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Fidel Dávila Arrondo

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Biografía

Dávila Arrondo, Fidel. Marqués de Dávila (I). Barcelona, 24.IV.1878 – Madrid 22.III.1962. Capitán general del Ejército.

Primer hijo de los numerosos que tuvieron Mateo Dávila Gil e Irene Arrondo Arija. El padre, era teniente, graduado de capitán, del batallón de Cazadores de Alfonso XII n.º 19, en Barcelona, que en enero de 1882, fue destinado voluntario al Regimiento de Infantería n.º 36, en Burgos. Cuatro meses después, el regimiento se trasladó a Santoña. En 1884 fue trasladado el regimiento al castillo de Burgos.

A los nueve años, acaso por la refriega cívicomilitar del Dos de Mayo, que dio su nombre al lugar próximo al Capiscol, el regimiento fue a guarnecer Logroño en septiembre de 1888. Allí aprobó Fidel los tres primeros cursos de bachiller con las máximas notas, y en la escuela de Artes y Oficios cursó Dibujo, Aritmética y Geometría industrial, con miras a la milicia.

Ascendido el padre a comandante, pasó al batallón de Cazadores de Madrid n.º 2, y la familia fue a vivir a Vitoria donde Fidel, en julio de 1892, terminó el bachillerato con sobresaliente a los 14 años, y el 13 de agosto de 1894, aprobó el ingreso en la Academia de Toledo, con el número 5 de los trescientos cuarenta y seis aspirantes, y el 28 de agosto de 1894 era ya caballero cadete de Infantería.

En febrero de 1896 salió promovido a subteniente del Arma y en octubre ya combatía por las lomas de Guanabo, la ribera del río Bujurayabo y la laguna de Majana. A lo largo de ese año y el siguiente se multiplicaban sus acciones y Fidel Dávila se familiarizaba con los nombres de la campaña en que se iba forjando su vida militar: Potrero, Tamarindo y la Loma del Coco, donde ganó la Cruz del Mérito Militar con distintivo rojo. Luchó en Jaruco, Guanabacoa y en el combate de Sacramento, encuadrado en la columna de La Lealtad, en las operaciones de Managua y San Antonio de las Vegas.

El 30 de julio de 1897 volvió a la Península, y fue aprobado en la Escuela Superior de Guerra, donde ingresó como alumno en 1899, cuando la independencia cubana cumplía un año. Se le promovió a capitán de Estado Mayor en 1902, pero habiendo sido el segundo de su curso, salió con el número cinco por asistir al entierro de su padre, muerto súbitamente.

Destinado en prácticas a unidades de la Capitanía general del Norte, reclamó al ministro, general Weyler, la Primera, donde él había de ser sostén de sus hermanos y de su madre viuda.

A los ocho días se le destinó a la Primera Región.

Una de sus prácticas la efectuó en el Depósito de la Guerra, y allí empezó a anotar cada día en una agenda sus datos, impresiones o estudios previos de operaciones militares, diario revelado sólo a su muerte por su hijo Valentín en la obra Una vida al servicio de España: General don Fidel Dávila Arrondo (1878-1972), aportación testimonial a la biografía de quien pronto fue un excelente técnico de Estado Mayor en estrategia, táctica y logística.

Destinado en Marruecos, inició su actuación en la última fase de la campaña elaborando los planes de ataque del Estado Mayor de la Comandancia General de Melilla, y desarrollándolos entre los militares más prestigiosos de entonces. Siendo teniente coronel en 1919, destacó como jefe de la Sección de Campaña y también jefe interino del Estado Mayor, influyendo en los momentos clave con responsabilidades superiores a su empleo y excepcional mérito en los duros años de 1919 a 1922 con dos propuestas de ascenso por méritos de guerra, cosa extraña en el Estado Mayor: la primera, a coronel, iniciada por el general Silvestre y unánime acuerdo de la Junta de jefes, y la segunda, a general, propuesto por Sanjurjo.

El teniente coronel Dávila no estuvo en el Desastre de Annual. En diciembre de 1920 terminaban las operaciones que sometieron a las cabilas de Beni Uliser y Beni Said, las más importantes y belicosas de la Comandancia de Melilla. Sólo faltaba ocupar el puerto de Afrau para incluir toda la costa en el Protectorado, completando el control comercial interior y la seguridad confiada a España.

