesta en posturas izquierdistas, como la de asumir en 1931, cuando se proclama la Segunda República, la presidencia de la Asociación Profesional de Alumnos de Arquitectura, encuadrada en la Federación Universitaria Escolar (FUE), que desde 1931 a 1939 fue la más importante de las asociaciones estudiantiles españolas. Y también son los años en que comienza a publicar sus poemas en revistas como Litoral o Nueva Revista. Su amistad con los jóvenes vanguardistas le asocia a proyectos como la revista de tono surrealista Extremos a que ha llegado la poesía española (Madrid, 1931), con Herrera Petere y José María Alfaro como principales impulsores. También por entonces se le ve en compañía de los artistas de la Escuela de Vallecas, Alberto y Benjamín Palencia; en el número homenaje que en 1970 la revista Litoral dedicaba al escultor toledano, Vivanco recreaba en su poema “Pájaro bebiendo agua” aquellos años de iniciación y amistad vallecana; y en sus trabajos sobre crítica de arte, en gran parte aún inéditos, el escritor se ha ocupado de la pintura de Benjamín Palencia. Por otro lado, también es ahora cuando escribe su libro de poesía creacionista, Memoria de la plata (1927-1931), publicado no obstante años después, en 1958. También colabora Vivanco en La Barraca, el teatro universitario fundado por García Lorca. Y mantiene amistad con Rafael Alberti, cuyo libro Sobre los ángeles le impresiona vivamente, y, según el propio Vivanco nos dice en su estudio sobre la obra de este poeta, “se trata de uno de los libros que ha ejercido más influencia sobre mi propia vida y sobre mi vocación poética” (Introducción a la poesía española contemporánea, 1957, I: 251).

Los escritores del 27 acogían a los de la más joven generación, que entonces estaba empezando a formarse y de la que Vivanco formará parte. Las revistas eran punto de encuentro; como Los cuatro vientos, revista colectiva del grupo de los poetas del 27, promovida principalmente por Pedro Salinas, Jorge Guillén y Dámaso Alonso, y abierta a los escritores jóvenes, donde Vivanco era uno de los colaboradores. Fue asimismo el encargado del prólogo en la primera reedición facsímil de esta revista, en 1975.

En 1932, cuando obtuvo el título de doctor arquitecto, se matriculó en la Facultad de Filosofía y Letras, donde asistió a los cursos de filosofía de Xabier Zubiri, a quien le unía ya una antigua amistad y de quien se reconocerá discípulo. La Facultad de Letras era en los años de la República un foco cultural muy importante; con maestros como Ortega, Montesinos, Salinas, o el citado Zubiri, congregaba a un grupo de discípulos que serán también intelectuales destacados, como María Zambrano o Julián Marías. Es ahora cuando Vivanco conoce a Luis Rosales, compañero desde entonces en su andadura poética y amigo inseparable. Son también entonces los años en que José Bergamín convoca en su revista Cruz y Raya (Madrid, 1933-1936), de gran talla intelectual, católica y republicana como su director, a escritores de distintas tendencias ideológicas (de Neruda o Miguel Hernández a Rafael Sánchez Mazas o José María Alfaro); y, al lado de escritores consagrados, a los jóvenes escritores, entre ellos Vivanco, que publicaba en sus páginas un comentario crítico del libro de Salinas La voz a ti debida, la antología Música celestial de G. A. Bécquer y uno de los primeros ensayos escritos en España sobre Residencia en la tierra de Neruda; su admiración por el poeta chileno será también una constante en su vida. Otra de sus admiraciones juveniles fue Paul Claudel, de quien tradujo el Himno de Pentecostés, que Ramón Sijé le publicaba en El Gallo Crisis. Más tarde traduciría, del mismo poeta francés, El libro de Cristóbal Colón.

Inicia también por esta época su actividad profesional como arquitecto con su tío Rafael Bergamín, en las obras de la Colonia del Viso, que quedarían interrumpidas con la guerra, y reanudadas después de 1939. Su profesión de arquitecto siempre quedará en un segundo plano en sus intereses, que estarán orientados primordialmente en el ejercicio de su escritura poética, y también en el desarrollo de su actividad crítica —en los ámbitos literario y artístico— como queda atestiguado en su Diario (1983), breve selección de los veinticuatro volúmenes inéditos, escritos a lo largo de treinta años.

