Cansino, Jacob. Orán (Argelia), 1590 – 19.IX.1666. Judío intérprete al servicio de la Corona en Orán.
Fue el miembro más destacado de la familia hebrea de los Cansino, una de las tres autorizadas, junto a los Cetorra (Satorra) y los Benzamerro, por Cédula Real de Fernando el Católico en 1512, a residir en Orán después de la conquista cristiana en 1509. Si bien en esa fecha es a Rubén Cetorra a quien se le otorga el título de intérprete y a las otras dos familias se les asigna la tarea de recaudación de impuestos, la ejecución del nieto del primer Satorra a mediados del siglo xvi permitirá que el apellido Cansino quede ligado al cargo de intérprete de la lengua hebrea, desempeñándolo de forma hereditaria, aunque con alguna excepción, hasta 1669, año final de la presencia hebrea en Orán. La propia forma en la que se lleva a cabo la entrada cristiana en las tierras del Magreb determina una presencia bastante compleja de las tropas españolas en Berbería. La ocupación exclusiva de las zonas costeras, sin penetrar hacia el interior del territorio, dificulta la subsistencia de población civil y militar que, incapaz de autoabastecerse con lo producido en las tierras dominadas, se ve abocada a la dependencia del envío desde España de bastimentos de todo tipo y, sobre todo, al mantenimiento de relaciones comerciales con las poblaciones árabes y beréberes del entorno. Pero estos musulmanes son, al mismo tiempo, el enemigo a vigilar, de ahí lo primordial del conocimiento de sus planes e intenciones en contra de las plazas cristianas. Dentro de este contexto es fácil adivinar la relevancia de la figura y cometido por el que Jacob Cansino ha pasado a la historia, como judío “muy pratico [...] en las lenguas y letras Castellana, Arabiga, Cenetia, Hebrea y Caldea”.
El asesinato de su hermano Aaron a manos de árabes en 1633, pone a su disposición el cargo de intérprete que había desempeñado aquél desde 1621. Pero en esa fecha Jacob padecía un encierro secreto en el castillo de Rosalcázar, ordenado por el gobernador de Orán, en aquel entonces el marqués de Flores-Dávila, Antonio de Zúñiga y de la Cueva, quien le acusaba de haber redactado informes para Felipe IV criticando su gobierno de la plaza. Ante este hecho, el Consejo de Guerra optará por romper con el componente hereditario del cargo, nombrando intérprete a Jacob Sasportas, en calidad de interino. Éste será el origen de una dura y larga pugna entre las dos familias, que tendrá un primer punto de interés en la llegada de Jacob Cansino a la Corte en 1634, después de haber sido liberado de su encierro en Orán por orden del propio Monarca. En Madrid, Jacob actuó como consejero del Rey, intentando atraerse su apoyo en su enfrentamiento con la familia rival, algo que no tardará en conseguir, como demuestra la Cédula Real de 1636 que recomienda la continuidad del oficio de intérprete en manos de la familia Cansino. La presencia de este judío sefardí en la Corte y en el propio Palacio Real, vestido como tal hebreo y practicando sus creencias, no iba a pasar inadvertida para la sociedad cristiana y, en especial para los críticos de la gestión de Olivares, que tenían un elemento más a su favor para enjuiciar las simpatías del valido hacia el judaísmo y en particular hacia los “marranos” portugueses que pululaban por Madrid en este período, financiando buena parte de su política.
La excepcionalidad e intención de su estancia en la capital quedan aún más refrendadas cuando en 1638 ve la luz la traducción que el propio Cansino hace del Libro de los Extremos y Grandezas de Constantinopla del rabino de Salónica, Moisés Almosnino. El hecho de que un judío publicara un libro en España, con permiso real y cuando todavía se hallaba en pleno funcionamiento el Tribunal de la Santa Inquisición, que ejercía sobre Jacob una estrecha vigilancia en Madrid y en Orán, es tan sólo una prueba más del predicamento del binomio Olivares-Felipe IV hacia los judíos, en especial hacia aquellos que con su dinero o habilidades lingüísticas podían facilitar la pervivencia de la Monarquía. El libro aborda la traducción y adaptación al castellano del texto del rabino, precedido de un memorial de la familia Cansino en el que figuran todos los servicios a la Corona que el propio Jacob, en primer lugar, y después sus predecesores en el cargo, han realizado durante décadas. Aunque este memorial ocupe muy pocas páginas en relación con el conjunto de la obra, y si bien se presenta como una mera justificación de su papel de editor, lo cierto es que, conociendo la situación de los Cansino en aquellos finales de la década de los años treinta, bien parece que la intención de Jacob Cansino ha sido la de exponer sus méritos, y el libro de Almosnino un simple pretexto que le permite presentarlos a la Corte. El efecto deseado por el autor aún tardará algunos años en surtir, pues hasta mayo de 1646 no decidirá el Consejo de Guerra limitar el oficio de intérprete a un solo cristiano —algo que ya se venía haciendo desde que éstos alcanzaron un buen nivel de conocimiento del árabe en Orán— y a un judío, y éste habría de ser Jacob Cansino, con un salario de cuarenta y cinco escudos mensuales. A partir de entonces, serán los Sasportas los que habrán de pasar a la ofensiva.
Ya en Orán, Cansino se ocupa de conseguir tribus musulmanas que colaboren con el gobernador y de fijar por escrito los tratos anuales con ellas, que se traducirán en entregas y ventas de grano, fundamental para la pervivencia de la guarnición. De igual forma, su conocimiento de las tierras musulmanas, en las que pasa más tiempo que en el propio presidio oranés, le permite avistar tribus enemigas contra las que poder organizar una cabalgada en la que obtener rehenes por los que luego pedir un elevado rescate. Cansino traduce cartas y todo tipo de papeles, transmite avisos y noticias de toda Berbería, y hasta ayuda en la reparación de las fortificaciones del presidio. Su relevante posición social no se opone al hombre de frontera que es, en un territorio sin marcas definidas por más que los castillos y fortalezas pretendan delimitar el perímetro cristiano. En su abundante correspondencia, Cansino deja muestra de su excepcional conocimiento del territorio magrebí y de sus habitantes, de sus lenguas y de sus costumbres. A su pluma se deben algunas de las mejores y más precisas descripciones de la Berbería española y de la realidad cotidiana de la plaza de Orán, con la pretensión de mantener bien informado al gobernador y, en último término, al Rey, de quien se siente verdadero servidor y a quien desea rendir cuentas e, incluso, volver a visitar en sus días postreros.
A pesar de que su enfermedad le obliga a servirse de sus hijos Samuel y Haïm para las funciones que ya no puede desempeñar por estar postrado en el lecho, ninguno de los dos será su heredero en el cargo. Su muerte en 1666 abre de nuevo la discusión sucesoria, en esta ocasión ante la disyuntiva de reemplazarle por su hijo o sólo por un intérprete cristiano. Los partidarios de la expulsión de los judíos de Orán ven el momento propicio para liberar de manos hebreas uno de los oficios más importantes y mejor pagados. En tres años, la judería oranesa será tan sólo historia.
Obras de ~: M. Almosnino, Libro de los Extremos y Grandezas de Constantinopla, obra adaptada y trad. al castellano por ~, Madrid, en la imprenta de Francisco Martínez, 1638.
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Beatriz Alonso Acero