Dávila, desde su sección de campaña, informaba, incluso por escrito, al general Silvestre, su comandante general, de que era preciso detener las operaciones, para “dedicar nuestra actividad y nuestras fuerzas, a consolidar el dominio del territorio ocupado aquel año”, y conseguir los créditos necesarios para prolongar la carretera de Dríus, hasta Tafersit, por un lado, y a Ben Tieb, por otro, así como la de Kadurrur, y también llevar el puente del río Kert al interior de Beni Said; pero, además, fomentar el comercio, pues se carecía de elementos básicos, porque “habíase rebasado el límite de elasticidad de la fuerza del Territorio”.

Esta última frase era la clave del informe.

La clara propuesta de Dávila era no dar un paso más; de ser atendida por el general Fernández Silvestre, quién sabe cómo se hubiera desarrollado todo.

Pero el general Silvestre estaba obcecado en tomar Annual, como punto de partida indispensable para avanzar hasta Alhucemas, y el 15 de enero de 1921 lo ocupó sin que apareciese el enemigo, lo que se apresuró a comunicar a Dávila, queriendo demostrarle su acierto y dar un mentís a sus pronósticos.

Dávila contestó asombrado, pero informaba al general de que, en consecuencia, habría que ocupar la posición de Sidi Dris, “mejor mañana que pasado, y hacer en ella una fuerte base”. Se le respondió: “Eso hay que madurarlo”, y Dávila insistió: “No era desconocida mi opinión adversa a nuevas operaciones, porque carecer de elementos y ser indispensable consolidar lo ocupado el año anterior; pero la toma de Anual nos impone ocupar Sidi Dris, haciendo de ella una base fuertemente enlazada con Annual; operación urgentísima, pues Annual, en sí, no era de gran preocupación”.

Pese a ello, sólo se ocupó Sidi Dris el 12 de marzo, cuando la situación bélica lo hizo indispensable, y no como Dávila aconsejaba, sino creando una posición intermedia en Talilit, reforzada por las “A” y “B”, y otra en Igueriben, para que proteger el camino de Annual a Sidi Dris siguiendo el curso del río Salab. Después de avanzar el 15 enero hasta Annual y el 15 de mayo hasta la costa de Sidi Dris, el 1 de junio se lograba ocupar el cerro de Abarrán.

Los cabileños de Beni Urriaguel, soliviantados por Abd el Krim, iniciaron aquel mismo día el prólogo del célebre Desastre de Annual, atacando la posición de Abarrán —en oposición a la idea de Dávila— su accidental jefe de Estado Mayor, quien, agobiado por trabajos y disgustos, enfermó gravemente, “con un pie en el sepulcro” pronosticado por tres médicos. El 9 de julio marchó a la Península con licencia de tres meses por enfermedad y fue despedido por el comandante general tras un homenaje de la Infantería y otro del Estado Mayor. Gozaba de alto prestigio entre los mandos, aunque apenas le conociesen los soldados.

Una semana después se abandonó Igueriben, sin lograr socorrer a los cercados, lo que, según Dávila, fue “prueba de la ineptitud del mando”, culminada aquel 21 de julio de 1921 en el Desastre de Annual, como Dávila avisaba y trató de evitar, según el libro del marqués de Dávila sobre las notas de su padre, testigo excepcional de la campaña.

Ascendido el 28 de agosto de 1929, el general Dávila fue jefe del Estado Mayor en la Capitanía general de Valladolid. Proclamada la República el 14 de abril de 1931, en mayo del mismo año se veía indeciso ante el dilema que le ofrecía la Ley de Azaña, cuya política le había puesto en el trance de reprimir disturbios e incendios de iglesias, pero el 24 de mayo cesó su incertidumbre la enhorabuena de los comandantes López Muñiz, porque Azaña le iba a nombrar subsecretario. Al ser confirmado, pidió inmediatamente pasar a la reserva, lo que se le concedió el 28, en cuatro días.

