Oviedo, Juan de. Señor de Arroyomolinos. ¿Madrid?, p. t. s. XV – f. s. XV. Secretario y notario del rey Enrique IV de Castilla, repostero de camas.
Enrique IV de Castilla murió solo y sin testar en una fría mañana segoviana de diciembre de 1474. Treinta años después, tras la muerte de su hermana y heredera Isabel la Católica, corrió por Castilla una extraña noticia. El rey viudo Fernando se había planteado la posibilidad de casarse con la supuesta hija de Enrique IV, Juana, monja en un monasterio lisboeta, para descargar quizás la mala conciencia o compensar el dolor causado a una inocente. Aquel curioso rumor remitía a que el rey Enrique, en realidad, había dejado escrito un testamento en el que declaraba finalmente heredera a Juana. Sólo una persona hubiera podido atestiguarlo, porque ante él el Rey juró que Juana era hija suya. Ese hombre —su secretario y notario público— y ejemplo de lealtad inquebrantable se llamaba Juan de Oviedo.
Juan de Oviedo era hijo de Rodrigo Alonso de Oviedo, regidor de Madrid, y perteneciente a un grupo organizado clientelarmente sobre una base familiar de gran influencia en la Corte. Los Oviedo procedían de Grado, una localidad cercana a la capital del Principado, pero se habían trasladado a Madrid durante el reinado de Juan II. Ya en la década de 1450 —concretamente en 1454— varios personajes con el gentilicio Oviedo —un escribano de Cámara del Rey, un contador de nombre Gonzalo, otro sobresaliente notario del Rey llamado Alfonso...— ostentaban oficios en la Administración real. Juan sería uno de ellos, pero, con el tiempo, estaba llamado a ser el más relevante.
Nombrado repostero de camas —cargo que indica una gran intimidad con el Monarca— en 1463 y secretario el 17 de junio de 1464, Oviedo había sido previamente criado real. Esto último hace que se remonte su presencia en la Corte al comienzo del reinado de Enrique IV. Sin embargo, durante la primera etapa del reinado otros fueron los secretarios reales.
Algunos tuvieron una inmensa influencia y desplegaron una gran actividad política, caso de Álvar Gómez de Ciudad Real o Alfonso de Badajoz. No menos ambicioso y turbulento se mostró Diego Arias Dávila, un contador que acumuló grandes tesoros, y que también actuó como secretario. Este converso de Ávila, como el propio Álvar Gómez, no tardaría en pasarse de bando al estallar la guerra civil de 1465.
Como tantos otros, Oviedo probablemente sirvió durante una época a Juan Pacheco, marqués de Villena, el artífice de esa revuelta nobiliaria que llevó al trono al joven príncipe Alfonso, medio hermano de Enrique, con el que reinó paralelamente entre 1465-1468. Pero Juan de Oviedo, al contrario que los arriba mencionados, no se apartó un milímetro del servicio del rey Enrique. Y precisamente es la crisis política de ese año de 1464, a decir de algunos autores, la que explica su ascenso administrativo. Juan de Oviedo se convirtió entonces en el secretario real por excelencia y, sobre todo, en el compañero inseparable del Rey más vilipendiado de España. Pocos datos personales se conocen —eso hace pensar que podría ser un converso— de este hombre silencioso que tras varios secretarios políticos y desleales se convertía en ejemplo de laboriosa profesionalidad.
Mucho debió de trabajar el discreto secretario. Los documentos que llevan su refrendo están redactados al modo tradicional —“Yo Johan de Oviedo, Secretario del Rey nuestro Señor, la fice escribir por su mandado”, y también “Por mandado del Rey. Johan de Oviedo”— y se cuentan por cientos. En el otro bando, sin embargo, no aparece ni un Oviedo; en realidad sí aparece uno: el rey Alfonso confirmaba el 13 de noviembre de 1466 a un vecino de Oviedo, también de nombre Juan, los maravedís vitalicios de los que gozaba en ciertas rentas de Gijón, Villaviciosa y Piloña.
