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Enrique Casal Chapí

Biografía

Casal Chapí, Enrique. Madrid, 15.I.1909 – 10.X.1977. Compositor.

A los diecinueve años comenzó tardíamente sus estudios oficiales de Música. En 1928 inició los de Piano con Emilia Quintero, y de Armonía y Composición, con Conrado del Campo en el Conservatorio de Madrid, aunque su técnica musical divergió tanto de éste, que del Campo llegó a albergar la sospecha de que su alumno recibía clases de Composición de algún otro profesor paralelamente. En dicho conservatorio fue distinguido con el Premio de Composición fin de carrera en 1936. Anteriormente (1933) Cipriano Rivas Cherif le confió la dirección musical del Teatro Escuela de Arte, que desempeñó hasta 1937.

Durante aquella época escribió música escénica entre la que destaca Gas, de Georg Kaiser, o La dama boba y El villano en su rincón para la compañía de Margarita Xirgu. Ejerció asimismo durante aquellos años como pianista de cine y café y fue también profesor particular de piano y solfeo. Además, fundó el cuarteto de voces masculinas Castilla, dedicado al cultivo del folclore castellano y de la polifonía del siglo xvi.

Antes de que estallara la Guerra Civil española había fundado en el Conservatorio la FUE (Federación Universitaria de Estudiantes), y una vez que se desató la contienda, se dedicó a defender a la República con diversas canciones y con actividades en cuarteles y trincheras del frente de Madrid. Nombrado miembro de la Junta para la Reforma de la Enseñanza Musical por Azaña el 1 de septiembre de 1936, y delegado de los teatros del Estado en Madrid, se trasladó a Valencia y fue enviado a la antigua Unión Soviética, al V Festival Teatral Soviético. Al volver pasó a ser vocal del Consejo Nacional de Teatro. Colaboró con las revistas Música y La Hora de España, tratando en sus artículos de explicar el empleo de la música al servicio del ideal político defendido por la República.

En opinión de Emilio Casares, “son elementos estéticos definidores de su estilo el arraigo en la veta folclórica y también en la tradición culta española, es decir, la estética neoclásica en la que se funden ambas realidades, la inspiración en los ss. xvi-xviii españoles, sin rechazar lo popular y un sentido muy específico del color instrumental”. Su pensamiento estético se conoce a través del artículo “Nuestro suplemento”, en el que dejó clara su apuesta neoclásica y el rechazo de otras estéticas, tales como el neorromanticismo, impresionismo o la atonalidad. En su artículo a la muerte de Ravel recordó que había nacido a la música “cuando el impresionismo lo era todo [...] sabiendo, sintiendo que eso no era lo que debíamos hacer”. Pero es en el citado artículo donde se explayó: “Creo que tal conciencia debe ayudar al músico actual a limpiar la música de las ideas literarias y plásticas que aún la infectan, a pesar de todas las últimas reacciones, pues éstas imbuidas de neoclasicismos, que no podían prosperar profundamente entre los hombres del siglo xx, han degenerado en frívolas, no han pasado de ser modas. Lo mismo ocurre con los neorromanticismos de más cercano cuño. Limpiemos pero no compliquemos.

La música atonal me parece un producto bárbaro, un salto atrás, propio de los hombres más atrasados. En ella pierde el arte musical su calidad más importante: la síntesis. Es mucho más profundo el alcance de una obra en la que todo sea justo, preciso y delimitado, que el de la vaguedad y sugerencia, más o menos bella, lo mismo que una simple línea musical tiene generalmente mucho más contenido emocional, humano, que las grandes agrupaciones, verdaderos amontonamientos que hoy se producen con pretensiones casi metafísicas y que no son en realidad más que los últimos coletazos del siglo xix. Esas músicas atonales, vagas y a veces bellas, producto de la literatura wagneriana y pintura debussysta, tienen su cabida, a mi modo de ver, únicamente en el Teatro, donde pueden cobijarse tantas cosas inferiores o andrógenas [...]. Hemos de huir del folklorismo. Por la imitación no se va a ningún sitio. Además la música folklórica siempre resulta fácil (no es lo mismo que simple y diáfana), y lo fácil no produce en los oyentes el menor movimiento progresivo”.

En 1935 compuso Soneto y romancillo, dos fragmentos para El caballero de Olmedo, y Tres cantares de Lope de Vega, compuestas todas en torno al tricentenario de la muerte de Lope de Vega. De toda su producción brilla con luz propia el Preludio y rondó, con versiones de orquesta y piano, que obtuvo el Premio del Conservatorio en 1936 y fue estrenada por el mismo autor con la Orquesta Sinfónica de Valencia en plena Guerra Civil (1937). Casal Chapí opinó lo siguiente sobre esta obra: “No tienen más intención expresiva que la que pueda derivarse del libre juego de sonidos que es el fluir de la música misma. El Rondó sigue el plan de los más primitivos modelos simplemente con su estribillo repetido y dos cuplés intermedios, sin tema segundo que intervenga activamente en la forma, como en los rondós de la época clásica. Los dos cuplés traen como contraste al tema, la alusión a dos tipos de música que alcanzaron su moda: el melodizante paisajismo folklorístico y el ritmo eléctrico que la música de jazz llevaron a Europa como una yesca de ilusiones. Tras una peroración esencialmente rítmica, la obra se cierra con una coda que reúne el tema del rondó con el giro inicial, convertido esta vez en una llamada fanfare”.