En los momentos precedentes inmediatos al estallido de la Guerra Civil, las tertulias en el café Lyon fueron el lugar de encuentro de los jóvenes: Vivanco, Rosales, los hermanos Panero, que estaban empezando a aglutinarse como un grupo con fisonomía propia. Si bien en sus presupuestos poéticos seguirían una línea común, la llamada “rehumanización” de la poesía, que evoluciona desde los postulados vanguardistas hacia un realismo intimista, y en la que participan otros escritores de grupos anteriores o coetáneos, el componente religioso transcendente de su escritura marcaría las diferencias. Así, en el año 1936, y en la Colección Héroe, dirigida por Manuel Altolaguirre, publicaba Vivanco su primer libro de poesía, Cantos de primavera. En su dedicatoria a Luis Rosales, al frente del libro, unas breves palabras resumen la primera poética del autor: “Hay que creer en el acento más puro, más sencillo, más fuerte, más humano y más divino, de la poesía [...] Yo canto y escribo mis versos, como hombre, como cristiano, como creyente y como enamorado [...] La poesía es camino, locura, de perfección, y después de ella sólo está la conducta”.

Las causas que, iniciada la guerra, le llevan a incorporarse a la “zona nacional”, han sido señaladas por José Ángel Fernández Roca (2001): presiones familiares, desengaño de la República, cierto instinto de clase, y, sobre todo, consideraciones religiosas. Del Madrid del Frente Popular, donde escribe Tiempo de dolor, pasa en mayo de 1937 a la “zona nacional”; Rosales (1976) lo ha relatado así: refugiado en la embajada de Turquía, sale de la capital con sus dos hermanos menores; en un mercante de bandera turca, llegaron a costas italianas, cerca de Siracusa, donde fueron obligados a simular una fuga y ganar la costa a nado. De Italia pasó a la España nacionalista, primero a Sevilla y luego a la casa de Rosales en Granada. Llamado por Rosales a Pamplona, donde se estaban organizando los servicios de Propaganda, Vivanco se incorpora a aquel grupo y allí conoce a Dionisio Ridruejo, Pedro Laín y Gonzalo Torrente Ballester.

De entonces son sus colaboraciones en Jerarquía, la revista de Falange creada por el sacerdote Fermín Yzurdiaga. De Pamplona, el Servicio de Prensa pasó a Burgos y ahí escribe en colaboración con Rosales La mejor reina de España y la antología Poesía heroica del Imperio; el primer tomo, de poesía renacentista, a cargo de Vivanco, se publicaba ya acabada la guerra.

De regreso a Madrid al finalizar la guerra, retoma las obras del Viso. Se reanuda igualmente la tertulia del grupo en el café Lyón, que se funde con la de Manuel Machado, de cuya iniciativa sale la academia literaria Musa Musae (1940), con la presencia y colaboración de Sánchez Mazas, José María Alfaro, Fernando Cossío, Emilio García Gómez, Adriano del Valle, Leopoldo Panero, Vivanco, Ridruejo (Gullón, 1969, 1976). Y en noviembre de 1940 Dionisio Ridruejo funda la revista Escorial (1940-1950), que tenía como más asiduos colaboradores, además del anterior, a Luis Rosales, Vivanco y Leopoldo Panero; estos cuatro poetas de Escorial formarán el grupo más coherente dentro de la llamada, y controvertida, “generación de 1936”. La revista se constituyó en portavoz de la cultura oficial del Régimen, pero también representó en la inmediata España de la posguerra el intento más destacado de continuidad cultural. En el Cuaderno 1 de esta revista publicaba Vivanco un artículo titulado “El arte humano”, la primer poética del grupo, sistematización de sus presupuestos rehumanizadores: la aspiración estética hacia una poesía humana y cordial, que les llevará luego a buscar el ejemplo de Antonio Machado. Muchas de las colaboraciones de Vivanco en esta revista fueron artículos de crítica de arte, una de sus facetas destacadas. Tiempo de dolor, su segundo libro de poesía, se publicaba también en aquellas fechas de 1940.

En la década siguiente (1940-1950) la actividad de Vivanco se centrará especialmente en su trabajo como arquitecto y en sus colaboraciones en Escorial. El magisterio de Antonio Machado se va haciendo progresivamente más sólido en el grupo a medida que avanza esta década, magisterio compartido también por Unamuno; en 1942 publicaría Vivanco su Antología poética de Miguel de Unamuno.

En 1945 celebra su matrimonio con María Luisa Gefaell, de padre judío vienés y madre de ascendencia vasco-polaca; concertista, escritora —obtuvo en 1950 el Premio Nacional de Literatura— y con dominio de varios idiomas, su apoyo fue constante para el poeta. Del matrimonio nacieron tres hijos: Soledad, Margarita y Juan. Vivanco fue hombre muy familiar y esto se trasluce en ciertas zonas de su poesía.