A la muerte del joven Alfonso, el secretario Oviedo fue testigo de los acontecimientos más relevantes del Reino. Probablemente estuvo en Guisando y el 23 de septiembre de 1469 otorgó traslado de dos escrituras de concordia realizadas entre Enrique IV y la princesa Isabel, una de las cuales fue el Pacto de los Toros que nombraba heredera y princesa de Asturias a la hermana del Monarca. El 24 de septiembre de 1468, desde Casarrubios del Monte, refrendaba la carta de Enrique IV a Segovia comunicándoles el reconocimiento de Isabel a título de heredera. Prácticamente en todos los testimonios de toma de posesión de la hermana del Rey como princesa de Asturias se insertaba la documentación refrendada por Oviedo. Asimismo, durante el año 1469, Juan de Oviedo suscribió varias cartas de perdón —a la ciudad de Badajoz, a favor del conde de Arcos y su familia— de los que habían sostenido la causa del rey Alfonso.
Los acontecimientos del Reino se enconaban por las aspiraciones a la sucesión en el Trono de Castilla. Por un lado, los príncipes y reyes de Sicilia: Fernando e Isabel; del otro la desdichada hija de Enrique IV: Juana. Los partidarios tomaban posiciones, incluso a nivel internacional. Así debe entenderse la confederación y alianza firmada entre el rey de Castilla y Alfonso V de Portugal, que refrendó el propio Juan de Oviedo. Como también suscribió, junto con Villena —ya maestre de Santiago— y otros Grandes del Reino en 1473 el compromiso de apoyar al mayordomo Andrés de Cabrera en la tenencia del Alcázar de Madrid. En dicho documento Juan de Oviedo se mostraba con la titulación de escribano de cámara real, secretario real y notario público e incluso como representante de Madrid, junto con otros procuradores de ciudades con voto en Cortes. En 1471 también suscribirá el Ordenamiento sobre fabricación y valor de monedas otorgado en las Cortes de Segovia.
Es por esta época que Juan de Oviedo aparece relacionado con lo que habrían de ser los grandes oficiales de la Corte de los Reyes Católicos. Así actuó con Hernando del Pulgar, el futuro cronista real. También fue, durante los años finales del rey Enrique, el mentor de Francisco Ramírez de Madrid —denominado El Artillero— futuro marido de Beatriz Galindo La Latina, a su vez hermana de Gaspar de Gricio, el no menos famoso notario que recogió la última voluntad de Isabel. Cabe subrayar que Juan de Oviedo era pariente de El Artillero, cuya primera mujer, Isabel de Oviedo, era prima hermana del secretario y seguramente de su mano entró Francisco en la Corte. La crisis sucesoria producida en diciembre de 1474, sin embargo, acabó por abrir un abismo entre ellos al militar en diferentes y opuestos bandos, lo que determinó la diferente fortuna que ambos corrieron bajo los Reyes Católicos. Otro personaje de primera línea, al que probablemente pudo ayudar y proteger el propio Juan de Oviedo, fue Gonzalo Chacón. Al comienzo del reinado de los Reyes Católicos, los Oviedo se diluirían como linaje de primera línea en Madrid, si bien no pocos miembros de esta familia siguieron prestando servicios a la Monarquía dentro de las clientelas creadas a su alrededor por los dos grandes beneficiarios de la caída en desgracia política de Juan de Oviedo: los citados Francisco de Madrid y Gonzalo Chacón.
Juan de Oviedo acompañó a Enrique IV hasta su lecho de muerte. Apenas dos meses antes se había ocupado de los asuntos del valido del Monarca, Pacheco, para que le fuera entregado Trujillo. Pero el maestre de Santiago no consiguió sus propósitos y falleció poco después, lo que probablemente aceleró las dolencias de un Enrique IV, ya sin ganas de vivir. Huyendo de las conspiraciones cortesanas, salió a descansar unos días por tierras segovianas, pero se sintió mal. En la noche de su muerte, el 11 de diciembre de 1474, Juan de Oviedo tomó nota de un breve despacho de la última voluntad, donde se le nombraba albacea para que dispusiera el destino de la presunta hija del Rey. El destino de ese documento es incierto. Según una tradición, Juan de Oviedo lo depositó en poder del cura de la iglesia de Santa Cruz de Madrid, el cual, por temor a que le fuese arrebatado, lo enterró en un cofre junto con otros documentos cerca de Almeida, en Portugal. Muchos años después, Isabel conoció la existencia del testamento de su hermano y envió al cura en busca del cofre; pero Fernando, a través del licenciado Zapata, se apoderó de la escritura y la quemó por orden del Rey que le premió a él y a su hermano Hernando Gómez con un cargo en la Corte.