Hasta entonces, la carrera del general Dávila no había sido espectacular. Ganaba sus batallas desde los puestos de retaguardia, elaborando planes y movimientos de tropas, y gozaba de prestigio entre los altos mandos, pero el público le desconocía, porque se mantenía en segundo plano.

Fue a vivir a Burgos, donde se inició la etapa más brillante de su vida profesional. Allí formó parte de la conspiración que desembocó en el levantamiento de 1936. En la noche del 18 al 19 de julio tomó el mando del Gobierno civil de Burgos y durante el breve tiempo que estuvo en ese cargo, se limitó a sus atribuciones burocráticas, dictando normas para velar por la normalidad y el orden, sin imponer condena alguna ni inmiscuirse en facultades de la autoridad judicial, consiguiendo, como gobernador civil y militar de Burgos, que la mayor parte de la provincia quedase en zona “nacional”.

Fue uno de los seis vocales de la Junta de Defensa Nacional, órgano colegiado que asumía los poderes del Estado, constituido en su decreto de 24 de julio de 1936, el primero publicado el 25 en el Boletín Oficial n.º 1, que designaba presidente al general Cabanellas y vocales, a los generales Saliquet, Ponte, Mola y Dávila y los coroneles Montaner y Moreno Calderón. En otros decretos se nombraba al general Mola jefe del Ejército del Norte, y a Franco, jefe de las fuerzas militares de Marruecos y del Ejército expedicionario del Sur. Allí se definía el levantamiento como “reacción ante la anarquía y el desgobierno de España a impulsos del marxismo disgregador”.

En el Boletín Oficial n.º 2 se ratificaba el estado de guerra según el bando del día 25, unificador de todos los dictados. El n.º 3 recogía el decreto del día 29 que nombraba jefe de los servicios del Aire al general Kindelán y jefe de la Flota y vocal de la Junta al capitán de navío Francisco Moreno. El n.º 4 incluía en la Junta al general Franco y más tarde, a los generales Gil Yuste, Queipo de Llano y Orgaz.

Todo ello lo ejecutaba el general Dávila, pues al no estar Mola en Burgos, en cierto modo era él quien gobernaba la España “nacional”. Al desairado general Cabanellas le absorbían las visitas, el protocolo y la firma que le presentaba Dávila, ayudado en sus trámites por el muy eficiente coronel Montaner. Los demás vocales, absorbidos por su misión en los frentes, intervenían poco y confiaban su voto a Dávila quien, representando a la Junta, la dotó de asesorías con personas de relieve. Cuando Mola estaba en Burgos, dialogaba con él y con Cabanellas —africanistas los tres— sobre planes de operaciones, y muy identificado con Dávila, ajenos ambos a cualquier ambición política o personal. Mediado agosto, se les incorporó el general Gil Yuste, una eficaz ayuda.

Apenas establecido el general Franco en Cáceres el 25 de agosto, la Junta de Defensa impulsada por Dávila pensó en el futuro sistema de gobierno, no aceptando la dictadura republicana propuesta por Cabanellas, ni la restauración monárquica, después que Dávila, de acuerdo con Mola, había devuelto instantáneamente a la frontera al infante Don Juan, llegado el 1 de agosto; ni a los carlistas, sin fuerza para llamar a su Rey; ni los falangistas, de tanta expansión, que, acéfalos, buscaban apoyo militar. Urgía que el Ejército ocupase el poder, y Dávila fue decisivo en la idea del mando único y en la elección de Franco, pues al nombrar a éste “jefe del Gobierno que dirigiría todas las funciones del Estado”, sería implícitamente jefe del Estado.

Aclamado Franco el 1 de octubre, esa misma tarde dictaba su primera ley para organizar el nuevo Estado con un embrión de gobierno en Burgos: la Junta Técnica, que englobaba a la de Defensa, y presidía el general Dávila, visto por algunos como un gris general en reserva, cuando su cargo equivalía a una Secretaría general del Jefe del Estado.

Como jefe de la Junta Técnica, hubo de soportar Dávila uno de los temas más vidriosos: la relación con el obispo de Vitoria, Mateo Múgica, que si en carta de 6 de agosto, con el de Pamplona, Olaechea, condenó el apoyo vasco al Frente Popular, era calificando de “aberración, el que católicos de ambos bandos se batiesen por una diferencia de matiz político”.