Continuación de la vida se publicaba en Adonais en 1949, el mismo año de La casa encendida de Rosales y Escrito a cada instante de Leopoldo Panero; son los momentos del “realismo intimista trascendente”, expresión sintetizadora de la poética del grupo, que acuñaba Vivanco en su artículo de 1950, “Aproximándome a la poesía temporal y realista”. También es por estas fechas cuando el grupo se reúne en torno a la revista Cuadernos Hispanoamericanos; en adelante, Vivanco desarrollará aquí gran parte de su actividad como crítico de poesía y de arte, si bien se encuentra también su firma en otras publicaciones periódicas, como Papeles de Son Armadans. En Cuadernos, el grupo patrocinaba un número homenaje dedicado a Antonio Machado, en 1949, con motivo del décimo aniversario del poeta; era el primer homenaje a Machado en una revista española después de la Guerra Civil. También es ahora cuando Vivanco se une a la Escuela de Altamira, grupo de artistas y críticos, como Ricardo Gullón, creado en Santillana del Mar por el pintor alemán Mathias Goeritz con el apoyo de Ángel Ferrant y que sirvió como fundamental enlace con el exterior; de aquí surge su interés por el arquitecto italiano Alberto Sartoris, a quien le dedica una monografía (1951).

Fue asistente asiduo a lo largo de la década de 1950 en las Conversaciones Católicas de Gredos, en las que participarán otros escritores e intelectuales católicos, como Aranguren, Peces Barba, Muñoz Rojas, Antonio Garrigues, Julián Marías, Luis Rosales o Dionisio Ridruejo; el paisaje de esta sierra es una presencia constante en su poesía. Su sentido catolicismo se asoció siempre a su talante conciliador y a su crecimiento intelectual. En 1953 participará en el II Congreso de Poesía de Salamanca, que tenía lugar en un momento histórico, cuando el régimen franquista comienza a salir de su aislamiento, a la vez que se consolida y logra su madurez política, con Ruiz-Giménez en el Ministerio de Educación, y como una muestra del talante conciliatorio y liberal de ese nuevo ministerio: Ungaretti, Oreste Macrí, Concha Zardoya, Dulce María Loynaz, J. V. Foix, José Hierro o José Ángel Valente eran algunos de los numerosos asistentes.

1957 fue un año muy destacado. Aparecen entonces publicados dos de los mejores logros en la creación poética y crítica del autor: El descampado y la Introducción a la poesía española contemporánea. El primero ha sido su libro de poesía mejor considerado por la crítica, y también por el propio poeta, junto a su última y póstuma obra, Prosas propicias (1976). La Introducción, que tuvo en un primer momento problemas con la censura, como cuenta el autor en su Diario, obtuvo el Premio Fastenrath de la Real Academia Española y alcanzó tres ediciones en pocos años.

En 1961 la editorial Aguilar publicaba Lecciones para el hijo. La poética de esta etapa, desde El descampado, es la confirmación del “realismo intimista trascendente” (Fernández Roca, 2001). Y de 1967 es su trabajo “La generación poética del 27”, que aparecía en el volumen VI de la Historia general de las Literaturas Hispánicas, coordinado por Díaz Plaja. Tras el envío de una separata a Juan Larrea, en su exilio argentino, poeta olvidado de esta generación de quien se ocupaba en sus páginas, rompiendo la desatención crítica de la obra del vasco, que, desde siempre atrajo la atención de Vivanco, comienza una relación epistolar entre ambos poetas, donde se gesta y culmina la publicación de la poesía de Larrea, Versión celeste, truncada por la Guerra Civil. Casi cuarenta años después de su escritura, el libro verá la luz en la recién estrenada Barral Editores, en 1970; la correspondencia, que dura casi tres años documenta con mucho detalle la historia de esa laboriosa edición y el papel determinante de Vivanco en la recuperación de Larrea (Yagüe, 1998 y 1999).