Leyenda o realidad, es claro que Juan de Oviedo, quizás porque tenía la certeza de que la heredera de Castilla era Juana, no dudó en defender sus derechos, si bien, en un principio pudo seguir actuando como secretario real con Isabel que le mantuvo su señorío de Arroyomolinos, próximo a Madrid. Por poco tiempo. Oviedo aparece enseguida acompañando a Juana y sirviéndola de secretario, suscribiendo el documento en donde se defienden sus derechos a la Corona de Castilla y custodiándola en Trujillo. La fidelidad duró hasta el último aliento, pero le hizo caer en desgracia. Por ser partidario del “rey de Portugal”, Juan de Oviedo perdió Arroyomolinos, que pasó a Juan Chacón, quien, un 14 de septiembre de 1476 le exigía, a través de los Reyes, un cuento de maravedís en que había sido tasado el daño que se había efectuado en dicha localidad, ahora suya.
No hay más noticias del secretario de Enrique IV a partir de la década de 1480. Sí, en cambio, aparecen varios personajes actuando en la Corte de Isabel con ese apellido. Es posible que alguno fuera hijo o sobrino suyo pero no hay certeza de ello. Juan de Oviedo murió leal y probablemente expoliado, quizás en el Madrid que a buen seguro le vio nacer.
Bibl.: I. del Val Valdivieso, Isabel la Católica, Princesa de Castilla (1468-1474), Valladolid, Instituto Isabel La Católica de Historia Eclesiástica, 1974; J. A. Escudero, Los Secretarios de Estado y de Despacho (1474-1724), Madrid, Instituto de Estudios Administrativos, 1976, 4 vols.; J. L. Bermejo Cabrera, “Los primeros secretarios de los reyes”, en Anuario de Historia del Derecho Español, XLIX (1979), págs. 187-196; D. C. Morales Muñiz, Alfonso de Ávila, rey de Castilla, Ávila, Institución Gran Duque de Alba, 1988; Alonso de Quintanilla, un asturiano en la Corte de los Reyes Católicos, Madrid, El Persevante Borgoñón, 1993; T. de Azcona, Isabel la Católica, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1993; P. A. Porras Arboledas, Francisco Ramírez de Madrid. Primer madrileño al servicio de los Reyes Católicos, Madrid, Consejería de Educación y Cultura, 1996; T. de Azcona, Juana de Castilla mal llamada La Beltraneja (1462-1530), Madrid, Fundación Universitaria Española, 1998; A. Matilla Tascón, Beatriz Galindo, Francisco de Madrid y su familia, Madrid, Instituto de Estudios Madrileños, 2000; L. Suárez Fernández, Enrique IV de Castilla. La difamación como arma política, Barcelona, Ariel, 2001; A. Fernández de Córdoba Miralles, La Corte de Isabel I: ritos y ceremonias de una reina (1474-1504), Madrid, Dykinson, 2002; “Sociedad Cortesana y entorno regio”, en El reinado de Isabel la Católica, en Medievalismo (número monográfico del Boletín de la Sociedad Española de Estudios Medievales dedicado al V Centenario de la muerte de Isabel la Católica), año 14, n.os 3-14 (2004), págs. 49-78; B. Sáenz de Santa María Gómez-Mampaso, “Una visión sobre el testamento y codicilo de Isabel la Católica”, en ICADE, 63 (2004) (volumen dedicado al V Centenario de Isabel La Católica), págs. 113-152; M. A. Ladero Quesada y M. Cantera Montenegro, “El tesoro de Enrique IV en el alcázar de Segovía 1465-1475”, en Historia. Instituciones. Documentos, 31 ( 2004), págs. 307-352; M. A. Ladero Quesada, Hernando de Zafra, Secretario de los Reyes Católicos, Madrid, Dykinson, 2005; A. I. Montero Málaga, “Dos cronistas para un reinado: Alonso de Palencia y Diego Enríquez del Castillo”, en Estudios medievales hispánicos, 2 (2013), págs. 107-128; F. de P. Cañas Gálvez, “Juan de Mena, secretario de latín y cronista del rey: un letrado de la Cancillería Real al servicio de Juan II y Enrique IV”, en C. Moya García (coord.), Juan de Mena: de letrado a poeta, Woodbridge, Támesis Books, 2015, págs. 11-22
Dolores Carmen Morales Muñiz