Cuando el 17 de septiembre se presentó monseñor Múgica en Burgos, el general Dávila, irreductible, le exigió la inmediata salida de España “por constituir un foco de separatismo”.

Pese a ello, el cardenal Gomá afirmaba el 15 de diciembre ante la Santa Sede: “Me consta por el general Dávila, que en la provisión de cargos en España, lo primero que se atiende es a la condición de buenos católicos, y que tiene una oficina especial donde se repudia a los miembros de la masonería o simplemente sospechosos”.

Al llegar Franco a Burgos, el 11 de febrero de 1937, los temas de la Junta Técnica recaían ya sobre operaciones desarrolladas o por desarrollar, los medios de acción, reemplazos y posibles ayudas exteriores. Algo de ello se le debería a Dávila, pues al informar de la muerte de Mola el 3 de junio, se le ordenó, sin pausa telefónica, sustituirle en el mando del Ejército del Norte, lo cual inició con absoluta resolución y diligencia, sin interrupción de la ofensiva sobre Vizcaya, cuyas operaciones prosiguió inmediatamente, hasta que sus cañones hicieron saltar por su punto más débil el Cinturón de Hierro de Bilbao, rompiendo su mito de inexpugnable y disolviendo con rapidez al ejército vasco.

En toda la campaña del norte destacó el rigor, la flexibilidad y la eficacia con que la condujo el general Dávila, supervisado por Franco, practicando su ágil táctica contra la aspereza de algunos obstáculos, como en Bilbao, abreviando la campaña de Santander y Asturias, rechazando indignado el convenio vasco-italiano, llamado Pacto de Santoña, y haciendo volver vacíos a Inglaterra los buques ingleses Seven y Seas Spray, cargados con numerosos batallones de gudaris vascos, rendidos para no combatir por Santander.

En su iniciativa de “guerra de bolsas”, aplicaba Dávila su plan operativo marroquí de 5 y 6 de diciembre de 1920, que produjo la rápida ocupación de cabilas en Beni Ulixech y Beni Said, como en el verano de 1937 dominaron sus tropas toda la cornisa cantábrica, frente al plan enemigo de enlazar la campaña con la Segunda Guerra Mundial, que se esperaba inminente.

Durante el resto de la guerra, Dávila dirigió con éxito las principales operaciones, pero su proverbial modestia impidió reconocer lo decisivo de su acción en cada una. No prosperó el nombre de Ejército del Norte del Ebro, que en principio dio al suyo, al variar Franco la dirección a Valencia desde la zona de Jaca, para maniobrar sobre Madrid. El ataque enemigo a Teruel forzó a derivar de ese ejército una Agrupación Sur del Ebro, con la que Dávila llegó al Mediterráneo, como en el primer proyecto se trataría partiendo del Norte.

El 15 de diciembre de 1937 comenzó el ataque republicano a Teruel, tres días antes del preparado envolvimiento de Madrid por el Ejército del Norte. Suspendida aquella ofensiva, el día 17 se creó, al mando de Dávila, el Ejército de Operaciones del Turia, dividido en dos: el del norte del Turia, mandado por el general Aranda, y el del sur del Turia, por el general Varela.

Dávila reforzó el contraataque con el cuerpo de ejército de Yagüe, pero de 1 a 3 de enero de 1938, ya a las puertas de Teruel, se sufrió el peor temporal de nieve del siglo, que impidió la entrada en la ciudad, y el día 6 se malograba un fortísimo ataque del cuerpo del norte del Turia y los sitiados perdieron toda esperanza de socorro; el frío produjo, por congelación, más bajas que el fuego del enemigo, y el parte "nacional" del día 8 reconocía la pérdida de Teruel.