Una vez concluida la contienda civil, se trasladó a Francia y, en 1941, a la República Dominicana, donde fue nombrado director de la recién fundada Orquesta Sinfónica Nacional en agosto de aquel año, puesto al que renunció en 1945. También se dedicó a la enseñanza, comenzando por dictar un curso en el verano de ese mismo año, auspiciado por la Secretaría de Educación, a directores y profesores de escuelas y academias de Música. Gracias a su frenética actividad, Casal Chapí impulsó la vida musical dominicana, por lo que ha sido considerado como el verdadero creador de la nueva escuela musical de ese país. J. M. Coopersmith destaca lo siguiente en su obra Música y músicos de la República Dominicana: “La música dominicana recibió un nuevo impulso en 1941 con el nombramiento de Enrique Casal Chapí como director de la Orquesta Sinfónica Nacional.

Este compositor no solamente ha estimulado a los compositores nacionales, tocando sus obras con frecuencia, sino que también ha sido un alentador maestro de la composición [...] Es muy temprano para juzgar si las tendencias ultramodernas de Casal Chapí podrán o no afectar a sus discípulos al extremo de que, con el tiempo, lleguen a excluir los estilos y formas de música tradicionales”.

Con Casal se inició también la organización regular de conciertos sinfónicos, lo que estimuló a los compositores, y la promoción por medio de charlas y reuniones para la asistencia a los conciertos, llevando a cabo un fructífero trabajo de formación y divulgación musical en Santo Domingo hasta 1945, cuando abandonó el país. Fundó asimismo una escuela con sus discípulos más destacados, entre los que se pueden citar a Ninón Brouwer, Manuel Simó, Antonio Morel y José Dolores Cerón, conocidos por un tiempo con el nombre de Grupo Joven, y con una estética basada fundamentalmente en el neoclasicismo y, por ello, en la vuelta a las formas puras y severas.

La etapa siguiente de Casal Chapí se cumplió entre Argentina, acompañando a otros españoles, como Pahissa, Julián Bautista y el propio Falla; y Montevideo, donde permaneció como profesor de Composición y tuvo gran éxito el estreno en 1950 de El baile del caballero de Olmedo, y Puerto Rico, donde dejó una huella imborrable hasta los años sesenta en que regresó a España.

 

Obras de ~: Música escénica: Sainete Las aguas del Manzanares o Contra el mal querer Piscina, 1923; Ballet Fantasía sinfónica. Introducción y Coral, 1932; Canción madrigalesca de El acero de Madrid, 1935; Gas, 1935; Las mujeres pendencieras o Con mal genio no hay amor, 1936; Baile del caballero de Olmedo; El villano en su rincón; La dama boba. Orquesta: Obertura Cuento de abril; Final para una sinfonía imaginaria; La decantada vida y muerte del general Malbrú; Ofrenda, tema, variaciones y final; Piezas para cuartetos; Preludio y rondó, 1936- 1937; Suite de música para una ceremonia solemne. Orquesta y voz: Cinco canciones de Lope de Vega; Dos canciones zamoranas (El tío Babú, Seguidilla); Romance del mozo y de la calavera.

Coro: Íntima sardana; Lluny. Voz y piano: Dos fragmentos del caballero de Olmedo; Tres cantares de Lope de Vega. Piano: Capriccio quasi sonata; Preludio y rondó, 1936; Sonatina.

Escritos: “Cancionero revolucionario internacional”, en La Hora de España (LHDE), IX (1937), págs. 72-76; “Maurice Ravel”, en LHDE, I (1938), págs. 284-287; “Salvador Bacarisse”, en Música, II (1938), págs. 27-53; “Música en la guerra”, en LHDE, II (1938), págs. 370-377; “Música en la guerra”, en LHDE, XIV (1938), págs. 82-89; “Música en la guerra. Manuel de Falla”, en LHDE, XV (1938), págs. 491-492.

 

Bibl.: M. L., “Nuestro suplemento”, en Música, V/VI (1938), págs. 69-72; O. Mayer-Serra, Música y músicos de Latinoamérica, México, Atlante, 1947; J. M. Coopersmith, Música y músicos de la República Dominicana, Washington, División de Música, Unión Panamericana, 1949; B. Jorge, La música dominicana. Siglos xix-xx, Santo Domingo, Universidad Autónoma, 1982; E. Casares, “Chapí Casal, Enrique”, en E. Casares Rodicio (dir. y coord.), Diccionario de la Música Española e Hispanoamericana, t. 3, Madrid, Sociedad General de Autores y Editores, 1999.

 

Paulino Capdepón Verdú

 

 

 

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