El ensayo Moratín y la ilustración mágica, de larga gestación según testimonia en su Diario, como asimismo lo son la mayor parte de sus obras, sale a las librerías en 1972; radiografía de una época y homenaje a los prosistas del XVIII, por quienes sentía gran admiración, en especial por la figura del menor de los Moratín, una antigua devoción. Dos años después, en 1974, se publicaba Los caminos, donde Vivanco reunía cuatro libros de poesía, escritos a lo largo de veinte años, la parte de su obra considerada por él fundamental: Los caminos (1945-1948), primer libro del ciclo al que da nombre, e inédito hasta ese momento, Continuación de la vida (1949), El descampado (1957) y Lugares vividos. Parece entonces iniciarse un cierto reconocimiento al obtener en 1975 el Premio de la Crítica. Su alejamiento del régimen franquista, progresivo desde los años cincuenta (hay que destacar su rechazo de cargos oficiales y sus penurias económicas, que le acompañarán siempre), se acentúa en estos últimos años de su vida, ya en abierta oposición. En las palabras liminares de Los caminos (1974) entonaba un “mea culpa”, que se radicaliza en las sátiras implacables contra el franquismo y contra los tecnócratas del Opus Dei de su libro póstumo, Prosas propicias (1976), en que retoma sus orígenes vanguardistas y que supone un ajuste de cuentas; poesía muy ligada a la realidad de los últimos años de la dictadura, que el poeta sufrió dolorosamente en la represión política de sus hijos, militantes antifranquistas.

La tarde del 20 de noviembre de 1975 sufrió un infarto en la Clínica de la Concepción, donde había acudido para un reconocimiento médico. Por la noche, y tras gestiones a muy alto nivel, su hijo Juan, en la cárcel de Carabanchel, fue a darle el último adiós, esposado y custodiado por guardias armados. Franco acababa de morir. Vivanco lo haría en la siguiente madrugada.

 

Obras de ~: Cantos de primavera, Madrid, Ediciones Héroe, 1936; Paul Claudel, El libro de Cristóbal Colón, trad. y ed. de ~, Madrid, Jerarquía, 1938; Poesía heroica del Imperio, selecc. y pról. de ~, t. I [antología de poetas renacentistas], Madrid, Editora Nacional, 1939; Tiempo de dolor (Poesías 1934-1937), Madrid, Imprenta Silverio Aguirre, 1940; Antología poética de Miguel de Unamuno, selecc. y pról. de ~, Madrid, Editora Nacional, 1942; R. M.ª R ilke, El libro de horas, selecc. y pról. de ~, en Escorial, 45 (junio de 1944), págs. 237-268; Continuación de la vida, Madrid, Rialp, 1949 (Adonais LVIIILIX); Alberto Sartoris, Santander, Monografías de la Escuela de Altamira, 1951; Los ojos de Toledo (Leyenda autobiográfica), Barcelona, Barna, 1953; El descampado, Madrid-Palma de Mallorca, Papeles de Son Armadans, 1957; Introducción a la poesía española contemporánea, Madrid, Guadarrama, 1957, 2 vols.; Memoria de la plata (1927-1931), Madrid, Rialp, 1958 (Adonais CLVI); Lecciones para el hijo, Madrid, Aguilar, 1961; “La generación poética del 27”, en G. Díaz Plaja (coord.), Historia General de las Literaturas Hispánicas, VI, Barcelona, Vergara, 1967, págs. 465-628; J. Larrea, Versión celeste, ed. intr. y trad. de ~, de 64 poemas del original francés, Barcelona, Barral Editores, 1970; “Música celestial de Gustavo Adolfo Bécquer”, intr. y antología de ~, en Cuadernos Hispanoamericanos (CHA), 248-249 (agosto-septiembre de 1970), págs. 449-471 [aumentada con respecto a la 1.ª publicación en Cruz y Raya, 1934]; Moratín y la ilustración mágica, Madrid, Taurus, 1972; Poemas en prosa (1923-1932), Santander, Bedia, 1972; Los caminos, Madrid, Cultura Hispánica, 1974 [contiene: Los caminos (1945-1948), Continuación de la vida (1949), El descampado (1957) y Lugares vividos]; Prosas propicias, Barcelona, Plaza y Janés, 1976; D. Ridruejo, Poesía, selecc. de ~ e intr. de Mariá Manent, Madrid, Alianza, 1976; Antología poética, selecc. e intr. de J. M.ª Valverde, Madrid, Alianza Editorial, 1976; Diario (1946-1975), ed. de S. Vivanco Gefaell, Madrid, Taurus, 1983; Los cuadernos de Segovia. Estancias y vagancias, pról. de M.ª L. Gefaell, ed. de L. Martínez Drake, Segovia, Diputación Provincial, 1991; Los caminos (Antología), Madrid, Visor y Ayuntamiento de Villaviciosa de Odón, 1998; “Epistolario inédito de Versión celeste. Correspondencia de Juan Larrea-Luis Felipe Vivanco-Barral Editores”, ed. e intr. de P. Y agüe López), en Moenia, 4 (1998), págs. 169-233; Poesía, I y II, edición de P. Y agüe y J. Á. Fernández Roca, Madrid, Trotta, 2001.

 

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Pilar Yagüe López

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