En el primer Gobierno, fue Dávila ministro de Defensa Nacional, desde 30 de enero a 10 de agosto de 1938, cargo que ningún otro ostentó en vida de Franco, sin dejar por ello de mandar el Ejército del Norte, al que, pese a la lucha y la nieve de Teruel, desenredó sus agrupaciones de urgencia, transformando los ejércitos del norte y sur del Turia, en los cuerpos de ejército de Galicia, Castilla, más el Marroquí de Yagüe. Situó su cuartel general en Ojos Negros, “el rincón más lóbrego de España”, según Martínez Campos, y allí, con largas jornadas en la zona de combate, discutía con Franco los errores sufridos en el ataque frontal, hasta decidir su reconquista por maniobra de doble ala, iniciada en el norte del sector, con eje en el río Alfambra.

Tras varios tanteos infructuosos, el 17 de enero de 1938, Dávila, desde Ojos Negros, inició la batalla del Alfambra, con la más imponente preparación artillera y aérea realizada hasta entonces. En el ataque se logró ocupar el día 18 los altos de Las Celadas y formar la bolsa del Alfambra, y en el paso del río se produjo por última vez el amplio despliegue de una división de Caballería. Conseguida la difícil ocupación de Celadas, el nudo de Sierra Gorda, el Mansueto y Santa Bárbara, el 22 de febrero el general Aranda entraba en Teruel.

A finales de julio de 1938, Dávila, en una de sus agotadoras sesiones con Franco, de observación y planteamiento entre los estallidos de la batalla, encontró tiempo para hablarle de los próximos planes, previstos ya en un borrador de 10 de agosto de 1937, para despejar los frentes de Zaragoza y Huesca hasta la línea del Cinca, Se realizaban siete meses después, a partir del 14 de marzo de 1938, en que, iniciando los avances en Aragón, por los apuntes que, cerca de Daroca, anotaba Dávila dictados por Franco, como “bases de un ciclo de operaciones que esbozan el camino a seguir desde el Gadalope, para penetrar hasta la desembocadura del Ebro, llegando a la costa a través de las ásperas sierras del Maestrazgo”.

La llegada al Mediterráneo en Vinaroz y Benicarló el 14 de abril, éxito del “divide y vencerás”, aisló al Ejército de Cataluña. Ya en el mar, Dávila presidió con Franco la revista naval del 31 de mayo, en la breve franja costera de Vinaroz. La campaña de Aragón se estudió en aulas militares extranjeras, hasta ser preterida por acciones de la Segunda Guerra Mundial.

A partir del 25 de julio, ante el paso del Ebro por las tropas republicanas, el general Dávila, desde su puesto de mando, “Escala”, coordinaba sus directrices con Franco, “Términus”, cerca de Alcañiz. Dos días después, el 27, Franco dirigía el primer contraataque para reducir las dos bolsas del Ebro. El 6 de agosto, reducida la menor en Mequinenza, trataba de reducir, también de frente, la del gran codo del río, pero reunidos en Coll del Moro —puesto de mando de Dávila— algunos generales, con Aranda y Yagüe, instaban a Franco a fijar el frente y maniobrar por la izquierda del Ebro, lo cual hizo que se agriase la discusión.

Al fallar varios asaltos a la sierra de Pandols, el 25 de agosto, inquieto Franco por la lentitud del avance, de pocos metros diarios, decidió que Dávila tomase personalmente el mando del de operaciones, hasta entonces sectoriales, y que se le incorporase el cuerpo de ejército de El Maestrazgo, mandado por Valiño.

Aun así, los cien mil hombres de Dávila sólo avanzaron cuatro kilómetros en ocho días y Caballs seguía resistiendo.

Mientras agonizaba así el ataque a Caballs por agotamiento de los dos contendientes, se produjo un movimiento favorable a “la mediación” para concluir la guerra y triunfó la oposición de Dávila, frente al conformismo de numerosas, muy variadas e ilustres personalidades Dávila asumió el mando de los cuerpos de ejército de El Maestrazgo de García Valiño y el Marroquí, de Yagüe, mientras Franco, después de otro Consejo de Guerra el día 23, renunciaba al ataque en frente estrecho y aceptaba envolver la sierra de Caballs, pero sin salir del sector e insistiendo en el flanqueo para dividir la bolsa del recodo del Ebro.

Al alba del 30 de octubre, el cuerpo de ejército de El Maestrazgo inició el séptimo contraataque a Caballs y llegó a coronar la cresta de la sierra. El 31 repetía la aviación su intenso ataque, a partir del cual Dávila fue disponiendo, una a una, las operaciones de ruptura, dispuestas en “Términus” y concretadas en “Escala”, con una larga lista de comunicados entre ambos puestos de mando.

El 3 de noviembre, rebasando Pinell, se llegó a la orilla del Ebro y la bolsa enemiga queda dividida en dos, lo que trajo consigo la caída de las sierras de Caballs y Pandols y que la mayor parte de las fuerzas repasaran el río sin impedimento. El 7 de noviembre quedó Mora de Ebro en poder de Dávila, y el 8 se conseguía ocupar el objetivo más insignificante y costoso: el cruce de la Venta de Camposines. El 14 se ordenó la expulsión total del resto enemigo y el 16 telegrafiaba Dávila: “El enemigo ha repasado el río, la batalla del Ebro ha terminado”.

Cuando el 26 de noviembre de 1938 planteaba Franco continuar el ataque a Valencia, el general Dávila, apoyado por Vigón y Yagüe, le convenció de que lo más ventajoso era operar en Cataluña con el ejército propio ya repuesto, mientras el suyo seguía aniquilado.

Accedió Franco, y el 26 de noviembre Dávila daba orden de prepararse para iniciar la campaña el 10 de enero. El día 27 las divisiones del frente de Valencia constituyeron el Ejército de Levante, al mando de Orgaz, al desligarse del Ejército del Norte, que continuó mandado por Dávila.

El enemigo tenía superioridad numérica sobre el papel: siete cuerpos de ejército frente a los seis reorganizados de Dávila: Urgel (Muñoz Grandes); Maestrazgo (García Valiño); Aragón (Moscardó); CTV —Corpo Truppe Volontarie— (Gámbara); Navarra (Solchaga) y Marroquí (Yagüe), más una reserva estratégica de dos divisiones, una de ellas la de Caballería.

En Cataluña, con buena información, el enemigo esperaba la ofensiva el 10 de diciembre, pero el mal tiempo la retrasó trece días. El 23, los cuerpos de Navarra y CTV rompían el frente por de Serós y avanzaban con rapidez, mientras que los Urgel y Maestrazgo, que partieron de Tremp y La Baronía, se retrasaban en las escabrosidades del alto Sella y el Noguerra Pallaresa, como retardó al CTV un contraataque de Borjas Blancas. El día 28 comenzó el avance del cuerpo de Aragón por Balaguer y pronto, al irse cerrando los intervalos entre cuerpos de ejército, enlazaban de dos en dos.

El 4 de enero coincidieron el de Navarra y el Marroquí en Artesa del Segre y el 5 se dominaba la carretera de Tarragona desde Artesa a Borjas Blancas. El día 18 se iniciaba la nueva maniobra en la que cayeron Manresa y el Prat de Llobregat; el 21 se alcanzó Monserrat, y tras ello, los cuerpos de ejército avanzaban sincrónicos hasta llegar el día 24 al río Llobregat. Al anochecer del 26 de enero de 1936, Dávila fijaba en Barcelona su bando “reintegrándola al Estado Español”.

Se llegaba a Berga el 2 de febrero y cuando el día 4 cayó Gerona, cruzaron la frontera los mandos republicanos.

El 5 se ocupó la Seo de Urgel y el 7 pasaban a Francia los restos del Ejército enemigo. El 8 de febrero, al ocuparse Le Perthus y Puigcerdá, concluyó Dávila la guerra en Cataluña, como efecto de la anterior aniquilación de su ejército en el Ebro.

El 15 de febrero de 1939 se disolvía el Ejército del Norte, y el día 21, Dávila, ya sin ese mando, presidió junto a Franco el Desfile de la Victoria de Cataluña; el 22, también con Franco, presidió la revista Naval de Tarragona. El día 13 firmó el Decreto concediendo la Gran Cruz laureada de San Fernando que solicitó el Ayuntamiento de Madrid, y dos días después se lo entregaba en el consejo de ministros de Burgos, donde a él se le iba a ascender a teniente general.

Entre los nombramientos de 4 de septiembre de 1939 se incluía el de Dávila como capitán general de la Segunda Región Militar, en Sevilla, trabajoso cargo de posguerra, en el que afrontó la concentración de tropas excombatientes en los cuarteles, simultánea con la nueva organización; transformación urgente que exigía gran trabajo y capacidad. Fue el primer capitán general hermano mayor honorario de la sevillana hermandad de Nuestro Padre Jesús de la Victoria y María Santísima de la Paz. En junio de 1940, por el empeño de Dávila, se ejecutó el Proyecto de artillado e iluminación del Estrecho, que a fin de año llegó a contar con 33 cañones en la Agrupación del Estrecho. En abril se aprobó el plan de acuartelamiento de la Segunda Región, por la suma de setenta millones, tan alta que hubo de constar en el Diario Oficial. Gracias a la gran actividad, se completó la nueva estructura territorial militar y, el 27 de abril de 1941, presidía Dávila la entrega de banderas a los Regimientos de Infantería n.º 6, Carros de Combate n.º 2 y Artillería n.º 62.

Al mes siguiente, el 14 de mayo de 1941, cesó Dávila en aquella Capitanía general para ser jefe del Alto Estado Mayor —creado el 30 de agosto de 1939—, en el que permaneció cuatro años hasta el 20 de julio de 1945, cuando pasó a ser ministro del Ejército en el sexto gabinete de Franco, hasta el 19 de julio de 1951, año en que se le nombró consejero del reino.

De la etapa de su ministerio se contaban en Madrid anécdotas de su sobriedad, honradez y culto al deber, tan sencillo y modesto, que se le veía llegar en tranvía o en metro al Ministerio; en años de penuria económica, el ministro ahorraba gasolina.

Dávila, llamado expresamente por Franco, convocó el 22 de noviembre de 1944 a los jefes de operaciones, general Cuesta, del Ejército; almirante Carrero, de Marina; Lacalle, del Aire, y jefes de sección del Alto Estado Mayor, donde se reunieron, para informarles de que Hitler exigía que España se adhiriese al Pacto Tripartito y entrase en la Guerra Mundial por Navidad. Logró con ello llevar a Franco la opinión conjunta de mantenerse a toda costa en la “no intervención”, con la suficiente habilidad diplomática de no exasperar a Hitler, a quien el 28 se le dijo que Franco estaba “de acuerdo en comenzar los preparativos propuestos”, anticipo del telegrama completo el día 29, cuyo final era: “pero no podía determinar la fecha exacta de la declaración de guerra”.

En 1949 obtuvo el título de marqués de Dávila, al que el 18 de julio de 1957 se le unió el de Grande de España, y ocho días después era elegido presidente del Consejo Superior Geográfico.

Fue capitán general de Sevilla, jefe del Alto Estado Mayor y ministro del Ejército; fue el único sustituto del jefe del Estado, quien le transfirió sus poderes durante su visita oficial a Portugal de 22 a 27 de octubre de 1949. Su absoluta fidelidad al generalísimo no se quebró lo más mínimo, al aconsejarle lealmente la solución monárquica, de la que, silencioso y a distancia, fue uno de los artífices.

Murió en Madrid en 1962, con ochenta y cuatro años, y fue ascendido a capitán general a título póstumo.

El general Alonso Baquer, al afirmar que la batalla del Ebro fue la decisiva en la guerra de 1936-1939, destaca en ella la personalidad de Dávila como ejecutor estratégico, a quien señaló ya como magistral al decidir los puntos de aplicación de la estrategia de aproximación indirecta para liquidar la guerra en el norte y en las campañas clave de Aragón y Teruel, original, espectacular y eficaz en el paso del Ebro por Quinto, visible en sus órdenes de operaciones no estudiadas y su constante y apreciada correspondencia epistolar con Franco.

 

Bibl.: V. Dávila Jalón, Una vida al servicio de España. General don Fidel Dávila Arrondo (1878-1962). Madrid, Prensa Española, 1978; Batalla en los campos de Teruel, Madrid, Prensa Española, 1980; R. y J. M. Salas Larrazábal, Historia General de la Guerra de España, Madrid, Rialp, 1986; M. Alonso Baquer, El Ebro. La batalla decisiva de los cien días, Madrid, La Esfera de los Libros, 2003.

 

José María Gárate Córdoba